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POESÍA
Los poetas
 
ALDO PELLEGRINI
 
La Poesía Surrealista - Las técnicas surrealistas - División cronológica - Ensayo de clasificación
 
Tomado del libro Antología de la Poesía Surrealista 1961
 
La poesía surrealista
 

En 1922 comienza a llamar la atención en Francia un grupo de artistas que se dicen militantes de un nuevo movimiento al que designan con el nombre de surrealismo. Este pequeño grupo de artistas habría de ejercer considerable influencia en el arte de este siglo.

Estos artistas, en su mayoría poetas, se agrupaban alrededor de la revista de vanguardia "Littérature" y hacia el año 1924 constituirían ya un núcleo relativamente numeroso, que funda un órgano exclusivo de ese movimiento. "La Revolution Surréaliste", realizando simultáneamente un amplio programa de agitación. Lo curioso en ellos era que no hablaban preferentemente de literatura y de arte, sino que proclamaban la necesidad de cambiar la vida, y se proponían cuestiones sobre el hombre y la condición humana que parecían trascender del ámbito habitual del arte. Más que de artistas, hacían el papel de agitadores, y en ellos parecía mezclarse lo político, lo filosófico con lo poético, al mismo tiempo que un curioso espíritu de investigación se unía a un afán por la aventura y el escándalo.

Estos jóvenes habían surgido en el clima de los movimientos de vanguardia que conmovieron los principios estéticos en los comienzos del presente siglo: en Francia, los cubistas en las artes plásticas, y el movimiento paralelo en literatura, encabezado por Apollinaire, Reverdy, Cendrars y otros; en Alemania el expresionismo literario y plástico y en Italia, el futurismo. Pero lo que en estos movimientos constituyó una ruptura simplemente formal con normas estéticas pasadas, en ellos fue fundamento de una actividad creadora totalmente distinta y de una nueva concepción del mundo, del hombre y de los medios de expresión.

Este cambio tuvo sus verdaderas raíces en el movimiento dadaísta, del cual formaron parte casi todos los surrealistas de la primera hora. El dadaísmo, surgido a raíz de la gran crisis espiritual que promovió la primera guerra mundial, se elevó como una voz de protesta contra una cultura y un sistema de valores que finalmente conducía a la guerra y a la autodestrucción. El dadaísmo significó una ruptura absoluta con los principios vigentes, en grado tal, que no sólo llegó a negar el arte y la literatura del pasado, sino que cuestionó la esencia y la razón fundamental de todo arte, afirmando la caducidad esencial de cualquier forma de expresión artística. Pero este movimiento juvenil totalmente negador, sentó las bases de nuevos principios creadores, de una verdadera estética revolucionaria, que sería continuada por los surrealistas. En estas nuevas experiencias estéticas se partía prácticamente de cero: la única norma aceptada fue la de la libertad total. Se iniciaba sí, un arte sin cánones.

Lo que constituyó la novedad de este movimiento fue la creencia de que el arte no tiene una función en sí, sino que es un modo de expresión de lo vital en el hombre. Para ellos arte y vida, forman una unidad.

Pero esa unidad no se establece con una vida abstracta, sino con la vida concreta del hombre. Algunos movimientos artísticos que precedieron al surrealismo proclamaron la ruptura con el pasado e intentaron fijar el arte en términos del presente, pretendiendo reflejar lo que realmente preocupa al hombre de hoy. En el futurismo, por ejemplo, su aparente acento sobre la vida concreta fue sólo exterior, mejor dicho superficial; tomó del presente únicamente un elemento anecdótico, la velocidad y no se interesó por los problemas realmente humanos. La preocupación fundamental de los surrealistas fue siempre el hombre concreto: su necesidad de realizarse y de conocer, sus deseos, sus sueños, sus pasiones, su mundo anímico profundo, su afán de trascender, su ansia de autenticidad frente a una sociedad artificial, regida por normas éticas y sociales absurdas, frente a una sociedad mecanizada e hipócrita, con valores arbitrarios y falsos. El futurismo fue una concepción mecanicista y anecdótica, en la cual el hombre en sí no cuenta; conservó intactos los peores prejuicios y exaltó los más bajos valores del pasado, fue -por lo menos en manos de su iniciador- una concepción inhumana y reaccionaria, disfrazada de modernidad. El surrealismo es esencialmente revolucionario y aspira a transformar la vida y la condición del hombre.

Al destacar de tal modo los problemas esenciales del hombre, los surrealistas no sólo se consideraron fuera de la literatura y del arte, sino que manifestaron el más abierto desprecio por quienes buscaban en esas actividades el sentido de la vida.

En la declaración colectiva del 27 de enero de 1925, dicen:

 

1. No tenemos nada que ver con la literatura.

2. El surrealismo es un medio de liberación total del espíritu.

Y termina así: "El surrealismo no es una forma poética. Es un grito del espíritu que se vuelve hacia sí mismo decidido a pulverizar desesperadamente sus trabas" Esta declaración lleva la firma de todos los componentes del grupo surrealista en ese momento, entre ellos, Aragón, Artaud, Breton, Crevel, Desnos, Eluard, Leiris, Queneau y Soupault.

El surrealismo no acepta, pues, el arte como un fin en sí, tampoco el arte comprometido en el sentir habitual (en función de la defensa de intereses pertenecientes a cualquier género) El arte sólo se comprende en función del hombre en su acepción más lata, de la unidad hombre que necesita realizarse como hombre.

Todo lo que el surrealismo piensa del arte se resume en su concepción de la omnipotencia de la poesía. La poesía constituye el núcleo vivo de toda manifestación de arte y ella le da su verdadero sentido. Pero la poesía no es para los surrealistas un elemento decorativo, o la búsqueda de una abstracta belleza pura: es el lenguaje del hombre, es conocimiento al mismo tiempo que manifestación vital, es el verbo en su calidad de sonda lanzada hacia lo profundo del hombre.

El canto por el canto en sí no existe (ni siquiera en los pájaros) El canto es objetivación del deseo, del amor, del gozo de vivir, del odio, de la cólera, de la desesperación, de la angustia, del destino y de la muerte; todo lo que en el vivir es apasionado y ardiente, la poesía lo convierte en vivencia que se objetiva en objeto tan palpitante y ardiente como la vida misma. La poesía no es explicación de lo que pasa en el hombre, es parte viviente del hombre que se desprende para ser objetiva y concreta, es algo que trasciende los límites del hombre como individuo.

A veces esa vida se arranca para entregarse como poesía, se convierte en un verdadero estallido en el que participa -con todos los riesgos de desintegración- la totalidad del ser; así dieron poesía Artaud, Daumal, Gilbert-Lecomte, Duprey. 

La obsesión de lo vital y la defensa del hombre como algo que debe realizarse, no es exclusiva del surrealismo. En Nietzsche, la afirmación de la vida y el hombre, constituye la base de toda su filosofía. En algunos de los más grandes escritores contemporáneos, D. H. Lawrence, Henry Miller y, en Francia Georges Bataille (vinculado éste con los surrealistas en un comienzo), se afirma la vida por una exaltación de lo erótico que llega a adquirir verdadero carácter metafísico. Lo erótico para ellos, proclama la dignidad de la vida inmediata, libre, en consonancia con la alta jerarquía del deseo. Este interés por lo vital se convierte en verdadera reacción de defensa contra las formas de vida modernas, deshumanizadas, dominadas por las exigencias de la técnica y por una estructura social que tiende a anular todo lo auténticamente humano. Los surrealistas (así como los escritores mencionados) defienden una concepción sagrada de la vida, en oposición a la sodidez en que está sumida la existencia del hombre actual. Oponen la libertad del mundo anímico vital (término éste más explícito que el de irracional) a los esquemas rígidos, estandarizados de la razón. Los surrealistas emprenden su lucha contra una moral absurda, producto de una religión petrificada en dogmas, que tiende a desvalorizar al hombre y lo que hay en él de específicamente humano, en nombre de mitos extrahumanos; de ahí el interés quen demostraron muchos de ellos por las religiones orientales, de esencia antropocéntrica, tales como el budismo (especialmente en la corriente más vital: el Zen), en oposición a las religiones teocéntricas occidentales, y también por las concepciones ocultistas que aceptan un sentido mágico en las relaciones entre el hombre y el cósmos.

La importancia acordada a la imaginación, al mundo fantástico y al de los sueños, pudo hacer creer que el surrealismo significaba un modo de evadirse de la vida. Todo lo contrario, acabamos de ver cómo el surrealismo constituye una voluntad de penetración en la vida, de confundirse con ella, de explorar todas sus posibilidades y liberar todas sus potencias.

Todo lo que el surrealista considera esencial en el hombre -y por lo tanto en su lenguaje, la poesía- se resume en los términos de la libertad, el amor, lo maravilloso.

Los surrealistas pretenden que la poesía es el camino que libera al hombre. Tal idea no es nueva ni exclusiva de ellos. Y Hagel en su "Enciclopedia de las ciencias filosóficas" había dicho: "El arte suministra la purificación del espíritu de servidumbre".

Desde los comienzos del movimiento los surrealistas señalaron la importancia que la idea de libertad tenía para ellos. Breton decía en 1924 en el "Primer Manifiesto Surrealista". «La palabra libertad es lo que todavía me axalta» También para Soupault -que emite este concepto en un libro reciente- la poesía es ante todo liberación.

Puede decirse que gracias a esa función liberadora, la poesía adquiere para los surrealistas la importancia desmesurada, excepcional, que siempre le han dado. Ella prepara la libertad integral del hombre y como comienzo exige sacudirse todos los dogmas que oprimen: en primer término el dogma de la omnipotencia de la razón.

La liberación del hombre debe comenzar por la liberación espiritual, y para ello Breton aconseja un procedimiento de índole estrictamente poética: «el vertiginoso descenso en el interior del espíritu».

Afirmando el principio de libertad, toda poesía -como dice René Crevel- incluye un espíritu de revuelta, pues ella incita a romper las cadenas que atan al ser a la roca convencional. Con igual claridad Breton y Eluard, en sus "Notas sobre la poesía", afirman que "el lirismo es el desenvolvimiento de una protesta".

El surrealismo es una mística de la revuelta. Revuelta del artista contra la sociedad convencional, su estructura fosilizada y su falso sistema de valores; revuelta contra la condición humana mezquina y sórdida. El artista resulta así el paladín del hombre en su ardiente protesta contra el mundo; la protesta del hombre sometido a coerciones por quienes detentan el poder y pretenden hacerle aceptar esas coerciones como el orden natural. El surrealismo aparece como una sistematización del disconformismo.

Lo que se denomina espíritu burgués, con todas sus normas y principios inamovibles, es el blanco predilecto de los surrealistas. Pero la palabra burgués supera para ellos el simple signo del filisteísmo de una clase social: simboliza la petrificación de las convenciones, la supervaloración de la hipocresía como norma de convivencia, la organización de tabúes sociales con la codificación de "lo que no se debe hacer", de "lo prohibido", la negación, la asfixia de todos los valores vitales, incluyendo los más sagrados valores del espíritu.

Esta actitud del surrealismo, esta crítica agresiva y despiadada a las normas vigentes, tiende a producir una profunda alteración en la escala de valores, tanto en lo ético como en lo cultural, y no hay duda de que ha influido en la actitud del hombre de hoy, en la medida en que los hombres de cualquier época sufren la influencia de la visión del mundo que ofrecen sus artistas.

Quizás sea necesario insistir que la defensa de los valores humanos mediante la poesía no es nueva y que, en alguna medida es visible en los poetas auténticos de todos los tiempos: aparece en dante, en Villon, en Blake, en Swift (en cuanto pertenece a la poesía por su humor negro y sus creaciones fantásticas), se acentúa en los románticos, y encuentra sus grandes rebeldes a partir de baudelaire, especialmente en Rimbaud y Lautreamont, verdaderos dioses lares del surrealismo. En realidad, en toda verdadera poesía está latente a manifiesta una protesta del hombre contra su condición.

El amor es para los surrealistas la pasión que exalta todos los mecanismos de la vida, aquella en que la función de vivir adquiere todo su sentido. Ellos ven en el amor la unión de lo físico (la vida inmediata) con lo metafísico: es al mismo tiempo cumplimiento y trascendencia. De este modo se establece una fusión entre el concepto romántico del amor sublime y el erotismo.

La libertad y el amor son los pilares de la concepción surrealista del hombre. El amor no se opone a la libertad: ambos son términos intercambiables ("La libertad o el amor" es el título de uno de los libros más conocidos de Desnos); ambos se condicionan mutuamente: No hay amor sin libertad, no hay libertad sin amor. El amor es el reto del hombre a todas las fuerzas negativas que tienden a aislarlo. Su sentido es la lucha contra la soledad. Mediante el amor trasciende el hombre de su condición de individuo: el amor lo universaliza.

El tema del amor (tema a veces invisible pero que llena de contenido erótico las imágenes del poema) es fundamental en toda la poesía surrealista y llega a ser dominante en la obra de Eluard y en parte importante de la de Desnos. En la reciente poesía de Joyce Mansour se manifiesta la fusión en tre el amor sublime y lo erótico como protesta contra la chatura de la condición humana.

Lo maravilloso expresa la tendencia del hombre a realizarse en pos de un arquetipo ideal, y ese arquetipo está dado en la unidad del mundo en que vivimos. Lo maravilloso no constituye una negación de la realidad sino la amplitud de la afirmación de lo real, que abarca el mundo visible (aquel que tiene acceso a nuestros sentidos) y el mundo invisible. La poesía sumerge al hombre en ese mundo total -visible e invisible- al cual alude lo maravilloso. Pero la fuente primera de lo maravilloso es la vida misma, y la poesía es, ante todo, expresión de ese asombro de vivir. Pero no debe ser sólo expresión, debe llegar a ser parte de la vida -con todo lo que tiene ésta de tumultuoso e imprevisible-, impulsada por una energía motora: el amor, marchando por un camino no trazado: la libertad.

Pero la poesía todavía tiene una función muy importante que no han descuidado los surrealistas: el descubrir al hombre lo recóndito de su espíritu, al intentar objetivarlo mediante el lenguaje, la poesía no sólo se convierte en mecanismo de liberación, sino que resulta método de conocimiento.

La poesía como fuente de conocimiento se basa en la creencia de que los poderes del espíritu pueden ir más allá del mundo de lo aparente.

El conocimiento que ofrece el poeta es un conocimiento de tipo muy especial, es un conocimiento "iluminador". El poeta ilumina de golpe las zonas oscuras del ser y al penetrar con su luz en la profundidad del espíritu, en su zona de nacimiento, no sólo nos revela al hombre esencial, sino que descubre allí los lazos secretos que lo unen al mundo que lo rodea y del cual forma parte. Encuentra el punto de conjunción entre el individuo y el universo y, por extraña paradoja, al sumergirse en lo más secreto y personal, descubre, de pronto, la zona impersonal, la que es común a todos los hombres, la que es común a los hombres y su universo.

Este modo de conocer del poeta es no-racional (para no emplear el término equívoco de irracional) y correspondería a llamarlo "esencial". Los mecanismos  esquemáticos que usa la razón conforman un sistema de elementos deformados y convencionales, y constituyen barreras que impiden el acceso a lo más profundo. Ser poeta surrealista consiste -como explica Breton en el "Primer Manifiesto del Surrealismo"- en "eliminar el control de la razón" y en abrir la puerta-trampa de ese sótano profundo que constituye la morada fundamental del espíritu. Allí descubrimos al hombre en su peculiaridad íntima y al mismo tiempo en su trascendencia, en su salida, en su contacto directo con el cosmos, en su unidad universal.

Ese conocimiento es de especie claramente vital. Nietzsche decía: «De todo lo que se escribe, sólo me interesa lo que se escribe con la propia sangre. Escribe con la sangre y así aprenderás que la sangre es espíritu» El conocimiento que revela el poeta circula previamente por el terreno de su sangre. Sólo cuando ha circulado por las arterias, el conocimiento se hace verdaderamente humano, y el poeta tiene el don de transmitirlo.

Es indudable que la misión "iluminadora" del poeta lo aproxima a la experiencia de los místicos; pero en realidad esa "iluminación" constituye el punto inicial de todo conocimiento, tanto poético, como científico. El momento inicial de todo nuevo camino en el terreno de la ciencia es siempre una iluminación en estado puro, y tiene el mismo sentido que la creación poética.

En su función de conocer, el poeta surrealista toma siempre la actitud de la inocencia primordial. Por eso los ídolos de los surrealistas son los poetas niños: Rimbaud y Lautreamont. Esta actitud de inocencia hace al poeta notablemente receptivo a lo desconocido. Pero no es simple receptividad sino verdadera avidez por lo desconocido lo que lo caracteriza. Esta navegación por lo desconocido hace que la poesía surrealista tenga un peculiar carácter de aventura. La poesía se desenvuelve así como una gran aventura, como una familiaridad con lo desconocido. Esa sed de lo desconocido aclara la preferencia de los surrealistas por los valores de lo oculto (que para ellos tiene las características de ardiente, excepcional, elevado) frente a los valores de lo aparente (que equivale a frío, trivial, inferior). Explica también la inclinación que sienten por las disciplinas herméticas vinculadas al conocimiento esotérico, tal como lo presenta el llamado pensamiento tradicional (Wronski, René Guénon).


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© Helios Buira

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