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POESÍA | ||
Los poetas | ||
MIGUEL ÁNGEL | ||
Madrigales y Sonetos | ||
Por Rafael Obdulio Loza
Tomado del libro Miguel Ángel Madrigales y Sonetos Ediciones Petit 1966 |
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Ninguna ciudad del mundo, en ninguna época, ni Atenas, se nutrió de tanta belleza y también de tata tragedia como Florencia. De una naturaleza inmaculada, brilló bajo los cielos de Italia con luz propia. Disipó la niebla de los claroscuros de la Edad media y mostró a los hombres del mundo, un nuevo sentido de la realidad. Más el camino transitado "No fue un sendero umbroso y apacible sino entre el choque de fanatismos exacerbados, desesperadas luchas, sociales y religiosas, entre las agitaciones de una existencia intensa, espiritual, entusiasta, arrebatada y sangrienta. (Barrenechea, "Florencia") ¡Oh, Florencia, cuánto fuego ardió en tus entrañas antes de que tu resplandor diera luz al Renacimiento! El amor y la muerte danzan al borde de sus tumbas entre las muecas perversas del tirano de turno que juega el destino de un pueblo para satisfacer su marcada propensión a la vileza, a la depravación y al crímen. La bella ciudad toscana, recostada sobre el soleado valle del Arno y vigilada por una interminable hilera de olivos y cipreses, tiene que soportar un castigo aún mayor que el de sus sangrientas luchas internas; la peste que la asoló en el siglo XIV. "Los moribundos corren por las calles, colocados por centenares en filas, detrás de un sacerdote lívido que los conduce al cementerio, recitando con ellos la oración de los agonizantes. La Edad Media va a concluir y celebrar su último día con una danza macabra" (P. de S. Víctor) La ciudad queda horriblemente mutilada en sus mismas entrañas, y sobre ese espanto y desolación, Boccacio se yergue como una hermosa y perfumada flor en medio de un pantano pestilente y les da su Decamerón: mascarada erótica y galante cuya finalidad es hacer olvidar, en las penumbras de las alcobas, el terror a la muerte. Y este libro, amable en su intención, pero fundamental en las letras de Italia y del mundo entero, es el preludio que anuncia el resurgimiento de la cultura pagana y dando un nuevo sentido a la existencia. No es mi intención hacer historia, y si me detuve en Florencia que precedió a la venida al mundo de Miguel Ángel, ha sido para recoger y analizar el mosto cuya fermentación iba a dar como resultado a este genio del renacimiento. El furor inagotable con que trabajó toda su vida, y la obstinación que puso en ello, es el mismo furor inagotable y la misma obstinación que empleó, desde el fondo de las tinieblas y de la destrucción, la ciudad que lo vio nacer. Al hablar de Miguel Ángel, no voy a detenerme en su ascendencia, si fue noble o plebeyo; interesa el ser desnudo. Y es él quien se quita las ropas cuando le dice a Vasari: "Si algo de bueno tengo en el ingenio, me ha venido de la sutileza del país de Arezo, y de la leche de mi nodriza he sacado los cinceles y el martillo con los cuales hago mis figuras" No solamente busca la verdad para él, sino que también va a nutrir su arte con la médula y las entrañas de la humanidad toda. En el trayecto de su larga vida, tuvo que cerrar muchas veces los ojos para no ver lo que le producía náuseas:
Se ha dicho que el hombre no interesa tanto o interesa mucho menos que su obra: esto es un puro error. Cuando la creación es absoluta; cuando está cargada de significación, esto es, cuando excede al virtuoso y vano oficio, la vida íntima del que la hizo interesa, porque ahí, en la levadura es donde se forma y crece la verdadera obra de arte. ¿Cómo fue Dante hombre, y Shakespeare, y Beethoven, y Goya? todos ellos tuvieron la misma grandeza que sus obras. Y la vida íntima de Miguel Ángel, aunque llena de padecimientos y amarguras, tuvo una nobleza y una envergadura que lo sitúa por encima de cuantos lo rodearon. No fue un héroe, ni vivió en las cumbres despreciando a los hombres como un Zaratustra, pensando que el mundo le quedaba chico. Fue todo lo contrario a pesar de que la historia lo presenta como un irascible con el puño en alto y queriendo aplastar a cuantos lo rodean. Su "terribilidad" fue más aparente que real y la utilizó para defender esa sensibilidad que le afloraba a cada momento. No creo mucho en su debilidad frente al mundo, creo más bien en su pudor y en su desprecio por la violencia; pues sabía cierto que el triunfo de la fuerza lleva en su seno la derrota más repugnante. Si alguna vez tuvo que ser agresivo y altanero, no lo fue para dominar a los demás, sino para defenderse de ellos, de sus intrigas, de sus bajezas. Las biografías cuentan a cientos las reacciones que mostró frente a Julio II, quien lo humilló haciéndolo arrojar del palacio por su lacayo; frente a Bramante, un genialoide que no le llegaba a los tobillos, y que le hacía siempre objeto de sus envidias y que demostró ser un maestro de las maquinaciones, tendientes a despojarlo de los encargos. En un soneto se lamenta:
Sus determinaciones violentas lo llevaron muchas veces al borde mismo de lo irreparable; pero lo detiene siempre un fuerte sentido de arrepentimiento y piedad cristianos. Esto le hace caer de rodillas frente a Julio II y demandarle perdón a viva voz. Se debatió entre profundas contradicciones, desalientos, inseguridades que lo hacían vacilar frente a todo lo que emprendía y aún ante la vida misma, que le exigía más y más sin darle en cambio un solo instante de esa felicidad que sabe prodigar tan generosamente al común de los mortales. La vida lo había elegido no para entregarle sus delicias cotidianas, sino para que le arranque sus relaciones dinámicas y las perpetúe en un estatismo de piedra. Jamás amó verdaderamente a una mujer, aunque muchos de sus madrigales y sonetos les están dedicados. Quizás su exagerado respeto y pudor por un lado, y el sentido platónico de la belleza por otro, lo inhibían para la práctica amorosa y se debatía entre relaciones espirituales alucinantes y obsesivas sublimaciones, que terminaban por sumirlo en desalentador arrepentimiento:
Dos acontecimientos gravitaron en la formación de su personalidad y de la conducta íntima que guardó toda la vida: el conocimiento de Lorenzo de Médici, y la aparición ante su mente fácilmente impresionable, de la figura apocalíptica y descarnada de Savonarola, anatematizando el descreimiento y la impudicia de los gobernantes y de todos los paganos, entre ellos los artistas que trataban al desnudo como ideal de belleza. De este monje de perfil aguileño, cuerpo enjuto y consumido por un fuego interior, premonitorio a la hoguera que lo devoraría poco después, conservó Miguel Ángel hasta el sonido de la voz con que apostrofaba a sus contemporáneos, haciendo huir despavoridos a muchos de ellos. No es extraño, entonces, que nuestro hombre haya guardado un recuerdo imperecedero de este personaje ya que "...una mezcla de paganismo y superstición, dice Romero Brest, no muy extraña por cierto en los hombres del Renacimiento, define el alma religiosa de Miguel Ángel, quien presentó un campo propicio para la asimilación del espíritu, quizás más que de la doctrina, de savonarola". En cuanto a su encuentro con Lorenzo el Magnífico, que fue el otro hecho importante en la vida de Miguel Ángel, le aporta un beneficio más positivo, ya que significa toda su formación artística y cultural. Formado en las ideas neoplatónicas que sustentaban Picino y Pico de la Mirándola, fuente donde fueron a beber casi todos los Humanistas y artistas del siglo XV y aun parte del siguiente, y que consistía en una amalgama de platonismo y cristianismo sostenido por un rigorismo aristotélico y que a la postre más que un diletantismo aristocrático lejos de significar el verdadero sentir nacional de las nuevas clases que se iban constituyendo y que tendrían luego como exponente al genial Leone-Battista Alberti, Lorenzo llegó a ser el representante ideal y máximo de aquel revivir de la cultura y la estatuaria helenas y nos imaginamos, entonces, a nuestro adolescente Miguel Ángel escuchando las peroratas de príncipe y de todos los que concurrían a su casa y entre otros, Botticelli, que concretaría luego en "La Primavera" el sentimiento aristocrático que los envolvía en la atmósfera encantada de la Grecia de Pericles. ¡Cómo llegaría a asimilar Miguel Ángel este mundo ideal de la belleza y a superar, incluso, las mejores esculturas griegas, y cómo también se despoja de todo ello a la muerte de su benefactor, que lo conmueve profundamente y sitúa frente a su verdadero destino: el hacha que va a golpear sobre un duro tronco hasta hacerlo pedazos! Pero no nos aterroricemos que no esgrimió esta arma con la insolencia que lo hizo Cellini, cuyo innato disconformismo y agresividad lo transformaron en el pendenciero más terrible del siglo, para terminar luego esculpiendo saleros y medallones. No, su vida artística febril y arrolladora sería controlada por una honestísima y púdica vida privada, que nada ni nadie harán cambiar hasta su muerte. Tuvo en sus manos la posibilidad de hacer una vida fastuosa y deslumbrante y transformarse a la vez, en tan insolente camorrero como su connacional, pero prefirió prefirió comer un trozo de pan con la sencillez e ingenuidad de un niño y emplear su energía casi devastadora en crear constantemente, hasta casi destruirse a sí mismo. Si discípulo Condivi nos cuenta: "Ha sido siempre muy sobrio en su vida, gastando manjares por necesidad antes que por gusto, sobre todo cuando estaba en el trabajo, entonces se contentaba con un trozo de pan, que comía hasta trabajando. Lo mismo hace ahora que la edad más avanzada lo obliga a vivir con mayor cuidado. Varias veces le oí decir: Ascanio, por más rico que yo haya sido, siempre viviré como un pobre" (Trad. de M. Fingerit) Dice taine: "Es en su propio genio, en su propio corazón donde Miguel Ángel ha encontrado esos tipos que pintó y esculpió. Ha sido necesario el alma de un solitario, de un meditativo, de un justiciero, alma arrebatada y generosa, perdido en medio de almas muelles y corrompidas, entre las pasiones y agresiones, entre el tiempo irremediable de las tiranías y las injusticias, bajo la ruina de la libertad y de la patria" ("Filosofía del arte"). Así emergía en un siglo disfrazado de cristianismo. No analizaré su obra pictórica y escultórica, la índole de esta presentación no lo requiere, puesto que está destinada a exaltar sus valores poéticos, tan poco divulgados. El mundo lo conoce como pintor, escultor y arquitecto, aunque yo diría que esculpió, pintó, construyó y compuso muchas poesías y que por encima de todo fue una personalidad humana y artística de proyecciones universales sin parangón posible. Pues ni Rafael equilibrado el paganismo y el cristianismo en un "refinado" oficio, ni tampoco leonardo "que se obstinó en resolver aquella cuestión (habla de contenido y forma) trascendental mediante la más armónica sabiduría y el más selecto espíritu" (Ángel Guido) La significación del arte de Miguel Ángel se hace evidente, no sólo por su prescindencia de toda escuela o de todo contenido convencional social, sino en cuanto a la verdad inmanente de las formas y su inmediata comunicación con nuestra sensibilidad, y que muchas veces se hace innecesario todo análisis intelectivo. Siempre es la verdad la que gritan sus cuerpos desnudos moviéndose en un ámbito espacial que no tiene contornos y mostrándonos "Cuánto de carne tiene el espíritu", como dijo Unamuno. Y nos tranquiliza su acendrado concepto (no sentido) del pudor, producto de una convicción muy íntima que él tiene acerca de la función que cumple el desnudo en el arte, y no una pura mojigatería puritana; pues ya dijimos que la profunda admiración que tuvo por Savonarola, quien condenaba lapidariamente el desnudo como expresión artística, no logró aminorar en nada esa verdad que sostiene a todas sus obras, y la mayor aseveración a lo que decimos la da su David, mármol autobiográfico que nos sitúa frente mismo a la vida íntima y artística del autor. Un reto a lo convencional dogmático es su Juicio Final, especie de cosmogonía humana, donde no hallamos en toda la superficie de la obra, rostro alguno de sumisión conformista. "También sería vana la búsqueda de tranquilas glorias celestiales, apóstoles o santos". (Burckardt). Cada personaje está viviendo su propia existencia, descarnada y cruel; desde Dios hasta el más oscuro de los condenados sumidos en la penumbra. La materia que empleaba no tenía secretos para él, no por frecuentada, sino por intuida, pero se le resistía como un amante que retarda su entrega porque sabe que la lucha se agranda y se dignifica el objeto de su amor. Presentía dormidas en las entrañas mismas de los elementos la forma y la belleza, y luchaba desesperadamente para darlas al mundo. Lo dijo en el Soneto I:
El entusiasmo de Miguel Ángel por la poesía, que lo trajo desde muy joven, no fue de mero pasatiempo como pretenden los que lo ignoran como poeta, sino un aspecto más de su necesidad de crear, de darse a los demás, en todas las formas artísticas posibles. Conocía toda la producción poética de Italia y también de Grecia, y con respecto a esta última, había leído la traducción que de Homero hiciera Policiano. "Si leemos a los poetas líricos del siglo XV encontraremos en ellos la espiritualización y la profundidad más nobles de la pasión amorosa, y aun la tendencia a buscar la suprema y última expresión de ella en una renovación de ideas antiguas sobre la unidad de las almas en el ser divino" (Burckardt: "El Renacimiento") En la casa de lorenzo de médici, como dijimos, y al contacto de los platónicos Marsilo Picino, Policiano, de la Mirándola y otros, se forma no sólo la cultura sino que aprende a gustar de la poesía, y lee por entonces muy especialmente a Petrarca y a Boccacio, de los cuales hace imitaciones tan perfectas que parecen auténticas. Son años de juvenil exaltación en que su mente soñadora se deja transportar a los tiempos de la Grecia heroica y hasta realiza algunas esculturas dignas de un Fidias o un Praxiteles. Son, como vemos, tiempos de imitaciones, donde aun su melancólica y complaciente personalidad no había iniciado esa lucha sorda pero tenaz entre el paganismo y una especie de terror cristiano, que permanece vivo en él, acentuándose en los años últimos, hasta hacerle decir:
Fueron años fecundos los que pasó en casa de Lorenzo de Médici, no sólo por la cultura que allí gustó, sino por lo que significó poéticamente el haberlo conocido. Quien hable de Miguel Ángel, tendrá que hablar de Lorenzo. Encarnó éste el arquetipo itálico de inclinación popular y con cuyas costumbres se identificó. "De ellos heredó la claridad, la ingeniosa agudeza, la propensión al sueño silencioso, la práctica de la fe, el buen sentido y el refocilo por las comedias y el buen vino". (Monnier: "El Quatrocento"). Hombre polifacético y a quien no molestaron ni su enorme cultura ni su dominio del griego y del latín cuando compuso, entre muchas otras, su "Necia de Barbariño", auténticas canciones campesinas, y que contribuyen a incorporar a la literatura y a la poesía, la lengua popular toscana. Habrían de pasar, no obstante muchos años, antes de que este feliz comienzo se extendiera por toda Italia; pues persisitió y se acentuó aun más después de la muerte del "Magnífico" la corriente humanista culterana que a la postre no significó más que una tardía y anodina cultura que servía de solaz a una aristocracia cuyos hijos percibían ya su desmoronamiento frente a lo nacional popular cuyos inspiradores, la burguesía culta, no se resignaba a la idea de que poetas como dante, Petrarca y Boccacio, creadores de la verdadera lengua italiana, no vivieran ni siquiera en el recuerdo de su pueblo. Y estas dos fuerzas, cuando se enfrentan, después de haber coexistido más de un siglo, realizan un extraño maridaje cuya fecundia daría a Italia y al mundo entero un hijo, el Renacimiento, que aprendería la gramática de Leonne-Battista Alberti, paladín y genio, y quien había dicho, refiriéndose a la lengua del Dante: "El toscano, que lo llaman vulgar, sirve para expresar todos los sentimientos y virtudes humanas". Este "hombre universal" que mucho antes que Leonardo incursiona en todo lo que existe sobre la faz de la tierra, y formula una euritmia que dará equilibrio mental y ético a todo un siglo y aún mucho más, es el auténtico padre del Renacimiento. Es el que medita ante sus contemporáneos, la importancia de la obra del Dante como poeta nacional y universal, continuando la obra iniciada por Boccacio los últimos diez años de su vida. El reencuentro de Miguel Ángel con Dante, luego de la muerte de Lorenzo de Medici y de Savonarola, sintiendo por primera vez su propia soledad y el mundo en el cual tendrá que vivir, luchando y agonizando cada día, marca una etapa definitiva en su poesía. Siempre lo había atraído la hondura abismal de la "Divina Comedia", pero necesitó que algo ocurriese en su intimidad para identificarse con él. "La facultad poética de Dante, dice Wagner, fue quizás la más grande de cuantas la naturaleza ha concedido a un mortal; pero donde muestra su fuerza verdaderamente creadora, es en aquellos pasajes de su extraordinario poema en que se ve precisado a preservar de todo contacto con el dogma del mundo de su intuición, por no poder tratar nunca las concepciones dogmáticas sino bajo el criterio de las exigencias ortodoxas" No había para él, nada semejante, y lo leía y releía, y estudiaba su vida y cada vez se sentía más acompañado por ese otro solitario, y mientras esculpía el David, se le oía recitar entre dientes:
Sí, la verdad se la había mostrado el poeta toscano, en la profundidad temblorosa de sus estrofas, y en la soledad de su éxtasis creador, se le aparece con la mano en alto señalándole el camino que lo conducirá hacia su máxima obra: El Juicio Final. ¡Cuántos atardeceres de su Florencia amada, el mismo camino que había transitado el Gran Desterrado dos siglos atrás, y sentido la misma tristeza ante la injusticia de un pueblo que le era tan caro a sus desvelos! Y le dedica estas estrofas:
Dante había poblado la amarga soledad en que se viera sumido con la muerte de aquel que le enseñara las delicias de la belleza y la cultura helenas, y ya nadie compartiría su intimidad más que esos libros tan amados por él: "Vita Nuova", "El convivio", "La Divina Comedia"; serían sus libros de cabecera hasta que le quedase un aliento de vida. A nadie más dejará entrar, y si algo o alguien lo intenta, inquirirá:
Sufre trastornos periódicos, alucinaciones, depresiones que lo sumen en profundas amarguras; pero nadie lo nota casi, ni sus discípulos; sólo Condivi entrevé el problema cuando dice: "Por ahí, unos lo juzgan orgulloso, otros raros y extraviado. Ninguno de esos vicios eran suyos; más, como se lo ha visto entre hombres superiores, el amor a la virtud y el continuo ejercicio de las artes lo hacían solitario y complacerse tanto en su aislamiento que la compañía de los hombres no sólo no le contentaba sino que aun le disgustaba, como si hubiera perturbado su meditación". (Trad. de M. Fingerit). Tampoco el amor entra en su reducto. ¿Por qué? Tal vez no quiso entregarse a él por pudor, o por haber sublimado tanto a la mujer juzgó repugnante compartir un lecho con ella. Cuando alguien le pregunta por qué la virgen María, que sostiene a jesús entre sus brazos, posee cara de adolescente, él responde: "¿No sabes que las mujeres castas se conservan más frescas que las otras? ¡Cuánto más, con mayor razón, debió permanecer joven una Virgen cuyo rostro jamás fue alterado por el menor deseo lascivo que fatiga el cuerpo!" (Condivi. Trad. de M. Fingerit). El tema del amor se hace angustioso y plañidero en sus poesías. No fue éste un juego tendiente a distraer su inhabitable intimidad, no. Creemos que fueron contestaciones a un mundo al cual nunca quiso entregarse como hombre y si plenamente como artista. Llega a sentir un profundo amor por Vittoria Colonna, quien le iluminó un sendero que él no quiso transitar, prefiriendo, en cambio, cultivar con ella un puro amor platónico. Dijo a propósito de su muerte, la cual lo conmovió hasta hacerlo caer desvanecido en brazos de sus discípulos: "No sentí dolor más grande en este mundo que el de haberla dejado marcharse de este mundo sin besarle la frente ni su hermoso rostro, sino tan sólo su mano" Pensó que no tenía méritos suficientes como para merecerla, y en un soneto se los dice:
No quiere luchar para ser digno (?) de ella y acepta su fracaso.
Estas composiciones dedicadas al amor, y que fueron muchas, ya dirigidas a personas concretas o imaginadas, asociaban, a la vez que su necesidad de amar, su sed de creación. Trabaja el soneto conceptuosamente, siempre está pensando y alcanzando las frases con un sentido de profundidad, que muchas veces la idea queda en la sombra; o aparece al final, purificada. Le gustaba como a Dante, asomarse al abismo y mirar el fondo. Excedía la capacidad de contenido del soneto, despojándolo de la flidez y musicalidad que le había dado Petrarca. Y si no consiguió o "...le faltó siempre la calidad humana de aquél (Petrarca), dice Romero Brest, la capacidad de expresar la melancolía de los sentimientos individuales...", en cambio caló mucho más hondo y mostró una angustia y disconformismo, ese grito clamoroso de una fe que no termina por saciar todas sus apetencias. Como vemos, la poesía de Miguel Ángel, en su forma y en su contenido, no puede ser comparada a ninguna de su época. Nadie se le acerca siquiera. En casi todos ellos hay una artificiosa y sonora vanalidad; el ser descarnado frente a la adversidad interesaba mucho menos que su vida fastuosa, o que su desenfreno erótico recogido en las intimidades de los conventos. El Aretino es una prueba de ello. Siempre hay un lugar para dante, luego de sus jornadas que piodríamos llamar de agonía. Dive en el Soneto XXI:
¡Cuánta amargura hay en esto, y cuánta identificación también! Propemso siempre a la congoja y al llanto, la vida, hacia la vejez, se le hizo más penosa, y por momentos se sumía en un enternecedor gemido. Nos cuenta Vasari: "Lo he ido a ver, no esperaba mi visita y se ha emocionado tanto como un padre que vuelve a ver a su hijo perdido. Me ha echado los brazos alrededor del cuello y me ha besado mil veces, llorando dulcemente". Esto, que transcurre en 1560, no es una chochera de la vejez; lo pudo haber hecho en cualquier momento de su vida y si no lo hizo ante los demás, sí ante la cuartilla que esperaba su confesión:
Su arte fue un vigoroso arrollador titánico; pero controlado por serenísimo sentido de la euritmia. Quiso esculpir montañas, llenar el siglo de monumentos, y nos dio la piel estremecida de sus "Esclavos". Se habló siempre de un titán que quiso hacer temblar al mundo, y cuyo heroísmo no tuvo límites de grandeza; y bien, no fue así, y el hecho de que no haya sido así le da más validez, no como mito sino como hombre. Se debatió entre profundas contradicciones, y más que en sus cartas, se hacen evidentes en sus poesías. Tuvo confianza ilimitada en el hombre abstracto, en la humanidad; pero no en quienes lo rodeaban, a quienes fustigó siempre con su "terribilità". Sintió e idealizó la piedad y la melancolía cristianas quizás para hacerse merecedor del Dios al cual tantas veces se encomendó pidiendo perdón por los pecados que él creyó cometidos:
¿De dónde arranca este acendrado sentido de culpabilidad cristiana? Pienso que desde el momento en que vio a su amigo y maestro Lorenzo de Médici clamando en su lecho de muerte por la asistencia de quien había sido su peor enemigo: Savonarola. Este hecho impresionó y conmovió al entonces joven Miguel Ángel.Nos preguntamos muchas veces: ¿Si este hacedor de formas gigantescas, modeladas con la sustancia misma de lo humano eterno, que luchó con obstinada voluntad de crear y sufrió ante la inseguridad de conseguirlo, no nos hubiera legado sus sonetos, madrigales, estancias, en fin, toda la poesía que compuso, hubiéramos llegado a conocer su íntima y verdadera personalidad? Pienso que no y no creo estar solo en esto. Sus poesías, todas, aunque parezcan hechas con un buril, tienen la blandura de su corazón y la nobleza del pedazo de pan que se lleva a la boca en las pausas de su agotadora labor de artista obstinado y sublime, como nunca más volvió ni volverá a ver la humanidad. La profunda admiración que siempre sentí por Miguel Ángel, me llevó a realizar la versión a nuestro idioma, de algunos de sus madrigales y sonetos, los cuales entrego a consideración de los lectores. He puesto en mi tarea todo el cariño y el respeto que una obra poética de tanta significación se merece. Creo haber sido fiel al pensamiento y a la forma que le diera su autor.
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