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Piotr Kropotkin El apoyo mutuo
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Prólogo a la Edición Rusa - Introducción - Capítulo 1 - Capítulo 2 - Capítulo 3 - Capítulo 4 -Capítulo 5 - Capítulo 6 - Capítulo 7 - Capítulo 8 - Conclusión | |
Conclusión
Si tomamos ahora lo que nos enseña el
examen de la sociedad moderna en
relación con los hechos que señalan la
importancia de la ayuda mutua en el
desarrollo gradual del mundo animal y de
la humanidad, podemos extraer de
nuestras investigaciones las siguientes
conclusiones:
En el mundo animal nos hemos persuadido
de que la enorme mayoría de las especies
viven en sociedades y que encuentran en
la sociabilidad la mejor arma para la
lucha por la existencia, entendiendo,
naturalmente, este término en el amplio
sentido darwiniano, no como una lucha
por los medios directos de existencia,
sino como lucha contra todas las
condiciones naturales, desfavorables
para la especie. Las especies animales
en las que la lucha entre los individuos
ha sido llevada a los límites más
restringidos, y en las que la práctica
de la ayuda mutua ha alcanzado el máximo
desarrollo, invariablemente son las
especies más numerosas, las más
florecientes y más aptas para el máximo
progreso. La protección mutua, lograda
en tales casos y debido a esto la
posibilidad de alcanzar la vejez y
acumular experiencia, el alto desarrollo
intelectual y el máximo crecimiento de
los hábitos sociales, aseguran la
conservación de la especie y también su
difusión sobre una superficie más
amplia, y la máxima evolución
progresiva. Por lo contrario, las
especies insaciables, en la enorme
mayoría de los casos, están condenadas a
la degeneración.
Pasando luego al hombre, lo hemos visto
viviendo en clanes y tribus, ya en la
aurora de la Edad Paleolítica; hemos
visto también una serie de instituciones
y costumbres sociales formadas dentro
del clan ya en el grado más bajo de
desarrollo de los salvajes. Y hemos
hallado que los más antiguos hábitos y
costumbres tribales dieron a la
humanidad, en embrión, todas aquellas
instituciones que más tarde actuaron
como los elementos impulsores más
importantes del máximo progreso. Del
régimen tribal de los salvajes nació la
comuna aldeana de los "bárbaros", y un
nuevo círculo aún más amplio de hábitos,
costumbres e instituciones sociales, una
parte de los cuales subsistieron hasta
nuestra época, se desarrolló a la sombra
de la posesión común de una tierra dada
y bajo la protección de la jurisdicción
de la asamblea comunal aldeana en
federaciones de aldeas pertenecientes, o
que se suponían pertenecer a una tribu y
que se defendían de los enemigos con las
fuerzas comunes. Cuando las nuevas
necesidades incitaron a los hombres a
dar un nuevo paso en su desarrollo,
formaron el derecho popular de las
ciudades libres, que constituían una
doble red: de unidades territoriales
(comunas aldeanas) y de guildas surgidas
de las ocupaciones comunes en un arte u
oficio dado, o para la protección y el
apoyo mutuos. Ya hemos considerado en
dos capítulos, el quinto y el sexto,
cuán enormes fueron los éxitos del
saber, del arte y de la educación en
general en las ciudades medievales que
tenían derechos populares.
Finalmente, en los dos últimos capítulos
se han reunido hechos que señalan cómo
la formación de los estados según el
modelo de la Roma imperial destruyó
violentamente todas las instituciones
medievales de apoyo mutuo y creó una
nueva forma de asociación, sometiendo
toda la vida de la población a la
autoridad del estado. Pero el estado,
apoyado en agregados poco vinculados
entre sí de individuos y asumiendo la
tarea de ser único principio de unión,
no respondió a su objetivo. La
tendencia de los hombres al apoyo mutuo
y su necesidad de unión directa para él,
nuevamente se manifestaron en una
infinita diversidad de todas las
sociedades posibles que también tienden
ahora a abrazar todas las
manifestaciones de vida, a dominar todo
lo necesario para la existencia humana y
para reparar los gastos condicionados
por la vida: crear un cuerpo viviente,
en lugar del mecanismo muerto, sometido
a la voluntad de los funcionarios.
Probablemente se nos observará que la,
ayuda mutua, a pesar de constituir una
de las grandes fuerzas activas de la
evolución, es decir, del desarrollo
progresivo de la humanidad, es sólo una
de las diferentes formas de las
relaciones de los hombres entre sí;
junto con esta corriente, por poderosa
que fuera, existe y siempre existió,
otra corriente la de auto-afirmación del
individuo, no sólo en sus esfuerzos por
alcanzar la superioridad personal o de
casta en la relación económica, política
y espiritual, sino también en una
actividad que es más importante a pesar
de ser menos potable; romper los lazos
que siempre tienden a la cristalización
y petrificación, que imponen sobre el
individuo el clan, la comuna aldeana, la
ciudad o el estado. En otras palabras,
en la sociedad humana, la autoafirmación
de la personalidad también constituye un
elemento de progreso.
Es evidente que ningún esquema del
desarrollo de la humanidad puede
pretender ser completo si no se
considera estas dos corrientes
dominantes. Pero el caso es que la
autoafirmación de la personalidad o
grupos de personalidades, su lucha por
la superioridad y los conflictos y la
lucha que se derivan de ella fueron, ya
en épocas inmemoriales, analizados,
descritos y glorificados. En realidad,
hasta la época actual sólo esta
corriente ha gozado de la atención de
los poetas épicos, cronistas,
historiadores y sociólogos. La historia,
como ha sido escrita hasta ahora, es
casi íntegramente la descripción de los
métodos y medios con cuya ayuda la
teocracia, el poder militar, la
monarquía política y más tarde las
clases pudientes establecieron y
conservaron su gobierno. La. lucha entre
estas fuerzas constituye, en realidad,
la esencia de la historia. Podemos
considerar, por esto, que la importancia
de la personalidad y de la fuerza
individual en la historia de la
humanidad es enteramente conocida, a
pesar de que en este dominio ha quedado
no poco que hacer en el sentido
recientemente indicado.
Al mismo tiempo, otra fuerza activa -la
ayuda mutua- ha sido relegada hasta
ahora al olvido completo; los escritores
de la generación actual y de las
pasadas, simplemente la negaron o se
burlaron de ella. Darwin, hace ya medio
siglo, señaló brevemente la importancia
de la ayuda mutua para la conservación y
el desarrollo progresivo de los
animales. Pero, ¿quién trató ese
pensamiento desde entonces?
Sencillamente se empeñaron en olvidarla.
Debido a esto, fue necesario, antes que
nada, establecer el papel enorme que
desempeña la ayuda mutua tanto en el
desarrollo del mundo animal como de las
sociedades humanas. Sólo después que
esta importancia sea plenamente
reconocida será posible comparar la
influencia de una y otra fuerza: la
social y la individual.
Evidentemente, es imposible efectuar,
con un método más o menos estadístico,
siquiera una apreciación grosera de su
importancia relativa. Cualquier guerra,
como todos sabemos, puede producir, ya
sea directamente o bien por sus
consecuencias, más daños que beneficios,
puede producir centenares de años de
acción, libres de obstáculos, del
principio de ayuda mutua. Pero cuando
vemos que en el mundo animal el
desarrollo progresivo y la ayuda mutua
van de la mano, y la guerra interna en
el seno de una especie, por lo
contrario, va acompañada "por el
desarrollo progresivo", es decir, la
decadencia de la especie; cuando
observamos que para el hombre hasta el
éxito en la lucha y la guerra es
proporcional al desarrollo de la ayuda
mutua en cada una de las dos partes en
lucha, sean estas naciones, ciudades,
tribus o solamente partidos, y que en el
proceso de desarrollo de la guerra misma
(en cuanto puede cooperar en este
sentido) se somete a los objetivos
finales del progreso de la ayuda mutua
dentro de la nación, ciudad o tribu, por
todas estas observaciones ya tenemos una
idea de la influencia predominante de la
ayuda mutua como factor de progreso.
Pero vemos también que la práctica de la
ayuda mutua y su desarrollo subsiguiente
crearon condiciones mismas de la vida
social, sin las cuales el hombre nunca
hubiera podido desarrollar sus oficios y
artes, su ciencia, su inteligencia, su
espíritu creador; y vemos que los
periodos en que los hábitos y costumbres
que tienen por objeto la ayuda mutua
alcanzaron su elevado desarrollo,
siempre fueron periodos del más grande
progreso en el campo de las artes, la
industria y la ciencia. Realmente, el
estudio de la vida interior de las
ciudades de la antigua Grecia, y luego
de las ciudades medievales, revela el
hecho de que precisamente la combinación
de la ayuda mutua, como se practicaba
dentro de la guilda, de la comuna o el
clan griego -con la amplia iniciativa
permitida al individuo y al grupo en
virtud del principio federativo-,
precisamente esta combinación, decíamos,
dio a la humanidad los dos grandes
periodos de su historia: el periodo de
las ciudades de la antigua Grecia y el
periodo de las ciudades de la Edad
Media; mientras que la destrucción de
las instituciones y costumbres de ayuda
mutua, realizadas durante los periodos
estatales de la historia que siguieron,
corresponde en ambos casos a las épocas
de rápida decadencia.
Probablemente se nos replicará, sin
embargo, haciendo mención del súbito
progreso industrial que se realizó en el
siglo XIX y que corrientemente se
atribuye al triunfo del individualismo y
de la competencia. No obstante este
progreso, fuera de toda duda, tiene un
origen incomparablemente más profundo.
Después que fueron hechos los grandes
descubrimientos del siglo XV, en
especial el de la presión atmosférica,
apoyada por una serie completa de otros
en el campo de la física -y estos
descubrimientos fueron hechos en las
ciudades medievales- después de
estos descubrimientos, la invención de
la máquina a vapor, y toda la revolución
industrial provocada por la aplicación
de la nueva fuerza, el vapor, fue una
consecuencia necesaria. Si las ciudades
medievales hubieran subsistido hasta el
desarrollo de los descubrimientos
empezados por ellas, es decir, hasta la
aplicación práctica del nuevo motor,
entonces las consecuencias morales,
sociales, de la revolución provocada por
la aplicación del vapor podrían tomar, y
probablemente hubieran tomado, otro
carácter; pero la misma revolución en el
campo de la técnica de la producción y
de la ciencia también hubiera sido
inevitable. Solamente hubiera encontrado
menos obstáculos. Queda sin respuesta el
interrogante: ¿No fue acaso retardada la
aparición de la máquina de vapor y
también la revolución que le siguió
luego en el campo de las artes, por la
decadencia general de los oficios que
siguió a la destrucción de las ciudades
libres y que se notó especialmente en la
primera mitad del siglo XVIII?
Considerando la rapidez asombrosa del
progreso industrial en el período que se
extiende desde el siglo XII hasta el
siglo XV, en el tejido, en el trabajo de
metales, en la arquitectura, en la
navegación, y reflexionando sobre los
descubrimientos científicos a los cuales
condujo este progreso industrial a fines
del siglo XIX, tenemos derecho a
formularnos esta pregunta: ¿No se
retrasó la humanidad en la utilización
de todas estas conquistas científicas
cuando empezó en Europa la decadencia
general en el campo de las artes y de la
industria, después de la caída de la
civilización medieval? Naturalmente, la
desaparición de los artistas artesanos,
como los que produjeron Florencia,
Nüremberg y muchas otras ciudades, la
decadencia de las grandes ciudades y la
interrupción de las relaciones entre
ellas no podían favorecer la revolución
industrial. Realmente sabemos, por
ejemplo, que James Watt, el inventor de
la máquina a vapor moderna, empleó
alrededor de doce años de su vida para
hacer su invento prácticamente
utilizable, puesto que no pudo hallar,
en el siglo XVIII aquellos ayudantes que
hubiera hallado fácilmente en la
Florencia, Nüremberg o Brujas de la Edad
Media; es decir, artesanos capacitados
para realizar su invento en el metal y
darle la terminación y finura artística
que son necesarias para la máquina de
vapor que trabaja con exactitud.
De tal modo, atribuir el progreso
industrial del siglo XV a la guerra de
todos contra uno significa juzgar como
aquél que sin saber las verdaderas
causas de la lluvia la atribuye a la
ofrenda hecha por el hombre al ídolo de
arcilla. Para el progreso industrial, lo
mismo que para cualquier otra conquista
en el campo de la naturaleza, la ayuda
mutua y las relaciones estrechas sin
duda fueron siempre más ventajosas que
la lucha mutua.
Sin embargo, la gran importancia del
principio de ayuda mutua aparece
principalmente en el campo de la ética,
o estudio de la moral. Que la ayuda
mutua es la base de todas nuestras
concepciones éticas, es cosa bastante
evidente. Pero cualesquiera que sean las
opiniones que sostuviéramos con respecto
al origen primitivo del sentimiento o
instinto de ayuda mutua -sea que lo
atribuyamos a causas biológicas o bien
sobrenaturales- debemos reconocer que se
puede ya observar su existencia en los
grados inferiores del mundo animal.
Desde estos grados elementales podemos
seguir su desarrollo ininterrumpido y
gradual a través de todas las clases del
mundo animal y, no obstante, la cantidad
importante de influencias que se le
opusieron, a través de todos los grados
de la evolución humana hasta la época
presente. Aun las nuevas religiones que
nacen de tiempo en tiempo -siempre en
épocas en que el principio de ayuda
mutua había decaído en los estados
teocráticos y despóticos de Oriente, o
bajo la caída del imperio Romano-, aun
las nuevas religiones nunca fueron más
que la afirmación de ese mismo
principio. Hallaron sus primeros
continuadores en las capas humildes,
inferiores, oprimidas de la sociedad,
donde el principio de la ayuda mutua era
la base necesaria de la vida cotidiana;
y las nuevas formas de unión que fueron
introducidas en las antiguas comunas
budistas Y cristianas, en las comunas de
los hermanos moravos, etc., adquirieron
el carácter de retorno a
las mejores formas de ayuda mutua
que de practicaban en el
primitivo período tribal.
Sin embargo, cada vez que se hacia una
tentativa para volver a este venerado
principio antiguo, su idea
fundamental se extendía. Desde el
clan se prolongó a la tribu, de la
federación de tribus abarcó la
nación, y, por último -por lo menos en
el ideal-, toda la humanidad. Al mismo
tiempo, tomaba gradualmente un carácter
más elevado. En el cristianismo
primitivo, en las obras de algunos
predicadores musulmanes, en los
primitivos movimientos del período de la
Reforma y, en especial, en los
movimientos éticos y filosóficos del
siglo XVIII y de nuestra época se
elimina más y más la idea de venganza o
de la "retribución merecida": "bien por
bien y mal por mal". La elevada
concepción: -No vengarse de las
ofensas-, y el principio: "Da al
prójimo sin contar, da más de lo que
piensas recibir". Estos principios se
proclaman como verdaderos principios de
moral, como principios que ocupan más
elevado lugar que la simple
"equivalencia", la imparcialidad,
la fría justicia, como principios que
conducen más rápidamente mejor a la
felicidad. Incitan al hombre, por esto,
a tomar por guía, en sus actos,
no sólo el amor, que siempre tiene
carácter personal o, en el mejor de los
casos, carácter tribal, sino la
concepción de su unidad
con todo ser humano, por
consiguiente, de una igualdad de
derecho general y, además, en sus
relaciones hacia los otros, a entregar a
los hombres, sin calcular la actividad
de su razón y de su sentimiento y hallar
en esto su felicidad superior. En la práctica de la ayuda mutua, cuyas huellas podemos seguir hasta los más antiguos rudimentos de la evolución, hallamos, de tal modo, el origen positivo e indudable de nuestras concepciones morales, éticas, y podemos afirmar que el principal papel en la evolución ética de la humanidad fue desempeñado por la ayuda mutua y no por la lucha mutua. En la amplia difusión de los principios de ayuda mutua, aun en la época presente, vemos también la mejor garantía de una evolución aún más elevada del género humano. |
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© Helios Buira
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