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Piotr Kropotkin El apoyo mutuo
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Prólogo a la Edición Rusa - Introducción - Capítulo 1 - Capítulo 2 - Capítulo 3 - Capítulo 4 -Capítulo 5 - Capítulo 6 - Capítulo 7 - Capítulo 8 - Conclusión | |
Capítulo 1
LA AYUDA MUTUA ENTRE LOS ANIMALES
La concepción de la lucha por la
existencia como condición del desarrollo
progresivo, introducida en la ciencia
por Darwin y Wallace, nos permitió
abarcar, en una generalización, una
vastísima masa de fenómenos, y esta
generalización fue, desde entonces, la
base de todas nuestras teorías
filosóficas, biológicas y sociales. Un
número infinito de los más diferentes
hechos, que antes explicábamos cada uno
por una causa propia, fueron encerrados
por Darwin en una amplia generalización.
La adaptación de los seres vivientes a
su medio ambiente, su desarrollo
progresivo, anatómico y fisiológico, el
progreso intelectual y aun el
perfeccionamiento moral, todos estos
fenómenos empezaron a presentársenos
como parte de un proceso común.
Comenzamos a comprenderlos como una
serie de esfuerzos ininterrumpidos, como
una lucha contra diferentes
condiciones desfavorables, lucha que
conduce al desarrollo de individuos,
razas, especies y sociedades tales- que
representarían la mayor plenitud, la
mayor variedad y la mayor intensidad de
vida.,
Es muy posible que, al comienzo de sus
trabajos, el mismo Darwin no tuviera
conciencia de toda la importancia y
generalidad de aquel fenómeno la lucha
por la existencia, al que recurrió
buscando la explicación de un grupo de
hechos, a saber: la acumulación de
desviaciones del tipo primitivo y la
formación de nuevas especies. Pero
comprendió que el término que él
introducía en la ciencia perdería su
sentido filosófico exacto si era
comprendido exclusivamente en sentido
estrecho, como lucha entre los
individuos por los medios de
subsistencia. Por eso, al comienzo mismo
de su gran investigación sobre el origen
de las especies, insistió en que se debe
comprender "la lucha por la existencia
en su sentido amplio y metafórico, es
decir, incluyendo en él la dependencia
de un ser viviente de los otros, y
también -lo que es bastante más
importante- no sólo la vida del
individuo mismo, sino también la
posibilidad de que deje descendencia.
De este modo, aunque el mismo Darwin,
para su propósito especial, utilizó la
expresión "lucha por la existencia"
preferentemente en su sentido estrecho,
previno a sus sucesores en contra del
error (en el cual parece que cayó él
mismo en una época) de la comprensión
demasiado estrecha de estas palabras. En
su obra posterior, Origen del hombre,
hasta escribió varias páginas bellas y
vigorosas para explicar el verdadero y
amplio sentido de esta lucha. Mostró
cómo, en innumerables sociedades
animales, la lucha por la existencia
entre los individuos de estas sociedades
desaparece completamente, y cómo,
en lugar de la lucha, aparece la
cooperación que conduce al
desarrollo de las facultades
intelectuales y de las cualidades
morales, y que asegura a tal especie las
mejores oportunidades de vivir y
propasarse. Señaló que, de tal modo, en
estos casos, no se muestran de ninguna
manera "más aptos" aquéllos que son
físicamente más fuertes o más astutos, o
más hábiles, sino aquéllos que mejor
saben unirse y apoyarse los unos a los
otros -tanto los fuertes como los
débiles- para el bienestar de toda su
comunidad "Aquellas comunidades
-escribió- que encierran la mayor
cantidad de miembros que simpatizan
entre sí, florecerán mejor y dejarán
mayor cantidad de descendientes-
(segunda edición inglesa, página 163).
La expresión, tomada por Darwin de la
concepción malthusiana de la lucha de
todos contra uno, perdió, de tal modo,
su estrechez cuando fue transformada en
la mente de un hombre que comprendía la
naturaleza profundamente. Por desgracia,
estas observaciones de Darwin, que
podrían haberse convertido en base de
las investigaciones más fecundas,
pasaron inadvertidas, a causa de la masa
de hechos en que entraba, o se suponía,
la lucha real entre los individuos por
los medios de subsistencia.
Y Darwin no sometió a una investigación
más severa la importancia comparativa y
la relativa extensión de las dos formas
de la "lucha por la vida" en el mundo
animal: la lucha inmediata entre las
personas aisladas, y la lucha común,
entre muchas personas, en conjunto;
tampoco escribió la obra que se proponía
escribir sobre los obstáculos naturales
a la multiplicación excesiva de los
animales, tales como la sequía, las
inundaciones, los fríos repentinos, las
epidemias, etc.
Sin embargo, tal investigación era
ciertamente indispensable para
determinar las verdaderas proporciones y
la importancia en la naturaleza de la
lucha individual por la vida entre
los miembros de una misma especie de
animales en comparación con la lucha
de toda la comunidad contra los
obstáculos naturales y los enemigos de
otras especies. Más aún, en este mismo
libro sobre el origen del hombre, donde
escribió los pasajes citados que refutan
la estrecha comprensión malthusiana de
la "lucha" se abrió paso nuevamente el
fermento malthusiano; por ejemplo, allí
donde se hacía la pregunta: ¿es menester
conservar la vida de los "débiles de
mente y cuerpo" en nuestras sociedades
civilizados? (capítulo V). Como si miles
de poetas, sabios inventores y
reformadores "locos", Y también los
llamados "entusiastas débiles de mente"
no fueran el arma más fuerte de la
humanidad en su lucha por la vida, en la
lucha que se sostiene con medios
intelectuales y- morales, cuya
importancia expuso tan bien el mismo
Darwin en los mismos capítulos de su
libro.
Luego sucedió con la teoría de Darwin lo
que sucede con todas las teorías que
tienen relación con la vida humana. Sus
continuadores no sólo no la ampliaron,
de acuerdo con sus indicaciones, sino
que, por lo contrario, la restringieron
aún más. Y mientras Spencer, trabajando
independientemente, pero en análogo
sentido, trataba hasta cierto punto de
ampliar las investigaciones acerca de la
cuestión de quién es el más apto
(especialmente en el apéndice de la
tercera edición de Data of
Ethics), numerosos continuadores de
Darwin restringieron la concepción de la
lucha por la existencia hasta los
límites más estrechos. Empezaron a
representar el mundo de los animales
como un mundo de luchas ininterrumpidas
entre seres eternamente hambrientos y
ávidos de la sangre de sus hermanos.
Llenaron la literatura moderna con el
grito de ¡Ay de los vencidos! y
presentaron este grito como la última
palabra de la biología.
Elevaron la lucha "sin cuartel", Y en
pos de ventajas individuales, a la
altura de un principio, de una ley de
toda la biología, a la cual el hombre
debe subordinarse, de lo contrario,
sucumbirá en este mundo que está basado
en el exterminio mutuo. Dejando de lado
a los economistas, los cuales
generalmente apenas conocen, del campo
de las ciencias naturales, algunas
frases corrientes, y ésas tomadas de los
divulgadores de segundo grado, debemos
reconocer que aun los más autorizados
representantes de las opiniones de
Darwin emplean todas sus fuerzas para
sostener estás falsas ideas. Si tomamos,
por ejemplo, a Huxley, a quien se
considera, sin duda, como uno de los
mejores representantes de la teoría del
desarrollo (evolución) veremos entonces
que en el artículo titulado "La lucha
por la existencia y su relación con el
hombre" no enseña que "desde el punto de
vista del moralista, el mundo animal se
encuentra en el mismo nivel que la lucha
de gladiadores: alimentan bien a los
animales y los arrojan a la lucha: en
consecuencia, sólo los más fuertes, los
más ágiles y los más astutos sobreviven
únicamente para entrar en lucha al día
siguiente. No es necesario que el
espectador baje el dedo para exigir que
sean muertos los débiles- aquí, sin
ello, no hay cuartel para nadie".
En el mismo artículo, Huxley dice más
adelante que entre los animales, lo
mismo que entre los hombres primitivos
"los más débiles y los más estúpidos
están condenados a muerte, mientras que
sobreviven los más astutos y aquellos a
quienes es más difícil vulnerar, a que
los que mejor supieron adaptarse a las
circunstancias, pero que de ningún modo
son mejores en los otros sentidos. La
vida -dice- era una lucha constante y
general, y con excepción de las
relaciones limitadas y temporales dentro
de la familia, la guerra hobbesiana de
uno contra todos era el estado normal de
la existencias.
Hasta dónde se justifica o no semejante
opinión sobre la naturaleza, se verá en
los hechos que este libro aporta, tanto
del mundo animal como de la vida del
hombre primitivo. Pero podemos decir ya
ahora que la opinión de Huxley sobre la
naturaleza tiene tan poco derecho a ser
reconocida en tanto que deducción
científica, como la opinión opuesta de
Rousseau, que veía en la naturaleza
solamente amor, paz y armonía,
perturbados por la aparición del hombre.
En realidad, el primer paseo por el
bosque, la primera observación sobre
cualquier sociedad animal o hasta el
conocimiento de cualquier trabajo serio
en donde se habla de la vida de los
animales en los continentes que aún
no están densamente poblados por
el hombre (por ejemplo de D'Orbigny,
Audubon, Le Vaillant), debía obligar al
naturalista a reflexionar sobre el papel
que desempeña la vida social en el mundo
de los animales, y preservarle tanto de
concebir la naturaleza en forma de campo
de batalla general como del extremo
opuesto, que ve en la naturaleza sólo
paz y armonía. El error de Rousseau
consiste en que perdió de vista, por
completo, la lucha sostenida con picos y
garras, y Huxley es culpable del error
de carácter opuesto; pero ni el
optimismo de Rousseau ni el pesimismo de
Huxley pueden ser aceptados como una
interpretación desapasionada y
científica de la naturaleza.
Si bien, comenzamos a estudiar los
animales no únicamente en los
laboratorios y museos sino en el bosque,
en los prados, en las estepas y en las
zonas montañosas, en seguida observamos
que, a pesar de que entre diferentes
especies y, en particular, entre
diferentes clases de animales, en
proporciones sumamente vastas, se
sostiene la lucha y el exterminio, se
observa, al mismo tiempo, en las mismas
proporciones, o tal vez mayores, el
apoyo mutuo, la ayuda mutua y la
protección mutua entre los animales
pertenecientes a la misma especie o, por
lo menos, a la misma sociedad. La
sociabilidad es tanto una ley de la
naturaleza como lo es la lucha mutua.
Naturalmente, sería demasiado difícil
determinar, aunque fuera
aproximadamente, la importancia numérica
relativa de estas dos series de
fenómenos. Pero si recurrimos, a la
verificación indirecta y preguntamos a
la naturaleza: "¿Quiénes son más aptos,
aquellos que constantemente luchan entre
sí o, por lo contrario, aquellos que se
apoyan entre sí?", en seguida veremos
que los animales que adquirieron las
costumbres de. ayuda mutua resultan, sin
duda alguna, los más aptos. Tienen más
posibilidades de sobrevivir como
individuos y como especie, y alcanzan en
sus correspondientes clases (insectos,
aves, mamíferos) el más alto desarrollo
mental y organización física. Si tomamos
en consideración los Innumerables hechos
que hablan en apoyo de esta opinión, se
puede decir con seguridad que la ayuda
mutua constituye tanto una ley de la
vida animal como la lucha mutua. Más
aún. Como factor de evolución, es decir,
como condición de desarrollo en general,
probablemente tiene importancia mucho
mayor que la lucha mutua, porque
facilita el desarrollo de las costumbres
y caracteres que aseguran el
sostenimiento y el desarrollo máximo de
la especie junto con el máximo bienestar
y goce de la vida para cada individuo,
y, al mismo tiempo, con el mínimo de
desgaste inútil de energías, de fuerzas.
Hasta donde yo sepa, de los sucesores
científicos de Darwin, el primero que
reconoció en la ayuda mutua la
importancia de una ley de la
naturaleza y de un factor
principal de la evolución, fue el
muy conocido biólogo ruso, ex-decano de
la Universidad de San Petersburgo,
profesor K. F. Kessler. Desarrolló este
pensamiento en un discurso pronunciado
en enero del año 1880, algunos meses
antes de su muerte, en el congreso de
naturalistas rusos, pero, como muchas
cosas buenas publicadas, sólo en la
lengua rusa, esta conferencia pasó casi
completamente inadvertida.
Como zoólogo viejo -decía Kessler-, se
sentía obligado a expresar su protesta
contra el abuso del término "lucha por
la existencia", tomado de la - zoología,
o por lo menos contra la valoración
excesivamente exagerada de su
importancia. -Especialmente en la
zoología -decía- en las ciencias
consagradas al estudio multilateral del
hombre, a cada paso se menciona la lucha
cruel por la existencia, y a menudo se
pierde de vista por completo, que
existe otra ley que podemos llamar
de la ayuda mutua, y que,
por lo menos ton relación a los
animales, tal vez sea más importante
-que la ley de la lucha por la
existencias. Señaló luego Kessler que la
necesidad de dejar descendencia,
inevitablemente une a los animales, y
"cuando más se vinculan entre si los
individuos de una determinada especie,
cuanto más ayuda mutua se prestan, tanto
más se consolida la existencia de la
especie y tanto más se dan la!
posibilidades de que dicha especie vaya
más lejos en su desarrollo y se
perfeccione, además, en su aspecto
intelectual". "Los animales de todas las
clases, especialmente de las superiores,
se prestan ayuda mutua" -proseguía
Kessler (pág. 131), y confirmaba su idea
con ejemplos tomados de la vida de los
escarabajos enterradores o necróforos y
de la vida social de las aves y de
algunos mamíferos. Estos ejemplos eran
poco numerosos, como era menester en un
breve discurso de inauguración, pero
puntos importantes fueron claramente
establecidos. Después de haber señalado
luego que en el desarrollo de la
humanidad la ayuda mutua desempeña un
papel aún más grande, Kessler concluyó
su discurso con las siguientes
observaciones.
"Ciertamente, no niego la lucha por la
existencia, sino que sostengo que, el
desarrollo progresivo, tanto de todo el
reino animal como en especial de la
humanidad, no contribuye tanto la lucha
recíproca cuanto la ayuda mutua. Son
inherentes a todos los cuerpos orgánicos
dos necesidades. esenciales: la
necesidad de alimento y la necesidad de
multiplicación. La necesidad de
alimentación los conduce a la lucha por
la subsistencia, y al exterminio
recíproco, y la necesidad de la
multiplicación los conduce a aproximarse
a la ayuda mutua. Pero, en el desarrollo
del mundo orgánico, en la transformación
de unas formas en otras, quizá ejerza
mayor influencia la ayuda mutua entre
los individuos de una misma especie que
la lucha entre ellos".
La exactitud de las opiniones expuestas
más arriba llamó la atención de la
mayoría de los presentes en el congreso
de los zoólogos rusos, y N. A.
Syevertsof, cuyas obras son bien
conocidas de los ornitólogos y
geógrafos, las apoyó e ilustró con
algunos ejemplos complementarios.
Mencionó algunas especies de halcones
dotados de una organización quizá ideal
para. los fines de ataque, pero a pesar
de ello, se extinguen, mientras -que las
otras especies de halcones que practican
la ayuda mutua prosperan. Por otra
parte, tomad un ave tan social como el
pato -dijo- en general, está mal
organizado, pero practica el apoyo mutuo
y, a juzgar por sus innumerables
especies y variedades, tiende
positivamente a extenderse por toda la
tierra".
La disposición de los zoólogos rusos a
aceptar las opiniones de Kessler le
explica muy naturalmente porque casi
todos ellos tuvieron oportunidad de
estudiar el mundo animal en las extensas
regiones deshabitadas del Asia
Septentrional o de Rusia Oriental, y el
estudio de tales regiones conduce,
inevitablemente, a esas mismas
conclusiones. Recuerdo la impresión que
me produjo el mundo animal de Siberia
cuando yo exploraba las tierras altas de
Oleminsk Vitimsk en compañía de tan-
destacado zoólogo como era mi, amigo
Iván Simionovich Poliakof. Ambos
estábamos bajo la impresión reciente de
El origen de las especies, de
Darwin, pero yo buscaba vanamente esa
aguzada competencia entre los animales
de la misma especie a que nos había
preparado la lectura de la obra de
Darwin, aun después de tomar en cuenta
la observación hecha en el capitulo III
de esta obra (pág. 54).
-¿Dónde está esa lucha? -preguntaba yo a
Poliakof-. Veíamos muchas adaptaciones
para la lucha, muy a menudo para la
lucha en común, contra las condiciones
climáticas desfavorables, o contra
diferentes enemigos, y I. S. Poliakof
escribió algunas páginas hermosas sobre
la dependencia mutua de los carnívoros,
rumiantes y roedores en su distribución
geográfica. Por otra parte, vi yo allí,
y en el Amur, numerosos casos de apoyo
mutuo, especialmente en la época de la
emigración de las aves y de los
rumiantes, pero aun en las regiones del
Amur y del Ussuri, donde la vida animal
se distingue por su gran abundancia, muy
raramente me ocurrió observar, a pesar
de que los buscaba, casos de competencia
real y de lucha entre los individuos de
-una misma especie de animales
superiores. La misma impresión brota de
los trabajos de la mayoría de los
zoólogos rusos, y esta circunstancia
quizá aclare por qué las ideas de
Kessler fueron tan bien recibidas por
los darwinistas rusos, mientras que
semejantes opiniones no son corrientes
entre los continuadores de Darwin de
Europa Occidental, que conocen el mundo
animal preferentemente en la Europa más
occidental, donde el exterminio de los
animales por el hombre alcanzó tales
proporciones que los individuos de
muchas especies, que fueron en otros
tiempos sociales, viven ahora
solitarios.
Lo primero que nos sorprende, cuando
comenzamos a estudiar la lucha por la
existencia, tanto en sentido directo
como en el figurado de la expresión, en
las regiones aún escasamente habitadas
por el hombre, es la abundancia de casos
de ayuda mutua practicada por los
animales, no sólo con el fin de educar a
la descendencia, como está reconocido
por la mayoría de los evolucionistas,
sino también para la seguridad del
individuo y para proveerse del alimento
necesario. En muchas vastas
subdivisiones del reino animal, la ayuda
mutua es regla general. b ayuda mutua se
encuentra hasta entre los animales más
inferiores y probablemente conoceremos
alguna vez, por las personas que
estudian la vida microscópica de las
aguas estancadas, casos de ayuda mutua
inconsciente hasta entre los
microorganismos más pequeños.
Naturalmente, nuestros conocimientos de
la vida de los invertebrados -excluyendo
las termitas, hormigas y abejas- son
sumamente limitados; pero a pesar de
esto, de la vida de los animales más
inferiores podemos citar algunos casos
de ayuda mutua bien verificados.
Innumerables sociedades de langostas,
mariposas -especialmente vanessae-,
grillos, escarabajos (cicindelae),
etc., en realidad se hallan
completamente inexploradas, pero ya el
mismo hecho de su existencia indica que
deben establecerse aproximadamente sobre
los mismos principios que las sociedades
temporales de hormigas y abejas con
fines de migración. En cuanto a los
escarabajos, son bien conocidos casos
exactamente observados de ayuda mutua
entre los sepultureros (Necrophorus).
Necesitan alguna materia orgánica en
descomposición para depositar los huevos
y asegurar la alimentación de sus
larvas; pero la putrefacción de ese
material no debe producirse muy
rápidamente. Por eso, los escarabajos
sepultureros entierran los cadáveres de
todos los animales pequeños con que se
topan -casualmente durante sus
búsquedas. En general, los escarabajos
de esta raza viven solitarios; pero,
cuando alguno de ellos encuentra el
cadáver de algún ratón o de un ave, que
no puede enterrar, convoca a varios
otros sepultureros más (se juntan a
veces hasta seis) para realizar esta
operación con sus fuerzas asociadas. Si
es necesario, transportan el cadáver a
un suelo más conveniente y blando. En
general, el entierro se realiza de un
modo sumamente meditado y sin la menor
disputa con respecto a quién corresponde
disfrutar del privilegio de poner sus
huevos en el cadáver enterrado. Y cuando
Gleditsch ató un pájaro muerto a una
cruz hecha de dos palitos, o suspendió
una rana de un palo clavado en el suelo,
los sepultureros, del modo más amistoso,
dirigieron la fuerza de sus
inteligencias reunidas para vencer la
astucia del hombre. La misma combinación
de esfuerzos se observa también en los
escarabajos del estiércol.
Pero, aún entre los animales situados en
un grado de organización algo inferior,
podemos encontrar ejemplos semejantes.
Ciertos cangrejos anfibios de las Indias
Orientales y América del Norte se reúnen
en grandes masas cuando se dirigen hacia
el mar para depositar sus huevas, por lo
cual cada una de estas migraciones
presupone cierto acuerdo mutuo. En
cuanto a los grandes cangrejos de las
Molucas (Limulus), me sorprendió
ver en el año 1882, en el acuario de
Brighton, hasta qué punto son capaces
estos animales torpes de prestarse ayuda
entre sí cuando alguno de ellos la
necesita. Así, por ejemplo, uno se dio
vuelta Y quedó de espalda en un rincón
de la gran cuba donde se les guarda en
el acuario, y su pesada caparazón,
parecida a una gran cacerola, le impedía
tomar su posición habitual, tanto más
cuanto que en ese rincón habían hecho
una división de hierro que dificultaba
más aún sus tentativas de volverse.
Entonces, los compañeros corrieron en su
ayuda, y durante una hora entera observé
cómo trataban de socorrer a su camarada
de cautiverio. Al principio aparecieron
dos cangrejos, que empujaron a su amigo
por debajo, y después de esfuerzos
empeñosos, consiguieron colocarlo de
costado, pero la división de hierro
impedíales terminar su obra, y él
cangrejo cala de nuevo, pesadamente, de
espaldas. Después de muchas tentativas,
uno de los salvadores se dirigió hacia
el fondo de la cuba y trajo consigo
otros dos cangrejos, los cuales, con
fuerzas frescas, se entregaron
nuevamente a la tarea de levantar y
empujar al camarada incapacitado.
Permanecimos en el acuario, más de dos
horas, y cuando nos íbamos, nos
acercamos de nuevo a echar; un vistazo a
la cuba: ¡el trabajo de liberación
continuaba aún! Después de haber sido
testigo de este episodio, creo
plenamente en la observación hecha por
Erasmo Darwin, a saber: que "el cangrejo
común, durante la muda, coloca en
calidad de centinela a cangrejos que no
han sufrido la muda o bien a un
individuo cuya caparazón se ha
endurecido ya, a fin de proteger a los
individuos que han mudado, en su
situación desamparada, contra la
agresión de los enemigos marinos".
Los casos de ayuda mutua entre las
termitas, hormigas y abejas son tan
conocidos para casi todos los lectores,
en especial gracias a los populares
libros de Romanes, Büchner y John
Lubbock, que puedo limitarme a muy pocas
citas. Si tomamos un hormiguero, no sólo
veremos que todo género de trabajo -la
cría de la descendencia el
aprovisionamiento, la construcción, la
cría de los pulgones, etc.-, se realiza
de acuerdo con los principios de ayuda
mutua voluntaria, sino que, junto con
Forel, debemos también reconocer que el
rasgo principal, fundamental, de la vida
de muchas especies de hormigas es que
cada hormiga comparte y está obligada a
compartir su alimento, ya deglutido y en
parte digerido, con cada miembro de la
comunidad que haya manifestado su
demanda de ello. Dos hormigas
pertenecientes a dos especies diferentes
o a dos hormigueros enemigos, en un
encuentro casual, se evitarán la una a
la otra. Pero dos hormigas
pertenecientes -al mismo hormiguero, o a
la misma colonia de hormigueros, siempre
que se aproximan, cambian algunos
movimientos de antena y, -"si una de
ellas está hambrienta o siente sed, y si
especialmente en ese momento la otra
tiene el papo lleno, entonces la primera
pide inmediatamente alimento". La
hormiga a la cual se dirigió el pedido
de tal modo, nunca se rehúsa; separa sus
mandíbulas, y dando a su cuerpo la
posición conveniente, devuelve una gota
de líquido transparente, que la hormiga
hambrienta sorbe.
La devolución de alimentos para nutrir a
otros es un rasgo tan importante de la
vida de la hormiga (en libertad) y se
aplica tan constantemente, tanto para la
alimentación de los camaradas
hambrientos como para la nutrición de
las larvas, que, según la opinión de
Forel, los órganos digestivos de las
hormigas se componen de dos partes
diferentes; una de ellas, la posterior,
se destina al uso especial de la hormiga
misma, y la otra, la anterior,
principalmente a utilidad de la
comunidad. Si cualquier hormiga con el
papo lleno, mostrara ser tan egoísta que
rehusara alimento a un camarada, la
tratarían como enemiga o peor aún. Si la
negativa fuera hecha en el momento en
que sus congéneres luchan contra
cualquier especie de hormiga o contra un
hormiguero extraño, caerían sobre su
codiciosa compañera con mayor furor que
sobre sus propias enemigas. Pero, si la
hormiga no se rehusara a alimentar a
otra hormiga perteneciente a un
hormiguero enemigo, entonces las
congéneres de la última la tratarían
como amiga. Todo esto está confirmado
por observaciones y experiencias
sumamente precisas, que no dejan ninguna
duda sobre la autenticidad de los hechos
mismos ni sobre la exactitud de su
interpretación.
De tal modo, en esta inmensa división
del mundo animal, que comprende más de
mil especies y es tan numerosa que el
Brasil, según la afirmación de los
brasileños, no pertenece a los hombres,
sino a las hormigas, no existe en
absoluto lucha ni competencia por el
alimento entre los miembros de un mismo
hormiguero o de una colonia de
hormigueros. Por terribles que sean las
guerras entre las diferentes especies de
hormigas y los diferentes hormigueros, y
cualesquiera que sean las atrocidades
cometidas durante la guerra, la ayuda
mutua dentro de la comunidad, la
abnegación en beneficio común, se ha
transformado en costumbre, y el
sacrificio, en bien común, es la regla
general. Las hormigas, y las termitas
repudiaron de este modo la "guerra
hobbesiana", y salieron ganando. Sus
sorprendentes hormigueros, sus
construcciones, que sobrepasan por la
altura relativa, a las construcciones de
los hombres; sus caminos pavimentados y
galerías cubiertas entre los
hormigueros; sus espaciosas salas y
graneros; sus campos trigo; sus
cosechas, los granos "malteados", los
"huertos" asombrosos de la "hormiga
umbelífera", que devora hojas y abona
trocitos de tierra con bolitas de
fragmentos de hojas masticadas y por eso
crece en estos huertos solamente una
clase de hongos, y todos los otros son
exterminados; sus métodos racionales de
cuidado de los huevos y de las larvas,
comunes a todas las hormigas, y la
construcción de nidos especiales y
cercados para la cría de los pulgones,
que Linneo llamó tan pintorescamente
"vacas de las hormigas" y, por último,
su bravura, atrevimiento y elevado
desarrollo mental; todo esto es la
consecuencia natural de la ayuda mutua
que practican a cada paso de su vida
activa y laboriosa. La sociabilidad de
las hormigas condujo también al
desarrollo de otro rasgo esencial de su
vida, a saber: el enorme desarrollo de
la iniciativa individual que, a su vez,
contribuyó a que se desarrollaran en la
hormiga tan elevadas y variadas
capacidades mentales que producen la
admiración y el asombro de todo
observador.
Si no conociéramos ningún otro caso de
la vida de los animales, aparte de
aquellos conocidos de las hormigas y
termitas, podríamos concluir con
seguridad que la ayuda mutua (que
conduce a la confianza mutua, primera
condición de la bravura) y la iniciativa
personal (primera condición del progreso
intelectual), son dos condiciones
incomparablemente más importantes en el
desarrollo del mundo de los animales que
la lucha mutua. En realidad, las
hormigas prosperan, a pesar de que no
poseen ninguno de los rasgos
"defensivos" sin los cuales no puede
pasarse animal alguno que lleve vida
solitaria. Su color les hace muy
visibles para sus enemigos, y en los
bosques y en los prados, los grandes
hormigueros de muchas especies, llaman
la atención en seguida. La hormiga no
tiene caparazón duro; su aguijón, por
más que resulte peligroso cuando
centenares se hunden en el cuerpo de un
animal, no tiene gran valor para la
defensa individual. Al mismo tiempo, las
larvas y los huevos de las hormigas
constituyen un manjar para muchos de los
habitantes de los bosques.
No obstante, las mal defendidas hormigas
no sufren gran exterminio por parte de
las aves, ni aun de los osos
hormigueros; e infunden terror a
insectos que son bastante más fuertes
que ellas mismas. Cuando Forel vació un
saco de hormigas en un prado, vio que
-los grillos se dispersaban abandonando
sus nidos al pillaje de las hormigas;
las arañas y los escarabajos abandonaban
sus presas por miedo a encontrarse en
situación de víctimas"; las hormigas se
apoderan hasta de los nidos de avispas,
después de una batalla durante la cual
muchas perecieron en bien de la
comunidad. Aun los más veloces insectos
no alcanzaron a salvarse, y Forel tuvo
ocasión de ver, a menudo, que las
hormigas atacaban y mataban,
inesperadamente, mariposas, mosquitos,
moscas, etc. Su fuerza reside en el
apoyo mutuo y en la confianza mutua. Y
si la hormiga -sin hablar de otras
termitas más desarrolladas- ocupa la
cima de una clase entera de insectos por
su capacidad mental; si por su bravura
se puede equiparar a los más valientes
vertebrados, y su cerebro -usando las
palabras de Darwin- "constituye uno de
los más maravillosos átomos de materia
del mundo, tal vez aun más asombroso que
el cerebro del hombre" -¿no debe la
hormiga todo esto a que la ayuda mutua
reemplaza completamente la lucha mutua
en su comunidad?
Lo mismo es cierto también con respecto
a las abejas. Estos pequeños insectos,
que podrían ser tan fácil presa de
numerosas aves, y cuya miel atrae a toda
clase de animales, comenzando por el
escarabajo y terminando con el oso,
tampoco tienen particularidad alguna
protectora en la estructura o en lo que
a mimetismo se refiere, sin los cuales
los insectos que viven aislados apenas
podrían evitar el exterminio completo.
Pero, a pesar de eso, debido a la ayuda
mutua practicada por las abejas, como es
sabido, alcanzaron a extenderse
ampliamente por la tierra; poseen una
gran inteligencia, y han elaborado
formas de vida social sorprendentes.
Trabajando en común, las abejas
multiplican en proporciones
inverosímiles sus fuerzas individuales,
y recurriendo a una división temporal
del trabajo, por lo cual cada abeja
conserva su aptitud para cumplir cuando
es necesario, cualquier clase de
trabajo, alcanzando tal grado de
bienestar y seguridad que no tiene
ningún animal, por fuerte que sea o bien
armado que esté. En sus sociedades, las
abejas a menudo superan al hombre,
cuando éste descuida las ventajas de una
ayuda mutua bien planeada. Así, por
ejemplo, cuando un enjambre de abejas se
prepara a abandonar la colmena para
fundar una nueva sociedad, cierta
cantidad de abejas exploran previamente
la vecindad, y si logran descubrir un
lugar conveniente para vivienda, por
ejemplo, un cesto viejo, o algo por el
estilo, se apoderan de él, y lo limpian
y lo guardan, a veces durante una semana
entera, hasta que el enjambre se forma y
se asienta en el lugar elegido. ¡En
cambio, muy a menudo los hombres
hubieron de perecer en sus emigraciones
a nuevos países, sólo porque los
emigrantes no comprendieron la necesidad
de unir sus esfuerzos! Con la ayuda de
su inteligencia colectiva reunida, las
abejas luchan con éxito contra las
circunstancias adversas, a veces
completamente imprevistas y desusadas,
como sucedió, por ejemplo, en la
exposición de París, donde las abejas
fijaron con su propóleo resinoso (cera)
un postigo que cerraba una ventana
construida en la pared de sus colmenas.
Además, no se distinguen por las
inclinaciones sanguinarias, -y por el
amor a los combates inútiles con que
muchos escritores dotan tan gustosamente
a todos los animales. Los centinelas que
guardan las entradas de las colmenas
matan sin piedad a todas las abejas
ladronas que tratan de penetrar en ella;
pero las abejas extrañas que caen por
error no son tocadas, especialmente si
llegan cargadas con la provisión del
polen recogido, o si son abejas jóvenes,
que pueden errar fácilmente el camino.
De este modo, las acciones bélicas, se
reducen a las más estrictamente
necesarias.
La sociabilidad de las abejas es tanto
más instructiva cuanto más los instintos
de rapiña y de pereza continúan
existiendo entre ellas, y reaparecen de
nuevo cada vez que las circunstancias
les son favorables. Sabido es que
siempre hay un cierto número de abejas
que prefieren la vida de ladrones a la
vida laboriosa de obreras; por lo cual,
tanto en los períodos de escasez de
alimentos como en los períodos de
abundancia extraordinaria, el número de
las ladronas crece rápidamente. Cuando
la recolección está terminada y en
nuestros campos y praderas queda poco
material para la elaboración de la miel,
las abejas ladronas aparecen en gran
número: por otra parte, en las
plantaciones de azúcar de las Indias
Orientales y en las refinerías de
Europa, el robo, la pereza y, muy a
menudo, la embriaguez, se vuelven
fenómenos corrientes entre las abejas.
Vemos, de este modo, que los instintos
antisociales continúan existiendo; pero
la selección natural debe aniquilar
incesantemente a las ladronas, ya que, a
la larga, la práctica de la reciprocidad
se muestra más ventajosa para la especie
que el desarrollo de los individuos
dotados de inclinaciones de rapiña. "Los
más astutos y los más inescrupulosos" de
los que hablaba Huxley como de los
vencedores, son eliminados para dar
lugar a los individuos que comprenden
las ventajas de la vida social y del
apoyo mutuo.
Naturalmente, ni las hormigas ni las
abejas, ni siquiera las termitas, se han
elevado hasta la concepción de una
solidaridad más elevada, que abrazase
toda su especie. En este respecto,
evidentemente, no alcanzaron un grado de
desarrollo que no encontrarnos siquiera
entre los dirigentes políticos,
científicos y religiosos, de la
humanidad. Sus instintos sociales casi
no van más allá de los límites del
hormiguero o de la colmena. A pesar de
eso, Forel describió colonias de
hormigas en Mont Tendré y en la montaña
Saleve, que incluían no menos de
doscientos hormigueros, y los habitantes
de tales colonias pertenecían a dos
diferentes especies (Formica exsecta
y F. pressilabris). Forel afirma que
cada miembro de estas colonias conoce a
los miembros restantes, y que todos
toman parte en la defensa común. Mac
Cook observó, en Pensilvania, una nación
entera de hormigas, compuesta de 1600 a
1700 hormigueros, que vivían en completo
acuerdo; y Bates describió las enormes
extensiones de los campos brasileños
cubiertos de montículos de termitas, en
done algunos hormigueros servían de
refugio a dos o tres especies
diferentes, y la mayoría de estas
construcciones estaban unidas entre sí
por galerías abovedadas y arcadas
cubiertas. De este modo, algunos ensayos
de unificación de subdivisiones bastante
amplias de una especie, con fines de
defensa mutua y de vida social, se
encuentra hasta entre los animales
invertebrados.
Pasando ahora a los animales
superiores, encontramos aún más casos de
ayuda mutua, indudablemente consciente,
que se practica con todos los fines
posibles, a pesar de que, por otra
parte, debernos observar qué nuestros
conocimientos de la vida, hasta de los
animales superiores, todavía se
distinguen sin embargo, por su gran
insuficiencia. Una multitud de casos de
este género fueron descritos por
zoólogos eminentísimos, pero, sin
embargo, hay divisiones enteras del
reino animal de los cuales casi nada nos
es conocido.
Sobre todo, tenemos pocos testimonios
fidedignos con respecto a los peces, en
parte debido a la dificultad de las
observaciones y en parte porque no se ha
prestado a esta materia la debida
atención. En cuanto a los mamíferos, ya
Kessler observó lo poco que conocemos de
su vida. Muchos de ellos sólo salen de
noche de sus madrigueras; otros, se
ocultan debajo de la tierra; los
rumiantes, cuya vida social y cuyas
migraciones ofrecen un interés muy
profundo, no permiten al hombre
aproximarse a sus rebaños. De las que
sabemos más, es de las aves; sin
embargo, la vida social de muchas
especies continúa siendo aún poco
conocida para nosotros. Por otra parte,
en general, no tenemos de qué quejamos
poca la falta de casos bien
establecidos, como se verá a
continuación. Llamo la atención
únicamente que la mayor parte de estos
hechos han sido reunidos por zoólogos
indiscutiblemente eminentes -fundadores
de la zoología descriptiva- sobre la
base de sus propias observaciones,
especialmente en América, en la época en
que aún estaba muy densamente poblada
por mamíferos y aves. El gran desarrollo
de la ayuda mutua que ellos observaron,
ha sido notado también recientemente en
el Africa central, todavía poco poblada
por el hombre.
No tengo necesidad de detenerme aquí
sobre las asociaciones entre macho y
hembra para la crianza de la prole, para
asegurar su alimento en las primeras
épocas de su vida y para la caza en
común. Es menester recordar solamente
que semejantes asociaciones familiares
están extendidas ampliamente hasta entre
los carnívoros menos sociables y las
aves de rapiña; su mayor interés reside
en que la asociación familiar constituye
el medio en donde se desarrollan los
sentimientos más tiernos, hasta entre
los animales muy feroces en otros
aspectos. Podemos, también, agregar que
la rareza de asociaciones que traspasen
los límites de la familia en los
carnívoros y las aves de rapiña, aunque
en la mayoría de los casos es resultado
de la forma de alimentación, sin
embargo, indudablemente constituye
también, hasta cierto punto, la
consecuencia de cambios en el mundo
animal, provocados por la rápida
multiplicación de la humanidad. Hasta
ahora se ha prestado poca atención a
estas circunstancias, pero sabemos que
hay especies cuyos individuos llevan una
vida completamente solitaria en regiones
densamente pobladas, mientras que
aquellas mismas especies o sus
congéneres más próximos viven en
rebaños, en lugares no habitados por el
hombre. En este sentido podemos citar
como ejemplo a los lobos, zorros, osos y
algunas aves de rapiña.
Además, las asociaciones que no
traspasan los limites de la familia
presentan para nosotros comparativamente
poco interés; tanto más cuanto que son
conocidas muchas otras asociaciones, de
carácter bastante más general, como, por
ejemplo, las asociaciones formadas por
muchos animales, para la caza, la
defensa mutua o, simplemente, para el
goce de la vida. Audubon ya mencionó que
las águilas se reúnen a veces en grupos
de varios individuos, y su relato sobre
dos águilas calvas, macho y hembra, que
cazaban en el Mississipi, es muy
conocido como modelo de descripción
artístico, pero una de las más
convincentes observaciones en este
sentido Pertenece a Syevertsof. Mientras
estudiaba la fauna de las estepas rusas,
vio cierta vez un águila perteneciente a
la especie gregaria (cola blanca,
Haliaetos abicilla) que se elevaba
hacia lo alto; durante media hora, el
águila describió círculos amplios, en
silencio, y repentinamente resonó su
penetrante graznido. Al poco tiempo
respondió a este grito el graznido de
otro águila que se había acercado
volando a la primera, le siguió una
tercera, una cuarta, etcétera, hasta que
se reunieron nueve o diez, que pronto se
perdieron de vista. Después de medio
día, Syevertsof se dirigió hacia el
lugar donde notó que habían volado las
águilas y, ocultándose detrás de una
ondulación de la estepa, se acercó a la
bandada y observó que se habían reunido
alrededor del cadáver de un caballo. Las
águilas viejas, que generalmente se
alimentan primero -tales son las reglas
de la urbanidad entre las águilas-, ya
estaban posadas sobre las parvas de heno
vecinas, en calidad de centinelas,
mientras las jóvenes continúan
alimentándose, rodeadas por bandadas de
cornejas. De esta y otras observaciones
semejantes Syevertsof dedujo que las
águilas de cola blanca se reúnen para la
caza; elevándose a gran altura, si son
por ejemplo alrededor de una decena,
pueden observar una superficie de cerca
de 50 verstas cuadradas, y, en cuanto
descubren algo, en seguida, consciente e
inconscientemente, avisan a sus
compañeras, que se acercan y sin
discusión, se reparten el alimento
hallado.
En general, Syevertsof más tarde tuvo
varias veces ocasión de convencerse de
que las águilas de cola blanca se reúnen
siempre para devorar la carroña y que
algunas de ellas (al comienzo del
festín, las jóvenes) desempeñan siempre
el papel de vigilantes, mientras las
otras comen. Realmente, las águilas de
cola blanca, unas de las más bravas y
mejores cazadoras, son, en general, aves
gregarias, y Brehm dice que,
encontrándose en cautiverio, se
aficionan rápidamente al hombre (I.
c., pág. 499-501).
La sociabilidad es el rasgo común de
muchas otras aves de rapiña. El grifo
halcón brasileño (Caravara), uno de los
rapaces más "desvergonzados", es, sin
embargo, extraordinariamente sociable.
Sus asociaciones para la caza han sido
descritas por Darwin y otros
naturalistas, y está probado que, si se
apoderan de una presa demasiado grande,
convocan entonces a cinco ó seis de sus
camaradas para llevarla. Por la tarde,
cuando estas aves, que se encuentran
siempre en movimiento, después de haber
volado todo el día, se dirigen a
descansar y se posan sobre algún árbol
aislado del campo, siempre se reúnen en
bandadas poco numerosas, y entonces se
juntan con ellas los pernócteros,
pequeños milanos de alas oscuras,
parecidos a las cornejas, sus
"verdaderos amigos", como dice
D'Orbigny. En el viejo mundo, en las
estepas transcaspianas, los milanos,
según las observaciones de Zarudnyi,
tienen la misma costumbre de construir
sus nidos en un mismo lugar, agrupándose
varios. El grifo social -una de las
razas más fuertes de los milanos-
recibió su propio nombre por su amor a
la sociedad. Viven en grandes bandadas,
y en el Africa se encuentran montañas
enteras literalmente cubiertas, en todo
lugar libre,- por sus nidos.
Decididamente, gozan de la vida social y
se reúnen en bandadas muy grandes para
volar a gran altura, lo que constituye
para ellos una especie de deporte.
"Viven en gran amistad -dice Le
Vaillant-, y a veces en una misma cueva
encontré hasta tres nidos".
Los milanos urubú, en Brasil, se
distinguen quizá por una mayor
sociabilidad que las cornejas de pico
blanco, dice Bates, el conocido
explorador del río Amazonas. Los
pequeños milanos egipcios (Pernocterus
stercorarius), también viven en
buena amistad. Juegan en el aire, en
bandadas, pasan la noche juntos, y, por
la mañana, en montones, se dirigen en
busca de alimento, y entre ellos no se
produce ni la más pequeña rifía; así lo
atestigua Brehm, que ha tenido
posibilidad plena de observar su vida.
El halcón de cuello rojo se encuentra
también en bandadas numerosas en los
bosques del Brasil, y el halcón rojo
cernícalo (Tinunculus cenchyis),
después de abandonar Europa y de haber
alcanzado en invierno las estepas y los
bosques de Asia, se reúne en grandes
sociedades. En las estepas meridionales
de Rusia lleva (más exactamente,
llevaba) una vida tan social que Nordman
lo observó en grandes bandadas juntos
con otros gerifaltes (falco
tinunculus, F. oesulon y F.
subbuteo) que se reunían los días
claros alrededor de las cuatro de la
tarde, y se recreaban con sus vuelos
hasta entrada la noche. Generalmente
volaban todos juntos, en una línea
completamente recta, hasta un punto
conocido y determinado; después de lo
cual, volvían inmediatamente siguiendo
la misma línea, y luego repetían
nuevamente aquel vuelo.
Tales vuelos en bandadas por el placer
mismo del vuelo son muy comunes entre
las aves de todo género. Ch. Dixon
informa que, especialmente en el río
Humber, en las llanuras pantanosas, a
menudo aparecen. a fines de agosto,
numerosas bandadas de becasas (traga
alpina; "arenero de montaña" llamada
también "buche negro") y se quedan
durante el invierno. Los vuelos de estas
aves son sumamente interesantes, puesto
que, reunidas en una enorme bandada,
describen círculos en el aire, luego se
dispersan y se reúnen de nuevo,
repitiendo esta maniobra con la
precisión de soldados bien instruidos.
Dispersos entre ellos suelen encontrarse
areneros de otras especies, alondras de
mar y chochas.
Enumerar aquí las diversas asociaciones
de caza de las aves sería simplemente
imposible: constituyen el fenómeno más
corriente; pero, es menester, por lo
menos, mencionar las asociaciones de
pesca de los pelícanos, en las que estas
torpes aves evidencian una organización
y una inteligencia notables. Se dirigen
a la pesca siempre en grandes bandadas,
Y, eligiendo una bahía conveniente,
forman un amplio semicírculo, frente a
la costa; poco a poco, este semicírculo
se estrecha, a medida que las aves nadan
hacia la costa, y, gracias a esta
maniobra, todo pez caído en el
semicírculo es atrapado. En los ríos,
canales, los pelícanos se dividen en dos
partes, cada una de las cuales forma su
semicírculo, y va al encuentro de la
otra, nadando, exactamente como irían al
encuentro dos partidas de hombres con
dos largas redes, para recoger el pez
caído entre ellas. A la entrada de la
noche, los pelicanos vuelven a su lugar
de descanso habitual -siempre el mismo
para cada bandada- y nadie ha observado
nunca que se hayan originado peleas
entre ellos por un lugar de pesca o por
un lugar de descanso. En América del
sur, los pelícanos se reúnen en bandadas
hasta 50.000 aves, una parte de las
cuáles se entrega al sueño mientras
otras vigilan, y otra parte se dirige a
la pesca.
Finalmente, cometería yo una gran
injusticia con nuestro gorrión
doméstico, tan calumniado, si no
mencionara cuán de buen girado comparte
toda la comida que encuentra con los
miembros dé la sociedad a que pertenece.
Este hecho era bien conocido por los
griegos antiguos, y hasta nosotros ha
llegado el relato del orador que exclamó
cierta vez (cito de memoria): "Mientras
os hablo, un gorrión vino a decir a los
otros gorriones que un esclavo ha
desparramado un saco de trigo, y todos s
han ido a recoger el grano". Muy
agradable fue para mi encontrar
confirmación de esta observación de los
antiguos en el pequeño libro
contemporáneo de Gurney, el cual está
completamente convencido que los
gorriones domésticos se comunican entre
si siempre que puedan conseguir comida
en alguna parte. Dice: "Por lejos del
patio de la granja que se hubiesen
trillado las parvas de trigo, los
gorriones de dicho patio siempre
aparecían con los buches repletos de
granos". Cierto es que los gorriones
guardan sus dominios con gran celo de la
invasión de extraños, como, por ejemplo,
los gorriones del jardín de Luxemburgo,
París, que atacan con fiereza a todos
los otros gorriones que tratan, a su
vez, de aprovechar el jardín y la
generosidad de sus visitantes; pero
dentro de sus propias comunidades o
grupos practican con extraordinaria
amplitud el apoyo mutuo a pesar de que a
veces se producen riñas, como sucede,
por otra parte, entre los mejores
amigos.
La caza en grupos y la alimentación en
bandadas son tan corrientes en el mundo
de las aves que apenas es necesario
citar más ejemplos: es menester
considerar estos dos fenómenos como un
hecho plenamente establecido. En cuanto
a la fuerza que dan a las aves
semejantes asociaciones, es cosa bien
evidente. Las aves de rapiña más grandes
suelen verse obligadas a ceder ante las
asociaciones de los pájaros más
pequeños. Hasta las águilas -aun la
poderosísima y terrible águila rapaz y
el águila marcial, que se destacan por
una fuerza tal que pueden levantar en
sus garras una liebre o un antílope
joven- suelen versé obligadas a
abandonar su presa a las bandadas de
milanos, que emprenden una caza regular
de ellas, no bien notan que alguna ha
hecho una buena presa. Los milanos
también dan caza al rápido gavilán
pescador, y le quitan el pescado
capturado; pero nadie ha tenido ocasión
de observar que los milanos se pelearan
por la posesión de la presa arrebatada
de tal modo. En la isla Kerguelen el
doctor Coués ha visto que el Buphagus,
la pequeña gallina marina, de los
pescadores de focas, persigue a las
gaviotas con el fin de obligarlas a
vomitar el alimento; a pesar de que, por
otra parte, las gaviotas, unidas a las
golondrinas marinas, ahuyentan a la
pequeña gallina de mar en cuanto se
aproxima a sus posesiones, especialmente
durante el anidamiento. Los frailecicos
(Vanellus oristatus), pequeños
pero muy rápidos, atacan osadamente a
los buhardos, a los mochuelos, o a una
corneja o águila que atisban sus huevos,
es un espectáculo instructivo. Se siente
que están seguros de. la victoria, y se
ve la decepción del ave de rapiña. En
semejantes casos, las avefrías se apoyan
mutuamente, a la perfección, y la
bravura de cada una aumenta con el
número. Ordinariamente persiguen al
malhechor de tal modo que éste prefiere
abandonar la caza con tal de alejarse de
sus atormentadores. El frailecico ha
merecido bien el apodo de "buena madre"
que le dieron los griegos, puesto que
jamás rehusa defender a las otras aves
acuáticas, de los ataques de sus
enemigos.
Lo mismo es menester decir acerca del
pequeño habitante de nuestros jardines,
la blanca nevatilla, o aguzanieve
(Motacilla alba), cuya longitud
total alcanza apenas a ocho pulgadas.
Obliga hasta al cemicalo a suspender la
caza. "No bien las aguzanieves ven al
ave de rapiña -ha escrito Brehm, padre-
lanzando un grito fuerte la persiguen,
previniendo así a todas las otras aves,
y, de tal modo, obligan a muchos buitres
a renunciar a la caza. A menudo he
admirado su coraje y su agilidad, y
estoy firmemente convencido de que sólo
el halcón, rapidísimo y noble, es capaz
de capturar a la nevatilla... Cuando sus
bandadas obligan a cualquier ave de
rapiña a alejarse, ensordecen con sus
chillidos triunfantes y luego se
separan" (Brehm tomo tercero, pág. 950).
En tales casos, se reúnen con el fin
determinado de dar caza al enemigo,
exactamente lo mismo tuve oportunidad de
observar en la población volátil de un
bosque que se elevaba de golpe ante el
anuncio de la aparición de alguna ave
nocturna, y todos, tanto las aves de
rapiña como- los pequeños e inofensivos
cantores, empezaban a perseguir al
recién venido y, finalmente, le
obligaban a volver a su refugio.
¡Qué diferencia enorme entre las fuerzas
del milano, del cernícalo o del gavilán
y la de tan pequeños pajarillos, como la
nevatilla del prado, sin embargo, estos
pequeños pajarillos gracias a su acción
conjunta y su bravura, prevalecen sobre
las rapaces, que están dotadas de vuelo
poderoso y armadas de manera excelente
para el ataque. En Europa, las
nevatillas no sólo persiguen a las aves
de rapiña que pueden ser peligrosas para
ellas, sino también a los gavilanes
pescadores, "más bien para entretenerse
que para hacerles daño" -dice Brehm. En
la India, según el testimonio del Dr.
Jerdón, los grajos, persiguen al milano
gowinda "simplemente para distraerse". Y
Wied dice que a menudo rodean al águila
brasileña urubitinga innumerables
bandadas de tucanes ("burlones") y
caciques (ave que está estrechamente
emparentado con nuestras cornejas de
Pico blanco) y se burlan de él. -"El
cernícalo -agrega Wied-, ordinariamente
soporta tales molestias con mucha
tranquilidad; además, de tanto en tanto,
coge a uno de los burlones que lo
rodean". Vemos, de tal modo, en todos
estos casos (y se podría citar decenas
de ejemplos semejantes), que los
pequeños pájaros, inmensamente
inferiores por su fuerza al ave de
rapiña, se muestran, a pesar de eso, más
fuertes que ella gracias a que actúan en
común.
Dos grandes familias de aves, a saber,
las grullas y los papagayos han
alcanzado los más admirables resultados
en lo que respecta a la seguridad
individual, al goce de la vida en común.
Las grullas son sumamente sociables, y
viven en excelentes relaciones no sólo
con sus congéneres, sino también con la
mayoría de las aves acuáticas. Su
prudencia no es menos asombrosa que su
inteligencia. Inmediatamente disciernen
las condiciones nuevas y actúan de
acuerdo con las nueve exigencias. Sus
centinelas vigilan siempre que las
bandadas comen o descansan, y los
cazadores saben, por experiencia, cuán
difícil es aproximárseles. Si el hombre
consigue cogerlas desprevenidas, no
vuelven más a ese lugar sin enviar
primero un explorador, y tras él una
partida de exploradores; y cuando esta
partida vuelve con la noticia de que no
se vislumbra peligro, envían una segunda
partida exploradora para comprobar el
informe de los primeros, antes de que
toda la bandada se decida a adelantarse.
Con especies próximas, las grullas
contraen verdaderas amistades, y, en
cautiverio, ninguna otra ave, excepción
hecha solamente del no menos social e
inteligente papagayo, contrae una
amistad tan verdadera con el hombre.
"La grulla no ve en el hombre un amo,
sino un amigo, y trata de demostrárselo
de todos modos" -dice Brehm basado en su
experiencia personal. Desde la mañana
temprano hasta bien entrada la noche, la
grulla se encuentra en incesante
actividad; pero, consagra en total
algunas horas de la mañana a la búsqueda
del alimento, en especial el alimento
vegetal; el resto del tiempo se entrega
a la vida social. "Estando con ánimo de
juguetear -escribe Brehm- la grulla
levanta de la tierra danzando,
piedrecillas, pedacitos de madera, los
arroja al aire tratando de agarrarlos
tuerce el cuello, despliega las alas,
danza, brinca, corre, y, por todos los
medios, expresa su buen humor, y siempre
es hermosa y graciosa. Puesto que viven
constantemente en sociedad, casi no
tienen enemigos, a pesar de que Brehm
tuvo ocasión de ver, a veces, que alguna
era atrapada accidentalmente por un
cocodrilo, pero con excepción del
cocodrilo, no conoce la grulla ningún
otro enemigo. La prudencia de la grulla,
que se ha hecho proverbial, la salva de
todos los enemigos, y, en general, vive
hasta una edad muy avanzada. Por esto no
es sorprendente que la grulla, para
conservar la especie, no tenga necesidad
de criar una descendencia numerosa y,
generalmente, no pone más de dos huevos.
En cuanto al elevado desarrollo de su
inteligencia, bastará decir que todos
los observadores reconocen unánimemente
que la capacidad intelectual de la
grulla recuerda poderosamente la
capacidad del hombre.
Otra ave sumamente social, el papagayo,
ocupa, como es sabido, por el desarrollo
de su capacidad intelectual, el primer
puesto en todo el mundo volátil. Su modo
de vida está tan excelentemente descrito
por Brehm, que me será suficiente
reproducir el trozo siguiente, como la
mejor característica:
"Los papagayos -dice- viven en
sociedades o bandadas muy numerosas,
excepto durante el periodo de
aparejamiento. Eligen como vivienda un
lugar del bosque, de donde salen todas
las mañanas para sus expediciones de
caza. Los miembros de cada bandada están
muy ligados entre sí, comparten tanto el
dolor corno la alegría. Todas las
mañanas se dirigen juntos al campo, al
huerto, o a cualquier árbol frutal, para
alimentarse de frutas. Apostan
centinelas para proteger a toda la
bandada y siguen con atención sus
advertencias. En caso de peligro, se
apresuran todos a volar, prestándose
mutuo apoyo, y por la tarde, todos
vuelven al lugar de descanso al mismo
tiempo. Dicho más brevemente, viven
siempre en unión estrechamente
amistosa."
Encuentran también placer en la sociedad
de otras aves. En la India: -dice Leyard-
los grajos y los cuervos cubren volando
una distancia de muchas millas, para
pasar la noche junto con los papagayos,
en las espesuras de bambúes. Cuando se
dirigen a la caza, los papagayos no sólo
demuestran un ingenio y una prudencia
sorprendentes, sino también capacidad
para adaptarse a las circunstancias.
Así, por ejemplo, una bandada de
cacatúas blancas de Australia, antes de
iniciar el saqueo de un trigal,
indefectiblemente envía una partida de
exploradores, que se distribuye en los
árboles más altos de la vecindad del
campo citado, mientras que otros
exploradores se posan sobre los árboles
intermedios entre el campo y el bosque,
y transmiten señales. Si las señales
comunican que "todo está en orden,
entonces una decena de cacatúas se
separa de la bandada, traza varios
círculos en el aire y se dirige hacia
los árboles más próximos al campo. Esta
segunda partida, a su vez, observa con
bastante detención los alrededores, y
sólo después de esa observación, da la
señal para el traslado general; después,
toda ¡-a bandada se eleva al mismo
tiempo y saquea rápidamente el campo.
Los colonos australianos vencen con
mucha dificultad la vigilancia de los
papagayos; pero, si el hombre, con toda
su astucia y sus armas, consigue matar
algunas cacatúas, entonces se vuelven
tan vigilantes y prudentes, que
desbaratan todas las artimañas de los
enemigos.
No hay duda alguna de que sólo gracias
al carácter social de su vida, pudieron
los papagayos alcanzar ese elevado
desarrollo de la inteligencia y de los
sentidos (que encontramos en ellos) y
que casi llega al nivel humano. Su
elevada inteligencia indujo a los
mejores naturalistas a llamar a algunas
especies -especialmente al papagayo
gris- "ave-hombres". En cuanto a su
afecto mutuo, sabido es que si ocurre
que uno de la bandada es muerto por un
cazador, los restantes comienzan a volar
sobre el cadáver de su camarada lanzando
gritos lastimeros y "caen ellos mismos
víctimas de su afección amistosa" -como
escribió Audubon-, y si dos papagayos
cautivos, aunque sean pertenecientes a
dos especies distintas, contrajeran
amistad, y uno de ellos muriera
accidentalmente, no es raro entonces que
el otro también perezca de tristeza y de
pena por su amigo muerto.
No es menos evidente que en sus
asociaciones los papagayos encuentren
una protección contra los enemigos
incomparablemente superior a la que
podrían encontrar por medio del
desarrollo más ideal de sus "picos y
garras". Muy escasas aves de rapiña y
mamíferos se atreven a atacar a los
papagayos -y esto solamente a las
especies pequeñas- y Brehm tiene toda la
razón cuando dice, hablando de los
papagayos, que ellos, igual que las
grullas y los monos sociales, apenas
tienen otro enemigo fuera del hombre; y
agrega: "Muy probablemente, la mayoría
de los papagayos grandes mueren de vejez
y no en las garras de sus enemigos".
Unicamente el hombre, gracias a su
superior inteligencia, y a sus armas
-que también constituyen el resultado de
su vida en sociedad-, puede, hasta
cierto punto, exterminar a los
papagayos. Su misma longevidad se debe
de tal modo al resultado de la vida
social. Y, muy probablemente, es
necesario decir lo mismo con respecto a
su memoria sorprendente, cuyo
desarrollo, sin duda, favorece la vida
en sociedad, y también la longevidad,
acompañada por la plena conservación,
tanto de las capacidades físicas como
intelectuales hasta una edad muy
avanzada. Se ve, por todo lo que precede que la guerra de todos contra cada uno no es, de ningún modo, la ley dominante de la naturaleza. La ayuda mutua es ley de la naturaleza tanto como la guerra mutua y esta ley se hace para nosotros más exigente cuando observamos algunas otras asociaciones de aves y observamos la vida social de los mamíferos. Algunas rápidas referencias a la importancia de la ley de la ayuda mutua en la evolución del reino animal han sido ya hechas en las páginas precedentes; pero su importancia se aclarará con mayor precisión cuando, citando algunos hechos, podamos hacer, basados en ellos, nuestras conclusiones. |
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© Helios Buira
San Cristóbal - Ciudad Autónoma de Buenos Aires 2017
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