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Piotr Kropotkin El apoyo mutuo
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Prólogo a la Edición Rusa - Introducción - Capítulo 1 - Capítulo 2 - Capítulo 3 - Capítulo 4 -Capítulo 5 - Capítulo 6 - Capítulo 7 - Capítulo 8 - Conclusión | |
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Capítulo 8LA AYUDA MUTUA EN LA SOCIEDAD MODERNA
La inclinación de los hombres a la ayuda
mutua tiene un origen tan remoto y está
tan profundamente entrelazada con todo
el desarrollo pasado de la humanidad,
que los hombres la han conservado hasta
la época presente, a pesar de todas las
vicisitudes de la historia. Esta
inclinación se desarrolló,
principalmente, en los períodos de paz y
bienestar; pero aun cuando las mayores
calamidades azotaban a los hombres,
cuando países enteros eran devastados
por las guerras, y poblaciones enteras
morían de miseria, o gemían bajo el yugo
del poder que los oprimía, la misma
inclinación, la misma necesidad continuó
existiendo en las aldeas y entre las
clases más pobres de la población de las
ciudades. A pesar de todo, las
fortificó, y, al final de cuentas, actuó
aun sobre la minoría gobernante,
belicosa y destructiva que trataba a
esta necesidad como si fuera una
tontería sentimental. Y cada vez que la
humanidad tenía que elaborar una hueva
organización social, adaptada a una
nueva fase de su desarrollo, el genio
creador del hombre siempre extraía la
inspiración y los elementos para un
nuevo adelanto en el camino del
progreso, de la misma inclinación,
eternamente viva, a la ayuda mutua.
Todas las nuevas doctrinas morales y las
nuevas religiones provienen de la misma
fuente. De modo que el progreso moral
del género humano, si lo consideramos
desde un punto de vista amplio,
constituye una extensión gradual de los
principios de la ayuda mutua, desde el
clan primitivo, a la nación y a la unión
de pueblos, es decir, a las agrupaciones
de tribus v hombres, más y más amplia,
hasta que por último estos principios
abarquen a toda la humanidad sin
distinciones de creencias, lenguas y
razas.
Atravesando el período del régimen
tribal y el período siguiente de la
comuna aldeana, los europeos, como hemos
visto, elaboraron en la Edad Media una
nueva forma de organización que tenía
una gran ventaja. Dejaba un amplio
margen a la iniciativa personal y, al
mismo tiempo, respondía en grado
considerable a la necesidad de apoyo
mutuo del hombre. En las ciudades
medievales, fue llamada a la vida la
federación de las comunas aldeanas,
cubierta por una red de guildas y
hermandades, v con ayuda de esta nueva
forma de doble unión se alcanzaron
resultados inmensos en el bienestar
común, en la industria, en el arte. la
ciencia y el comercio. Hemos considerado
estos resultados con bastante detalle en
los dos capítulos precedentes, y hemos
tratado de explicar por qué, al final,
del siglo XV las repúblicas medievales,
rodeadas por los feudos hostiles,
incapaces de liberar a los campesinos
del yugo servil y gradualmente
corrompidas por las ideas del cesarismo
romano, inevitablemente debían ser presa
de los estados guerreros que nacían y
habían sido creados para ofrecer
resistencia a las invasiones de los
mogoles, turcos y árabes.
Sin embargo, antes que someterse, en los
trescientos años siguientes, al poder
del estado que lo absorbía todo, las
masas populares hicieron una tentativa
grandiosa de reconstruir la sociedad,
conservando la base anterior de la ayuda
y el apoyo mutuos. Ahora es ya bien
sabido que el gran movimiento de los
hussitas y de la reforma no fue, de
ningún modo, sólo una revuelta en contra
de los abusos de la Iglesia católica.
Este movimiento expuso también su ideal
constructivo, y ese ideal era la vida en
las comunas fraternales libres. Los
escritos y discursos de los predicadores
del período primitivo de la reforma, que
habían hallado el mayor eco en el
pueblo, estaban impregnados de las ideas
de una hermandad económica y social de
los hombres. Son conocidos los "doce
puntos" de los campesinos alemanes,
expuestos por ellos en su guerra contra
los terratenientes y duques, y los
artículos de fe, parecidos a ellos,
difundidos entre los campesinos y
artesanos alemanes y suizos, que exigían
no sólo el establecimiento del derecho
de cada uno a interpretar la Biblia
según su propia razón, sino que incluían
también la exigencia de la devolución de
las tierras comunales a las comunas
aldeanas y la supresión de la prestación
feudal, y en estas exigencias se aludía
siempre a la fe cristiana "verdadera",
es decir a la fe en la fraternidad
humana. Al mismo tiempo, decenas de
miles de hombres ingresaron en Moravia
en las hermandades comunistas,
sacrificando en beneficio de las
hermandades todos sus bienes y creando
numerosas y florecientes poblaciones,
fundadas en los principios del
comunismo. Solamente las masacres en
masa, durante las cuales perecieron
decenas de miles de personas, pudieron
detener éste movimiento popular que se
extendía ampliamente y solamente con
ayudas de la espada, del fuego y de la
rueda, los estados jóvenes se aseguraron
la primera y decisiva, victoria sobre
las masas populares.
Durante los tres siglos siguientes, los
Estados que se formaron en toda Europa
destruían sistemáticamente las
instituciones en las que hallaba
expresión la tendencia de los hombres al
apoyo mutuo. Las comunas aldeanas fueron
privadas del derecho de sus asambleas
comunales, de la jurisdicción propia y
de la administración independiente, y
las tierras que les pertenecían fueron
sometidas al control de los funcionarios
del estado y entregadas a merced de los
caprichos y de la venalidad. Las
ciudades fueron desposeídas de su
soberanía, y las fuentes mismas de su
vida interior, la véche (la
asamblea, el tribunal electo, la
administración electa y la soberana de
la parroquia y de las guildas, todo esto
fue destruido. Los funcionarios del
estado, tornaron en sus manos todos los
eslabones de lo que antes constituía un
todo orgánico.
Debido a esta política fatal y a las
guerras engendradas por ella, países
enteros, antes poblados y ricos, fueron
asolados. Ciudades ricas populosas se
transformaron en aldehuelas
insignificantes; hasta los caminos que
unían a las ciudades entre sí se
hicieron intransitables. La industria,
el arte, la ilustración, decayeron. La
educación política, la ciencia y el
derecho fueron sometidos a la idea de la
centralización estatal. En las
universidades, y desde las cátedras
eclesiásticas se empezó a enseñar que
las instituciones en que los hombres
acostumbraban a encarnar hasta entonces
su necesidad de ayuda mutua no pueden
ser toleradas en un estado debidamente
organizado; que sólo el estado y la
iglesia pueden constituir los lazos de
unión entre sus súbditos; que el
federalismo y el "particularismo" es
decir, el cuidado de los intereses
locales de una región o de una ciudad
eran enemigos del progreso. El estado es
el único impulsor apropiado de todo
desarrollo ulterior.
Al final del siglo XVIII., los reyes del
continente europeo, el Parlamento, en
Inglaterra, y hasta la convención
revolucionaria en Francia, aunque se
hallaban en guerra, entre sí,
coincidían, en la afirmación de que
dentro del Estado no debía haber ninguna
clase de uniones separadas entre los
ciudadanos, aparte de las establecidas
por, el estado y sometidas a él; que
para los trabajadores que se atrevían a
ingresar a una "coalición", es decir, en
uniones para la defensa de sus derechos,
el único castigo conveniente era el
trabajo forzado y la muerte. "No
toleraremos un estado en el estado".
Unicamente el estado y la Iglesia del,
estado debían ocuparse de los intereses
generales de los súbditos, los mismos
súbditos debían ser grupos de hombres
poco vinculados entre sí, no unidos por
clase alguna de lazos especiales y
obligados a recurrir al estado cada vez
que tenían una necesidad común. Hasta la
mitad del siglo XIX esta teoría. y su
práctica correspondiente dominaban en,
Europa.
Hasta las sociedades comerciales e
industriales eran miradas con
desconfianza por todos los estados. En
cuanto a los trabajadores, recordamos
aún que sus uniones eran consideradas
ilegales hasta en Inglaterra. El mismo
punto de vista sosteníase no hace mucho
más de veinte arios, al final del siglo
XIX, en todo el continente, incluso en
Francia; a pesar de las revoluciones que
vivió, los mismos revolucionarios eran
tan feroces partidarios del estado como
los funcionarios del rey y del
emperador. Todo el sistema de nuestra
educación estatal, hasta la época
presente, aun en Inglaterra, era tal que
una parte importante de la sociedad
consideraba como una medida
revolucionaria que el pueblo recibiese
los derechos de que gozaban todos
-libres y siervos- en la Edad Media,
quinientos años Antes, en la asamblea
aldeana, en su guilda, en su parroquia y
en la ciudad.
La absorción por el estado de todas las
funciones sociales, fatalmente favoreció
el desarrollo del individualismo
estrecho, desenfrenado. A medida que los
deberes del ciudadano hacia el estado se
multiplicaban, los ciudadanos
evidentemente se liberaban de los
deberes hacia los otros. En la guilda
-en la Edad Media todos pertenecían a
alguna guilda o cofradía-, dos
"hermanos" debían cuidar por turno al
hermano enfermo; ahora basta con dar al
compañero de trabajo la del hospital,
para pobres, más próximo. En la sociedad
"bárbara" presenciar una pelea entre dos
personas por cuestiones personales y no
preocuparse de que no tuviera
consecuencias fatales significaría
atraer sobre sí la acusación de
homicidio, pero, de acuerdo con las
teorías más recientes del estado que
todo lo. vigila, el que presencia una
pelea no tiene necesidad de intervenir,
pues para eso está la policía. Cuando
entre los salvajes -por ejemplo, entre
los hotentotes-, se considerarla
inconveniente ponerse a comer sin haber
hecho a gritos tres veces una invitación
Al que deseara unirse al festín, entre
nosotros el ciudadano respetable se
limita a pagar un impuesto para los
pobres, dejando a los hambrientos
arreglárselas como puedan.
El resultado obtenido fue que por
doquier -en la vida, la ley, la ciencia,
la religión- triunfa ahora la afirmación
de que cada uno puede y debe procurarse
su propia felicidad, sin prestar
atención alguna a las necesidades
ajenas. Esto se transformó en la
religión de nuestros tiempos, y los
hombres que dudan de ella son
considerados utopistas peligrosos. La
ciencia proclama en alta voz que la
lucha de cada uno contra todos
constituye el principio dominante de la
naturaleza en general, y de las
sociedades humanas en particular.
Justamente a esta guerra la biología
actual atribuye el desarrollo progresivo
del mundo animal. La historia juzga del
mismo modo; y los economistas, en su
ignorancia ingenua, consideran que el
éxito de la industria y de la mecánica
contemporánea son los resultados
"asombrosos" de la influencia del mismo
principio. La religión misma de la
Iglesia es la religión del
individualismo, ligeramente suavizada
por las relaciones más o menos
caritativas hacia el prójimo, con
preferencia los domingos. Los hombres
"prácticos" y los teóricos, hombres de
ciencia y predicadores religiosos,
legistas y políticos, están todos de
acuerdo en que el individualismo, es
decir, la afirmación de la propia
personalidad en sus manifestaciones
groseras, naturalmente, pueden ser
suavizadas con la beneficencia, y
que ese individualismo es la única base
segura para el mantenimiento de la
sociedad y su progreso ulterior.
Parecería, por esto, algo desesperado
buscar instituciones de ayuda mutua en
la sociedad moderna, y en general las
manifestaciones prácticas de este
principio. ¿Qué podía restar de ellas? Y
además, en cuanto empezamos a examinar
cómo viven millones de seres humanos y
estudiamos sus relaciones cotidianas,
nos asombra, ante todo, el papel enorme
que desempeñan en la vida humana, aún en
la época actual, los principios de ayuda
y apoyo mutuo. A pesar de que hace ya
trescientos o cuatrocientos años que,
tanto en la teoría, como en la vida
misma se produce una destrucción de las
instituciones y de los hábitos de ayuda
mutua, sin embargo, centenares de
millones de hombres continúan viviendo
con ayuda de estas instituciones y
hábitos; y religiosamente las apoyan
allí donde pudieron ser conservadas y
tratan de reconstruirlas donde han sido
destruidas. Cada uno de nosotros, en
nuestras relaciones mutuas, pasamos
minutos en los que nos indignamos contra
el credo estrechamente individualista,
de moda en nuestros días; sin embargo
los actos en cuya realización los
hombres son guiados por su inclinación a
la ayuda mutua constituyen una parte tan
enorme de nuestra vida cotidiana que, si
fuera posible ponerles término
repentinamente, se interrumpiría de
inmediato todo el progreso moral
ulterior de la humanidad. La sociedad
humana, sin la ayuda mutua, no podría
ser mantenida más allá de la vida de una
generación.
Los hechos de tal género, a los que no
se presta atención, que son muy
numerosos y que describen la vida de las
sociedades, tienen un sentido de primer
orden para la vida y la elevación
ulterior de la humanidad. También los
examinaremos ahora, comenzando por las
instituciones existentes de apoyo mutuo
y pasando luego a los actos de ayuda
mutua que tienen origen en las simpatías
personales o sociales.
Echando una mirada amplia a la
constitución contemporánea de la
sociedad europea nos asombra, en primer
lugar, el hecho de que, a pesar de todos
los esfuerzos para terminar con la
comuna aldeana, está forma de unión de
los hombres continúa existiendo en
grandes proporciones, como se verá a
continuación, y que en el presente se
hacen tentativas ya sea para
reconstituirla en una u otra forma, ya
sea para hallar algo en su reemplazo.
Las teorías corrientes de los
economistas burgueses y de algunos
socialistas afirman que la comuna ha
muerto en la Europa occidental de muerte
natural, puesto que se encontró que la
posesión comunal de la tierra era
incompatible con las exigencias
contemporáneas del cultivo de la tierra.
Pero la verdad es que en ninguna
parte desapareció la comuna aldeana por
propia voluntad, al contrario, en
todas partes las clases dirigentes
necesitaron varios siglos de medidas
estatales persistentes para desarraigar
la comuna y confiscar las tierras
comunales. Un ejemplo de tales medidas y
de los métodos para ponerla en práctica
nos lo ha dado recientemente el gobierno
zarista en el celo del ministro
Stolypin.
En Francia, la destrucción de la
independencia de las comunas aldeanas y
el despojo de las tierras que les
pertenecían empezó ya en el siglo XVI.
Además, sólo en el siglo siguiente,
cuando la masa campesina fue reducida a
la completa esclavitud y a la
miseria por las requisiciones y
las guerras tan brillantemente descritas
por todos los historiadores, el despojo
de las tierras comunales pudo realizarse
impunemente y entonces alcanzó
proporciones escandalosas "Cada uno les
tomaba cuanto podía... las dividían...
para despojar a las comunas, se servían
de deudas simuladas". Así sé
expresaba el edicto promulgado por Luis
XIV, en el año 1667. Y como era de
esperar, el estado no halló otro medio
de curar éstos males que una mayor
sumisión de las comunas a su
autoridad y un despojo mayor, esta vez
hecho por el Estado mismo. En realidad,
dos años después todos los ingresos
monetarios de las comunas fueron
confiscados por el rey. En cuanto a la
usurpación de las tierras comunales,
se extendió más y más, y en el siglo
siguiente la nobleza y el clero eran ya
dueños de enormes extensiones de tierra:
Según algunas apreciaciones, poseían la
mitad de la superficie apta para el
cultivo, y la mayoría de esas
tierras permanecía inculta. Pero los
campesinos todavía conservaban sus
instituciones comunales y hasta el año
1787 la asamblea comunal campesina,
compuesta por todos los jefes de
familia, se reunía, generalmente a la
sombra de un campanario o de un árbol,
para distribuir las porciones de tierra
o partir los campos que quedaban en su
posesión, para fijar los impuestos y
elegir la administración comunal,
exactamente lo mismo que el mir
ruso hoy. Esto ha sido demostrado ahora
plenamente por Babeau.
El gobierno francés encontró, sin
embargo, que las asambleas populares
comunales eran "demasiado ruidosas", es
decir, demasiado desobedientes, y en- el
año 1787 fueron sustituidas por consejos
electivos, compuestos por un alcalde y
de tres o seis síndicos que eran
elegidos entre los campesinos más
acomodados. Dos años más tarde, la
Asamblea Constituyente "revolucionaria",
que en este sentido concordaba
plenamente con la vieja organización,
ratificó (el 14 de diciembre de 1789) la
ley citada, y la burguesía aldeana
se dedicó ahora, a su vez, al
despojo de las tierras campesinas, que
se prolongó durante todo el período
revolucionario. El 16 de agosto del año
1792, la Asamblea Legislativa, bajo la
presión de las insurrecciones campesinas
y del ánimo alterado del pueblo de
París, después de haber éste ocupado el
palacio real, decidió devolver a las
comunas las tierras que les habían
quitado; pero, al mismo tiempo, dispuso
que de estas tierras, las de laboreo
fueran distribuidas solamente entre los
"ciudadanos", es decir, entre los
campesinos más acomodados. Esta medida,
naturalmente, provocó nuevas
insurrecciones, y fue derogada al año
siguiente cuando, después de la
expulsión de los girondinos de la
Convención, los jacobinos dispusieron,
el 11 de junio de 1793, que todas las
tierras comunales quitadas a los
campesinos por los terratenientes y
otros, a partir del año 1669, fueran
devueltas a las comunas que podían -si
lo decidía una mayoría de dos tercios de
votos- repartir las tierras comunales,
pero, en tal caso, en partes iguales
entre todos los habitantes, tanto ricos
como pobres, tanto "activos" como
"inactivos".
Sin embargo, las leyes sobre la
repartición de las tierras comunales
eran contrarias de tal modo a las
concepciones de los campesinos, que
estos últimos no las cumplían, y en
todas partes donde los campesinos
volvían a poseer, aunque no fuera más
que una parte de las tierras, comunales
que les habían usurpado, las poseían en
común, dejándolas sin dividir. Pero
pronto sobrevinieron los largos años de
guerras y la reacción, y las tierras
comunales fueron llanamente confiscadas
por el estado (en el año 1794) para
asegurar los préstamos estatales; una
parte fue destinada a la venta, y al
final de cuentas, usurpada; luego fueron
devueltas las tierras nuevamente a las
comunas, y otra vez confiscadas (en el
año 1813), y recientemente en el año
1816, los restos de estas tierras,
constituidos por alrededor de 6.000.000
de deciatinas de la tierra menos
productiva, fueron devueltas a las
comunas aldeanas. Todo, régimen nuevo
veía en las tierras comunales una fuente
accesible para recompensar a sus
partidarios, y tres leyes (la primera en
1837, y la última bajo Napoleón III)
fueron promulgadas con el fin de incitar
a las comunas aldeanas a realizar la
repartición de las tierras comunales.
Pero tampoco éste fue, todavía, el fin
de las penurias comunales. Hubo que
derogar tres veces estas leyes, debido a
la resistencia que encontraron en las
aldeas, pero cada vez, el gobierno
consiguió usurpar algo de las posesiones
comunales; así Napoleón III, con el
pretexto de proteger, con un método
perfeccionado, la agricultura, entregó
grandes posesiones comunales a algunos
de sus favoritos.
He aquí la serie de violencias con que
los adoradores del centralismo luchaban
contra la comuna. Y a esto llaman los
economistas "muerte natural de la
agricultura comunal, en virtud de las
leyes económicas"
En cuanto a la administración propia de
las comunas aldeanas, ¿qué podía quedar
de ella después de tantos golpes? El
gobierno consideraba al alcalde y a los
síndicos Como funcionarios gratuitos,
que cumplían determinadas funciones de
la máquina estatal. Aun ahora, bajo la
tercera república, la aldea está privada
de toda independencia, y dentro de la
comuna no puede ser realizado el más
mínimo acto sin la intervención y
aprobación de casi todo el complejo
mecanismo estatal, incluyendo los
prefectos y los ministros. Resulta
difícil creerlo, y sin embargo tal es la
realidad. Si, por ejemplo, un campesino
tiene intención de pagar con un depósito
en dinero su parte de trabajo en la
reparación de un camino comunal (en
lugar de poner él mismo la cantidad
necesaria de pedregullo), no menos de
doce funcionarios del Estado, de
diferentes rangos, deben dar su
conformidad y para ello se necesitan 52
documentos, que deben intercambiar los
funcionarios, antes de que se permita al
campesino hacer su pago en dinero al
consejo comunal. Lo mismo si una
tormenta arroja un árbol en el camino; y
todo el resto tiene igual carácter.
Lo que ocurrió en Francia sucedió en
toda Europa occidental y central. Aun
los años principales del colosal
saqueo de las tierras comunales
coinciden en todas partes. En
Inglaterra, la única diferencia reside
en que el pillaje se efectuó por medio
de actos aislados y no por medio de una
ley general, en una palabra, se produjo
con menor precipitación que en Francia
pero, sin embargo, con mayor solidez. La
usurpación de las tierras comunales por
los terratenientes (landlords)
empezó en el siglo XV, después de la
sofocación de la insurrección
campesina en el año 1380, como se
desprende de la Historia de
Rossus y del estatuto de Enrique VII, en
los cuales se habla de estas
usurpaciones bajo el título de
"Abominaciones y fecharías que
perjudican al bien público". Más tarde,
bajo Enrique VIII, se inició, como es
sabido, una investigación especial
(Great Inquest), cuyo objeto era hacer
cesar la usurpación de las tierras
comunales: pero esta investigación
terminó con la ratificación de las
dilapidaciones, en las proporciones en
que ya se habían llevado a cabo.
La dilapidación de las tierras comunales
se prolongó y se continuó expulsando a
los campesinos de las tierras. Pero
solamente desde mediados del siglo
XVIII, en Inglaterra como por doquier en
los, otros países, se instituyó una
política sistemática, con miras a
destruir la posesión comunal; de modo
que no es menester asombrarse de que la
posesión comunal haya desaparecido, sino
de que haya podido conservarse hasta en
Inglaterra y "predominar aún en el
recuerdo de los abuelos de nuestra
generación". El verdadero objeto de las
actas de cercamiento (Enclosure
Acts), como fue demostrado por
Seebohm, era la eliminación de la
posesión, comunal' y fue eliminada tan
por completo cuando el Parlamento
promulgó, entre 1760 y 1844, casi 4.000
actas de cercamiento, que de ella quedan
ahora sólo débiles huellas. Los lores se
apoderaron de las tierras de las comunas
aldeanas y cada caso de despojo fue
ratificado por el Parlamento.
En Alemania, Austria y Bélgica, la
comuna aldeana fue destruida por el
estado de modo exactamente igual. Fueron
raros los casos en que los comuneros
mismos dividieran entre sí las tierras
comunales, a pesar de que en todas
partes el estado obligaba a tal
repartición o, simplemente, favorecía el
despojo de sus tierras por particulares,
El último golpe a la posesión comunal en
el norte de Europa fue asestado también
a mediados del siglo XVIII. En Austria,
el gobierno tuvo qué poner en acción la
fuerza bruta, en el año 1768, para
obligar a las comunas a realizar la
división de las tierras, y dos años
después se designó, para este objeto,
una comisión especial. En Prusia,
Federico II, en varias de sus ordenanzas
(en 1752, 1763, 1765 y 1769) recomendó a
las Cámaras judiciales
(Justizcollegien) efectuar la
división por medio de la violencia. En
un distrito de Polonia, Silesia, con el
mismo objeto, fue publicada, en 1771,
una resolución especial. Lo mismo
sucedió también en Bélgica, pero, como
las comunas demostraron desobediencia,
entonces, en el año 1847, fue emitida
una ley que daba al gobierno el derecho
de comprar los prados comunales y
venderlos en parcelas y realizar una
venta obligatoria de las tierras
comunales si hubiese compradores.
Para abreviar, lo que se dice acerca de
la muerte natural de las comunas
aldeanas, en virtud de las leyes
económicas, constituye una broma tan
pesada como si habláramos de la muerte
natural de los soldados caídos en el
campo de batalla. El lado positivo de la
cuestión es este: las comunas aldeanas
vivieron más de mil años, y en los casos
en que los campesinos no fueron
arruinados por las guerras y las
requisiciones, gradualmente mejoraron
los métodos de cultivo; pero, como el
valor de la tierra aumentaba debido al
crecimiento de la industria, y la
nobleza, bajo la organización estatal,
alcanzó una autoridad como nunca tuvo en
el sistema feudal, se apoderó de la
mejor parte de las tierras comunales y
aplicó todos sus esfuerzos en destruir
las instituciones comunales.
Sin embargo, las instituciones de la
comuna aldeana responden tan bien a las
necesidades y concepciones de los que
cultivan la tierra, que a pesar de todo,
Europa hasta en la época presente está
aún cubierta de supervivencias vivas de
las comunas aldeanas, y en la vida
aldeana abundan aún hoy hábitos y
costumbres cuyo origen se remonta al
período comunal. En Inglaterra misma, a
pesar de todas las medidas ,draconianas
adoptadas para destruir el viejo orden
de cosas, existió hasta principios del
siglo XIX. Gomme, uno de los pocos
sabios ingleses que ha llamado la
atención sobre esta materia, señala en
su obra que en Escocia se han conservado
muchas huellas de la posesión comunal de
las tierras, y la "runrigtenancy";
es decir, la posesión por los
granjeros de parcelas en muchos campos
(derechos del comunero traspasados al
granjero), se mantuvo en Forfarshire
hasta el año 1813; y en algunas aldeas
de Invernes, hasta el año 1801, era
costumbre arar la tierra para toda la
comuna, sin trazar límites,
distribuyéndola después de la labor. En
Kilmoriel la participación y repartición
de los campos estuvo en pleno vigor
"hasta los últimos veinticinco años",
decía Gomme, y la Comisión Crofter del
año ochenta halló que esta costumbre se
conservaba todavía en algunas islas". En
Irlanda, este mismo sistema predominó
hasta la época del hambre terrible del
año 1848. En cuanto a Inglaterra, las
obras de Marshall, que pasaron
inadvertidas mientras Nasse y Mine no
llamaron la atención sobre ellas, no
dejan la menor duda de que el sistema de
la comuna aldeana gozaba de amplia
difusión en casi todas las regiones de
Inglaterra, aún en los comienzos del
siglo XIX.
En el año 1870, sir Henry Maine fue
"sorprendido extraordinariamente por la
cantidad de casos de títulos de
propiedad anormales, los que de modo
necesario suponen una existencia
primitiva de la posesión colectiva y del
cultivo conjunto de la tierra", y estos
casos llamaron su atención después de un
estudio comparativamente breve. Y como
la posesión comunal se conservó en
Inglaterra hasta una época tan reciente,
es indudable que en las aldeas inglesas
se hubiera podido hallar gran número de
hábitos y costumbres de ayuda mutua, con
sólo que los escritores ingleses
hubieran prestado mayor atención a la
vida aldeana real.
Por último, tales rastros fueron
señalados, no hace mucho, en un artículo
del Journal of the Statistical
Society, vol. IX, junio 1897, y en
un excelente artículo de la nueva
edición, undécima, de la Enciclopedia
Británica. Por este artículo nos
enteramos de que, valiéndose del
"cercamiento" de los campos comunales y
dehesas, los supuestos dueños y los
herederos de los derechos feudales
quitaron a las comunas 1.016.700
deciatinas desde el año 1709 hasta 1797,
con preferencia campos cultivables;
484.490 deciatinas desde 1801 hasta
1842, y 228.910 deciatinas desde 1845
hasta 1869; además, 37.040 deciatinas de
bosques; en total 1.767.140 deciatinas,
es decir, más de la octava parte de toda
la superficie de Inglaterra, incluido
Gales (13.789.000 deciatinas), fue
quitada al pueblo.
Y a pesar de esto, la posesión comunal
de la tierra se ha conservado hasta
ahora en algunos lugares de Inglaterra y
Escocia, como lo demostró en el año 1907
el doctor Gilbert Slater en su obra
detallada The English Peasantry and
the Enclosure of Common Fields,
donde están los planos de algunas de
dichas comunas -que recuerdan plenamente
los planos del libro de P. P. Semionof-
y se describe su vida así: sistema de
tres o cuatro amelgas, y los comuneros
deciden todos los años en la asamblea
con qué sembrar la tierra en barbecho y
se conservan las "franjas" lo mismo que
en la comuna rusa. El autor del artículo
de la Enciclopedia Británica
considera que hasta ahora quedan bajo
posesión comunal, en Inglaterra, de
500.000 a 700.000 deciatinas de campos,
y principalmente dehesas.
En la parte continental de Europa,
numerosas instituciones comunales, que
han conservado hasta ahora su fuerza
vital, se encuentran en Francia, Suiza,
Alemania. Italia, Países Escandinavos y
en España, sin hablar de toda la Europa
occidental eslava. Aquí la vida aldeana,
hasta ahora, está impregnada de hábitos
y costumbres comunales, y la literatura
europea casi anualmente se enriquece con
trabajos serios consagrados a esta
materia, y lo que tiene relación con
ella. Por esto, en la elección de los
ejemplos, tengo que limitarme a algunos,
los más típicos.
Suiza nos ofrece uno de estos ejemplos.
Existen allí como repúblicas: Uri,
Schwytz, Appenzell, Glarus y
Unterwalden, que poseen una parte
importante de sus tierras sin dividir y
son administradas todas por la asamblea
popular de toda la república (cantón),
pero, en todas las otras repúblicas, las
comunas aldeanas también gozan de amplia
autonomía y vastas partes del territorio
federal permanecen hasta ahora en
posesión comunal. Dos tercios de todos
los prados alpinos y dos tercios de
todos los bosques de Suiza y un número
importante de campos, huertos, viñedos,
turberas, canteras, hasta ahora siguen
siendo de propiedad comunal. En el
cantón de Vaud, donde todos los jefes de
familia tienen derecho a participar con
voto consultivo en las deliberaciones de
los asuntos comunales, el espíritu
comunal se manifiesta con vivacidad
especial en los consejos elegidos por
ellos. Al final del invierno, en algunas
aldeas, toda la juventud masculina se
encamina al bosque por algunos días,
para cortar árboles y lanzarlos por las
pendientes abruptas de las montañas (en
forma semejante al deslizamiento en
trineo desde las montañas); la madera
para construcción y la leña se reparte
entre todos los jefes de familia o se
vende en su beneficio. Estas excursiones
son verdaderas fiestas del trabajo
viril. Sobre las orillas del lago de
Ginebra, una parte del trabajo necesario
para conservar en orden las terrazas de
los viñedos aun ahora se realiza en
común; y en primavera, cuando el
termómetro amenaza descender a bajo cero
antes de la salida del sol y cuando la
helada podría dañar los sarmientos, el
sereno nocturno despierta a todos los
jefes de familias, los cuales encienden
hogueras de paja y estiércol y preservan
de tal modo a las vides de la helada,
envolviéndolas en nubes de humo.
En el Tessino, los bosques son de
dominio comunal; se realiza la tala con
mucha regularidad, por secciones, y los
ciudadanos de cada comuna reciben, por
familia, su porción de rendimiento.
Luego, casi en todos los cantones las
comunas aldeanas poseen las llamadas
Bürgernútzen, es decir, mantienen en
común una determinada cantidad de vacas
para proveer de manteca a todas las
familias; o bien cuidan en común
los campos o viñedos, cuyos productos se
reparten entre los comuneros, o bien,
por último, arriendan su tierra, en cuyo
caso el ingreso se destina al beneficio
de toda la comuna.
En general, puede tomarse como regla que
allí donde las comunas han retenido una
esfera de derechos lo suficientemente
amplia como para ser partes vivas del
organismo nacional, y donde no han sido
reducidas a la miseria completa, los
comuneros no dejan de cuidar sus tierras
con atención. Debido a esto, las
propiedades comunales de Suiza presentan
un contraste asombroso, en comparación
con la situación lamentable de las
tierras "comunales" de Inglaterra. Los
bosques comunales del cantón de Vaud y
de Valais se conservan en excelente
orden, según las reglas de la moderna
silvicultura. En otros lugares, "las
pequeñas franjas" de los campos
comunales, que cambian de dueños bajo el
sistema de reparticiones, están muy bien
abonados, puesto que no hay escasez de
ganado ni de prados. Los elevados prados
alpinos, en general, se conservan bien,
y los caminos de las aldeas son
excelentes. Y cuando admiramos el chalet
suizo, es decir, la cabaña, los caminos
montañeses, el ganado campesino, las
terrazas de los viñedos y las casas de
escuela en Suiza, debemos recordar que
la madera para la construcción del
chalet, en su mayor parte, proviene de
los bosques comunales, y los caminos y
las casas escolares son resultado del
trabajo comunal. Naturalmente, en Suiza,
como en todas partes, la comuna perdió
muchos de sus derechos y funciones, y la
"corporación", compuesta por un pequeño
número de viejas familias, ocupó el
lugar de la comuna aldeana anterior, a
la que pertenecían todos. Pero lo que se
conservó, mantuvo, según la opinión de
investigadores serios, su plena
vitalidad.
Apenas es necesario decir que en las
aldeas suizas se conservan, hasta ahora,
muchos hábitos y costumbres de ayuda
mutua. Las veladas para descascarar
nueces, que se realizan por turno en
cada hogar; las reuniones al atardecer
para coser el ajuar en casa de la
doncella que se va a casar; las
invitaciones a la "ayuda" cuando se
construyen casas y para la recolección
de la cosecha, y de igual manera para
todos los trabajos posibles que pudieran
ser necesarios a cada uno de los
comuneros; la costumbre de intercambiar
los niños de un cantón a otro con el fin
de enseñarles dos idiomas distintos,
francés y alemán, etc., todo esto es un
fenómeno completamente corriente.
Es curioso observar que también
diferentes necesidades modernas se
satisfacen de este mismo modo. Así, por
ejemplo, en Glarus, la mayoría de los
prados alpinos fueron vendidos en época
de calamidades, pero las comunas
continúan aún comprando campos llanos, y
así, después que las parcelas
recompradas han permanecido en poder de
diferentes comuneros durante diez,
veinte o treinta años, vuelven al
cuerpo de las tierras comunales, que se
distribuyen según las necesidades de
todos los miembros. Existen también
grandes cantidades de pequeñas uniones
que se dedican a la producción de
artículos alimenticios necesarios -pan,
queso, vino- por medio del trabajo
común, a pesar de que esta
producción no ha alcanzado grandes
proporciones; y finalmente, gozan de
gran difusión en Suiza las cooperativas
rurales. Las asociaciones de diez a
treinta campesinos que compran y
siembran en común prados y campos
constituyen un fenómeno corriente; y las
asociaciones para la venta de leche y
queso están organizadas en todo el país.
En suma, Suiza fue la cuna de esta forma
de cooperación. Además, allí se presenta
un amplio campo para el estudio de toda
clase de sociedades pequeñas y grandes,
fundadas para la satisfacción de todas
las posibles necesidades modernas. Así,
por ejemplo, casi en todas las aldeas de
algunas partes de Suiza se puede hallar
toda una serie de sociedades: de
protección contra incendios, de
aprovisionamiento del agua, de paseos en
botes, de conservación de los muelles
del lago, etc.; además, todo el país
está sembrado de sociedades de arqueros,
tiradores, topógrafos, exploradores y de
otras sociedades semejantes, nacidas de
los peligros que significa el
militarismo moderno y el imperialismo.
Sin embargo, Suiza no es, de ningún
modo, una excepción en Europa, puesto
que instituciones y hábitos semejantes
se pueden observar en las aldeas de
Francia, Italia, Alemania, Dinamarca,
etcétera. Así, en las páginas
precedentes hemos hablado de lo que
hicieron los gobernantes de Francia con
el fin de destruir la comuna aldeana y
usurparle sus tierras, pero, a pesar de
todos los esfuerzos del gobierno, una
décima parte de todo el territorio apto
para el cultivo, es decir, alrededor de
13.500.000 acres que comprenden la mitad
de los prados naturales y casi la quinta
parte de los bosques del país continúan
bajo posesión comunal. Estos bosques
proveen a los comuneros de combustible,
y la madera de construcción, en la
mayoría de los casos, es cortada por
medio del trabajo comunal, con toda la
regularidad deseable; el ganado de los
comuneros pace libremente en las dehesas
comunales, y el remanente de los campos
comunales se divide y reparte en algunos
lugares. de Francia -como en las
Ardenas- de modo corriente.
Estas fuentes suplementarias que ayudan
a los campesinos más pobres a
sobrellevar los años de malas cosechas
sin vender las parcelas pequeñas de
tierra de su pertenencia y sin enredarse
en deudas impagables, sin duda tienen
importancia tanto para los trabajadores
agrícolas como para casi 3.000.000 de
modestos campesinos-propietarios. Hasta
es dudoso que la pequeña propiedad
campesina pudiera conservarse sin ayuda
de estas fuentes suplementarias. Pero la
importancia ética de la propiedad
comunal, por pequeñas que fueran sus
proporciones, sobrepasa en mucho a su
importancia económica. Ayuda a la
conservación, en la vida aldeana, de un
núcleo de hábitos y costumbres de ayuda
mutua que indudablemente actúa como
contrapeso del individualismo estrecho y
de la codicia, que tan fácilmente se
desarrolla entre los pequeños
propietarios de la tierra, y facilita el
desenvolvimiento de las formas modernas
de cooperación y sociabilidad. La ayuda
mutua, en todas las circunstancias de la
vida aldeana, entra en la rutina
habitual de la aldea. Por todas partes
encontramos, bajo nombres distintos, el
"charroi", es decir, ayuda libre
prestada por los vecinos para levantar
la cosecha, para la recolección de uva,
para la construcción de una casa,
etcétera; por todas partes encontramos
las mismas reuniones vespertinas que en
Suiza. En todas partes los comuneros se
asocian para efectuar todos los trabajos
posibles que ellos por sí solos no
podrían realizar. Casi todos los que han
escrito sobre la vida aldeana francesa
han mencionado esta costumbre. Pero
quizá lo mejor de todo sería citar aquí
algunos fragmentos de cartas que recibí
de un amigo, al que rogué comunicarme
sus observaciones sobre esta materia.
Estas informaciones se deben a un hombre
de edad, que ha sido durante mucho
tiempo alcalde de su comuna natal en el
Sur de Francia (en el departamento de
Ariége); los hechos qué ha comunicado le
eran conocidos merced a una observación
personal de muchos años y tienen la
ventaja de que provienen de una
localidad y no están tomados por partes,
de observaciones hechas en lugares
alejados entre sí. Algunos de ellos
pueden parecer baladíes, pero en
general, pintan el mundillo entero de la
vida aldeana.
"En algunas comunas, próximas a las
nuestras -escribe mi amigo- se
mantiene en pleno vigor la vieja
costumbre de l'emprount. Cuando
en la granja se necesitan muchas manos
para el cumplimiento rápido de cierto
trabajo -recoger papas o segar un prado-
se convoca a los jóvenes de la vecindad;
reúnense mozos y muchachas y realizan el
trabajo animada y gratuitamente, y por
la tarde, después de una cena alegre,
los jóvenes organizan bailes.
"En las mismas aldeas, cuando una moza
se va a casar, las vecinas de la
aldehuela se reúnen en su casa para
coser su ajuar. En algunas aldeas las
mujeres, aún ahora, hilan con bastante
celo. Cuando le llega la época a
determinada familia de devanar el hilo,
se realiza este trabajo en una tarde,
con la ayuda de los vecinos invitados.
En muchas comunas de Ariége, y en otros
lugares del Suroeste de Francia, el
desgranamiento del maíz también se
efectúa con la ayuda de todos los
vecinos. Se les agasaja con castañas y
vino, y los jóvenes danzan después de
terminado el trabajo. La misma costumbre
se practica al elaborarse el aceite de
nueces y al recoger el cáñamo. En la
comuna L., la misma costumbre se observa
cuando se transporta el trigo. Estos
días de trabajo pesado se convierten en
fiestas, puesto que el dueño considera
un honor agasajar a los voluntarios con
una buena comida. No se fija pago
alguno: todos se ayudan mutuamente.
"En la comuna C., la superficie de las
dehesas comunales se aumenta cada año,
de modo que actualmente casi toda la
tierra de la comuna ha pasado a ser de
uso común. Los pastores son elegidos por
los dueños del ganado, incluyendo
también las mujeres. Los toros son
comunales.
"En la comuna M., los pequeños rebaños
de 40 a 50 cabezas que pertenecen a los
comuneros, se reúnen en uno y luego se
dividen en tires o cuatro rebaños antes
de enviarlos a los prados de la montaña.
Cada dueño permanece durante una semana
junto al rebaño, en calidad de pastor.
"En la aldea C., algunos jefes de
familia compraron en común una
trilladora, todas las familias, en
común, proveen los hombres que son
necesarios, quince o veinte, para
atender la máquina. Otras tres
trilladoras compradas por los jefes de
familia de la misma aldea son ofrecidas
en alquiler por ellos, pero el trabajo
en este caso es realizado por ayudantes
forasteros, invitados del modo habitual.
"En nuestra comuna R., era necesario
levantar un muro alrededor del
cementerio. La mitad de la suma
requerida para la compra de la cal y
para el pago de los obreros hábiles fue
dada por él consejo del distrito, y la
otra mitad fue reunida por suscripción.
En cuanto al trabajo de suministrar
arena y agua, mezclar la argamasa y
ayudar a los albañiles, todo fue
realizado por voluntarios (lo mismo que
sé hace en la djemâa kabileña).
Los caminos de la aldea son limpiados
también por medio del trabajo voluntario
de los comuneros. Otras comunas
construyeron de tal modo sus fuentes. La
prensa para extraer el jugo de la uva y
otras pequeñas instalaciones a menudo
son de propiedad comunal."
Dos habitantes de la misma localidad,
interrogados por mi amigo, agregaron lo
siguiente:
"En O., hace algunos años no existía
molino. La comuna construyó un molino
imponiendo una contribución a los
comuneros. En cuanto al molinero, para
evitar que incurriera en cualquier clase
de engaños y de parcialidad, se decidió
pagarle dos francos por consumidor y que
el trigo fuera molido gratis.
"En Saint G., muy pocos campesinos se
aseguran contra incendio. Cuando se
produce un incendio -como sucedió
recientemente- todos entregan algo a la
familia damnificada: una caldera, una
sábana, una silla, etc., y de tal modo
el modesto hogar es reconstituido. Todos
los vecinos ayudan al perjudicado por el
incendio a reconstruir su casa, y la
familia, mientras tanto, se aloja
gratuitamente en casa de los vecinos."
Semejantes hábitos de ayuda mutua, y se
podrían citar un sinnúmero,
indudablemente nos explican por qué los
campesinos franceses se asocian con tal
facilidad para el uso por turno del
arado y sus yuntas de caballos, o bien
de la prensa de uva o de la trilladora,
cuando los últimos pertenecen a una
cierta persona de la aldea, y de igual
modo también para la realización en
común de todo género de trabajos de
aldea. La conservación de los canales de
riego, el desmonte de los bosques, la
desecación de pantanos, la plantación de
árboles, etc., desde tiempo inmemorial,
eran realizados por el municipio. Lo
mismo continúa haciéndose ahora. Así,
por ejemplo, muy recientemente en La
Bome, en el departamento de Lozére,
las colinas áridas y bravías fueron
convertidas en ricos huertos mediante el
trabajo común. "La gente llevaba la
tierra sobre sus hombros; construyeron
terrazas y las sembraron de castaños y
durazneros; diseñaron huertos y
trajeron. el agua, por medio de un
canal, desde dos o tres millas de
distancia". Ahora, según parece, se ha
construido allí un nuevo acueducto de
once millas de longitud.
El mismo espíritu comunal explica el
notable éxito obtenido en los últimos
tiempos por los sindicatos agrícolas; es
decir, las asociaciones de campesinos y
granjeros. En el año 1884, se
autorizaron, en Francia, las
asociaciones compuestas por más de 19
personas, y apenas es necesario agregar
que cuando se decidió hacer esta
"experiencia peligrosa" -como se dijo en
la Cámara de los Diputados- los
funcionarios tomaron todas aquellas
"precauciones" posibles que sólo la
burocracia puede inventar. Pero, a pesar
de todo, Francia se llena de
asociaciones agrícolas (sindicatos). Al
principio se formaban solamente para la
compra de abono y semillas, puesto que
las adulteraciones en estos dos ramos y
las mezclas de toda clase de
desperdicios alcanzaron proporciones
inverosímiles. Pero gradualmente
extendieron su actividad en diversas
direcciones; incluso a la venta de
productos agrícolas y a la mejora
constante de las parcelas de tierras. En
el sur de Francia, los estragos
producidos por la filoxera originaron la
formación de gran número de asociaciones
entre los propietarios de viñedos. Diez,
veinte, a veces treinta de esos
propietarios organizaban un sindicato,
compraban una máquina a vapor para
bombear agua y hacían los preparativos
necesarios para inundar sus viñedos por
turno. Constantemente se forman nuevas
asociaciones para la defensa contra las
inundaciones, para el riego, para la
conservación de los canales de riego ya
existentes, etc. Y no constituye
obstáculo alguno el deseo unánime de
todos los campesinos de la vecindad en
cuestión que la ley exige. En otros
lugares encontramos las fruitiéres
o asociaciones de queseros o
lecheros, y algunos de ellos reparten el
queso y la manteca en partes iguales,
independientemente del rendimiento de
leche de cada vaca. En Ariége existe una
asociación de ocho comunas diferentes
para el cultivo conjunto de sus tierras,
que se unieron en una; en el mismo
departamento, comunas en 172 sindicatos
han organizado la ayuda médica gratuita;
en conexión con los sindicatos surgen
también sociedades de consumidores,
etcétera. "Una verdadera revolución se
realiza en nuestras aldeas -dice Alfred
Baudrillart- por medio de estas
asociaciones que adquieren en cada
región de Francia su carácter propio".
Casi Tomismo puede decirse también de
Alemania. En todas partes donde los
campesinos han podido detener el despojo
de sus tierras comunales, las conservan
en propiedad comunal, la que predomina
ampliamente en Württemberg, Baden,
Hohenzollern, y en la provincia de
Hessen, en Starkenberg. Los bosques
comunales, en general, se conservan en
estado excelente, y en miles de comunas
tanto la madera de construcción como la
leña se reparte anualmente entre todos
los habitantes; hasta la antigua
costumbre denominada Lesholztag
goza aún ahora de amplia difusión: al
tañido de la campana del campanario de
la aldea, todos los habitantes se
dirigen al bosque para traer cada uno
cuanta leña pueda. En Westfalia existen
comunas en las cuales se cultiva toda la
tierra como si fuera una propiedad
común, según las exigencias de la
agronomía moderna. En cuanto a los
viejos hábitos y costumbres comunales,
se hallan hasta ahora en vigor en la
mayor parte de Alemania. Las
invitaciones a la "ayuda", verdaderas
fiestas del trabajo, son un fenómeno
arteramente corriente en Westfalia,
Hessen y Nassau. En las regiones en que
abundan maderas de construcción, para la
construcción de una casa nueva, se toma
habitualmente del bosque comunal y todos
los vecinos ayudan en la edificación.
Hasta en los arrabales de la gran ciudad
de Francfort, entre los hortelanos, en
casa de enfermedad de alguno de ellos,
existe la costumbre de ir los domingos a
cultivar el huerto del camarada
enfermos.
En Alemania, lo mismo que en Francia,
cuando los gobernantes del pueblo
derogaron las leyes dirigidas contra las
asociaciones de campesinos -lo que fue
hecho en 1884-1888- este género de
uniones comenzó a desarrollarse con
rapidez asombrosa, a pesar de toda clase
de obstáculos ofrecidos por la nueva
ley, que estaba lejos de favorecerlas.
El hecho es que -dice Buchenberger-
debido a estas uniones, en millares de
comunas aldeanas, en las que antes nada
sabían de abonos químicos ni de
alimentación racional del ganado, ahora
tanto el uno como la otra se aplican en
proporciones sin precedentes" (t. II,
pág. 507). Con ayuda de estas uniones se
compra todo género de instrumentos y de
máquinas agrícolas que economizan
trabajo, y de modo parecido se
introducen diferentes métodos para el
mejoramiento de la calidad de los
productos. Se forman también uniones
para la venta de los productos agrícolas
y para la mejora constante de las
parcelas de tierra.
Desde el punto de vista de la economía
social, todos estos esfuerzos de los
campesinos naturalmente no tienen gran
importancia. No pueden aliviar de modo
sustancial -y menos todavía durable- la
miseria a que están condenadas las
clases agrícolas de toda Europa. Pero
desde el punto de vista moral, que es el
que nos ocupa en este momento, su
importancia es enorme. Demuestra que,
aun bajo el sistema del individualismo
desenfrenado que domina ahora, las masas
agrícolas conservan piadosamente la
ayuda mutua heredada por ellos; y en
cuanto los Estados debilitan las leyes
férreas mediante las cuales destruyeron
todos los lazos existentes entre los
hombres para tenerlos mejor en sus
manos, estos lazos se reanudan
inmediatamente, a pesar de las
innumerables dificultades políticas,
económicas y sociales; y se
reconstituyen en las formas que mejor
responden a las exigencias modernas
de la producción. Y señalan también
las direcciones en que es menester
buscar el máximo progreso, y las formas
en que tienden a fundirse.
Fácilmente podría aumentarse la cantidad
de ejemplos, tomándolos de Italia,
España y, especialmente, Dinamarca, y
podrían señalarse algunos rasgos muy
interesantes, propios de cada uno de
estos países. Sería menester, también,
mencionar la población eslava de Austria
y de la península balcánica, en la que
aún existe la "familia compuesta" y el
"hogar indiviso" y gran número de
instituciones de apoyo mutuo. Pero me
apresuro a pasar a Rusia, donde la misma
tendencia al apoyo mutuo asume algunas
formas nuevas e inesperadas. Además,
examinando la comuna aldeana en Rusia,
tenemos la ventaja de poseer una enorme
cantidad de material, emprendido por
algunos ziemstva (concejos
campesinos) y que comprendía una
población de casi 20.000.000 de
campesinos de diferentes partes de
Rusia.
De la enorme cantidad de datos reunidos
por los censos rusos se pueden extraer
dos importantes conclusiones. En la
Rusia Media, donde una tercera parte de
la población campesina, si no más, fue
arrastrada a la ruina completa (por los
impuestos gravosos, los nadiely
muy pequeños, de tierra mala, el elevado
arriendo y la recaudación muy severa de'
impuestos después de pérdidas completas
de cosechas) se hizo evidente, durante
los primeros veinticinco años de la
emancipación de los campesinos de la
servidumbre, la tendencia decidida a
establecer la propiedad, personal de la
tierra dentro de las comunas aldeanas.
Muchos campesinos empobrecidos, "sin
caballos", abandonaron sus nadiely,
y sus tierras a menudo pasaban a ser
propiedad de los campesinos más ricos,
los cuales, dedicados al comercio,
poseían fuentes suplementarias de
ingresos; o bien los nadiely
cayeron en manos de comerciantes
extraños que compraban tierras,
principalmente con objeto de arrendarlas
luego a los mismos campesinos a precios
desproporcionadamente elevados. Se debe
observar también que, debido a una
omisión en la Ley de Emancipación de
1861, ofrecíase una gran posibilidad de
acaparar las tierras de los campesinos a
precio muy bajo y los
funcionarios del Estado, a su vez,
utilizaban su influencia poderosa en
favor de la propiedad privada y se
comportaban en forma negativa hacia la
propiedad comunal.
Sin embargo, desde el año 1880 comenzó
también una fuerte oposición en Rusia
Media contra la propiedad personal, y
los campesinos que ocupaban una posición
intermedia entre los ricos y los pobres
hicieron esfuerzos enérgicos para
mantener las comunas. En cuanto a las
fértiles estepas del sur, que son las
partes de la Rusia europea actualmente
más pobladas y ricas, fueron
principalmente colonizadas durante el
siglo XIX, bajo el sistema de la
propiedad personal o la usurpación
reconocida en esta forma por el estado.
Pero desde que en la Rusia del sur
fueron introducidos, con ayuda de la
máquina, métodos mejorados de
agricultura, los campesinos propietarios
de algunos lugares comenzaron, por sí
mismos, a pasar de la propiedad personal
a la comunal, de modo que ahora en este
granero de Rusia se puede hallar, según
parece, una cantidad bastante importante
de comunas aldeanas, creadas libremente
y de origen muy reciente.
La Crimea y la parte del continente
situada al norte de ella (la provincia
de Tauride), de las cuales tenemos datos
detallados, pueden servir mejor que nada
para ilustrar este movimiento. Después
de su anexión a Rusia, en el año 1783,
esta localidad comenzó a ser colonizada
por emigrantes de la gran Rusia, la
pequeña Rusia y la Rusia blanca -por
cosacos, hombres libres y siervos
fugitivos- que afluían aisladamente o en
pequeños grupos de todos los rincones de
Rusia. Al principio se dedicaron a la
ganadería, y más tarde, cuando
comenzaron a arar la tierra, cada uno
araba cuanto podía. Pero, cuando debido
al aflujo de colonos que se prolongaba,
y a la introducción de los arados
perfeccionados, aumentó la demanda de
tierra, surgieron entre los colonos
disputas exasperadas. Las disputas se
prolongaron años enteros hasta que estos
hombres, no ligados antes por ningún
vínculo mutuo, llegaron gradualmente al
pensamiento de que era necesario poner
fin a las discordias introduciendo la
propiedad comunal de la tierra. Entonces
comenzaron a concertar acuerdos según
los cuales la tierra que hablan poseído
hasta entonces personalmente pasaba a
ser de propiedad comunal; e
inmediatamente después comenzaron a
dividir y a repartir esta tierra, según
las costumbres establecidas en las
comunas aldeanas. Este movimiento fue
adquiriendo, gradualmente, vastas
proporciones, y en un territorio
relativamente pequeño, las estadísticas
de Tauride hallaron 161 aldeas en las
que la posesión comunal había sido
introducida por los mismos campesinos
propietarios, en reemplazo de la
propiedad privada, principalmente
durante los años 1855-1885. De tal modo,
los colonos elaboraron libremente los
tipos más variados de comuna aldeana. Lo
que, añade todavía un especial interés a
este paso de la posesión personal
de la tierra a la comunas que se realizó
no sólo entre los grandes rusos,
acostumbrados a la vida comunal,
sino también entre los pequeños rusos,
que hacía mucho que bajo el dominio
polaco habían olvidado la comuna, y
también entre los griegos y búlgaros y
hasta entre los alemanes, quienes ya
hacía tiempo habían conseguido elaborar,
en sus florecientes colonias
semiindustriales, en el Volga, un tipo
especial de comuna aldeana. Los tártaros
musulmanes de la provincia de Tauride,
evidentemente, continuaron poseyendo la
tierra según el derecho común
musulmán, que permitía sólo una limitada
posesión personal de la tierra; pero,
aun entre ellos, en algunos contados
casos implantaron la comuna aldeana
europea. En cuanto a las otras
nacionalidades que pueblan la provincia
de Tauride, la posesión privada fue
suprimida en seis aldeas estonas, dos
griegas, dos búlgaras, una checa y una
alemana.
El retorno a la posesión comunal de la
tierra es característico de las fértiles
estepas del sur. Pero, ejemplos aislados
del mismo retorno se pueden encontrar
también en la pequeña Rusia. Así, en
algunas aldeas de la provincia de
Chernigof, los campesinos eran antes
propietarios privados de la tierra;
tenían documentos legales individuales
de sus parcelas, y disponían libremente
de la tierra, dándola en arriendo o
dividiéndola. Pero en 1850 se inició
entre ellos un movimiento en favor de la
posesión comunal, y sirvió de argumento
principal el aumento del número de
familias empobrecidas. Inicióse tal
movimiento en una aldea, y después le
siguieron otras, y el último caso citado
por V. V. se remontaba al año 1882.
Naturalmente, se originaron choques
entre los campesinos pobres que exigían
el paso a la posesión comunal y los
ricos, que ordinariamente prefieren la
propiedad privada, y a veces la lucha se
prolongaba años enteros. En algunas
localidades, la resolución unánime de
toda la comuna, exigida por la ley para
el paso a la nueva forma de posesión de
la tierra, no pudo ser alcanzada, y la
aldea se dividió entonces en dos partes:
una continuaba con la posesión privada
de la tierra y la otra pasaba a la
comunal; a veces, se fundían, más tarde,
en una comuna, y a veces quedaban así,
cada cual con su forma de posesión de la
tierra.
En cuanto a Rusia central, en muchas
aldeas cuya población se inclinaba a la
posesión privada surgió, desde el año
1880, un movimiento de masas en favor
del restablecimiento de la comuna
aldeana. Hasta los campesinos
propietarios, que habían vivido durante
años bajo el sistema de posesión
personal de la tierra, volvían al orden
comunal. Así, por ejemplo, existe una
cantidad importante de ex-siervos que
han recibido sólo una cuarta parte de
nadie¡, pero Ubres de redención y
con títulos de propiedad privada. En el
año 1890, inicióse entre ellos un
movimiento (en las provincias de Kursk,
Riazan, Tanibof y otras) cuya finalidad
era establecer en común sus parcelas,
sobre la base de la posesión comunal.
Exactamente lo mismo "los agricultores
libres" (vólnye klebopáshtsy) que
fueron emancipados de la servidumbre por
la ley de 1803 y que compraron sus
nadiely cada familia por separado
casi todos pasaron ahora al sistema
comunal, libremente introducido por
ellos. Todos estos movimientos se
remontan a una época muy reciente, y en
ellos participan también los campesinos
de otras nacionalidades, además de la
rusa. Así, por ejemplo, los búlgaros del
distrito de Tiraspol, que poseyeron la
tierra durante sesenta años bajo régimen
de propiedad privada, introdujeron la
posesión comunal en los años 1876-1882.
Los, menonitas alemanes del distrito de
Berdiansk lucharon, en el año 1890. por
la introducción de la posesión comunal,
y los pequeños campesinos-propietarios
(Kleinwirthschafiliche), entre
los bautistas alemanes, hicieron
propaganda en sus aldeas para la
adopción de la misma medida. Para
concluir citaré un ejemplo más: en la
provincia de Samara, el gobierno ruso
organizó, a modo de ensayo, en el año
1840, 103 aldeas bajo el régimen de la
posesión privada de la tierra. Cada jefe
de familia recibió un excelente
nadiel, de 40 deciatinas. En el año
1890, en 72 aldeas de estas 103, los
campesinos expresaron su deseo de pasar
a la posesión comunal. Tomo todos estos
hechos del excelente trabajo de V. V.,
quien, a su vez, se limitó a clasificar
los que las estadísticas territoriales
señalaron durante los censos por hogar
arriba citados.
Tal movimiento en favor de la posesión
comunal va rotundamente en contra de las
teorías económicas modernas, según las
cuales el cultivo intensivo de la tierra
es incompatible con la comuna aldeana.
Pero de estás teorías se puede decir
solamente que nunca pasaron por el luego
de la experiencia práctica: pertenecen
enteramente al dominio de las teorías
abstractas. Los hechos mismos que
tenemos ante nuestros ojos demuestran,
por el contrario, que en todas partes
donde los campesinos rusos, gracias al
concurso de circunstancias favorables,
fueron menos presa de la miseria, y en
todas partes donde hallaron entre sus
vecinos hombres experimentados y que
tenían iniciativa la comuna aldeana
contribuían la introducción de
diferentes perfeccionamientos en el
dominio de la agricultura y, en general,
de, la vida campesina. Aquí, como en
todas partes, la ayuda mutua conduce al
progreso más rápidamente y mejor que la
guerra de cada uno contra todos, como
puede verse por los hechos siguientes.
Hemos visto ya (apéndice XVI) que los
campesinos ingleses de nuestro tiempo,
allí donde la comuna se conservó
intacta, convirtieron el campo en
barbecho, en campos de leguminosas y
tuberosas. Lo mismo empieza a hacerse
también en Rusia.
Bajo Nicolás 1, muchos funcionarios del
Estado y terratenientes obligaban a los
campesinos a introducir el cultivo
comunal en las pequeñas parcelas que
pertenecían a la aldea, con el fin de
llenar los depósitos comunales de grano.
Tales cultivos, que en el espíritu de
los campesinos van unidos a los peores
recuerdos de la servidumbre, fueron
abandonados inmediatamente después de la
caída del régimen servil; pero ahora los
campesinos comienzan, en algunas partes,
a establecerlos por iniciativa propia.
En un distrito (Ostrogozh, de la
provincia de Kursk) fue suficiente el
espíritu de empresa de una persona para
introducir tales cultivos en las cuatro
quintas partes de las aldeas del
distrito. Lo mismo se observa también en
algunas otras localidades. En. el día
fijado, los comuneros se reúnen para el
trabajo: los ricos con arados o carros,
y los más pobres aportan al trabajo
común sólo sus propias manos, y no se
hace tentativa alguna de calcular cuánto
trabaja cada uno. Luego, lo recaudado
por el cultivo comunal es destinado a
préstamo para los comuneros más pobres
-la mayoría de las veces sin
devolución-, o bien se utiliza para
mantener a los huérfanos y viudas, o
para reparar la iglesia de la aldea o la
escuela, o, por último, para el pago de
cualquier deuda de la comuna.
Como debe esperarse de hombres que viven
bajo el sistema de la comuna aldeana,
todos los trabajos que entran, por así
decirlo, en la rutina de la vida aldeana
(la reparación de caminos y puentes, la
construcción de diques y caminos de
fajina, la desecación de pantanos, los
canales de riego y pozos, la tala de
bosques, la plantación de árboles,
etc.), son realizados por las comunas
enteras; exactamente lo mismo que la
tierra, muy a menudo, se arrienda en
común, y los prados son segados por todo
el mir, y al trabajo van los
ancianos y los jóvenes, los hombres y
las mujeres, como lo ha descrito
magníficamente L.N. Tolstoy. Tal género
de trabajo es cosa de todos los días en
todas partes de Rusia; pero la comuna
aldeana no elude de modo alguno las
mejoras de la agricultura moderna,
cuando puede hacer los gastos
correspondientes y cuando el
conocimiento, que habla sido hasta
entonces privilegio de los ricos,
penetra, por fin, en la choza de la
aldea.
Hemos indicado ya que los arados
perfeccionados se extienden rápidamente
en el sur de Rusia, y está probado que
en muchos casos precisamente las comunas
aldeanas, cooperaron en esta difusión.
Sucedía también, cuando el arado era
comprado por la comuna, que, después de
probarlo en la parcela de la tierra
comunal, los campesinos indicaban los
cambios necesarios a aquellos a quienes
habían comprado el. arado; o bien, ellos
mismos prestaban ayuda para organizar la
producción artesana de atados baratos.
En el distrito de Moscú, donde la compra
de arados por los campesinos se extendió
rápidamente, el impulso fue dado por
aquellas comunas que arrendaban la
tierra en común y fue hecho esto con el
fin especial de mejorar sus cultivos.
En el nordeste de Rusia, en la provincia
de Viatka, pequeñas asociaciones de
campesinos que viajaban con sus
aventadoras (fabricadas por los
artesanos de uno de los distritos en que
abundaba el hierro) extendieron el uso
de estas máquinas entre ellos, y aun en
las provincias vecinas. La amplia
difusión de las trilladoras en las
provincias. de Samara, Sartof y Jerson,
es el resultado de la actividad de las
asociaciones de campesinos, que pueden
llegar a comprar hasta una máquina cara,
mientras que el campesino aislado no
está en condiciones de hacerlo. Y
mientras que en casi todos los, tratados
económicos dícese que la comuna aldeana
está condenada a desaparecer en cuanto
el sistema de tres amelgas sea
reemplazado por el cultivo rotativo,
vemos que en Rusia muchas comunas
aldeanas tomaron la iniciativa de la
introducción justamente de este sistema
de cultivo rotativo, lo mismo que
hicieron en Inglaterra. Pero antes de
pasar a él, los campesinos habitualmente
reservan, una parte de los campos
comunales para efectuar ensayos de
siembra artificial de pastos, y las
semillas son compradas por el mir .
Si el ensayo tiene éxito, los campesinos
no se sienten embarazados en hacer una
nueva repartición de los campos para
pasar a la economía de cuatro, cinco y
aun seis amelgas.
Este sistema se practica ahora en
centenares de aldeas de la provincia
de Moscú, Tver, Smolensk, Viatka y
Pskof. Y allí donde el posible separar
cierta cantidad de tierra para este fin,
las comunas reservan parcelas para el
cultivo de plantíos de frutales.
Además, las comunas emprenden, con
bastante frecuencia, mejoras constantes,
como el drenaje y el riego. Así, por
ejemplo, en tres distritos de la
provincia de Moscú, de carácter
industrial marcado, durante una década
(1880-1890), se ejecutaron trabajos de
drenaje en gran escala en 180 a 200
aldeas diferentes, y los comuneros
mismos trabajaron con el pico. En el
otro extremo de Rusia, en las estepas
áridas del distrito de Novouzen, fueron
erigidos por la comuna más de 1.000
diques para estanques y fosos, y fueron
excavados algunos centenares de pozos
profundos. Al mismo tiempo, en una rica
colonia alemana del sureste de Rusia,
los comuneros -hombres y mujeres-
trabajaron cinco semanas consecutivas en
la erección de un dique de tres verstas
de largo destinado al riego. Pues, ¿cómo
podrían luchar contra el clima seco
hombres aislados? ¿Y a dónde podrían
llegar con el esfuerzo personal, en
aquella época en que el sur de Rusia
sufría por la multiplicación de
marmotas, y todos los agricultores,
ricos y pobres. comuneros e
individualistas hubieron de aplicar el
trabajo de sus propias manos para
conjurar esa calamidad? La policía, en
tales circunstancias, no sirve de ayuda,
y el único medio es la
asociación.
Como es sabido, bajo el reinado de
Nicolás II, el ministro Stolypin hizo
una tentativa en gran escala para
destruir la posesión comunal de la
tierra y transportar los campesinos a
parcelas de granjas separadas. Muchos
esfuerzos y mucho dinero del estado se
gastó en esto, con éxito en algunas
provincias, según parece, especialmente
en Ucrania. Pero la guerra y la
revolución que siguió sacudieron tan
profundamente toda la vida de la aldea
que en el momento presente es imposible
dar respuesta que tenga cierta precisión
sobre, los resultados de esta campaña
del estado contra la comuna.
Después de haber hablado tanto de la
ayuda y del apoyo mutuos practicados por
los agricultores de los países
"civilizados", veo que podría aún
llenarse un tomo bastante voluminoso de
ejemplos tomados de la vida de los
centenares de millones de hombres que
viven más o me nos bajo la autoridad o
la protección de estados más o menos
civilizados, pero que, sin embargo,
están aún fuera de la civilización
moderna y de las ideas modernas. Podría
describir, por ejemplo, la vida interior
de la aldea turca, con su red de
asombrosos hábitos y costumbres ayuda
mutua. Consultando mis cuadernos de
apuntes con respecto a la ayuda
campesina del Cáucaso, hallo hechos muy
conmovedores de apoyo mutuo. Los mismos
hábitos hallo en mis notas sobre la
djemáa árabe, la purra
afgana, sobre las aldeas de Persia,
India y Java, sobre la familia indivisa
de los chinos, sobre los seminómadas del
Asia Central y los nómadas del lejano
Norte. Consultando las notas, tomadas en
parte al azar, de la riquísima
literatura sobre Africa, encuentro que
están llenas de los mismos hechos; aquí
también se convoca a la "ayuda" para
recoger la cosecha; las casas también se
construyen con ayuda de todos los
habitantes de la aldea. a veces para
reparar el estrago ocasionado por las
incursiones de bandidos "civilizados";
en algunos casos, pueblos enteros se
prestan ayuda en la desgracia o bien
protegen a los viajeros, etcétera.
Cuando recurro a trabajos como el
compendio del derecho común africano
hecho por Post, empiezo a comprender por
qué, a pesar de toda la tiranía, de
todas las opresiones, de los despojos y
de las incursiones, a pesar de las
guerras internacionales, de los reyes
antropófagos, de los hechiceros
charlatanes y de los sacerdotes, a pesar
de los cazadores de esclavos, etc., la
población de estos países no se ha
dispersado por los bosques; por qué
conservó un determinado grado de
civilización; empiezo a comprender por
qué estos "salvajes" siguieron siendo,
sin embargo, hombres, y no descendieron
al nivel de familias errantes, como los
orangutanes que se están extinguiendo.
El caso es que los cazadores de
esclavos, europeos y americanos, los
saqueadores de los depósitos de marfil,
lo reyes belicosos, los "héroes"
matabeles y malgaches desaparecen
dejando tras sí sólo huellas marcadas
con sangre y fuego; pero el núcleo de
instituciones, hábitos y costumbres de
ayuda mutua creadas primero por la tribu
y luego por la comuna aldeana permanece
y mantiene a los hombres unidos en
sociedades, abiertas al progreso de la
civilización y prestas a aceptarla
cuando llegue el día en que, en lugar de
balas y aguardiente, comiencen a recibir
de nosotros la verdadera civilización. Lo mismo se puede decir también de nuestro mundo civilizado. Las calamidades naturales y las provocadas por el hombre pasan. Poblaciones enteras son periódicamente reducidas a la miseria y al hambre; las mismas tendencias vitales son despiadadamente aplastadas en millones de hombres reducidos al pauperismo de las ciudades; el pensamiento y los sentimientos de millones de seres humanos están emponzoñados por doctrinas urdidas en interés de unos pocos. Indudablemente, todos estos fenómenos constituyen parte de nuestra existencia. Pero el núcleo de instituciones, hábitos y costumbres de ayuda mutua continúa existiendo en millones de hombres; ese núcleo los une, y los hombres prefieren aferrarse a esos hábitos, creencias y tradiciones suyas antes que aceptar la doctrina de una guerra de cada uno contra todos, ofrecida en nombre de una pretendida ciencia, pero que en realidad nada tiene de común con la ciencia. |
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