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			 Piotr Kropotkin El apoyo mutuo 
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| Prólogo a la Edición Rusa - Introducción - Capítulo 1 - Capítulo 2 - Capítulo 3 - Capítulo 4 -Capítulo 5 - Capítulo 6 - Capítulo 7 - Capítulo 8 - Conclusión | |
| Introducción 
 
										
										Dos rasgos característicos de la vida 
										animal de la Siberia Oriental y del 
										Norte de Manchuria llamaron 
										poderosamente mi atención durante los 
										viajes que, en mi juventud, realicé por 
										esas regiones del Asia Oriental. 
										Me llamó la atención, por una parte, la 
										extraordinaria dureza de la lucha por la 
										existencia que deben sostener la mayoría 
										de las especies animales contra la 
										naturaleza inclemente, así como la 
										extinción de grandes cantidades de 
										individuos, que ocurría periódicamente, 
										en virtud de causas naturales, debido a 
										lo cual se producía extraordinaria 
										pobreza de vida y despoblación en la 
										superficie de los vastos territorios 
										donde realizaba yo mis investigaciones. 
										La otra particularidad era que, aun en 
										aquellos pocos puntos aislados en donde 
										la vida animal aparecía en abundancia, 
										no encontré, a pesar de haber buscado 
										empeñosamente sus rastros, aquella lucha 
										cruel por los medios de subsistencia 
										entre los animales pertenecientes a una 
										misma especie que la mayoría 
										de los darwinistas (aunque no siempre el 
										mismo Darwin) consideraban como el rasgo 
										predominante y característica de la 
										lucha por la vida, y como la principal 
										fuerza activa del desarrollo gradual en 
										el mundo de los animales. 
										Las terribles tormentas de nieve que 
										azotan la región norte de Asia al final 
										del invierno, y la congelación que a 
										menudo sucede a la tormenta; las 
										heladas, las nevadas que se repiten 
										todos los años en la primera quincena de 
										mayo cuando los árboles están en plena 
										floración y la vida de los insectos en 
										su apogeo; las ligeras heladas tempranas 
										y, a veces, las nevadas abundantes que 
										caen ya en julio y en agosto, aun en las 
										regiones de los prados de la Siberia 
										Occidental, aniquilando, repentinamente, 
										no sólo miríadas de insectos, sino 
										también la segunda nidada de las aves; 
										las lluvias torrenciales, debidas a los 
										monzones, que caen en agosto en las 
										regiones templadas del Amur y del Usuri, 
										y se prolongan semanas enteras y 
										producen inundaciones en las tierras 
										bajas del Amur y del Sungari en 
										proporciones tan grandes como sólo se 
										conoce en América y Asia Oriental, y, en 
										los altiplanos, grandísimas extensiones 
										se transforman en pantanos comparables, 
										por sus dimensiones, con Estados 
										europeos enteros, y, por último, las 
										abundantes nevadas que caen a veces a 
										principios de octubre, debido a las 
										cuales un vasto territorio, igual por su 
										extensión a Francia o Alemania, se hace 
										completamente inhabitable para los 
										rumiantes que perecen, entonces, por 
										millares; éstas son las condiciones en 
										que se sostiene la lucha por la vida en 
										el reino animal del Asia Septentrional. 
										Estas difíciles condiciones de la vida 
										animal ya entonces atrajeron mi atención 
										hacia la extraordinaria importancia, en 
										la naturaleza, de aquellas series de 
										fenómenos que Darwin llama "limitaciones 
										naturales a la multiplicación" en 
										comparación con la lucha por los medios 
										de subsistencia. Esta última, 
										naturalmente, se produce no sólo entre 
										las diferentes especies, sino también 
										entre los individuos de la misma 
										especie, pero jamás alcanza la 
										importancia de los obstáculos 
										naturales a la multiplicación. La 
										escasez de la población, no el exceso, 
										es el rasgo característico de aquella 
										inmensa extensión del globo que llamamos 
										Asia Septentrional. 
										Por consiguiente, ya desde entonces 
										comencé a abrigar serias dudas, que más 
										tarde no hicieron sino confirmarse, 
										respecto a esa terrible y supuesta lucha 
										por el alimento y la vida dentro de 
										los límites de una misma especie,
										que constituye un verdadero credo 
										para la mayoría de los darwinistas. 
										Exactamente del mismo modo comencé a 
										dudar respecto a la influencia dominante 
										que ejerce esta clase de lucha, según 
										las suposiciones de los darwinistas, en 
										el desarrollo de las nuevas especies. 
										Además, dondequiera que alcanzaba a ver 
										la vida animal abundante y bullente 
										como, por ejemplo, en los lagos, donde, 
										en primavera decenas de especies de aves 
										y millones de individuos se reúnen para 
										empollar sus crías o en las populosas 
										colonias de roedores, o bien durante la 
										migración de las aves que se producía, 
										entonces, en proporciones puramente 
										"americanas" a lo largo del valle del 
										Usuri, o durante una enorme emigración 
										de gamos que tuve oportunidad de ver en 
										el Amur, en que decenas de millares de 
										estos inteligentes animales huían en 
										grandes tropeles de un territorio 
										inmenso, buscando salvarse de las 
										abundantes nieves caídas, y se reunían 
										en grandes rebaños para atravesar el 
										Amur en el punto más estrecho, en el 
										Pequeño Jingan; en todas estas escenas 
										de la vida animal que se desarrollaba 
										ante mis ojos, veía yo la ayuda y el 
										apoyo mutuo llevado a tales proporciones 
										que involuntariamente me hizo pensar, en 
										la enorme importancia que debe tener en 
										la economía de la naturaleza, para el 
										mantenimiento de la existencia de cada 
										especie, su conservación y su desarrollo 
										futuro. 
										Por último, tuve oportunidad de observar 
										entre el ganado cornúpeta semisalvaje y 
										entre los caballos en la Transbaikalia, 
										y en todas partes entre las ardillas y 
										los animales salvajes en general, que 
										cuando los animales tedian que luchar 
										contra la escasez de alimento debida a 
										una de las causas ya indicadas, entonces 
										todo la parte de la especie a quien 
										afectaba esta calamidad salía de la 
										prueba experimentada con una pérdida de 
										energía y salud tan grande que 
										ninguna evolución progresista de 
										las especies podía basarse en semejantes 
										períodos de lucha aguda. 
										Debido a las razones ya expuestas, 
										cuando más tarde las relaciones entre el 
										darwinismo y la sociología atrajeron mi
										atención, no pude estar de acuerdo 
										con ninguno de los numerosos trabajos 
										que juzgaban de un modo u otro una 
										cuestión extremadamente importante. 
										Todos ellos trataban de demostrar que el 
										hombre, gracias a su inteligencia 
										superior y a sus conocimientos puede 
										suavizar la dureza de la lucha por la 
										vida entre los hombres pero al mismo 
										tiempo, todos ellos reconocían 
										que la lucha por los medios de 
										subsistencia de cada animal contra todos 
										sus congéneres, y de cada hombre contra 
										todos los hombres, es una "ley. 
										natural". Sin embargo, no podía estar de 
										acuerdo con este punto de vista, puesto 
										que me había convencido antes de que, 
										reconocer la despiadada lucha interior 
										por la existencia en los límites de cada 
										especie, y considerar tal guerra como 
										una condición de progreso, significaría 
										aceptar algo que no sólo no ha sido 
										demostrado aún, sino que de ningún modo 
										es confirmado por la observación 
										directa. 
										Por otra parte, habiendo llegado a mi
										conocimiento la conferencia "Sobre 
										la ley de la ayuda mutua", del profesor 
										Kessler, entonces decano de la 
										Universidad de San Petersburgo, que 
										pronunció en un Congreso de naturalistas 
										rusos, en enero de. 1880, vi que 
										arrojaba nueva luz sobre toda esta 
										cuestión. Según la opinión de Kessler, 
										además de la ley de lucha mutua, 
										existe en la naturaleza también la
										ley de ayuda mutua, que, para 
										el éxito de la lucha por la vida 
										y, particularmente, para la evolución 
										progresiva de las especies, desempeña un 
										papel mucho más importante que la ley de 
										la lucha mutua. Esta hipótesis, que no 
										es en realidad más que el desarrollo 
										máximo de las ideas anunciadas por el 
										mismo Darwin en su Origen del hombre,
										me pareció tan justa y tenía tan 
										enorme importancia, que, desde que tuve 
										conocimiento de ello (en 1883), comencé 
										a reunir materiales para el máximo 
										desarrollo de esta idea que Kessler 
										apenas tocó, en su discurso, y no tuvo 
										tiempo de desarrollar, puesto que murió 
										en 1881. 
										Solamente en un punto no pude estar 
										completamente de acuerdo con las 
										opiniones de Kessler. Mencionaba éste 
										los "sentimientos familiares" y los 
										cuidados de la descendencia (véase 
										capítulo 1) como la fuente de las 
										inclinaciones mutuas de los animales. 
										Pero creo que el determinar cuánto 
										contribuyeron realmente estos dos 
										sentimientos al desarrollo de los 
										instintos sociales entre los animales y 
										cuánto los otros instintos actuaron en 
										el mismo sentido constituye una cuestión 
										aparte, y muy compleja, a la cual apenas 
										estamos, ahora, en condiciones de 
										responder. Sólo después que 
										establezcamos bien los hechos mismos de 
										la ayuda mutua entre las diferentes 
										clases de animales y su importancia para 
										la evolución podremos determinar qué 
										parte del desarrollo de los instintos 
										sociales corresponde a los sentimientos 
										familiares y qué parte a la sociabilidad 
										misma; y el origen de la última, 
										evidentemente, se ha de buscar en los 
										estadios más elementales de evolución 
										del mundo animal hasta, quizá, en los 
										"estadios coloniales". Debido a esto, 
										dediqué toda mi atención a establecer, 
										ante todo, la importancia de la ayuda 
										mutua como factor de evolución, 
										especialmente de la progresiva, 
										dejando para otros investigadores el 
										problema del origen de los instintos 
										de ayuda mutua en la Naturaleza, 
										La importancia del factor de la ayuda 
										mutua -"si tan sólo pudiera demostrarse 
										su generalidad"- no escapó a la atención 
										de Goethe, en quien de manera tan 
										brillante se manifestó el genio del 
										naturalista. Cuando, cierta vez, 
										Eckerman contó a Goethe -sucedía esto en 
										el año 1827- que dos pichoncillos de 
										"reyezuelo", que se le habían escapado 
										cuando mató a la madre, fueron hallados 
										por él, al día siguiente, en un nido de 
										pelirrojos que los alimentaban ala par 
										de los suyos, Goethe se emocionó mucho 
										por este relato. Vio en ello la 
										confirmación de sus opiniones panteístas 
										sobre la, naturaleza y dijo: "Si 
										resultara, cierto que alimentar a los 
										extraños es inherente a la naturaleza 
										toda, como algo que tiene carácter de 
										ley general, muchos enigmas quedarían 
										entonces resueltos. Volvió sobre esta 
										cuestión al día siguiente, -y rogó a 
										Eckerman (quien, como es sabido, era 
										zoólogo) que hiciera un estudio especial 
										de ella, agregando que Eckerman, 
										sin duda, podría obtener "resultados 
										valiosos e inapreciables" (Gespráche,
										ed. 1848, -tomo III, págs. 219, 
										221). Por desgracia, tal estudio nunca 
										fue emprendido, aunque es muy probable 
										que Brehm, que ha reunido en sus obras 
										materiales tan ricos sobre la ayuda 
										mutua entre los animales, podría haber 
										sido llevado a esta idea por la 
										observación citada de Goethe. 
										Durante los años 1878-1886 se 
										imprimieron varias obras voluminosas 
										sobre la inteligencia y la vida mental 
										de los animales (esas obras se citan en 
										las notas del capítulo I de este libro), 
										tres de las cuales tienen una relación 
										más estrecha con la cuestión que nos 
										interesa, a: saber: Les 
										Sociétés animales, de Espinas 
										(Paris, 1887); La lutte pour 
										I'existence et l'association pour 
										la lutte, conferencia 
										de Lanessan (abril 1881); y el libro, 
										cuya primera edición apareció en el año 
										1881 ó 1882, y la segunda, 
										considerablemente aumentada, en 1885. 
										Pero, a pesar de la excelente calidad de 
										cada una, estas obras dejan, sin 
										embargo, amplio margen para una 
										investigación en la que la ayuda mutua 
										fuera considerada no solamente en 
										calidad de argumento en favor del origen 
										prehumano de los instintos morales, sino 
										también como una ley de la naturaleza y 
										un factor de evolución. 
										Espinas llamó especialmente la atención 
										sobre las sociedades de animales 
										(hormigas, abejas) que están fundadas en 
										las diferencias fisiológicas de 
										estructura de los diversos miembros de 
										la misma especie y la división 
										fisiológica del trabajo entre ellos, y 
										aun cuando su obra trae excelentes, 
										indicaciones en todos los sentidos 
										posibles, fue escrita en una época en 
										que el desarrollo de las sociedades 
										humanas, no podía ser examinado como 
										podemos hacerlo ahora, gracias al 
										caudal de conocimientos acumulado desde 
										entonces. La conferencia de Lanessan 
										tiene más bien el carácter de un plan 
										general de trabajo, brillantemente 
										expuesto, como una obra en la cual fuera 
										examinado el apoyo mutuo comenzando 
										desde las rocas a orillas del mar, y 
										pasando al mundo de los 
										vegetales, de los animales y de los 
										hombres. 
										En cuanto a la obra recién editada de 
										Büchner, a pesar de que induce a la 
										reflexión sobre el papel de la ayuda 
										mutua en la naturaleza, y de que es rica 
										en hechos, no estoy de acuerdo con su 
										idea dominante. El libro se inicia con 
										un himno al amor, y casi todos los 
										ejemplos son tentativas para demostrar 
										la existencia del amor y la simpatía 
										entre los animales. Pero, reducir la 
										sociabilidad de los animales al 
										amor y a la simpatíasignifica 
										restringir su universalidad y su 
										importancia, exactamente lo mismo que 
										una ética humana basada en el amor y la 
										simpatía personal conduce nada más que a 
										restringir la concepción del sentido 
										moral en su totalidad. De ningún modo me 
										guía el amor hacia el dueño de una 
										determinada casa a quien muy a menudo ni 
										siquiera conozco cuando, viendo su casa 
										presa de las llamas, tomo un cubo con 
										agua y corro hacia ella, aunque no tema 
										por la mía. Me guía un sentimiento más 
										amplio, aunque es más indefinido, un 
										instinto, más exactamente dicho, de 
										solidaridad humana; es decir, de caución 
										solidaria entre todos los hombres y de 
										sociabilidad. Lo mismo se observa 
										también entre los animales. No es el 
										amor, ni siquiera la simpatía 
										(comprendidos en el sentido verdadero de 
										éstas palabras) lo que induce al rebaño 
										de rumiantes o caballos a formar un 
										círculo con el fin de defenderse de las 
										agresiones de los lobos; de ningún modo 
										es el amor el que hace que los lobos se 
										reúnan en manadas para cazar; 
										exactamente lo mismo que no es el amor 
										lo que obliga a los corderillos y a los 
										gatitos a entregarse a sus juegos, ni es 
										el amor lo que junta las crías otoñales 
										de las aves que pasan juntas días 
										enteros durante casi todo el otoño. Por 
										último, tampoco puede atribuirse al amor 
										ni a la simpatía personal el hecho de 
										que muchos millares de gamos, 
										diseminados por territorios de extensión 
										comparable a la de Francia, se reúnan en 
										decenas de rebaños aislados que se 
										dirigen, todos, hacia un punto conocido, 
										con el fin de atravesar el Amur y 
										emigrar a una parte más templada de la 
										Manchuria. 
										En todos estos casos, el papel más 
										importante lo desempeña un sentimiento 
										incomparablemente más amplio que el amor 
										o la simpatía personal. Aquí entra el 
										instinto de sociabilidad, que se ha 
										desarrollado lentamente entre los 
										animales y los hombres en el transcurso 
										de un período de evolución 
										extremadamente largo, desde los estadios 
										más elementales, y que enseñó por igual 
										a muchos animales y hombres a tener 
										conciencia de esa fuerza que ellos 
										adquieren practicando la ayuda y el 
										apoyo mutuos, y también a tener 
										conciencia del placer que se puede 
										hallar en la vida social. 
										Una importancia de esta distinción podrá 
										ser apreciada fácilmente por todo aquél 
										que estudie la psicología de los 
										animales, y más aún, la ética humana. El 
										amor, la simpatía y el sacrificio de sí 
										mismos, naturalmente, desempeñan un 
										papel enorme en el desarrollo progresivo 
										de nuestros sentimientos morales. Pero 
										la sociedad, en la humanidad, de ningún 
										modo le ha creado sobre el amor ni 
										tampoco sobre la simpatía. Se ha creado 
										sobre la conciencia -aunque sea 
										instintiva- de la solidaridad humana y 
										de la dependencia recíproca de los 
										hombres. Se ha creado sobre el 
										reconocimiento inconscientes 
										semiconsciente de la fuerza que la 
										práctica común de dependencia estrecha 
										de la felicidad de cada individuo de la 
										felicidad de todos, y sobre los 
										sentimientos de justicia o de equidad, 
										que obligan al individuo a considerar 
										los derechos de cada uno de los otros 
										como iguales a sus propios derechos. 
										Pero esta cuestión sobrepasa los límites 
										del presente trabajo, y yo me limitaré 
										más que a indicar mi conferencia 
										"Justicia y Moral", que era contestación 
										a la Etica de Huxley, y en la 
										cual me refería esta cuestión con mayor 
										detalle. 
										Debido a todo, lo dicho anteriormente, 
										Pensé que un libro sobre "La ayuda mutua 
										como ley de la naturaleza y factor de 
										evolución" podría llenar una laguna muy 
										importante. Cuándo Huxley publicó, en el 
										año 1888 su "manifiesto" sobre la lucha 
										por la existencia ("Struggle for 
										Existence and its Bearing upon Man") el 
										cual, desde mi punto de vista, era una 
										representación completamente infiel de 
										los fenómenos de la naturaleza, tales 
										como los vemos en las taigas y las 
										estepas, me dirigí al redactor de la 
										revista Nineteenth Century 
										rogando dar ubicación en las páginas, de 
										la revista que él dirigía a una critica 
										cuidadosa de las opiniones de uno de los 
										más destacados darwinistas, y Mr. James 
										Knowles acogió mi propósito con la mayor 
										simpatía por este motivo hablé también, 
										con W. Bates, con el gran "naturalista 
										del Amazonas", quien reunió, como es 
										sabido, los materiales para Wallace y 
										Darwin, y a quien Darwin, con perfecta 
										justicia, calificó en su autobiografía 
										como uno de los hombres más inteligentes 
										qué había encontrado. "sí, por cierto; 
										eso es verdadero darwinismo exclamó 
										Bates, lo que han hecho de Darwin es 
										sencillamente indignante. Escriba esos 
										artículos y cuando estén impresos le 
										enviaré una carta que podrá publica. Por 
										desgracia, la composición de estos 
										artículos me ocupó casi siete años, y 
										cuándo el último fue publicado, Bates ya 
										no estaba entre los vivos. 
										Después de haber examinado la 
										importancia de la ayuda mutua para el 
										éxito y desarrollo de las diferentes 
										clases de animales, evidentemente, 
										estaba obligado a juzgar la importancia 
										de aquel mismo factor en el desarrollo 
										del hombre. Esto era aún más 
										indispensable, porque existen 
										evolucionistas dispuestos a admitir la 
										importancia de la ayuda mutua entre los 
										animales, pero, a la vez, como Herbert 
										Spencer, negándola al respecto al 
										hombre. Para los salvajes primitivos 
										-afirman- la guerra de uno contra 
										todos era la ley dominante del la vida. 
										He tratado de analizar en este libro, en 
										los capítulos dedicados a los salvajes y 
										bárbaros, hasta dónde esta afirmación 
										que con excesiva complacencia repiten 
										todos sin la necesaria comprobación 
										desde la época de Hobbes, coincide con 
										lo que conocemos respecto a los grados 
										más antiguos del desarrollo del hombre. 
										El número y la importancia de las 
										diferentes instituciones de ayuda mutua 
										que se desarrollaron en la humanidad 
										gracias al genio creador las masas 
										salvajes y semisalvajes, ya durante el 
										período siguiente de la comuna aldeana, 
										y también la inmensa influencia que 
										estas instituciones antiguas ejercieron 
										sobre el, desarrollo posterior de la 
										humanidad hasta los tiempos modernos, me 
										indujeron a extender el camino de mis 
										investigaciones a los períodos de los 
										tiempos históricos más antiguos. 
										Especialmente me detuve en el período de 
										mayor interés, el de las ciudades 
										repúblicas, libres, de la Edad Media, 
										cuya universalidad y cuya influencia 
										sobre nuestra civilización moderna no ha 
										sido suficientemente apreciada hasta 
										ahora. Por último, también traté de 
										indicar brevemente la enorme importancia 
										que tienen todavía las costumbres de 
										apoyo mutuo transmitidas en herencia por 
										el hombre a través de un periodo 
										extraordinariamente largo de su 
										desarrollo, sobre nuestra sociedad 
										contemporánea, a pesar de que se piensa 
										y se dice que descansa sobre el 
										principio: "cada uno para sí y el Estado 
										para todos", principio que las 
										sociedades humanas nunca siguieron por 
										entero y que nunca será llevado a la 
										realización, íntegramente. 
										Quizá se me objetará que en este libro 
										tanto los hombres como los animales 
										están representados desde un punto de 
										vista demasiado favorable: que sus 
										cualidades sociales son destacadas en 
										exceso, mientras que sus inclinaciones 
										antisociales, de afirmación de sí 
										mismos, apenas están marcadas. Sin 
										embargo, esto era inevitable. En los 
										últimos tiempos hemos oído hablar tanto 
										de "la lucha dura y despiadada por la 
										vida" que aparentemente sostiene cada 
										animal contra todos los otros, cada 
										salvaje contra todos los demás salvajes, 
										y cada hombre civilizado contra todos 
										sus conciudadanos semejantes opiniones 
										se convirtieron en una especie de dogma, 
										de religión de la sociedad instruida-, 
										que fue necesario, ante todo oponer una 
										serie amplia de hechos que muestran la 
										vida de los animales y de los hombres 
										completamente desde otro ángulo. Era 
										necesario mostrar, en primer lugar, el 
										papel predominante que desempeñan las 
										costumbres sociales en la vida de la 
										naturaleza y en la evolución progresiva, 
										tanto de las especies animales como 
										igualmente de los seres humanos. 
										Era necesario demostrar que las 
										costumbres de apoyo mutuo dan a los 
										animales mejor protección contra sus 
										enemigos, que hacen menos difícil 
										obtener alimentos (provisiones 
										invernales, migraciones, alimentación 
										bajo la vigilancia de centinelas, etc.), 
										que aumentan la prolongación de la vida 
										y debido a esto facilitan el desarrollo 
										de las facultades intelectuales; que 
										dieron a los hombres, aparte de las 
										ventajas citadas, comunes con las de los 
										animales, la posibilidad de formar 
										aquellas instituciones que ayudaron a la 
										humanidad a sobrevivir en la lucha dura 
										con la naturaleza y a perfeccionarse, a 
										pesar de todas las vicisitudes de la 
										historia. Así lo hice. Y por esto el 
										presente libro es libro de la ley de 
										ayuda mutua considerada como una de las 
										principales causas activas del 
										desarrollo progresivo, y no la 
										investigación de todos los 
										factores de evolución y su valor 
										respectivo. Era necesario escribir este 
										libro antes de que fuer a posible 
										investigar la cuestión de la importancia 
										respectiva de los diferentes agentes de 
										la evolución. 
										Y menos aún, naturalmente, estoy 
										inclinado a menospreciar el papel que 
										desempeñó la autoafirmación del 
										individuo en el desarrollo de la 
										humanidad. Pero esta cuestión, según mi 
										opinión, exige un examen bastante más 
										profundo que el que ha hallado hasta 
										ahora. En la historia de la humanidad, 
										la autoafirmación del individuo a menudo 
										representó, y continúa representando, 
										algo perfectamente destacado, y algo más 
										amplio y profundo que esa mezquina e 
										irracional estrechez mental que la 
										mayoría de los escritores presentan como 
										"individualismo" y "autoafirmación". De 
										modo semejante, los individuos 
										impulsores de la historia no se 
										redujeron solamente a aquellos que los 
										historiadores nos describen en calidad 
										de héroes. Debido a esto, tengo el 
										propósito, siempre que sea posible, de 
										analizar en detalle, posteriormente, el 
										papel que ha desempeñado la 
										autoafirmación del individuo en el 
										desarrollo progresivo de la humanidad. 
										Por ahora, me limito a hacer nada más 
										que la observación general siguiente: 
										Cuando las instituciones de ayuda mutua 
										es decir, la organización tribal, la 
										comuna aldeana, las guildas, la ciudad 
										de la edad media empezaron a perder en 
										el transcurso del proceso histórico su 
										carácter primitivo, cuando comenzaron a 
										aparecer en ellas las excrecencias 
										parasitarias que les eran extrañas, 
										debido a lo cual estas mismas 
										instituciones se transformaron en 
										obstáculo para el progreso, entonces la 
										rebelión de los individuos en contra de 
										estas instituciones tomaba siempre un 
										carácter doble. Una parte de los 
										rebeldes se empezaba en purificar las 
										viejas instituciones de los elementos 
										extraños a ella, o en elaborar formas 
										superiores de libre convivencia, basadas 
										una vez más en los principios de ayuda 
										mutua; trataron de introducir, por 
										ejemplo, en el derecho penal, el 
										principio de compensación (multa), en 
										lugar de la ley del Talión, y más tarde, 
										proclamaron el "perdón de las ofensas", 
										es decir, un ideal aún más elevado de 
										igualdad ante la conciencia humana, en 
										lugar de la "compensación" que se pagaba 
										según el valor de clase del damnificado. 
										Pero al mismo tiempo, la otra parte de 
										esos individuos, que se rebelaron contra 
										la organización que se había 
										consolidado, intentaban simplemente 
										destruir las instituciones protectoras 
										de apoyo mutuo a fin de imponer, en 
										lugar de éstas, su propia arbitrariedad, 
										acrecentar de este modo sus riquezas 
										propias y fortificar su propio poder. En 
										esta triple lucha entre las dos 
										categorías de individuos, los qué se 
										habían rebelado y los protectores de lo 
										existente, consiste toda la verdadera 
										tragedia de la historia. Pero, para 
										representar esta lucha y estudiar 
										honestamente el papel desempeñado en el 
										desarrollo de la humanidad por cada una 
										de las tres fuerzas citadas, hará falta, 
										por lo menos, tantos años de trabajo 
										como hube de dedicar a escribir este 
										libro. 
										De las obras que examinan 
										aproximadamente el mismo problema, pero 
										aparecidas ya después de la publicación 
										de mis artículos sobre la ayuda mutua 
										entre los animales, debo mencionar 
										The Lowell Lectures on the Ascent 
										of Man, por Henry Drummond, Londres, 
										1894, y The Origin and Growth 
										of the Moral Instinct, por A. 
										Sutherland, Londres, 1898. Ambos libros 
										están concebidos, en grado considerable, 
										según el mismo plan del libro citado de 
										Büchner, y en el libro de Sutherland le 
										consideran con bastantes detalles los 
										sentimientos paternales y familiares 
										corno único factor en el proceso de 
										desarrollo de los sentimientos morales. 
										La tercera obra de esta clase que trata 
										del hombre y está escrita según el mismo 
										plan es el libro del profesor americano 
										F. A. Giddings, cuya primera edición 
										apareció en el año 1896, en Nueva York y 
										en Londres, bajo el título The 
										Principles of Sociology, y cuyas 
										ideas dominantes habían sido expuestas 
										por el autor en un folleto, en el año 
										1894. Debo, sin embargo, dejar por 
										completo a la crítica literaria el 
										examen de las coincidencias, similitudes 
										y divergencias entre las dos obras 
										citadas y la mía. 
										Todos los capítulos de este libro fueron 
										publicados primeramente en la revista 
										Nineteenth Century ("La ayuda mutua 
										entre los animales", en septiembre y 
										noviembre de 1890; "La ayuda mutua entre 
										los salvajes", en abril de 1891; "ayuda 
										mutua entre los bárbaros", en enero de 
										1892; "La ayuda mutua en la Ciudad 
										Medieval", en agosto y septiembre de 
										1884, y "La ayuda mutua en la época 
										moderna", en enero y junio de 1896). Al 
										publicarlos en forma de libro, pensé, en 
										un principio, incluir en forma de 
										apéndices la masa de materiales reunidos 
										por mí que no pude aprovechar para los 
										artículos que aparecieron en la revista, 
										así como el juicio sobre diferentes 
										puntos secundarios que tuve que omitir. 
										Tales apéndices habrían duplicado el 
										tamaño del libro, y me vi obligado a 
										renunciar a su publicación o, por lo 
										menos, a aplazarla. En los apéndices de 
										este libro está incluido solamente el 
										juicio sobre algunas pocas cuestiones 
										que han sido objeto de controversia 
										científica en el curso de estos últimos 
										años; del mismo modo en el texto de los 
										artículos primitivos intercalé sólo el 
										poco material adicional que me fue 
										posible agregar sin alterar la 
										estructura general de esta obra. 
										Aprovecho esta oportunidad para expresar 
										al editor de Nineteenth 
										Century, James Knowles, mi 
										agradecimiento, tanto por la amable 
										hospitalidad que mostró hacia la 
										presente obra, apenas se enteró de su 
										idea general, como por su amable permiso 
										para la reimpresión de este trabajo. P. K. Bromley, Kent, 1902.  | 
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© Helios Buira
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