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Piotr Kropotkin El apoyo mutuo
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Prólogo a la Edición Rusa - Introducción - Capítulo 1 - Capítulo 2 - Capítulo 3 - Capítulo 4 -Capítulo 5 - Capítulo 6 - Capítulo 7 - Capítulo 8 - Conclusión | |
Introducción
Dos rasgos característicos de la vida
animal de la Siberia Oriental y del
Norte de Manchuria llamaron
poderosamente mi atención durante los
viajes que, en mi juventud, realicé por
esas regiones del Asia Oriental.
Me llamó la atención, por una parte, la
extraordinaria dureza de la lucha por la
existencia que deben sostener la mayoría
de las especies animales contra la
naturaleza inclemente, así como la
extinción de grandes cantidades de
individuos, que ocurría periódicamente,
en virtud de causas naturales, debido a
lo cual se producía extraordinaria
pobreza de vida y despoblación en la
superficie de los vastos territorios
donde realizaba yo mis investigaciones.
La otra particularidad era que, aun en
aquellos pocos puntos aislados en donde
la vida animal aparecía en abundancia,
no encontré, a pesar de haber buscado
empeñosamente sus rastros, aquella lucha
cruel por los medios de subsistencia
entre los animales pertenecientes a una
misma especie que la mayoría
de los darwinistas (aunque no siempre el
mismo Darwin) consideraban como el rasgo
predominante y característica de la
lucha por la vida, y como la principal
fuerza activa del desarrollo gradual en
el mundo de los animales.
Las terribles tormentas de nieve que
azotan la región norte de Asia al final
del invierno, y la congelación que a
menudo sucede a la tormenta; las
heladas, las nevadas que se repiten
todos los años en la primera quincena de
mayo cuando los árboles están en plena
floración y la vida de los insectos en
su apogeo; las ligeras heladas tempranas
y, a veces, las nevadas abundantes que
caen ya en julio y en agosto, aun en las
regiones de los prados de la Siberia
Occidental, aniquilando, repentinamente,
no sólo miríadas de insectos, sino
también la segunda nidada de las aves;
las lluvias torrenciales, debidas a los
monzones, que caen en agosto en las
regiones templadas del Amur y del Usuri,
y se prolongan semanas enteras y
producen inundaciones en las tierras
bajas del Amur y del Sungari en
proporciones tan grandes como sólo se
conoce en América y Asia Oriental, y, en
los altiplanos, grandísimas extensiones
se transforman en pantanos comparables,
por sus dimensiones, con Estados
europeos enteros, y, por último, las
abundantes nevadas que caen a veces a
principios de octubre, debido a las
cuales un vasto territorio, igual por su
extensión a Francia o Alemania, se hace
completamente inhabitable para los
rumiantes que perecen, entonces, por
millares; éstas son las condiciones en
que se sostiene la lucha por la vida en
el reino animal del Asia Septentrional.
Estas difíciles condiciones de la vida
animal ya entonces atrajeron mi atención
hacia la extraordinaria importancia, en
la naturaleza, de aquellas series de
fenómenos que Darwin llama "limitaciones
naturales a la multiplicación" en
comparación con la lucha por los medios
de subsistencia. Esta última,
naturalmente, se produce no sólo entre
las diferentes especies, sino también
entre los individuos de la misma
especie, pero jamás alcanza la
importancia de los obstáculos
naturales a la multiplicación. La
escasez de la población, no el exceso,
es el rasgo característico de aquella
inmensa extensión del globo que llamamos
Asia Septentrional.
Por consiguiente, ya desde entonces
comencé a abrigar serias dudas, que más
tarde no hicieron sino confirmarse,
respecto a esa terrible y supuesta lucha
por el alimento y la vida dentro de
los límites de una misma especie,
que constituye un verdadero credo
para la mayoría de los darwinistas.
Exactamente del mismo modo comencé a
dudar respecto a la influencia dominante
que ejerce esta clase de lucha, según
las suposiciones de los darwinistas, en
el desarrollo de las nuevas especies.
Además, dondequiera que alcanzaba a ver
la vida animal abundante y bullente
como, por ejemplo, en los lagos, donde,
en primavera decenas de especies de aves
y millones de individuos se reúnen para
empollar sus crías o en las populosas
colonias de roedores, o bien durante la
migración de las aves que se producía,
entonces, en proporciones puramente
"americanas" a lo largo del valle del
Usuri, o durante una enorme emigración
de gamos que tuve oportunidad de ver en
el Amur, en que decenas de millares de
estos inteligentes animales huían en
grandes tropeles de un territorio
inmenso, buscando salvarse de las
abundantes nieves caídas, y se reunían
en grandes rebaños para atravesar el
Amur en el punto más estrecho, en el
Pequeño Jingan; en todas estas escenas
de la vida animal que se desarrollaba
ante mis ojos, veía yo la ayuda y el
apoyo mutuo llevado a tales proporciones
que involuntariamente me hizo pensar, en
la enorme importancia que debe tener en
la economía de la naturaleza, para el
mantenimiento de la existencia de cada
especie, su conservación y su desarrollo
futuro.
Por último, tuve oportunidad de observar
entre el ganado cornúpeta semisalvaje y
entre los caballos en la Transbaikalia,
y en todas partes entre las ardillas y
los animales salvajes en general, que
cuando los animales tedian que luchar
contra la escasez de alimento debida a
una de las causas ya indicadas, entonces
todo la parte de la especie a quien
afectaba esta calamidad salía de la
prueba experimentada con una pérdida de
energía y salud tan grande que
ninguna evolución progresista de
las especies podía basarse en semejantes
períodos de lucha aguda.
Debido a las razones ya expuestas,
cuando más tarde las relaciones entre el
darwinismo y la sociología atrajeron mi
atención, no pude estar de acuerdo
con ninguno de los numerosos trabajos
que juzgaban de un modo u otro una
cuestión extremadamente importante.
Todos ellos trataban de demostrar que el
hombre, gracias a su inteligencia
superior y a sus conocimientos puede
suavizar la dureza de la lucha por la
vida entre los hombres pero al mismo
tiempo, todos ellos reconocían
que la lucha por los medios de
subsistencia de cada animal contra todos
sus congéneres, y de cada hombre contra
todos los hombres, es una "ley.
natural". Sin embargo, no podía estar de
acuerdo con este punto de vista, puesto
que me había convencido antes de que,
reconocer la despiadada lucha interior
por la existencia en los límites de cada
especie, y considerar tal guerra como
una condición de progreso, significaría
aceptar algo que no sólo no ha sido
demostrado aún, sino que de ningún modo
es confirmado por la observación
directa.
Por otra parte, habiendo llegado a mi
conocimiento la conferencia "Sobre
la ley de la ayuda mutua", del profesor
Kessler, entonces decano de la
Universidad de San Petersburgo, que
pronunció en un Congreso de naturalistas
rusos, en enero de. 1880, vi que
arrojaba nueva luz sobre toda esta
cuestión. Según la opinión de Kessler,
además de la ley de lucha mutua,
existe en la naturaleza también la
ley de ayuda mutua, que, para
el éxito de la lucha por la vida
y, particularmente, para la evolución
progresiva de las especies, desempeña un
papel mucho más importante que la ley de
la lucha mutua. Esta hipótesis, que no
es en realidad más que el desarrollo
máximo de las ideas anunciadas por el
mismo Darwin en su Origen del hombre,
me pareció tan justa y tenía tan
enorme importancia, que, desde que tuve
conocimiento de ello (en 1883), comencé
a reunir materiales para el máximo
desarrollo de esta idea que Kessler
apenas tocó, en su discurso, y no tuvo
tiempo de desarrollar, puesto que murió
en 1881.
Solamente en un punto no pude estar
completamente de acuerdo con las
opiniones de Kessler. Mencionaba éste
los "sentimientos familiares" y los
cuidados de la descendencia (véase
capítulo 1) como la fuente de las
inclinaciones mutuas de los animales.
Pero creo que el determinar cuánto
contribuyeron realmente estos dos
sentimientos al desarrollo de los
instintos sociales entre los animales y
cuánto los otros instintos actuaron en
el mismo sentido constituye una cuestión
aparte, y muy compleja, a la cual apenas
estamos, ahora, en condiciones de
responder. Sólo después que
establezcamos bien los hechos mismos de
la ayuda mutua entre las diferentes
clases de animales y su importancia para
la evolución podremos determinar qué
parte del desarrollo de los instintos
sociales corresponde a los sentimientos
familiares y qué parte a la sociabilidad
misma; y el origen de la última,
evidentemente, se ha de buscar en los
estadios más elementales de evolución
del mundo animal hasta, quizá, en los
"estadios coloniales". Debido a esto,
dediqué toda mi atención a establecer,
ante todo, la importancia de la ayuda
mutua como factor de evolución,
especialmente de la progresiva,
dejando para otros investigadores el
problema del origen de los instintos
de ayuda mutua en la Naturaleza,
La importancia del factor de la ayuda
mutua -"si tan sólo pudiera demostrarse
su generalidad"- no escapó a la atención
de Goethe, en quien de manera tan
brillante se manifestó el genio del
naturalista. Cuando, cierta vez,
Eckerman contó a Goethe -sucedía esto en
el año 1827- que dos pichoncillos de
"reyezuelo", que se le habían escapado
cuando mató a la madre, fueron hallados
por él, al día siguiente, en un nido de
pelirrojos que los alimentaban ala par
de los suyos, Goethe se emocionó mucho
por este relato. Vio en ello la
confirmación de sus opiniones panteístas
sobre la, naturaleza y dijo: "Si
resultara, cierto que alimentar a los
extraños es inherente a la naturaleza
toda, como algo que tiene carácter de
ley general, muchos enigmas quedarían
entonces resueltos. Volvió sobre esta
cuestión al día siguiente, -y rogó a
Eckerman (quien, como es sabido, era
zoólogo) que hiciera un estudio especial
de ella, agregando que Eckerman,
sin duda, podría obtener "resultados
valiosos e inapreciables" (Gespráche,
ed. 1848, -tomo III, págs. 219,
221). Por desgracia, tal estudio nunca
fue emprendido, aunque es muy probable
que Brehm, que ha reunido en sus obras
materiales tan ricos sobre la ayuda
mutua entre los animales, podría haber
sido llevado a esta idea por la
observación citada de Goethe.
Durante los años 1878-1886 se
imprimieron varias obras voluminosas
sobre la inteligencia y la vida mental
de los animales (esas obras se citan en
las notas del capítulo I de este libro),
tres de las cuales tienen una relación
más estrecha con la cuestión que nos
interesa, a: saber: Les
Sociétés animales, de Espinas
(Paris, 1887); La lutte pour
I'existence et l'association pour
la lutte, conferencia
de Lanessan (abril 1881); y el libro,
cuya primera edición apareció en el año
1881 ó 1882, y la segunda,
considerablemente aumentada, en 1885.
Pero, a pesar de la excelente calidad de
cada una, estas obras dejan, sin
embargo, amplio margen para una
investigación en la que la ayuda mutua
fuera considerada no solamente en
calidad de argumento en favor del origen
prehumano de los instintos morales, sino
también como una ley de la naturaleza y
un factor de evolución.
Espinas llamó especialmente la atención
sobre las sociedades de animales
(hormigas, abejas) que están fundadas en
las diferencias fisiológicas de
estructura de los diversos miembros de
la misma especie y la división
fisiológica del trabajo entre ellos, y
aun cuando su obra trae excelentes,
indicaciones en todos los sentidos
posibles, fue escrita en una época en
que el desarrollo de las sociedades
humanas, no podía ser examinado como
podemos hacerlo ahora, gracias al
caudal de conocimientos acumulado desde
entonces. La conferencia de Lanessan
tiene más bien el carácter de un plan
general de trabajo, brillantemente
expuesto, como una obra en la cual fuera
examinado el apoyo mutuo comenzando
desde las rocas a orillas del mar, y
pasando al mundo de los
vegetales, de los animales y de los
hombres.
En cuanto a la obra recién editada de
Büchner, a pesar de que induce a la
reflexión sobre el papel de la ayuda
mutua en la naturaleza, y de que es rica
en hechos, no estoy de acuerdo con su
idea dominante. El libro se inicia con
un himno al amor, y casi todos los
ejemplos son tentativas para demostrar
la existencia del amor y la simpatía
entre los animales. Pero, reducir la
sociabilidad de los animales al
amor y a la simpatíasignifica
restringir su universalidad y su
importancia, exactamente lo mismo que
una ética humana basada en el amor y la
simpatía personal conduce nada más que a
restringir la concepción del sentido
moral en su totalidad. De ningún modo me
guía el amor hacia el dueño de una
determinada casa a quien muy a menudo ni
siquiera conozco cuando, viendo su casa
presa de las llamas, tomo un cubo con
agua y corro hacia ella, aunque no tema
por la mía. Me guía un sentimiento más
amplio, aunque es más indefinido, un
instinto, más exactamente dicho, de
solidaridad humana; es decir, de caución
solidaria entre todos los hombres y de
sociabilidad. Lo mismo se observa
también entre los animales. No es el
amor, ni siquiera la simpatía
(comprendidos en el sentido verdadero de
éstas palabras) lo que induce al rebaño
de rumiantes o caballos a formar un
círculo con el fin de defenderse de las
agresiones de los lobos; de ningún modo
es el amor el que hace que los lobos se
reúnan en manadas para cazar;
exactamente lo mismo que no es el amor
lo que obliga a los corderillos y a los
gatitos a entregarse a sus juegos, ni es
el amor lo que junta las crías otoñales
de las aves que pasan juntas días
enteros durante casi todo el otoño. Por
último, tampoco puede atribuirse al amor
ni a la simpatía personal el hecho de
que muchos millares de gamos,
diseminados por territorios de extensión
comparable a la de Francia, se reúnan en
decenas de rebaños aislados que se
dirigen, todos, hacia un punto conocido,
con el fin de atravesar el Amur y
emigrar a una parte más templada de la
Manchuria.
En todos estos casos, el papel más
importante lo desempeña un sentimiento
incomparablemente más amplio que el amor
o la simpatía personal. Aquí entra el
instinto de sociabilidad, que se ha
desarrollado lentamente entre los
animales y los hombres en el transcurso
de un período de evolución
extremadamente largo, desde los estadios
más elementales, y que enseñó por igual
a muchos animales y hombres a tener
conciencia de esa fuerza que ellos
adquieren practicando la ayuda y el
apoyo mutuos, y también a tener
conciencia del placer que se puede
hallar en la vida social.
Una importancia de esta distinción podrá
ser apreciada fácilmente por todo aquél
que estudie la psicología de los
animales, y más aún, la ética humana. El
amor, la simpatía y el sacrificio de sí
mismos, naturalmente, desempeñan un
papel enorme en el desarrollo progresivo
de nuestros sentimientos morales. Pero
la sociedad, en la humanidad, de ningún
modo le ha creado sobre el amor ni
tampoco sobre la simpatía. Se ha creado
sobre la conciencia -aunque sea
instintiva- de la solidaridad humana y
de la dependencia recíproca de los
hombres. Se ha creado sobre el
reconocimiento inconscientes
semiconsciente de la fuerza que la
práctica común de dependencia estrecha
de la felicidad de cada individuo de la
felicidad de todos, y sobre los
sentimientos de justicia o de equidad,
que obligan al individuo a considerar
los derechos de cada uno de los otros
como iguales a sus propios derechos.
Pero esta cuestión sobrepasa los límites
del presente trabajo, y yo me limitaré
más que a indicar mi conferencia
"Justicia y Moral", que era contestación
a la Etica de Huxley, y en la
cual me refería esta cuestión con mayor
detalle.
Debido a todo, lo dicho anteriormente,
Pensé que un libro sobre "La ayuda mutua
como ley de la naturaleza y factor de
evolución" podría llenar una laguna muy
importante. Cuándo Huxley publicó, en el
año 1888 su "manifiesto" sobre la lucha
por la existencia ("Struggle for
Existence and its Bearing upon Man") el
cual, desde mi punto de vista, era una
representación completamente infiel de
los fenómenos de la naturaleza, tales
como los vemos en las taigas y las
estepas, me dirigí al redactor de la
revista Nineteenth Century
rogando dar ubicación en las páginas, de
la revista que él dirigía a una critica
cuidadosa de las opiniones de uno de los
más destacados darwinistas, y Mr. James
Knowles acogió mi propósito con la mayor
simpatía por este motivo hablé también,
con W. Bates, con el gran "naturalista
del Amazonas", quien reunió, como es
sabido, los materiales para Wallace y
Darwin, y a quien Darwin, con perfecta
justicia, calificó en su autobiografía
como uno de los hombres más inteligentes
qué había encontrado. "sí, por cierto;
eso es verdadero darwinismo exclamó
Bates, lo que han hecho de Darwin es
sencillamente indignante. Escriba esos
artículos y cuando estén impresos le
enviaré una carta que podrá publica. Por
desgracia, la composición de estos
artículos me ocupó casi siete años, y
cuándo el último fue publicado, Bates ya
no estaba entre los vivos.
Después de haber examinado la
importancia de la ayuda mutua para el
éxito y desarrollo de las diferentes
clases de animales, evidentemente,
estaba obligado a juzgar la importancia
de aquel mismo factor en el desarrollo
del hombre. Esto era aún más
indispensable, porque existen
evolucionistas dispuestos a admitir la
importancia de la ayuda mutua entre los
animales, pero, a la vez, como Herbert
Spencer, negándola al respecto al
hombre. Para los salvajes primitivos
-afirman- la guerra de uno contra
todos era la ley dominante del la vida.
He tratado de analizar en este libro, en
los capítulos dedicados a los salvajes y
bárbaros, hasta dónde esta afirmación
que con excesiva complacencia repiten
todos sin la necesaria comprobación
desde la época de Hobbes, coincide con
lo que conocemos respecto a los grados
más antiguos del desarrollo del hombre.
El número y la importancia de las
diferentes instituciones de ayuda mutua
que se desarrollaron en la humanidad
gracias al genio creador las masas
salvajes y semisalvajes, ya durante el
período siguiente de la comuna aldeana,
y también la inmensa influencia que
estas instituciones antiguas ejercieron
sobre el, desarrollo posterior de la
humanidad hasta los tiempos modernos, me
indujeron a extender el camino de mis
investigaciones a los períodos de los
tiempos históricos más antiguos.
Especialmente me detuve en el período de
mayor interés, el de las ciudades
repúblicas, libres, de la Edad Media,
cuya universalidad y cuya influencia
sobre nuestra civilización moderna no ha
sido suficientemente apreciada hasta
ahora. Por último, también traté de
indicar brevemente la enorme importancia
que tienen todavía las costumbres de
apoyo mutuo transmitidas en herencia por
el hombre a través de un periodo
extraordinariamente largo de su
desarrollo, sobre nuestra sociedad
contemporánea, a pesar de que se piensa
y se dice que descansa sobre el
principio: "cada uno para sí y el Estado
para todos", principio que las
sociedades humanas nunca siguieron por
entero y que nunca será llevado a la
realización, íntegramente.
Quizá se me objetará que en este libro
tanto los hombres como los animales
están representados desde un punto de
vista demasiado favorable: que sus
cualidades sociales son destacadas en
exceso, mientras que sus inclinaciones
antisociales, de afirmación de sí
mismos, apenas están marcadas. Sin
embargo, esto era inevitable. En los
últimos tiempos hemos oído hablar tanto
de "la lucha dura y despiadada por la
vida" que aparentemente sostiene cada
animal contra todos los otros, cada
salvaje contra todos los demás salvajes,
y cada hombre civilizado contra todos
sus conciudadanos semejantes opiniones
se convirtieron en una especie de dogma,
de religión de la sociedad instruida-,
que fue necesario, ante todo oponer una
serie amplia de hechos que muestran la
vida de los animales y de los hombres
completamente desde otro ángulo. Era
necesario mostrar, en primer lugar, el
papel predominante que desempeñan las
costumbres sociales en la vida de la
naturaleza y en la evolución progresiva,
tanto de las especies animales como
igualmente de los seres humanos.
Era necesario demostrar que las
costumbres de apoyo mutuo dan a los
animales mejor protección contra sus
enemigos, que hacen menos difícil
obtener alimentos (provisiones
invernales, migraciones, alimentación
bajo la vigilancia de centinelas, etc.),
que aumentan la prolongación de la vida
y debido a esto facilitan el desarrollo
de las facultades intelectuales; que
dieron a los hombres, aparte de las
ventajas citadas, comunes con las de los
animales, la posibilidad de formar
aquellas instituciones que ayudaron a la
humanidad a sobrevivir en la lucha dura
con la naturaleza y a perfeccionarse, a
pesar de todas las vicisitudes de la
historia. Así lo hice. Y por esto el
presente libro es libro de la ley de
ayuda mutua considerada como una de las
principales causas activas del
desarrollo progresivo, y no la
investigación de todos los
factores de evolución y su valor
respectivo. Era necesario escribir este
libro antes de que fuer a posible
investigar la cuestión de la importancia
respectiva de los diferentes agentes de
la evolución.
Y menos aún, naturalmente, estoy
inclinado a menospreciar el papel que
desempeñó la autoafirmación del
individuo en el desarrollo de la
humanidad. Pero esta cuestión, según mi
opinión, exige un examen bastante más
profundo que el que ha hallado hasta
ahora. En la historia de la humanidad,
la autoafirmación del individuo a menudo
representó, y continúa representando,
algo perfectamente destacado, y algo más
amplio y profundo que esa mezquina e
irracional estrechez mental que la
mayoría de los escritores presentan como
"individualismo" y "autoafirmación". De
modo semejante, los individuos
impulsores de la historia no se
redujeron solamente a aquellos que los
historiadores nos describen en calidad
de héroes. Debido a esto, tengo el
propósito, siempre que sea posible, de
analizar en detalle, posteriormente, el
papel que ha desempeñado la
autoafirmación del individuo en el
desarrollo progresivo de la humanidad.
Por ahora, me limito a hacer nada más
que la observación general siguiente:
Cuando las instituciones de ayuda mutua
es decir, la organización tribal, la
comuna aldeana, las guildas, la ciudad
de la edad media empezaron a perder en
el transcurso del proceso histórico su
carácter primitivo, cuando comenzaron a
aparecer en ellas las excrecencias
parasitarias que les eran extrañas,
debido a lo cual estas mismas
instituciones se transformaron en
obstáculo para el progreso, entonces la
rebelión de los individuos en contra de
estas instituciones tomaba siempre un
carácter doble. Una parte de los
rebeldes se empezaba en purificar las
viejas instituciones de los elementos
extraños a ella, o en elaborar formas
superiores de libre convivencia, basadas
una vez más en los principios de ayuda
mutua; trataron de introducir, por
ejemplo, en el derecho penal, el
principio de compensación (multa), en
lugar de la ley del Talión, y más tarde,
proclamaron el "perdón de las ofensas",
es decir, un ideal aún más elevado de
igualdad ante la conciencia humana, en
lugar de la "compensación" que se pagaba
según el valor de clase del damnificado.
Pero al mismo tiempo, la otra parte de
esos individuos, que se rebelaron contra
la organización que se había
consolidado, intentaban simplemente
destruir las instituciones protectoras
de apoyo mutuo a fin de imponer, en
lugar de éstas, su propia arbitrariedad,
acrecentar de este modo sus riquezas
propias y fortificar su propio poder. En
esta triple lucha entre las dos
categorías de individuos, los qué se
habían rebelado y los protectores de lo
existente, consiste toda la verdadera
tragedia de la historia. Pero, para
representar esta lucha y estudiar
honestamente el papel desempeñado en el
desarrollo de la humanidad por cada una
de las tres fuerzas citadas, hará falta,
por lo menos, tantos años de trabajo
como hube de dedicar a escribir este
libro.
De las obras que examinan
aproximadamente el mismo problema, pero
aparecidas ya después de la publicación
de mis artículos sobre la ayuda mutua
entre los animales, debo mencionar
The Lowell Lectures on the Ascent
of Man, por Henry Drummond, Londres,
1894, y The Origin and Growth
of the Moral Instinct, por A.
Sutherland, Londres, 1898. Ambos libros
están concebidos, en grado considerable,
según el mismo plan del libro citado de
Büchner, y en el libro de Sutherland le
consideran con bastantes detalles los
sentimientos paternales y familiares
corno único factor en el proceso de
desarrollo de los sentimientos morales.
La tercera obra de esta clase que trata
del hombre y está escrita según el mismo
plan es el libro del profesor americano
F. A. Giddings, cuya primera edición
apareció en el año 1896, en Nueva York y
en Londres, bajo el título The
Principles of Sociology, y cuyas
ideas dominantes habían sido expuestas
por el autor en un folleto, en el año
1894. Debo, sin embargo, dejar por
completo a la crítica literaria el
examen de las coincidencias, similitudes
y divergencias entre las dos obras
citadas y la mía.
Todos los capítulos de este libro fueron
publicados primeramente en la revista
Nineteenth Century ("La ayuda mutua
entre los animales", en septiembre y
noviembre de 1890; "La ayuda mutua entre
los salvajes", en abril de 1891; "ayuda
mutua entre los bárbaros", en enero de
1892; "La ayuda mutua en la Ciudad
Medieval", en agosto y septiembre de
1884, y "La ayuda mutua en la época
moderna", en enero y junio de 1896). Al
publicarlos en forma de libro, pensé, en
un principio, incluir en forma de
apéndices la masa de materiales reunidos
por mí que no pude aprovechar para los
artículos que aparecieron en la revista,
así como el juicio sobre diferentes
puntos secundarios que tuve que omitir.
Tales apéndices habrían duplicado el
tamaño del libro, y me vi obligado a
renunciar a su publicación o, por lo
menos, a aplazarla. En los apéndices de
este libro está incluido solamente el
juicio sobre algunas pocas cuestiones
que han sido objeto de controversia
científica en el curso de estos últimos
años; del mismo modo en el texto de los
artículos primitivos intercalé sólo el
poco material adicional que me fue
posible agregar sin alterar la
estructura general de esta obra.
Aprovecho esta oportunidad para expresar
al editor de Nineteenth
Century, James Knowles, mi
agradecimiento, tanto por la amable
hospitalidad que mostró hacia la
presente obra, apenas se enteró de su
idea general, como por su amable permiso
para la reimpresión de este trabajo. P. K. Bromley, Kent, 1902. |
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© Helios Buira
San Cristóbal - Ciudad Autónoma de Buenos Aires 2017
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