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Piotr Kropotkin El apoyo mutuo
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Prólogo a la Edición Rusa - Introducción - Capítulo 1 - Capítulo 2 - Capítulo 3 - Capítulo 4 -Capítulo 5 - Capítulo 6 - Capítulo 7 - Capítulo 8 - Conclusión | |
Capítulo 2
LA AYUDA MUTUA ENTRE LOS ANIMALES (Continuación)
Apenas vuelve la primavera a la zona
templada, miríadas de aves, dispersas
por los países templados del sur, se
reúnen en bandadas innumerables y se
apresuran, llenas de alegre energía, a
ir hacia el norte para criar su
descendencia. Cada seto, cada
bosquecillo, cada roca de la costa del
océano, cada lago o estanque de los que
se halla sembrado el norte de América,
el norte de Europa, y -el norte de Asia,
podrían decirnos, en esa época del año,
qué representa la ayuda mutua en la vida
de las aves; qué fuerza, qué energía y
cuánta protección dan a cada ser
viviente por débil e indefenso que sea
de por sí.
Tomad, por ejemplo, uno de los
innumerables lagos de las estepas rusas
o siberianas, al principio de la
primavera. Sus orillas están pobladas de
miríadas de aves acuáticas,
pertenecientes por lo menos a veinte
especies diferentes que viven en pleno
acuerdo y que se protegen entre sí
constantemente. He aquí cómo describe
Syevertsof uno de estos lagos:
"El lago se halla oculto entre las
arenas de color rojo amarillo, las talas
verde oscuro y las cañas. Aquello es un
hervidero de aves, un torbellino que nos
marea... El espacio, lleno de gaviotas
(Larus rudibundus) y golondrinas
marinas (Sterna hirundo) es
conmovido por sus gritos sonoros. Miles
de avefrías recorren las orillas y
silban... Más allá, casi sobre cada ola,
un pato se mece y grita. En lo alto se
extienden las bandadas de patos kazarki;
más abajo, de tanto en tanto, vuelan
sobre el lago los 'podorliki' (Aquila
clanga) y los buhardos de pantano,
seguidos inmediatamente por la bandada
bullanguera de los pescadores. Mis ojos
se fueron en pos de ellos".
Por todas partes brota la vida. Pero he
aquí las rapaces, "las más fuertes y
ágiles" -como dice Huxley- e -idealmente
dotadas para el ataque" -como dice
Syeverstof. Se oyen sus voces
hambrientas y ávidas y sus gritos
exasperados cuando, durante horas
enteras, esperan una ocasión conveniente
para atrapar, en esta masa de seres
vivientes, siquiera un solo individuo
indefenso. No bien se acercan, decenas
de centinelas voluntarios avisan su
aparición, y en seguida centenares de
gaviotas y golondrinas marinas inician
la persecución del rapaz. Enloquecido
por el hambre, deja de lado por último
sus precauciones habituales; se arroja
de improviso sobre la masa viva de aves;
pero, atacado por todas partes, de nuevo
es obligado a retirarse. En un arranque
de hambre desesperada, se arroja sobre
los patos salvajes; pero, las ingeniosas
aves sociales, rápidamente, se reúnen en
una bandada y huyen si el rapaz es un
águila pescadora; si es un halcón, se
zambullen en el lago; si es un buitre,
levantan nubes de salpicaduras de agua y
sumen al rapaz en una confusión
completa. Y mientras la vida continúa
pululando en el lago, como antes, el
rapaz huye con gritos coléricos en busca
de carroña, o de algún pajarilla joven o
ratón de campo, aún no acostumbrado a
obedecer a tiempo las advertencias de
los camaradas. En presencia de toda esta
vida que fluye a torrentes, el rapaz,
armado idealmente, tiene que contentarse
sólo con los desechos de ella.
Aún más lejos, hacia el norte, en los
archipiélagos árticos, "podéis navegar
millas enteras a lo largo de la orilla y
veréis que todos los saledizos, todas
las rocas y los rincones de las
pendientes de las montañas hasta
doscientos pies, y a veces hasta
quinientos sobre el nivel del mar, están
literalmente cubiertos de aves marinas,
cuyos pechos blancos se destacan sobre
el fondo de las rocas sombrías, de tal
modo que parecen salpicadas de creta. El
aire, tanto de cerca como a lo lejos,
está repleto de aves.
Cada una de estas "montañas de aves"
constituye un ejemplo viviente de la
ayuda mutua, y también de la variedad
sin fin de caracteres, individuales y
específicos,- que son resultado de la
vida social. Así, por ejemplo, el
ostrero es conocido por su presteza en
atacar a cualquier ave de presa. El arga
de los pantanos es renombrada por su
vigilancia e inteligencia como guía de
aves más pacíficas. Pariente de la
anterior, el revuelve piedras, cuando
está rodeado de camaradas pertenecientes
a especies más grandes, deja que se
ocupen ellos de la protección de todos,
y hasta se vuelve un ave bastante
tímida; pero cuando está rodeado de
pájaros más pequeños, toma a su cargo,
en interés de la sociedad, el servicio
de centinela, y hace que le obedezcan,
dice Brehm.
Se puede observar aquí a los cisnes,
dominadores, y a la par de ellos, a las
gaviotas Kitty-Wake -extremadamente
sociables y hasta tiernas y entre las
cuales, como dice Nauman, las disputas
se producen muy raramente y siempre son
breves; se ve a las atractivas kairas
polares, que continuamente se prodigan
caricias; a las gansas-egoístas, que
entregan a los caprichos de la suerte
los huérfanos de la camarada muerta, y
junto a ellas, a otras gansas que
adoptan a los huérfanos y nadan rodeadas
de cincuenta o sesenta pequeñuelos, de
los cuales cuidan como si fueran sus
propios hijos. Junto a los pingüinos,
que se roban los huevos unos a otros, se
ven las calandrias marinas, cuyas
relaciones familiares son ,"tan
encantadoras y conmovedoras" que ni los
cazadores apasionados se deciden a
disparar a la hembra rodeada de su cría;
o a los gansos del norte, entre los
cuales (como los patos velludos o
"coroyas" de las sabanas), varias
hembras empollan los huevos en un mismo
nido; o los kairas (Uria troile)
que -afirman observadores dignos de fe-
a veces se sientan por turno sobre el
nido común. La naturaleza es la variedad
misma, y ofrece todos los matices
posibles de caracteres, hasta lo más
elevado: por eso no es posible
representarla en una afirmación
generalizada. Menos aún puede juzgársela
desde el punto de vista moral, puesto
que las opiniones mismas del moralista
son resultado -la mayoría de las veces
inconsciente- de las observaciones sobre
la naturaleza.
La costumbre de reunirse en el período
de anidamiento es tan común entre la
mayoría de las aves, que apenas es
necesario dar otros ejemplos. Las cimas
de nuestros árboles están coronadas por
grupos de nidos de pequeños pájaros; en
las granjas anidan colonias de
golondrinas; en las torres viejas y
campanarios se refugian centenares de
aves nocturnas; y fácil sería llenar
páginas enteras con las más encantadoras
descripciones de la paz y armonía que se
encuentran en casi todas estas
sociedades volátiles para el
anidamiento. Y hasta dónde tales
asociaciones sirven de defensa a las
aves más débiles, es evidente de por sí.
Un excelente observador, como el
americano Dr. Couës, vio, por ejemplo,
que las pequeñas golondrinas (cliff
swallaws) construían sus nidos en la
vecindad inmediata de un halcón de las
estepas (Falco polyargus). El
halcón había construido su nido en la
cúspide de uno de aquellos minaretes de
arcilla de los que tantos hay en el
Cañón del Colorado, y la colonia de
golondrinas vivía inmediatamente debajo
de él. Los pequeños pájaros pacíficos no
temían a su rapaz vecino: simplemente no
le permitían acercarse a su colonia. Si
lo hacía, inmediatamente lo rodeaban y
comenzaban correrlo, de modo que el
rapaz había de alejarse enseguida.
La vida en sociedades no cesa cuando ha
terminado la época del anidamiento; toma
solamente nueva forma. Las crías jóvenes
se reúnen en otoño, en sociedades
juveniles, en las que ordinariamente
ingresan varias especies. La vida social
es practicada en esta época
principalmente por los placeres que ella
proporciona, y también, en parte, por su
seguridad. Así encontramos en otoño, en
nuestros bosques, sociedades compuestas
de picamaderos jóvenes (Sitta
coesia), junto con diversos paros,
trepadores, reyezuelos, pinzones de
montaña y pájaros carpinteros. En
España, las golondrinas se encuentran en
compañía de cernícalos, atrapamoscas y
hasta de palomas.
En el Far West americano, las jóvenes
calandrias copetudas (Horned
Park) viven en grandes sociedades,
conjuntamente con otras especies de
cogujadas (Spragues Lark), con el
gorrión de la sabana (Savannah
sparoow) y algunas otras especies de
verderones y hortelanos. En realidad,
sería más fácil describir todas las
especies que llevan vida aislada que
enumerar aquellas especies cuyos
pichones constituyen sociedades, cuyo
objeto de ningún modo es cazar o anidar,
sino solamente disfrutar de la vida en
común y pasar el tiempo en juegos y
deportes, después de las pocas horas que
deben consagrar a la búsqueda de
alimento.
Por último, tenemos ante nosotros,
todavía, un campo amplísimo de estudio
de la ayuda mutua en las aves, durante
sus migraciones, y hasta tal punto es
amplio que sólo puedo mencionar, en
pocas palabras, este gran hecho de la
naturaleza. Bastará decir que las aves
que han vivido, hasta entonces, meses
enteros en pequeñas bandadas diseminadas
por una superficie vasta, comienzan a
reunirse en la primavera o en el otoño a
millares; durante varios días seguidos,
a veces una semana o ' más, acuden a un
lugar determinado, antes de ponerse en
camino, y parlotean con vivacidad,
probablemente sobre la migración
inminente. Algunas especies, todos los
días, antes de anochecer, se ejercitan
en vuelos preparatorios, alistándose
para el largo viaje. Todas esperan a sus
congéneres retrasadas, y, por último,
todas juntas desaparecen un buen día; es
decir vuelan, en una dirección
determinada, siempre bien escogida, que
representa, sin duda, el fruto de la
experiencia colectiva acumulada. Los
individuos fuertes vuelan a la cabeza de
la bandada, cambiándose por turno para
cumplir con esta difícil obligación. De
tal modo, las aves atraviesan hasta los
vastos mares, en grandes bandadas
compuestas tanto de aves grandes como de
pequeñas; y, cuando, en la primavera
siguiente vuelven al mismo lugar, cada
ave se dirige al mismo sitio bien
conocido, y en la mayoría de los casos,
hasta cada pareja ocupa el mismo nido
que reparó o construyó el año anterior.
Este, fenómeno de migración se halla tan
extendido, y está al mismo tiempo tan
eficientemente estudiado, creó tantas
costumbres asombrosas de ayuda mutua -y
estas costumbres y el hecho mismo de la
migración requerirían un trabajo
especial- que me veo obligado a
abstenerme de dar mayores detalles.
Mencionaré solamente las reuniones
numerosas y animadas que tienen lugar de
año en año en el mismo sitio, antes de
emprender su largo viaje al norte o al
sur; y, del mismo modo, las reuniones
que se pueden ver en el norte, por
ejemplo, en las desembocaduras del
Yenesei, o en los condados del norte de
Inglaterra, cuando las aves vuelven del
sur a sus lugares habituales de
anidamiento, pero no se han asentado aún
en sus nidos. Durante muchos días, a
veces hasta un mes entero, se reúnen
todas las mañanas y pasan juntas
alrededor de media hora, antes de echar
a volar en busca de alimento, quizá
deliberando sobre los lugares donde se
dispondrán a construir sus nidos. si
durante la migración sucede que las
columnas de aves que emigran son
sorprendidas por una tormenta, entonces
la desgracia común une a las aves de las
especies más diferentes. La diversidad
de aves que, sorprendidas por una
nevasca durante la migración, golpean
contra los vidrios de los faros de
Inglaterra, sencillamente es asombrosa.
Necesario es observar también que las
aves no migratorias, pero que se
desplazan lentamente hacia el norte o
sur, conforme a la época del año; es
decir, las llamadas aves nómadas,
también realizan sus traslados en
pequeñas bandadas. No emigran aisladas,
para asegurarse de tal modo, y por
separado, el mejor alimento y encontrar
mejor refugio en la nueva región sino,
que siempre se esperan mutuamente y se
reúnen en bandadas antes de comenzar su
lento cambio de lugar hacia el norte o
el sur.
Pasando ahora a los mamíferos, lo
primero que nos asombra en esta vasta
clase de animales es la enorme
supremacía numérica de las especies
sociales sobre aquellos pocos carnívoros
que viven solitarios. Las mesetas, las
regiones montañosas, estepas y
depresiones del nuevo y viejo mundo,
literalmente hierven de rebaños de
ciervos, antílopes, gacelas, búfalos,
cabras y ovejas salvajes; es decir, de
todos los animales que son sociales.
Cuando los europeos comenzaron a
penetrar en las praderas de América del
Norte, las hallaron hasta tal punto
densamente poblados por búfalos, que
sucedía que los pioneros tenían, a
veces, que detenerse, y durante mucho
tiempo, cuando las columnas de búfalos
en densa columna se prolongaba a
veces hasta dos o tres días; y cuando
los rusos ocuparon Siberia, encontraron
en ella una cantidad tan enorme de
ciervos, antílopes, corzos, ardillas y
otros animales, que la conquista dé
Siberia no fue más que una expedición
cinegética que se prolongó durante dos
siglos. Las llanuras herbosas de Africa
oriental aún ahora están repletas de
cebras, jirafas y diversas especies de
antílopes.
Hasta hace un tiempo no muy lejano, los
ríos pequeños de América del Norte y de
la Siberia Septentrional estaban todavía
poblados por colonias de castores, y en
la Rusia europea, toda su parte norte,
todavía en el siglo XVIII, estaba
cubierta por colonias semejantes. Las
llanuras de los cuatro grandes
continentes están aún ahora pobladas de
innumerables colonias de topos, ratones,
marmotas, tarbaganes, "ardillas de
tierra" y otros roedores. En las
latitudes más bajas de Asia y Africa, en
esta época, los bosques son refugios de
numerosas familias de elefantes,
rinocerontes, hipopótamos y de
innumerables sociedades de monos. En el
lejano norte, los ciervos se reúnen en
innumerables rebaños, y aún más al
norte, encontramos rebaños de toros
almizcleros e incontables sociedades de
zorros polares. Las costas del océano
están animadas por manadas de focas y
morsas, y sus aguas por manadas de
animales sociales pertenecientes a la
familia de las ballenas; por último, y
aun en los desiertos del altiplano del
Asia central, encontramos manadas de
caballos salvajes, asnos salvajes,
camellos salvajes y ovejas salvajes.
Todos estos mamíferos viven en
sociedades y en grupos que cuentan, a
veces, cientos de miles de individuos, a
pesar de que ahora, después de tres
siglos de civilización a base de
pólvora, quedan únicamente restos
lastimosos de aquellas incontables
sociedades animales que existían en
tiempos pasados.
¡Qué insignificante, en comparación con
ella, es el número de los carnívoros! ¡Y
qué erróneo, en consecuencia, el punto
de vista de aquéllos que hablan del
mundo animal como si estuviera compuesto
solamente de leones y hienas que clavan
sus colmillos ensangrentados en la
presa! Es lo mismo que si afirmásemos
que toda la vida de la humanidad se
reduce solamente a las guerras y a las
masacres.
Las asociaciones y la ayuda mutua son
regla en la vida de los mamíferos. La
costumbre de la vida social se encuentra
hasta en los carnívoros, y en toda esta
vasta clase de animales solamente
podemos nombrar una familia de felinos
(leones, tigres, leopardos, etc.), cuyos
miembros realmente prefieren la vida
solitaria a la vida social, y sólo
raramente se encuentran, por lo menos
ahora, en pequeños grupos. Además, aun
entre los leones "el hecho más común es
cazar en grupos", dice el célebre
cazador y conocedor S. Baker. Hace poco,
N. Schillings, que estaba cazando en el
este del Africa Ecuatorial, fotografió
de noche -al fogonazo repentino de la
luz de magnesio- leones que se habían
reunido en grupos de tres individuos
adultos, y que cazaban en común;
por la mañana, contó en el río, adonde
durante la sequía acudían de
noche a beber los rebaños de
cebras, las huellas de una cantidad
mayor aún de leones -hasta treinta- que
iban a cazar cebras, y
naturalmente, nunca, en muchos años, ni
Schillings ni otro alguno, oyeron decir
que los leones se pelearan o se
disputaran la presa. En cuanto a los
leopardos, y esencialmente al puma
sudamericano (género de león), su
sociabilidad es bien conocida. El puma,
en consecuencia, como lo describió
Hudson, se hace amigo del hombre
gustosamente.
En la familia de los viverridoe,
carnívoros que representan algo
intermedio entre los gatos y las
martas, y en la familia de las martas
(marta, armiño, comadreja, garduña,
tejón, etc.), también predomina la forma
de vida solitaria. Pero puede
considerarse plenamente establecido que
en épocas no más tempranas que el
final del siglo XVIII, la comadreja
vulgar (mustela, vulgaris) era
más social que ahora; se encontraba
entonces en Escocia y también en el
cantón de Unterwald, en Suiza, en
pequeños grupos.
En cuanto a la vasta familia
canina (perros, lobos, chacales, zorros
y zorros polares), su sociabilidad, sus
asociaciones con fines de caza pueden
considerarse como rasgo característico
de muchas variedades de esta familia. Es
por todos sabido que los lobos se reúnen
en manadas para cazar, y el investigador
de la naturaleza de los Alpes, Tschudi,
dejó una descripción excelente de cómo,
disponiéndose en semicírculo, rodean a
la vaca que pace en la
pendiente montañosa y, luego, saltando
súbitamente, lanzando un fuerte aullido,
la hacen caer al precipicio, Audubon, en
el año 1830 vio también que los lobos
del Labrador cazaban en manadas, y que
una manada persiguió a un hombre hasta
su choza y destrozó a sus perros. En los
crudos inviernos, las manadas de lobos
vuelven tan numerosas que son peligrosas
para las poblaciones humanas, como
sucedió en Francia por el año 1840. En
las estepas rusas, los lobos nunca
atacan a los caballos si no es en
manadas, y deben soportar una lucha
feroz, durante la cual los caballos
(según el testimonio de Kohl), a: veces
pasan al ataque; en tal caso, si los
lobos no se apresuran a retroceder..
corren riesgo de ser rodeados por los
caballos, que los matan a coces. Sabido
es, también, que los lobos de las
praderas americanas (canis latrans)
se reúnen en manadas de 20 y
30 individuos para atacar al búfalo que
se ha separado accidentalmente del
rebaño. Los chacales, que se distinguen
por su gran bravura y pueden ser
considerados entre los más inteligentes
representantes de la familia canina,
siempre cazan en manadas; reunidos de
tal modo, no temen a los carnívoros
mayores.
En cuanto a los perros salvajes del Asia
(Jolzuni o Dholes), Williamson
vio que sus grandes manadas atacan
resueltamente a todos los animales
grandes, excepto elefantes y
rinocerontes, y que hasta consiguen
vencer a los osos y tigres, a quienes,
como es sabido, arrebatan siempre los
cachorros.
Las hienas viven siempre en sociedades y
cazan en manadas, y Cummings se refiere
con gran elogio a las organizaciones de
caza de las hienas manchadas (Lycain).
Hasta los zorros, que en nuestros países
civilizados indefectiblemente viven
solitarios, se reúnen a veces para
cazar, como lo testimonian algunos
observadores. También el zorro polar, es
decir, el zorro ártico, es o más
exactamente era, en los tiempos de
Steller, en la primera mitad del siglo
XVIII, uno de los animales más
sociables. Leyendo el relato de Steller
sobre la lucha que tuvo que sostener la
infortunada tripulación de Behring con
estos pequeños e inteligentes animales,
no se sabe de qué asombrarse más: de la
inteligencia no común de los zorros
polares y del apoyo mutuo que revelaban
al desenterrar los alimentos ocultos
debajo de las piedras o colocados sobre
pilares (uno de ellos, en tal caso,
trepaba a la cima del pilar y arrojaba
los alimentos a los compañeros que
esperaban abajo), o de la crueldad del
hombre, llevado a la desesperación por
sus numerosas manadas. Hasta, algunos
osos viven en sociedades en los lugares
donde el hombre no los molesta. Así,
Steller vio numerosas bandas de osos
negros de Kamchatka, y, a veces, se ha
encontrado osos polares en pequeños
grupos. Ni siquiera los insectívoros, no
muy inteligentes, desdeñan siempre la
asociación.
Por otra parte, encontramos las formas
más desarrolladas de ayuda mutua
especialmente entre los roedores,
ungulados y rumiantes. Las ardillas son
individualistas en grado considerable.
Cada una de ellas construye su cómodo
nido y acumula su provisión. Están
inclinadas a la vida familiar, y Brehm
halló que se sienten muy felices cuando
las dos crías del mismo año se juntan
con sus padres en algún rincón apartado
del bosque. Mas, a pesar de esto, las
ardillas mantienen relaciones
recíprocas, y si en el bosque donde
viven se produce una escasez de piñas,
emigran en destacamentos enteros. En
cuanto a las ardillas negras del Far
West americano, se destacan
especialmente por su sociabilidad. Con
excepción de algunas horas dedicadas
diariamente al aprovisionamiento, pasan
toda su vida en juegos, juntándose para
esto en numerosos grupos. Cuando se
multiplican demasiado rápidamente en
alguna región, como sucedió, por
ejemplo, en Pensylvania en 1749, se
reúnen en manadas casi tan numerosas
como nubes de langostas y avanzan -en
este caso- hacia el Suroeste, devastando
en su camino bosques, campos y huertos.
Naturalmente, detrás de sus densas
columnas se introducen los zorros, las
garduflas, los halcones y toda clase de
aves nocturnas, que se alimentan con los
individuos rezagados. El pariente de la
ardilla común, burunduk, se distingue
por una sociabilidad aún mayor. Es un
gran acaparador, y en sus galerías
subterráneas acumula grandes provisiones
de raíces comestibles y nueces, que
generalmente son saqueadas en otoño por
los hombres. Según la opinión de algunos
observadores, el burunduk conoce,
hasta cierto punto, las alegrías que
experimenta un avaro. Pero, a pesar de
eso, es un animal social. Vive siempre
en grandes poblaciones, y cuando Audubon
abrió, en invierno, algunas madrigueras
de "hackee" (el congénere americano más
cercano de nuestro burunduk) encontró
varios individuos en un refugio. Las
provisiones en tales cuevas, habían sido
preparadas por el esfuerzo común.
La gran familia de las marmotas, en la
que entran tres grandes géneros: las
marmotas propiamente dichas, los
susliki y los "perros de las
praderas" americanas (Arctomys,
Spermophilus y Cynomys), se distingue
por una sociabilidad y una inteligencia
aún mayor. Todos los representantes de
esta familia prefieren tener cada cual
su madriguera, pero viven en grandes
poblaciones. El terrible enemigo de los
trigales del Sur de Rusia -el suslik-
de los cuales el hombre sólo
extermina anualmente alrededor de diez
millones, vive en innumerables colonias;
y mientras las asambleas provinciales
(Ziemstvo) rusas, discuten seriamente
los medios de liberarse de este "enemigo
social", los susliki, reunidos a
millares en sus poblados, disfrutan de
la vida. Sus juegos son tan encantadores
que no existe observador alguno que no
haya expresado su admiración y referido
sus conciertos melodiosos, formados por
los silbidos agudos de los machos y los
silbidos melancólicos de las hembras,
antes de que, recordando sus
obligaciones ciudadanas, se dedicaran a
la invención de diferentes medios
diabólicos para el exterminio de estos
saqueadores. Puesto que la reproducción
de todo género de aves rapaces y bestias
de presa para la lucha con- los
susliki resultó infructuosa,
actualmente la última palabra de la
ciencia en esta lucha consiste en
inocularles el cólera.
Las Poblaciones de los perros de las
praderas" (Cynomys), en las llanuras de
la América del Norte, presentan uno de
los espectáculos más atrayentes. Hasta
donde el ojo puede abarcar la extensión
de la pradera se ven, por doquier,
pequeños montículos de tierra, y sobre
cada uno se encuentra una bestezuela, en
conversación animadísima con sus
vecinos, valiéndose de sonidos
entrecortados parecidos al ladrido.
Cuando alguien da la señal de la
aproximación del hombre, todos, en un
instante, se zambullen en sus pequeñas
cuevas, desapareciendo como por encanto.
Pero no bien el peligro ha pasado, las
bestezuelas salen inmediatamente.
Familias enteras salen de sus cuevas y
comienzan a jugar. Los jóvenes se arañan
y provocan mutuamente, se enojan,
páranse graciosamente sobre las patas
traseras, mientras los viejos vigilan.
Familias enteras se visitan, y los
senderos bien trillados entre los
montículos de tierra, demuestran que
tales visitas se repiten muy a menudo.
Dicho más brevemente, algunas de las
mejores páginas de nuestros mejores
naturalistas están dedicadas a la
descripción de las sociedades de los
perros de las praderas de América, de
las marmotas del Viejo Continente y de
las marmotas polares de las regiones
alpinas. A pesar de eso, tengo que
repetir, respecto a las marmotas lo
mismo que dije sobre las abejas. Han
conservado sus instintos bélicos, que se
manifiestan también en cautiverio. Pero
en sus grandes asociaciones, en contacto
con la naturaleza libre, los instintos
antisociales no encuentran terreno para
su desarrollo, y el resultado final es
la paz y la armonía.
Aun animales tan gruñones como las
ratas, que siempre se pelean en nuestros
sótanos, son lo bastante inteligentes no
sólo para no enojarse cuando se entregan
al saqueo de las despensas, sino para
prestarse ayuda mutua durante sus
asaltos y migraciones. Sabido es que a
veces hasta alimentan a sus inválidos.
En cuanto al castor o rata almizclera
del Canadá (nuestra ondrata) y la
desman, se distinguen por su
elevada sociabilidad. Audubon habla con
admiración de sus "comunidades
pacíficas, que, para ser felices, sólo
necesitan que no se les perturbe". Como
todos los animales sociales, están
llenos de alegría de vivir, son
juguetones y fácilmente se unen con
otras especies de animales, y, en
general, se puede decir que han
alcanzado un grado elevado de desarrollo
intelectual. En la construcción de sus
poblados, situados siempre a orillas de
los lagos y de los ríos, evidentemente
toman en cuenta el nivel variable de las
aguas, dice Audubon; sus casas
cupuliformes, construidas con arca y
cañas, poseen rincones apartados para
los detritus orgánicos; y sus salas, en
la época invernal, están bien tapizadas
con hojas y hierbas: son tibias, y al
mismo tiempo están dotados de un
carácter sumamente simpático; sus
asombrosos diques y poblados, en los
cuales viven y mueren generaciones
enteras sin conocer más enemigos que la
nutria y el hombre, constituyen
asombrosas muestras de lo que la ayuda
mutua puede dar al animal para la
conservación de la especie, la formación
de las costumbres sociales y el
desarrollo de las capacidades
intelectuales. Los diques y poblados de
los castores son bien conocidos por
todos los que se interesan en la vida
animal, y por esto no me detendré más en
ellos. Observaré únicamente que en los
castores, ratas almizcleras y algunos
otros roedores, encontramos ya aquel
rasgo que es también característico de
las sociedades humanas, o sea, el
trabajo en común.
Pasaré en silencio dos grandes familias,
en cuya composición entran los ratones
saltadores (la yerboa egipcia o
pequeño emuran, y el alataga),
la chinchilla, la vizcacha (liebre
americana subterránea) y los tushkan
(liebre subterránea del sur de
Rusia), a pesar de que las costumbres de
todos estos pequeños roedores podrían
servir como excelentes muestras de los
placeres que los animales obtienen de la
vida social. Precisamente de los
placeres, puesto que es sumamente
difícil determinar qué es lo que hace
reunirse a los animales: si la necesidad
de protección mutua o simplemente el
placer, la costumbre, de sentirse
rodeados de sus congéneres. En todo
caso, nuestras liebres vulgares, que no
se reúnen en sociedades para la vida en
común, y más aún, que no están dotadas
de sentimientos paternales especialmente
fuertes, no pueden vivir, sin embargo,
sin reunirse para los juegos comunes.
Dietrich de Winckell, considerado el
mejor conocedor de la vida de las
liebres, las describe como jugadoras
apasionadas; se embriagan de tal manera
con el proceso del juego, que es
conocido el caso de unas libres que
tomaron a un zorro, que se aproximó
sigilosamente, como compañero de juego.
En cuanto a los conejos, viven
constantemente en sociedades, y toda su
vida reposa sobre él principio de la
antigua familia patriarcal; los jóvenes
obedecen ciegamente al padre, y hasta el
abuelo. Con respecto a esto, hasta
sucede algo interesante; estas dos
especies próximas, los conejos y las
liebres, no se toleran mutuamente, y no
porque se alimentan de la misma clase de
comida, como suelen explicarse casos
semejantes, sino, lo que es más
probable, porque la apasionada liebre,
que es una gran individualista, no puede
trabar amistad con una criatura tan
tranquila, apacible y humilde como el
conejo. Sus temperamentos son tan
diferentes, que deben constituir un
obstáculo para su amistad.
En la vasta familia de los equinos, en
la que entran los caballos salvajes y
asnos salvajes de Asia, las cebras, los
mustangos, los cimarrones de las pampas
y los caballos semisalvajes de Mongolia
y Siberia, encontramos de nuevo la
sociabilidad más estrecha. Todas estas
especies y razas viven en rebaños
numerosos, cada uno de los cuales se
compone de muchos grupos, que comprenden
varias yeguas bajo la dirección de un
padrino. Estos innumerables habitantes
del viejo y del nuevo mundo -hablando en
general, bastante débilmente organizados
para la lucha con sus numerosos enemigos
y también para defenderse de las
condiciones climáticas desfavorables-
desaparecerían de la faz de la tierra si
no fuera por su espíritu social. Cuando
se aproxima un carnicero, se reúnen
inmediatamente varios grupos; rechazan
el ataque del carnívoro y, a veces,
hasta lo persiguen; debido a esto, ni el
lobo, ni siquiera el león, pueden
capturar un caballo, ni aun una cebra
mientras no se haya separado del grupo.
Hasta, de noche, gracias a su no común
prudencia gregaria y a la inspección
preventiva del lugar, que realizan
individuos experimentados, las cebras
pueden ir a abrevar al río, a pesar de
los leones que acechan en los
matorrales.
Cuando la sequía quema la hierba de las
praderas americanas, los grupos de
caballos y cebras se reúnen en rebaños
cuyo número alcanza, a veces, hasta diez
mil cabezas, y emigran a nuevos lugares.
Y cuando en invierno, en nuestras
estepas asiáticas, rugen las nevascas,
los grupos se mantienen cerca unos de
otros y juntos buscan protección en
cualquier quebrada. Pero, si la
confianza mutua, por alguna razón,
desaparece en el grupo, o el pánico hace
presa de los caballos y los dispersa,
entonces la mayor parte perece, y se
encuentra a los sobrevivientes, después
de la nevasca, medio muertos de
cansancio. La unión es, de tal modo, su
arma principal en la lucha por la
existencia, y el hombre, su principal
enemigo. Retirándose ante el número
creciente de este enemigo, los
antecesores de nuestros caballos
domésticos (denominados por Poliakof
Equus Przewalski), prefirieron emigrar a
las más salvajes y menos accesibles
partes del altiplano de las fronteras
del Tibet, donde han sobrevivido hasta
ahora, rodeados en verdad de carnívoros
y en un clima que poco cede por su
crudeza a la región ártica, pero en un
lugar todavía inaccesible al hombre.
Muchos ejemplos sorprendentes de
sociabilidad podrían ser tomados de la
vida de los ciervos, y en especial de la
vasta división de los rumiantes, en la
que pueden incluirse a los gamos,
antílopes, las gacelas, cabras, ibex,
etcétera, en suma de la vida de tres
familias numerosas: antilopides,
caprides y ovides. La vigilancia con que
preservan sus rebaños de los ataques de
los carnívoros; la ansiedad demostrada
por el rebaño entero de gamuzas,
mientras no han atravesado todos un
lugar peligroso a través de los peñascos
rocosos; la adopción de los huérfanos;
la desesperación de la gacela, cuyo
macho o cuya hembra, o hasta un
compañero del mismo sexo, han sido
muertos; los juegos de los jóvenes, y
muchos otros rasgos, podríase agregar
para caracterizar su sociabilidad. Pero,
quizá, constituyan el ejemplo más
sorprendente de apoyo mutuo las
migraciones ocasionales de los corzos,
parecidas a las que observé una vez en
el Amur.
Cuando crucé los altiplanos del Asia
Oriental y su cadena limítrofe, el Gran
Jingan, por el camino de Transbaikalia a
Merguen, y luego seguí viaje por las
altas planicies de Manchuria, en mi
marcha hacia el Amur puede comprobar
cuán escasamente pobladas de corzos se
hallan estás regiones casi inhabitables.
Dos años más tarde, viajaba yo a caballo
Amur arriba y, a fines de octubre,
alcancé la comarca inferior de aquel
pintoresco paisaje estrecho con el cual
el Amur penetra a través de Dousse-Alin
(Pequeño Jingan), antes de alcanzar las
tierras bajas, donde se une con el
Sungari. En las stanitsas
distribuidas en esta parte del pequeño
Jingan, encontré a los cosacos Henos de
la mayor excitación, pues sucedía que
miles y miles de corzos cruzaban a nado
el Amur allí, en el lugar estrecho del
gran río, para llegar a las sierras
bajas del Sungari. Durante algunos días,
en una extensión de alrededor de sesenta
verstas río arriba, los cosacos
masacraron infatigablemente a los corzos
que cruzaban a nado el Amur, el cual ya
entonces llevaba mucho hielo. Mataban
miles por día, pero el movimiento de
corzos no se interrumpía
Nunca habían visto antes una migración
semejante, y es necesario buscar sus
causas, con toda probabilidad, en el
hecho de que en el Gran Jingan y en sus
declives orientales habían caído
entonces nieves tempranas desusadamente
copiosas, que habían obligado a los
corzos a hacer el intento desesperado de
alcanzar las tierras bajas del Este del
Gran Jingan. Y en realidad, pasados
algunos días, cuando comencé a cruzar
estas últimas montañas, las hallé
profundamente cubiertas de nieve porosa
que alcanzaba dos y tres pies de
profundidad. Vale la pena reflexionar
sobre esta migración de corzos.
Necesario es imaginarse el territorio
inmenso (unas 200 verstas de ancho por
700 de largo), de donde debieron
reunirse los grupos de corzos dispersos
en él, para iniciar la emigración, que
emprendieron bajo la presión de
circunstancias completamente
excepcionales. Necesario es imaginarse,
luego, las dificultades que debieron
vencer los corzos antes de llegar a un
pensamiento común sobre la necesidad de
cruzar el Amur, no en cualquier parte,
sino justo más al sur, donde su lecho se
estrecha en una cadena, y donde al
cruzar el río, cruzarían al mismo
tiempo la cadena y
saldrían a las tierras bajas templadas.
Cuando se imagina todo esto
concretamente, no es posible dejar de
sentir profunda admiración ante el grado
y la fuerza de la sociabilidad
evidenciada en el caso presente por
estos inteligentes animales.
No menos asombrosas, también, en lo que
respecta a la capacidad de unión y de
acción común, son las migraciones de
bisontes y búfalos que tienen lugar en
América del Norte. Verdad es que los
búfalos ordinariamente pacían en
cantidades enormes en las praderas, pero
esas masas estaban compuestas de un
número infinito de pequeños rebaños que
nuca se mezclaban. Y todos estos
pequeños grupos, por más dispersos que
estuvieran sobre el inmenso territorio,
en caso de necesidad, se reunían y
formaban las enormes columnas de
centenares de miles de individuos de que
he hablado en una de las páginas
precedentes.
Debería decir, también, siquiera unas
pocas palabras de las "familias
compuestas" de los elefantes, de su
afecto mutuo, de la manera
meditada como apostan sus centinelas, y
de los sentimientos de simpatía que se
desarrollan entre ellos bajo la
influencia de esa vida, plena de
estrecho apoyo mutuo. Podría hacer
mención, también, de los sentimientos
sociales existentes entre los jabalíes,
que no gozan de buena fama, y sólo
podría alabarlos por su inteligencia al
unirse en el caso de ser atacados
por un animal carnívoro. Los hipopótamos
y los rinocerontes deben también tener
su lugar en un trabajo consagrado a la
sociabilidad de los animales. Se podría
escribir también varias páginas
asombrosas sobre la sociabilidad y el
mutuo afecto de las focas y morsas; y
finalmente, podría mencionarse los
buenos sentimientos desarrollados entre
las especies sociales de la familia de
los cetáceos. Pero es necesario, aún,
decir algo sobre las sociedades de los
monos, que son especialmente
interesantes porque representan la
transición a las sociedades de los
hombres primitivos.
Apenas es necesario recordar que estos
mamíferos que ocupan la cima misma del
mundo animal, y son los más próximos al
hombre, por su constitución y por su
inteligencia, se destacan por su
extraordinaria sociabilidad.
Naturalmente, en tan vasta división del
mundo animal, que incluye centenares de
especies, encontramos inevitablemente la
mayor diversidad de pareceres y
costumbres. Pero, tomando todo esto con
consideración, es necesario reconocer
que la sociabilidad, la acción en común,
la protección mutua y el elevado
desarrollo de los sentimientos que son
consecuencia necesaria de la vida
social, son los rasgos distintivos de
casi toda la vasta división de
los monos. Comenzando por las especies
más pequeñas y terminando por las más
grandes, la sociabilidad es la regia, y
tiene sólo muy pocas excepciones.
Las especies de monos que viven
solitarios son muy raras. Así, los monos
nocturnos prefieren la vida aislada; los
capuchinos (Cebus capacinus), y
los "ateles" -grandes monos aulladores
que se encuentran en el Brasil- y
los aulladores en general, viven en
pequeñas familias; Wallace nunca
encontró a los orangutanes de otro modo
que aislados o en pequeños grupos de
tres a cuatro individuos; y los gorilas,
según parece, nunca se reúnen en grupos.
Pero todas las restantes especies de
monos: chimpancés. gibones, los monos
arbóreos de Asia y Africa, los macacos,
mogotes, todos los pavianos parecidos a
perros, los mandriles y todos los
pequeños juguetones, son sociables en
alto grado. Viven en grandes bandas y
algunas reúnen varias especies
distintas. La mayoría de ellos se
sienten completamente infelices cuando
se hallan solitarios. El grito de
llamada de cada mono inmediatamente
reúne a toda la banda, y todos juntos
rechazan valientemente los ataques de
casi todos los animales carnívoros y
aves de rapiña. Ni siquiera las águilas
se deciden a atacar a los monos. Saquean
siempre nuestros campos en bandas, y
entonces los viejos se encargan de la
tarea de cuidar la seguridad de la
sociedad. Los pequeñas titíes, cuyas
caritas infantiles tanto asombraron a
Humboldt, se abrazan Y protegen
mutuamente de la lluvia enrollando la
cola alrededor del cuello del camarada
que tiembla de frío. Algunas especies
tratan a sus camaradas heridos con
extrema solicitud, y durante la retirada
nunca abandonan a un herido antes de
convencerse de que ha muerto, que está
fuera de sus fuerzas el volverlo a la
vida. Así, James Forbes refiere en sus
Oriental Memoirs con qué
persistencia reclamaron los monos a su
partida la entrega del cadáver de una
hembra muerta, y que esta exigencia fue
hecha en forma tal que comprendió
perfectamente por qué "los testigos de
esta extraordinaria escena decidieron
en, adelante no disparar nunca más
contra los monos".
Los monos de algunas especies reúnense
varios cuando quieren volcar una piedra
y recoger los huevos de hormigas que se
encuentran bajo ella. Les pavianos de
Africa del Norte (Hamadryas), que viven
en grandes bandas, no sólo colocan
centinelas, sino que observadores dignos
de toda fe los han visto formar una
cadena para transportar a lugar seguro
los frutos robados. Su coraje es bien
conocido, y bastará recordar la
descripción clásica de Brehm, que
refirió detalladamente la lucha regular
sostenida por su caravana antes de que
los pavianos les permitieran proseguir
viaje en el valle de Mensa, en Abisinia.
Son conocidas también las travesuras de
los monos de cola, que los han hecho
merecedores de su propio nombre
(juguetones), y gracias a este rasgo de
sus sociedades, también es conocido el
afecto mutuo que reina en las familias
de chimpancés. Y si entre los monos
superiores hay dos especies (orangután y
gorila) que no se distinguen por la
sociabilidad, necesario es recordar que
ambas especies están limitadas a
superficies muy reducidas (una vive en
Africa Central y la otra en las islas de
Borneo y Sumatra), y con toda evidencia
constituyen los últimos restos
moribundos de dos especies que fueron
antes incomparablemente más numerosas.
El gorila, por lo menos así parece, ha
sido sociable en tiempos pasados,
siempre que los monos citados por el
cartaginés Hannon en la descripción de
su viaje (Periplus) hayan sido
realmente gorilas.
De tal modo, aun en nuestra rápida
ojeada vemos que la vida en sociedades
no constituye excepción en el mundo
animal; por lo contrario, es regla
general -ley de la naturaleza- y alcanza
su más pleno desarrollo en los
vertebrados superiores. Hay muy pocas
especies que vivan solitarias o
solamente en pequeñas familias, y son
comparativamente poco numerosas. A pesar
de eso, hay fundamentos para suponer
que, con pocas excepciones, todas las
aves y los mamíferos que en el presente
no viven en rebaños o bandadas han
vivido antes en sociedades, hasta que el
género humano se multiplicó sobre la
superficie de la tierra y comenzó a
librar contra ellos una guerra de
exterminio, y del mismo modo comenzó a
destruir las fuentes de sus alimentos.
"On ne s'associe pas pour mourir"
-observó justamente Espinas (en el libro
Les Sociétés animales).
Houzeau, que conocía bien el mundo
animal de algunas partes de América
antes de que los animales sufrieran el
exterminio en gran escala de que los
hizo objeto el hombre, expresó en sus
escritos el mismo pensamiento.
La vida social se encuentra en el mundo
animal en todos los grados de
desarrollo; y de acuerdo con la gran
idea de Herbert Spencer, tan
brillantemente desarrollada en el
trabajo de Perrier, Colonies
Animales, las "colonias", es decir,
sociedades estrechamente ligadas,
aparecen ya en el principio mismo del
desarrollo del mundo animal. A medida
que nos elevamos en la escala de la
evolución, vemos cómo las sociedades de
los animales se vuelven más y más
conscientes. Pierden su carácter
puramente físico, luego cesan de ser
instintivas y se hacen razonadas. Entre
los vertebrados superiores, la sociedad
es ya temporaria, periódica, o sirve
para la satisfacción de alguna necesidad
definida, por ejemplo la reproducción,
las migraciones, la caza o la defensa
mutua. Se hace hasta accidental, por
ejemplo, cuando las aves se reúnen
contra un rapaz, o los mamíferos se
juntan para emigrar bajo la presión de
circunstancias excepcionales. En este
último caso, la sociedad se convierte en
una desviación voluntaria del
modo habitual de vida.
Además, la unión a veces es de dos o
tres grados: al principio, la familia;
después, el grupo, y por último, la
sociedad de grupos, ordinariamente
dispersos, pero que se reúnen en caso de
necesidad, como hemos visto en el
ejemplo de los búfalos y otros rumiantes
durante sus cambios de lugar. La
asociación también toma formas más
elevadas, y entonces asegura mayor
independencia para cada individuo, sin
privarlo, al mismo tiempo, de las
ventajas de la vida social. De tal modo,
en la mayoría de los roedores, cada
familia tiene su propia vivienda, a la
que puede retirarse si de ea el
aislamiento; pero esas viviendas se
distribuyen en pueblos y ciudades
enteras, de modo que aseguren a todos
los habitantes las comodidades todas y
los placeres de la vida social. Por
último, en algunas especies, como, por
ejemplo, las ratas, marmotas, liebres,
etc.... la sociabilidad de la vida se
mantiene a pesar de su carácter
pendenciero, o, en general, a pesar de
las inclinaciones egoístas de los
individuos tomados separadamente.
En estos casos, la vida social, por
consiguiente, no está condicionada, como
en las hormigas y abejas, por la
estructura fisiológica; aprovechan de
ella, por las ventajas que presenta, la
ayuda mutua o por los placeres que
proporciona. Y esto, finalmente, se
manifiesta en todos los grados posibles,
y la mayor variedad de caracteres
individuales y específicos y la mayor
variedad de formas de vida social es su
consecuencia, y para nosotros una prueba
más de su generalidad.
La sociabilidad, es decir, la necesidad
experimentada por los animales de
asociarse con sus semejantes, el amor a
la sociedad por la sociedad, unido al
"goce de la vida", sólo ahora comienza a
recibir la debida atención por parte de
los zoólogos. Actualmente sabemos que
todos los animales, comenzando por las
hormigas, pasando a las aves y
terminando con los mamíferos superiores,
aman los juegos, gustan de luchar y
correr uno en pos de otro, tratando de
atraparse mutuamente, gustan de
burlarse, etcétera, y así muchos juegos
son, por así decirlo, la escuela
preparatoria para los individuos
jóvenes, preparándolos para obrar
convenientemente cuando entren en la
madurez; a la par de ellos, existen
también juegos que, aparte de sus fines
utilitarios, junto con las danzas y
canciones, constituyen la simple
manifestación de un exceso de fuerzas
vitales, "de un goce de la vida", y
expresan el deseo de entrar, de un modo
u otro, en sociedad con los otros
individuos de su misma especie, o hasta
de otra. Dicho más brevemente, estos
juegos constituyen la manifestación de
la sociabilidad en el verdadero
sentido de la palabra, como rasgo
distintivo de todo el mundo
animal. Ya sea el sentimiento de miedo
experimentado ante la aparición de un
ave de rapiña, o una "explosión de
alegría" que se manifiesta cuando los
animales están sanos y, en especial, son
jóvenes, o bien sencillamente el deseo
de liberarse del exceso de impresiones y
de la fuerza vital bullente, la
necesidad de comunicar sus impresiones a
los demás, la necesidad del juego en
común, de parlotear, o simplemente la
sensación de la proximidad de otros
seres vivos, parientes, esta
necesidad se extiende a
toda la naturaleza; y en tal alto
grado como cualquier función
fisiológica, constituye el rasgo
característico de la vida y la
impresionabilidad en general. Esta
necesidad alcanza su más elevado
desarrollo y toma las formas más bellas
en los mamíferos, especialmente en los
individuos jóvenes, y más aún en las
aves; pero ella se extiende a toda la
naturaleza. Ha sido detenidamente
observada por los mejores naturalistas,
incluyendo a Pierre Huber, aun entre las
hormigas; y no hay duda de que esa misma
necesidad, ese mismo instinto, reúne a
las mariposas y otros insectos en, las
enormes columnas de que hemos hablado
antes.
La costumbre de las aves de reunirse
para danzar juntas y adornar los lugares
donde se entregan habitualmente a las
danzas probablemente es bien conocida
por los lectores, aunque sea gracias a
las páginas que Darwin dedicó a esta
materia en su Origen del Hombre
(cap. XIII). Los visitantes del jardín
zoológico de Londres conocen también la
glorieta, bellamente adornada, del
"pajarito satinado" construida con ese
mismo fin. Pero esta costumbre de danzar
resulta mucho más extendida de lo que
antes se suponía, y W. Hudson, en su
obra maestra sobre la región del Plata,
hace una descripción sumamente
interesante de las complicadas danzas
ejecutadas por numerosas especies de
aves: rascones, jilgueros, avefrías.
La costumbre de cantar en común que
existe en algunas especies de aves,
pertenece a la misma categoría de
instintos sociales. En grado asombro
está desarrollada en el chajá
sudamericano (Chauna Chavarria,
de raza próxima al ganso) y al que los
ingleses dieron el apodo más prosaico de
"copetuda chillona". Estas aves se
reúnen, a veces, en enormes bandadas y
en tales casos organizan a menudo todo
un concierto, Hudson las encontró cierta
vez en cantidades innumerables, posadas
alrededor de un lago de las Pampas, en
bandadas separadas de unas quinientas
aves.
"Pronto -dice- una de las bandadas que
se hallaba cercana a mí comenzó a
cantar, y este coro poderoso no cesó
durante tres o cuatro minutos. Cuando
hubo cesado, la bandada vecina comenzó
el canto, y, a continuación de ella, la
siguiente, y así sucesivamente hasta que
llegó el canto de la bandada que se
hallaba en la orilla opuesta del lago, y
cuyo sonido se transmitía claramente por
el agua; luego, poco a poco, se callaron
y de nuevo comenzó a resonar a mi lado."
Otra vez el mismo zoólogo tuvo ocasión
de observar a una innumerable bandada de
chajás que cubría toda la Ranura, pero
esta vez dividida no en secciones, sino
en parejas y en grupos pequeños.
Alrededor de. las nueve de la noche, "de
repente toda esta masa de aves, que
cubría los pantanos en millas enteras a
la redonda, estalló en un poderoso canto
vespertino... Valía la pena cabalgar un
centenar de millas para escuchar tal
concierto".
A la observación precedente se puede
agregar que el chajá, como todos los
animales sociales, se domestica
fácilmente y se aficiona mucho al
hombre. Dícese que "son aves pacíficas
que raramente disputan" a pesar de estar
bien armadas y provistas de espolones
bastante amenazadores en las alas. La
vida en sociedad, sin embargo, hace
superflua este arma.
El hecho de que la vida social sirva de
arma poderosísima en la lucha por la
existencia (tomando este término en el
sentido amplio de la palabra) es
confirmado, como hemos visto en las
páginas precedentes, por ejemplos
bastante diversos, y de tales ejemplos,
si necesario fuera, se podría citar un
número incomparablemente mayor. La vida
en sociedad, como hemos visto, da a los
insectos más débiles, a las aves más
débiles y a los mamíferos más débiles,
la posibilidad de defenderse de los
ataques de las aves y animales
carnívoros más temibles, o prevenirse de
ellos. Ella les asegura la longevidad;
da a las especies la posibilidad de
criar una descendencia con el mínimo de
desgaste innecesario de energías y de
sostener su número aun en caso de
natalidad muy baja; permite a lo
animales gregarios realizar sus
migraciones y encontrar nuevos lugares
de residencia. Por esto, aun
reconociendo enteramente que la fuerza,
la velocidad, la coloración protectora,
la astucia, y la resistencia al frío y
hambre, mencionadas por Darwin y Wallace
realmente constituye cualidades que
hacen al individuo o a las especies más
aptos en algunas circunstancias,
nosotros, junto con esto, afirmamos que
la sociabilidad es la ventaja más grande
en la lucha por la existencia en
todas las circunstancias naturales,
sean cuales fueran. Las especies que
voluntaria o involuntariamente reniegan
de ella, están condenadas a. la
extinción, mientras que los animales que
saben unirse del mejor modo, tienen
mayores oportunidades para subsistir y
para un desarrollo máximo, a pesar de
ser inferiores a los otros en cada
una de las particularidades
enumeradas por Darwin y Wallace, con
excepción solamente de las facultades
intelectuales. Los vertebrados
superiores, y en especial él género
humano, sirven como la mejor
demostración de esta afirmación.
En cuanto a las facultades intelectuales
desarrolladas, todo darwinista está de
acuerdo con Darwin en que ellas
constituyen el instrumento más poderoso
en la lucha por la existencia y la
fuerza más poderosa para el desarrollo
máximo; pero debe estar de acuerdo,
también, en que las facultades
intelectuales, más aún que todas las
otras, están condicionadas en su
desarrollo por la vida social. La
lengua, la imitación, la experiencia
acumulada, son condiciones necesarias
para el desarrollo de las facultades
intelectuales, y precisamente los
animales no sociables suelen estar
desprovistos de ellas. Por eso nosotros
encontramos que en la cima de las
diversas clases se hallan animales tales
como la abeja, la hormiga y termita, en
los insectos, entre los cuales está
altamente desarrollada la sociabilidad,
y con ella, naturalmente, las facultades
intelectuales.
"Los más aptos", los mejor dotados para
la lucha con todos los elementos
hostiles son, de tal modo, los animales
sociales, de manera que se puede
reconocer la sociabilidad como el factor
principal de la evolución progresiva,
tanto indirecto, porque asegura el
bienestar de la especie junto con la
disminución del gasto inútil de energía,
como directo, porque favorece el
crecimiento de las facultades
intelectuales".
Además, es evidente que la vida en
sociedad sería completamente imposible
sin el correspondiente desarrollo de los
sentimientos sociales, en especial, si
el sentimiento colectivo de justicia
(principio fundamental de la moral) no
se hubiera desarrollado y convertido en
costumbre. Si cada individuo abusara
constantemente de sus ventajas
personales y los restantes no
intervinieran en favor del ofendido,
ninguna clase de vida social sería
posible. Por esto, en todos los animales
sociales, aunque sea poco, debe
desarrollarse el sentimiento de
justicia. Por grande que sea la
distancia de donde vienen las
golondrinas o las grullas, tanto las
unas como las otras vuelven cada una al
mismo nido que construyeron o repararon
el año anterior. Si algún gorrión
perezoso (o joven) trata de apoderarse
de un nido que construye su camarada, o
aun robar de él algunas piajuelas, todo
el grupo local de gorriones interviene
en contra del camarada perezoso; lo
mismo en muchas otras aves, y es
evidente que, si semejantes
intervenciones no fueran la regla
general, entonces las sociedades de aves
para el anidamiento serían imposibles.
Los grupos separados de pingüinos tienen
su lugar de descanso y su lugar de pesca
y no se pelean por ellos. Los rebaños de
ganado cornúpeta de Australia tienen
cada uno su lugar determinado, adonde
invariablemente se dirigen día a día a
descansar, etcétera.
Disponemos de gran cantidad de
observaciones directas que hablan del
acuerdo que reina entre las sociedades
de aves anidadoras, en las poblaciones
de roedores, en los rebaños de
herbívoros, etc.; pero por otra parte,
sabemos que son muy pocos los animales
sociales que disputan constantemente
entre sí, como hacen las ratas de
nuestras despensas, o las morsas que
pelean por el lugar para calentarse al
sol en las riberas que ocupan. La
sociabilidad, de tal modo, pone límites
a la lucha física y da lugar al
desarrollo de los mejores sentimientos
morales. Es bastante conocido el elevado
desarrollo del amor paternal en todas
las clases de animales, sin exceptuar
siquiera a los leones y tigres. Y en
cuanto a las aves jóvenes y a los
mamíferos, que vemos constantemente en
relaciones mutua!, en sus sociedades
reciben ya el máximo desarrollo, la
simpatía, la comunidad de sentimientos y
no el amor de sí mismos.
Dejando de lado los actos realmente
conmovedores de apego y compasión que se
han observado tanto entre los animales
domésticos como entre los salvajes
mantenidos en cautiverio, disponemos de
un número suficiente de hechos
plenamente comprobados que testimonian
la manifestación del sentimiento de
compasión entre los animales salvajes en
libertad. Max Perty y L. Büchner
reunieron no pocos de tales hechos. El
relato de Wood de cómo una marta
apareció para levantar y llevarse
a una compañera lastimada. goza de una
popularidad bienmerecida. A la misma
categoría de hechos se refiere la
conocida observación del capitán
Stanbury, durante su viaje por la
altiplanicie de Utah, en las Montañas
Rocosas, citada por Darwin. Stanbury
observó a un pelicano ciego que era
alimentado, y bien alimentado, por otros
pelícanos, que le traían pescado desde
cuarenta y cinco verstas. H. Weddell,
durante su viaje por Bolivia y Perú,
observó más de una vez que, cuando un
rebaño de vicuñas es perseguido por
cazadores, los machos fuertes cubren la
retirada del rebaño, separándose a
propósito para proteger a los que se
retiran. Lo mismo se observa
constantemente en Suiza entre las cabras
salvajes. Casos de compasión de los
animales hacia sus camaradas heridos son
constantemente citados por los zoólogos
que estudian la vida de la naturaleza: y
sólo ha de asombrarse uno por la
vanagloria del hombre, que desea
indefectiblemente apartarse del mundo
animal, cuando se ve que semejantes
casos no son generalmente reconocidos.
Además, son perfectamente naturales. La
compasión necesariamente se
desarrolla en la vida social. Pero la
compasión, a su vez, indica un progreso
general importante en el campo de las
facultades intelectuales y de la
sensibilidad. Es el primer paso hacia el
desarrollo de los sentimientos morales
superiores, y, a su vez, se vuelve
agente poderoso del máximo desarrollo
progresivo, de la evolución.
Si las opiniones expuestas en las
páginas precedentes son correctas,
entonces surge, naturalmente, la
cuestión: ¿hasta dónde concuerdan con la
teoría de la lucha por la
existencia, de la manera como ha sido
desarrollada por Darwin, Wallace y sus
continuadores? Y yo contestaré
brevemente ahora a esta importante
cuestión. Ante todo, ningún naturalista
dudará de que la idea de la lucha
por la existencia, conducida a través de
toda la naturaleza orgánica, constituye
la más grande generalización de nuestro
siglo. La vida es lucha, y en
esta lucha sobreviven los más aptos.
Pero, la cuestión reside en esto: ¿llega
esta competencia hasta los límites
supuestos por Darwin o, aún, por
Wallace? y, ¿desempeñó en el
desarrollo del reino animal el papel que
se le atribuye?
La idea que Darwin llevó a través de
todo su libro sobre el origen de las
especies es, sin duda, la idea de la
existencia de una verdadera competencia,
de una lucha dentro de cada grupo animal
por el alimento, la seguridad y la
posibilidad de dejar descendencia. A
menudo habla de regiones saturadas de
vida animal hasta los límites máximos, y
de tal saturación deduce la
inevitabilidad de la competencia, de la
lucha entre los habitantes. Pero si
empezamos a buscar en su libro pruebas
reales de tal competencia, debemos
reconocer que no existen testimonios
suficientemente convincentes. Si
acudirnos al párrafo titulado "La lucha
por la existencia es rigurosísima entre
individuos y variedades de una misma
especie", no encontramos entonces en él
aquella abundancia de pruebas y ejemplos
que estamos acostumbrados a encontrar en
toda obra de Darwin. En confirmación de
la lucha entre los individuos de una
misma especie no se trae, bajo el título
arriba citado, ni un ejemplo; se acepta
como axioma. La competencia entre las
especies cercanas de animales es
afirmada sólo por cinco ejemplos, de los
cuales, en todo caso, uno (que se
refiere a dos especies de mirlos)
resulta dudoso, según las más recientes
observaciones, y otro (referente a las
ratas), también suscitará dudas.
Si comenzamos a buscar en Darwin mayores
detalles con objeto de convencernos
hasta dónde el crecimiento de una
especie realmente está condicionado por
el decrecimiento de otra especie,
encontramos que, con su habitual
rectitud, dice él lo siguiente:
"Podemos conjeturar (dimley see) por qué
la competencia debe ser tan rigurosa
entre las formas emparentadas que llenan
casi un mismo lugar en la naturaleza;
pero, probablemente en ningún caso
podríamos determinar con precisión por
qué una especie ha logrado la victoria
sobre otras en la gran batalla de la
vida.
En cuanto a Wallace, que cita en su
exposición del darwinismo los mismos
hechos, pero bajo el título ligeramente
modificado ("La lucha por la existencia
entre los animales y las plantas
estrechamente emparentadas a menudo
es rigurosísima"), hace la
observación siguiente, que da a los
hechos arriba citados un aspecto
completamente distinto. Dice (las
cursivas son mías):
"En algunos casos, sin duda, se
libra una verdadera guerra entre dos
especies, y la especie más fuerte mata a
la más débil; pero esto de ningún
modo es necesario y pueden darse
casos en que especies más débiles
físicamente pueden vencer, debido a su
mayor poder de multiplicación rápida, a
la mayor resistencia con respecto a las
condiciones climáticas hostiles o a la
mayor astucia que les permite evitar los
ataques de sus enemigos comunes."
De tal manera, en casos semejantes, lo
que se atribuye a la competencia, a la
lucha, puede ocurrir que de ningún
modo sea competencia ni lucha.
De ningún modo una especie
desaparece porque otra especie la ha
exterminado o la ha hecho morir de
consunción tomándole los medios de
subsistencia, sino porque no pudo
adaptarse bien a nuevas condiciones,
mientras que la otra especie logré
hacerlo. La expresión "lucha por la
existencia" tal vez se emplea aquí, una
vez más, en su sentido figurado, y por
lo visto no tiene otro sentido. En
cuanto a la competencia real por el
alimento entre los individuos de una
misma especie que Darwin ilustró en
otro lugar con un ejemplo tomado de la
vida del ganado cornúpeta de América del
Sur durante una sequía, el valor
de este ejemplo disminuye
significativamente porque ha sido tomado
de la vida de animales domésticos. En
circunstancias semejantes, los bisontes
emigran con el objeto de evitar la
competencia por el alimento. Por más
rigurosa que sea la lucha entre las
plantas -y está plenamente demostrada-,
podemos sólo repetir con respecto a ella
la observación de Wallace: "Que las
plantas viven allí donde pueden",
mientras que los animales, en grado
considerable, tienen la posibilidad de
elegirse ellos mismos el lugar de
residencia. Y nosotros nos preguntamos
de nuevo: ¿en qué medida existe
realmente la competencia, la lucha,
dentro de cada especie animal? ¿ En qué
está basada esta suposición?
La misma observación tengo que hacer con
respecto al argumento "indirecto" en
favor de la realidad de una competencia
rigurosa y la lucha por la existencia
dentro de cada especie, que se puede
deducir del "exterminio de las
variedades de transición", mencionadas
tan a menudo por Darwin. Lo que pasa es
lo siguiente: Como es sabido, durante
mucho tiempo ha confundido a todos los
naturalistas, y al mismo Darwin la
dificultad que él veía en la ausencia de
una gran cadena de formas intermedias
entre especies estrechamente
emparentadas; y sabido es que Darwin
buscó la solución de esta dificultad en
el exterminio supuesto por él de todas
las formas intermedias. Sin embargo, la
lectura atenta de los diferentes
capítulos en los que Darwin y Wallace
habían de esta materia, fácilmente
llevan a la conclusión de que la palabra
"exterminio" empleada por ellos de
ningún modo se refiere al exterminio
real, y menos aún al exterminio por
falta de alimento y, en general, por la
superpoblación. La observación que hizo
Darwin acerca del significado de su
expresión: "lucha por la existencia",
evidentemente se aplica en igual medida
también a la palabra "exterminio": la
última de ninguna manera puede ser
comprendida en su sentido directo, sino
únicamente en el sentido "metafórico"
figurado.
Si partimos de la suposición que una
superficie determinada está saturada de
animales hasta los límites máximos de su
capacidad, y que, debido a esto, entre
todos sus habitantes se libra una lucha
aguda por los medios de subsistencia
indispensables -y en cuyo caso cada
animal está obligado a luchar contra
todos sus congéneres para obtener el
alimento cotidiano-, entonces la
aparición de una variedad nueva, y que
ha tenido éxito, sin duda consistirá en
muchos casos (aunque no siempre) en la
aparición de individuos tales que podrán
apoderarse de una parte de los medios de
subsistencia mayor que la que les
corresponde en justicia; entonces el
resultado sería realmente que semejantes
individuos condenarían a la consunción
tanto a la forma paterna original que no
pelee la nueva modificación, como a
todas las formas intermedias que ni
poseyeran la nueva especialidad en el
mismo grado que ellos. Es muy posible
que al principio Darwin comprendiera la
aparición de las nuevas variedades
precisamente en tal aspecto; por lo
menos, el uso frecuente de la palabra
"exterminio" produce tal impresión. Pero
tanto él como Wallace conocían demasiado
bien la naturaleza para no ver que de
ningún modo ésta es la única solución
posible y necesaria.
Si las condiciones físicas y biológicas
de una superficie determinada y también
la extensión ocupada por cierta especie,
y el modo de vida de todos los miembros
de esta especie, permanecieron siempre
invariables, entonces la aparición
repentina de una variedad realmente
podría llevar a la consunción y al
exterminio de todos los individuos que
no poseyeran, en la medida necesaria, el
nuevo rasgo que caracteriza a la nueva
variedad. Pero, precisamente, no vemos
en la naturaleza semejante combinación
de condiciones, semejante
invariabilidad. Cada especie tiende
constantemente a la expansión de su
lugar de residencia, y la emigración a
nuevas residencias es regla general,
tanto para las aves di vuelo rápido como
para el caracol de marcha lenta. Luego,
en cada extensión determinada de la
superficie terrestre, se producen
constantemente cambios físicos, y el
rasgo característico de las nuevas
variedades entre los animales en un
inmenso número de casos -quizá en la
mayoría- no es de ningún modo la
aparición de nuevas adaptaciones para
arrebatar el alimento de la boca de sus
congéneres -el alimento es sólo una de
las centenares de condiciones diversas
de la existencia-, sino, como el mismo
Wallace demostró en un hermoso párrafo
sobre la divergencia de las caracteres"
(Darwinism, página 107), el
principio de la nueva variedad puede ser
la formación de nuevas costumbres, la
migración a nuevos lugares de residencia
y la transición a nuevas formas de
alimentos.
En todos estos casos, no ocurrirá ningún
exterminio, hasta faltará ¡a lucha por
el alimento, puesto que la nueva
adaptación servirá para suavizar la
competencia, si la última existiera
realmente, y sin embargo, se
producirá, transcurrido cierto tiempo,
una ausencia de eslabones intermedias
como resultado de la simple
supervivencia de aquéllos que están
mejor adaptados a las nuevas
condiciones. Se realizará esto
también, sin duda, como si ocurriera el
exterminio de las formas originales
supuesto por la hipótesis. Apenas es
necesario agregar que, si admitimos
junto con Spencer, junto con todos los
lamarckianos y el mismo Darwin, la
influencia modificadora del medio
ambiente en las especies que viven en él
-y la ciencia contemporánea se mueve más
y más en esta dirección-, entonces habrá
menos necesidad aún de la hipótesis del
exterminio de las formas intermedias.
La importancia de las migraciones de los
animales para la aparición y el
afianzamiento de las nuevas variedades,
y, por último, de las nuevas especies,
que señaló Moritz Wagner, ha sido bien
reconocida posteriormente por el mismo
Darwin. En realidad, no es raro que
parte de los animales de una especie
determinada sean sometidos a nuevas
condiciones de vida, y a veces separados
de la parte restante de su especie, por
lo cual aparece y se afianza una nueva
raza o variedad. Esto fue reconocido ya
por Darwin, pero las últimas
investigaciones subrayaron aún más la
importancia de este factor, y mostraron
también de qué modo la amplitud del
territorio ocupado por esta determinada
especie a esta amplitud Darwin, con
fundamentos plenos, atribuía gran
importancia para la aparición de nuevas
variedades puede estar unida al
aislamiento de cierta parte de una
especie determinada, en virtud de los
cambios geológicos locales o la
aparición de obstáculos locales. Entrar
aquí a juzgar toda esta amplia cuestión
sería imposible, pero bastarán algunas
observaciones para ilustrar la acción
combinada de tales influencias. Corro es
sabido, no es raro que parte de una
especie determinada recurra a un nuevo
género de alimento. Por ejemplo, si se
produce una escasez de piñas en los
bosques de alerces, las ardillas se
trasladan a los pinares, y este cambio
de alimento, como señaló
Poliakof, produce cambios fisiológicos
determinados en el organismo de esas
ardillas. Si este cambio de costumbres
no se prolonga, si al año siguiente hay
otra vez abundancia de piñas en los
sombríos bosques de alerces, entonces,
evidentemente, no se forma ninguna
variedad nueva. Pero si parte de la
inmensa extensión ocupada por las
ardillas empieza a cambiar de carácter
físico, digamos debido a la suavización
del clima, o a la desecación, y estas
dos causas facilitaran el aumento de la
superficie de los pinares en desmedro de
los bosques de alerces, y si algunas
otras condiciones contribuyeran a hacer
que parte de las ardillas se mantuvieran
en los bordes de la región, entonces
aparecerá una nueva variedad, es decir,
una especie nueva de ardillas. Pero la
aparición de esta variedad no irá
acompañada, decididamente, por nada que
pudiese merecer el nombre, de exterminio
entre ardillas. Cada año sobrevivirá una
proporción algo mayor, en comparación
con otras, de ardillas de esta variedad
nueva y mejor adaptada, y los eslabones
intermedios se extinguirán en el
transcurso del tiempo, de año en año,
sin que sus competidores malthusianos
las condenen de ningún modo a muerte por
hambre. Precisamente procesos semejantes
se realizan ante nuestros ojos, debidos
a los grandes cambios físicos que se
producen en las vastas extensiones de
Asia Central a consecuencia de la
desecación que evidentemente se viene
produciendo allí desde el período
glacial.
Tomemos otro ejemplo. Ha sido demostrado
por los geólogos que el actual caballo
salvaje (Equus Przewalski) es el
resultado del lento proceso de evolución
que se realizó en el transcurso de las
últimas partes del período terciario y
de todo el cuaternario (el glacial y el
posglacial), y durante el transcurso de
esta larga serie de siglos, los
antecesores del caballo actual no
permanecieron en ninguna superficie
determinada del globo terrestre. Por lo
contrario, erraron por el viejo y el
nuevo mundo, y con toda probabilidad,
por último, volvieron completamente
transformados en el curso de sus
numerosas migraciones, a los mismos
pastos que dejaron en otros tiempos. De
esto resulta claro que, si no
encontramos ahora en Asia todos los
eslabones intermedios entre el caballo
salvaje actual y sus ascendientes
asiáticos posterciarios, de ningún modo
significa que los eslabones intermedios
fueran exterminados. Semejante
exterminio jamás ha ocurrido. Ni
siquiera puede haber tan elevada
mortandad entre las especies ancestrales
del caballo actual: los individuos que
pertenecían a las variedades y especies
intermedias perecieron en las
condiciones más comunes -a menudo aun en
medio de la abundancia de alimento- y
sus restos se hallan dispersos ahora en
el seno de la tierra por todo el globo
terráqueo. Dicho más brevemente, si
reflexionamos sobre esta materia y
releemos atentamente lo que el mismo
Darwin escribió sobre ella, veremos que
si empleamos ya la palabra "exterminio"
en relación con las variedades
transitorias, hay que utilizarla una vez
más en el sentido metafórico, figurado.
Lo mismo es menester observar con
respecto a expresiones tales como
"rivalidad" o "competencia"
(competition). Estas dos expresiones
fueron empleadas también constantemente
por Darwin (véase por ejemplo, el
capítulo "Sobre la extinción") más bien
como imagen o como medio de expresión,
no dándole el significado de lucha real
por los medios de subsistencia entre las
dos partes de una misma especie. En todo
caso, la ausencia de las formas
intermedias no constituye un argumento
en favor de la lucha recrudecida y de la
competencia aguda por los medios de
subsistencia -de la rivalidad,
prolongándose ininterrumpidamente dentro
de cada especie animal- es, según la
expresión del profesor Geddes, el
"argumento aritmético" tomado en
préstamo a Malthus.
Pero este argumento no prueba nada
semejante. Con el mismo derecho
podríamos tomar algunas aldeas del
Sureste de Rusia, cuyos habitantes no
han sufrido por la carencia de alimento,
pero que, al mismo tiempo, nunca
tuvieron clase alguna de instalaciones
sanitarias; y habiendo observado que en
los últimos setenta u ochenta años la
natalidad media alcanza en ellas al 60
por 1.000, y, sin embargo, la población
durante este tiempo no ha aumentado
-tengo en mis manos tales hechos
concretos- podríamos quizá llegar a la
conclusión de que un tercio de los
recién nacidos muere cada año sin haber
llegado al sexto mes de vida; la mitad
de los niños muere en el curso de los
cuatro años siguientes, y de cada
centenar de nacidos, sólo 17 alcanzan la
edad de veinte años. De tal modo los
recién venidos al mundo se van de él
antes de alcanzar la edad en que
pudieran llegar a ser competidores. Es
evidente, sin embargo, que si algo
semejante ocurre en el medio humano.
ello es más probable aún entre los
animales. Y realmente, en el mundo de
los plumíferos se produce la destrucción
de huevos en medida tan colosal que al
principio del verano los huevos
constituyen el alimento principal de
algunas especies de animales. No hablo
ya de las tormentas e inundaciones que
destruyen por millones los nidos en
América y en Asia, y de los cambios
bruscos de tiempo por los cuales perecen
en masa los individuos jóvenes de los
mamíferos. Cada tormenta, cada
inundación, cada cambio brusco de
temperatura, cada incursión de las ratas
a los nidos de las aves, destruyen a
aquellos competidores que parecen tan
terribles en el papel. En cuanto a los
hechos de la multiplicación
extremadamente rápida de los caballos y
del ganado cornúpeta de América, y
también de los cerdos y de los conejos
de Nueva Zelanda, desde que los europeos
los introdujeron en esos países, y aun
de los animales salvajes importados de
Europa (donde su cantidad disminuye por
la acción del hombre y no por la de los
competidores) es evidente que más bien
contradicen la teoría de la
superpoblación. Si los caballos y el
ganado cornúpeto pudieron multiplicarse
en América con tal velocidad, demuestra
esto simplemente que, por numerosos que
fueran los bisontes y otros rumiantes en
el Nuevo Mundo en aquellos tiempos, su
población herbívora, sin embargo, estaba
muy por debajo de la cantidad que
hubiera podido alimentarse en las
praderas. Si millones de nuevos
inmigrantes hallaron, no obstante,
alimento suficiente sin obligar a sufrir
hambre a la población anterior de las
praderas, deberíamos llegar más bien a
la conclusión de que los europeos
hallaron en América una cantidad no
excesiva, sino insuficiente de
herbívoros, a pesar de la cantidad
increíblemente enorme de bisontes o de
palomas silvestres que fue encontrada
por los primeros exploradores de América
del Norte.
Además, me permito decir que existen
bases serias para pensar que tal escasez
de población animal constituye la
situación natural de las cosas sobre la
superficie de todo el globo terrestre,
con pocas excepciones, que son
temporales, a esta regla general. En
realidad, la cantidad de animales
existentes en una extensión determinada
de la tierra de ningún modo se determina
por la capacidad máxima de
abastecimiento de este espacio, sino por
lo que ofrece cada año en las
condiciones menos favorables.
Lo importante no es saber cuántos
millones de búfalos, cabras, ciervos,
etc., pueden alimentarse en un
territorio determinado durante un verano
exuberante y de lluvias moderadas, sino
cuántos sobrevivirán si se produce uno
de esos veranos secos en que toda la
hierba se quema, o un verano húmedo en
que territorios semejantes a la. Europa
central se convierten en pantanos
continuos, como he visto en la, meseta
de Vitimsk- o cuando las praderas y los
bosques se incendian en miles de verstas
cuadradas, como hemos visto en Siberia y
en Canadá.
He aquí por qué, debido a esta sola
cansa, la competencia, la lucha por el
alimento, difícilmente puede ser
condición normal de la vida. Pero,
aparte de esto, otras causas hay que a
su vez rebajan aún más este nivel no tan
alto de población. Si tomamos los
caballos (y también el ganado cornúpeta)
que pasan todo el invierno pastando en
las estepas de la Transbaikalia,
encontramos, al finalizar el invierno, a
todos ellos mira, enflaquecidos y
exhaustos. Este agotamiento, por otra
parte, no es resultado de la carencia de
alimento, puesto que debajo de la
delgada capa de nieve, por doquier, hay
pasto en abundancia: su causa reside el,
la dificultad de extraer el pasto que
está debajo de la nieve, y esta
dificultad es la misma para todos los
caballos. Además, a principios de la
primavera suele haber escarcha, y si se
prolonga ésta algunos días sucesivos los
caballos son víctimas de una extenuación
aún mayor. Pero frecuentemente, a
continuación sobrevienen las nevascas,
las tormentas de nieve, y entonces los
animales, ya debilitados, suelen verse
obligados a permanecer algunos días
completamente privados de alimento, y
por ello caen cantidades muy grandes.
Las pérdidas durante la primavera suelen
ser tan elevadas, que si ésta se ha
distinguido por una extrema crudeza no
pueden ser reparadas ni aún por el nuevo
aumento, tanto más cuanto que todos los
caballos suelen estar agotados y los
potrillos nacen débiles. La cantidad de
caballos y de ganado cornúpeto siempre
se mantiene, de tal modo,
considerablemente inferior al nivel en
que podrían mantenerse si no existiera
esta causa especial: la primavera fría y
tormentosa. Durante todo el año hay
alimento en abundancia: alcanzaría para
una cantidad de animales cinco o diez
veces mayor de la que existe In
realidad; y sin embargo, la población
animal de las estepas crece forma
extremadamente lenta, pero apenas los
buriatos, amos del gana y de los rebaños
de caballos, comienzan a hacer aun la
más insignificante provisión de heno en
las estepas, y les permiten el acceso
durante la escarcha o las nieves
profundas, inmediatamente se observará
el aumento de sus rebaños.
En las mismas condiciones se encuentran
casi todos los animales herbívoros que
viven en libertad, y muchos roedores de
Asia y América; por eso podemos afirmar
con seguridad que su número no se reduce
por obra de la rivalidad y de la lucha
mutua; que en ninguna época tienen que,
luchar por alimentos: y que si nunca se
reproducen hasta llegar al grado de
superpoblación, la razón reside en el
clima, y no en la lucha mutua por el
alimento.
La importancia en la naturaleza de los
obstáculos naturales a la
reproducción excesiva: y en especial su
relación con la hipótesis de la
Competencia, aparentemente nunca fue
tomada todavía en consideración en la
medida debida. Estos obstáculos, o, más
exactamente, algunos de ellos se citan
de paso, pero, hasta ahora, no se ha
examinado en detalle su acción. Sin
embargo, si se compara la acción real de
las causas naturales sobre la vida de
las especies animales, con la acción
posible de la rivalidad dentro de las
especies, debemos reconocer en seguida
que la última no soporta ninguna
comparación con la anterior. Así, por
ejemplo, Bates menciona la cantidad
sencillamente inimaginable de hormigas
aladas que perecen cuando enjambran. Los
cuerpos muertos o semimuertos de la
hormiga de fuego (Myrmica
saevissima), arrastrados al río
durante una tormenta, "presentaban una
línea de una pulgada o dos de alto y de
la misma anchura, y la línea se extendía
sin interrupción en la extensión de
algunas millas, al borde del agua".
Miríadas de hormigas suelen ser
destruidas de tal modo, en medio de una
naturaleza que podría alimentar mil
veces más hormigas de las que vivían
entonces en este lugar.
El Dr. Altum, forestal alemán que
escribió un libro muy instructivo los
animales dañinos a nuestros bosques,
aporta también muchos hechos que
demuestran la gran importancia de los
obstáculos naturales a la multiplicación
excesiva. Dice que una sucesión de
tormentas o el tiempo frío y neblinoso
durante la enjumbrazón de la polilla de
pino (Bombyx Pini), la destruye
en cantidades inverosímiles, y en la
primavera del año 1871 todas
estas polillas desaparecieron de golpe,
probablemente destruidas por una
sucesión de noches frías. Se podrían
citar ejemplos semejantes, relativos a
los insectos de diferentes partes de
Europa. El Dr. Altum también menciona
las aves que devoran a las y la enorme
cantidad de huevos de este insecto
destruidos por los zorros; pero agrega
que los hongos parásitos que la atacan
periódicamente son enemigos de la
polilla considerablemente más terribles
que cualquier ave, puesto que destruyen
a la polilla de golpe, en una extensión
enorme. En cuanto a las diferentes
especies de ratones (Mus
sylvaticus, Arvicola orvalis, y
Aeagretis) Altum, exponiendo una
larga lista de sus enemigos, observa:
"Sin embargo, los enemigos más terribles
de los ratones no son los otros
animales, sino los cambios bruscos de
tiempo que se producen casi todos los
años". Si las heladas y el tiempo
templado se alternan, destruyen a los
ratones en cantidades innumerables; "un
solo cambio brusco de tiempo puede
dejar, de muchos miles de ratones, nada
más que algunos individuos vivos". Por
otra parte, un invierno templado, o un
invierno que avanza paulatinamente, les
da la posibilidad de multiplicarse en
proporciones amenazantes, a pesar de
cualesquiera enemigos; así fue en los
años 1876 y 1877. La rivalidad es, de
tal modo, con respecto a los ratones, un
factor completamente insignificante en
comparación con el tiempo. Hechos del
mismo género son citados por el mismo
autor también con respecto a las
ardillas.
En cuanto a las aves, todos sabemos bien
cómo sufren por los cambios bruscos de
tiempo. Las nevascas a fines de la
primavera son tan ruinosas para las aves
en los pantanos de Inglaterra como en la
Siberia y Ch. Dixon tuvo ocasión de ver
a las gelinotas reducidas por el frío de
inviernos excepcionalmente crudos, a tal
extremo, que abandonaban lugares
salvajes en grandes cantidades "y
conocemos casos en que eran cogidas en
las calles de Sheffield". El tiempo
húmedo y prolongado -agrega- es también
casi desastroso para ellas".
Por otra parte, las enfermedades
contagiosas que afectan de tiempo en
tiempo a la mayoría de las especies
animales, las destruyen en tal cantidad
que a menudo las pérdidas no pueden ser
repuestas durante muchos años, ni aun
entre los animales que se multiplican
más rápidamente. Así por ejemplo, allá
por el año 40, los susliki
súbitamente desaparecieron de los
alrededores de Sarepta, en la Rusia
suroriental, debido a cierta epidemia, y
durante muchos años no fue posible
encontrar en estos lugares ni un
susliki. Pasaron muchos años antes
de que se multiplicaran como
anteriormente.
Se podría agregar en cantidad hechos
semejantes, cada uno de los cuales
disminuye la importancia atribuida a la
competencia y a la lucha dentro de la
especies. Naturalmente, se podría
contestar con las palabras de Darwin, de
que, sin embargo, cada ser orgánico, "en
cualquier periodo de su vida, en el
transcurso de cualquier estación del
año, en cada generación, o de tiempo en
tiempo, debe luchar por la existencia y
sufrir una gran destrucción", y de que
sólo los más aptos sobrevivan a tales
períodos de dura lucha por la
existencia. Pero si la evolución del
mundo animal estuviera basada
exclusivamente, o aun preferentemente en
la supervivencia de los más aptos en
períodos de calamidades, si
la selección natural estuviera limitada
en su acción a los períodos de sequía
excepcional, o cambios bruscos de
temperatura o inundaciones, entonces
la regla general en el mundo animal
seria la regresión, y no el
progreso.
Aquellos que sobreviven al hambre, o a
una epidemia severa de cólera, viruela o
difteria, que diezman en tales medidas
como las que se observan en países
incivilizados, de ninguna manera son
ni más fuertes, ni más sanos ni
más inteligentes. Ningún progreso
podría basarse sobre semejantes
supervivencias, tanto más cuanto que
todos los que han sobrevivido
ordinariamente salen de la experiencia
con la salud quebrantada, como los
caballos de Transbaikalia que hemos
mencionado antes, o las tripulaciones de
los barcos árticos, o las guarniciones
de las fronteras obligadas a vivir
durante algunos meses a media ración y
que, al levantarse el sitio, salen con
la salud destrozada y con una mortalidad
completamente anormal como consecuencia.
Todo lo que la selección natural puede
hacer en los períodos de calamidad se
reduce a la conservación de los
individuos dotados de una mayor
resistencia para soportar toda clase
de privaciones. Tal es el papel de la
selección natural entre los caballos
siberianos y el ganado cornúpeto.
Realmente se distinguen por su
resistencia; pueden alimentarse, en caso
de necesidad, con abedul polar, pueden
hacer frente al frío y al hambre, pero,
en cambio, el caballo siberiano sólo
puede llevar la mitad de la carga que
lleva el caballo europeo sin esfuerzo;
ninguna vaca siberiana da la mitad de la
cantidad de leche que da la vaca Jersey,
y ningún indígena de los países salvajes
soporta la comparación con los europeos.
Esos indígenas pueden resistir más
fácilmente el hambre y el frío, pero sus
fuerzas físicas son considerablemente
inferiores a las fuerzas del europeo que
se alimenta bien, y su progreso
intelectual se produce con una lentitud
desesperante. "Lo malo no puede
engendrar lo bueno", como escribió
Chemishevsky en un ensayo notable
consagrado al darwinismo.
Por fortuna, la competencia no
constituye regla general ni para el
mundo animal ni para la humanidad. Se
limita, entre los animales, a períodos
determinados, y la selección natural
encuentra mejor terreno para su
actividad. Mejores condiciones para la
selección progresiva son creadas
por medio de la eliminación de la
competencia, por medio de la ayuda
mutua y del apoyo mutuo. En la gran
lucha por la existencia -por la mayor
plenitud e intensidad de vida posible
con el mínimo de desgaste innecesario de
energía- la selección natural busca
continuamente medios, precisamente con
el fin de evitar la competencia en
cuanto sea posible. Las hormigas se unen
en nidos y tribus; hacen provisiones,
crían "vacas" para sus necesidades, y de
tal modo evitan la competencia; y la
selección natural escoge de todas las
hormigas aquella especies que mejor
saben evitar la competencia intestina,
con sus consecuencias perniciosas
inevitables. La mayoría de nuestras aves
se trasladan lentamente al Sur, a medida
que avanza el invierno, o se reúnen en
sociedades innumerables y emprenden
viajes largos, y de tal modo evitan la
competencia. Muchos roedores se entregan
al sueño invernal cuando llega la época
de la posible competencia, otras razas
de roedores se proveen de alimento para
el invierno y viven en común en grandes
poblaciones a fin de obtener la
protección necesaria durante el trabajo.
Los ciervos, cuando los líquenes se
secan en el interior del continente
emigran en dirección del mar. Los
búfalos atraviesan continentes inmensos
en busca de alimento abundante. Y las
colonias de castores, cuando se
reproducen demasiado en un río, se
dividen en dos partes: los viejos
descienden el río, y los jóvenes lo
remontan, para evitar la competencia. Y
si, por último, los animales no pueden
entregarse al sueño invernal ni emigrar,
ni hacer provisiones de alimentos, ni
cultivar ellos mismos el alimento
necesario como hacen las hormigas,
entonces se portan como los paros (véase
la hermosa descripción de Wallace en
Darwinism; cap. V); a saber:
recurren a una nueva clase de alimento,
y, de tal modo, una vez más, evitan
incompetencias.
"Evitad la competencia. Siempre es
dañina para la especie, y vosotros
tenéis abundancia de medios para
evitarla". Tal es la tendencia de la
naturaleza, no siempre realizable por
ella, pero siempre inherente a ella. Tal
es la consigna que llega hasta nosotros
desde los matorrales. bosques, ríos y
océanos. "Por consiguiente: ¡Uníos!
¡Practicad la ayuda mutua! Es el medio
más justo para garantizar la seguridad
máxima tanto para cada uno en particular
como para todos en general; es la mejor
garantía para la existencia y el
progreso físico, intelectual y moral". He aquí lo que nos enseña la naturaleza; y esta voz suya la escucharon todos los animales que alcanzaron la más elevada posición en sus clases respectivas. A esta misma orden de la naturaleza obedeció el hombre -el más primitivo- y sólo debido a ello alcanzó la posición que ocupa ahora. Los capítulos siguientes, consagrados a la ayuda mutua en las sociedades humanas, convencerán al lector de la verdad de esto. |
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