REESCRIBIR
LA
HISTORIA
La
muerte
de
Yasir
Arafat,
escribe
Noam
Chomsky,
ofrece
algunas
lecciones
prácticas
sobre
la
importancias
del
dominio
de
la
Historia
y de
los
principios
que
informan
su
redacción.
Traducido
para
Rebelión
por
Felisa
Sastre.
El
principio
fundamental
es
que
"nosotros
somos
los
buenos"-
por
"nosotros"
se
entiende
el
Estado
al
que
servimos-,
y lo
que
"nosotros"
hacemos
siempre
va
dedicado
a la
consecución
de
los
más
nobles
bjetivos,
aunque
en
la
práctica
puedan
producirse
algunos
errores.
Como
ejemplo
típico,
según
la
versión
retrospectiva
entre
los
liberales
ultra
izquierdistas,
la
correcta
interpretación
de
la
Guerra
de
Vietnam
es
la
de
que
se
inició
con
alguna
metedura
de
pata
pero
intentando
hacer
el
bien"
pero
que,
a
partir
de
1969
se
convirtió
en
un
"desastre"
(Anthony
Lewis)
en
1969
cuando
el
mundo
empresarial
se
volvió
contra
la
guerra
por
su
altísimo
coste
y
cuando
el
70
por
ciento
de
la
población
la
consideraba
"fundamentalmente
equivocada
e
inmoral",
en
ningún
caso
un
"error";
también
en
1969,
siete
años
después
de
que
Kennedy
comenzara
los
ataques
a
Vietnam
del
Sur,
y
dos
años
más
tarde
de
que
el
especialista
en
Vietnam
más
respetado,
e
historiador
militar,
Bernard
Fall
advirtiera
de
que
"
Vietnam
como
entidad
cultural
e
histórica...
está
amenazada
de
extinción...
(mientras)...
sus
campos
literalmente
quedan
arrasados
por
los
ataques
de
la
mayor
maquinaria
de
guerra
jamás
empleada
contra
una
región
tan
pequeña";
1969,
fue
el
momento
de
alguno
de
los
más
horrendos
ataques
del
terrorismo
de
Estado
y de
uno
de
los
mayores
crímenes
del
pasado
siglo
XX,
entre
los
cuales
los
realizadas
por
las
lanchas
rápidas
en
la
zona
más
al
sur,
ya
devastada
por
los
bombardeos
masivos,
por
la
guerra
química
y
por
las
masacres
de
la
población
civil,
fueron
las
menores
de
las
operaciones
realizadas.
Pero
la
reescritura
de
la
Historia
prevalece.
Durante
la
campaña
electoral
de
2004,
se
analizaron
en
sesudos
coloquios
las
razones
de
"la
obsesión
estadounidense
con
Vietnam",
mientras
que
Vietnam
no
fue
mencionado
en
ningún
momento,
es
decir
el
Vietnam
real
que
no
responde
a la
reconstruida
imagen
de
la
Historia.
Los
principios
fundamentales
tienen
sus
corolarios.
El
primero
de
ellos
es
que
los
estados
satélites
son
esencialmente
buenos,
aunque
menos
buenos
que
"nosotros",
y
siempre
que
se
adapten
a
las
exigencias
estadounidenses
son
"saludablemente
pragmáticos".
El
segundo
es
el
de
que
los
enemigos
son
muy
malos;
la
intensidad
de
su
maldad
depende
de
lo
violentamente
que
"nosotros"
les
estemos
atacando
o
planeando
atacarles.
Su
consideración
puede
cambiar
rápidamente
conforme
a
las
directrices
establecidas.
Así
la
actual
Administración
y
sus
inmediatos
mentores
fueron
muy
favorables
a
Saddam
Husein
y le
ayudaron
cuando
se
dedicó
a
gasear
a
los
kurdos,
a
torturar
a
los
disidentes
y a
aplastar
la
rebelión
chií
que
pudo
haberle
derrocado
en
1991,
gracias
a su
contribución
a la
"estabilidad"-
una
palabra
clave
para
"nuestra"
dominación-
y su
utilidad
para
los
exportadores
estadounidenses,
como
se
ha
admitido
francamente.
Pero
los
mismos
crímenes
se
convirtieron
en
pruebas
de
su
espeluznante
perversidad
cuando
se
presentó
el
momento
oportuno
para
"nosotros",
que
levantamos
orgullosos
la
bandera
del
Bien
para
invadir
Irak
y
establecer
lo
que
se
denominará
"democracia"
si
obedece
las
órdenes
y
contribuye
a la
"estabilidad".
Los
principios
son
simples,
y
fáciles
de
recordar
para
quienes
aspiran
a
hacer
carrera
en
ambientes
respetables.
La
notable
consistencia
de
su
aplicación
está
documentada
ampliamente.
Es
algo
que
se
espera
que
ocurra
en
los
estados
totalitarios
y en
las
dictaduras
militares,
pero
resulta
un
fenómeno
mucho
más
instructivo
en
las
sociedades
libres,
donde
uno
no
puede
alegar
seriamente
el
miedo
al
exterminio.
La
muerte
de
Arafat
ha
dado
lugar
a
uno
más
de
esos
casos
dignos
de
estudio
entre
los
muchos
posibles.
Me
voy
a
ceñir
al The
New
York
Times (NYT)-
el
periódico
más
importante
del
mundo-
y alThe
Boston
Globe- quizás,
más
que
ningún
otro,
el
diario
local
de
las
cultivadas
elites
liberales.
En
el NYT, el
artículo
de
opinión
de
primera
página
del
12
de
noviembre
comienza
por
describir
a
Arafat
como
" el
símbolo
de
la
esperanza
de
los
palestinos
en
un
Estado
independiente
viable
y al
mismo
tiempo
el
obstáculo
fundamental
para
conseguirlo".
Y
continua
explicando
que
jamás
alcanzó
la
altura
del
Presidente
egipcio
Anwar
Sadat
;
Sadat
"que
consiguió
la
devolución
del
Sinaí
por
medio
de
un
tratado
de
paz
con
Israel"
porque
fue
capaz
de
tender
la
mano
a
los
israelíes
y
enfrentarse
a
sus
miedos
y a
sus
esperanzas"
(cita
del
día
13
de
noviembre
de
Shlomo
Avineri,
filósofo
israelí
y
funcionario
del
gobierno
anterior).
Se
puede
creer
en
los
muchos
y
graves
obstáculos
para
la
creación
de
un
Estado
palestino,
pero
quedan
excluidos
los
principios
imperantes,
como
ocurrió
con
Sadat
realmente,
lo
que
Avineri
como
mínimo
conoce
con
seguridad.
Recordemos
algo
de
lo
ocurrido.
Desde
que
la
cuestión
de
los
derechos
nacionales
palestinos
a
tener
un
Estado
propio
se
incorporó
a la
agenda
diplomática
a
mediados
de
los
70
"el
primer
obstáculo
para
su
realización",
sin
ninguna
duda,
ha
sido
el
gobierno
de
Estados
Unidos,
con
el NYT como
aspirante
cualificado
al
segundo
puesto.
Desde
enero
de
1976
quedó
claramente
de
manifiesto
cuando
Siria
presentó
una
Resolución
al
Consejo
de
Seguridad
de
la
ONU
exigiendo
un
acuerdo
para
el
establecimiento
de
dos
Estados.
La
Resolución
incorporaba
la
redacción
crucial
de
la
resolución
242-
un
documento
básico
en
el
que
todos
estaban
de
acuerdo.
En
ella
se
reconocían
a
Israel
los
mismos
derechos
que
a
cualquier
otro
estado
en
el
sistema
internacional,
en
la
vecindad
de
un
Estado
palestino
en
los
territorios
ocupados
por
Israel
en
1967.
Pues
bien,
Estados
Unidos
vetó
la
Resolución
que
había
sido
apoyada
por
los
principales
estados
árabes.
La
organización
para
la
Liberación
de
Palestina
(OLP)
de
Arafat
condenó
la
"tiranía
del
veto"
y se
produjeron
algunas
abstenciones
por
cuestión
de
tecnicismos.
Entonces,
la
solución
de
dos
estados
en
los
términos
previstos
había
suscitado
un
muy
amplio
consenso
internacional,
bloqueado
únicamente
por
Estados
Unidos
(y
rechazado
por
Israel).
Así
que
el
asunto
siguió
adelante,
no
sólo
en
el
Consejo
de
Seguridad
sino
también
en
la
Asamblea
General,
donde
se
han
aprobado
periódicamente
resoluciones
similares
con
una
votación
favorable
de
150
contra
2
(con
Estados
Unidos
captando
a
veces
a
algún
estado
clientelar)
y
bloqueando,
asimismo,
iniciativas
similares
de
Europa
y de
los
Estados
Árabes.
Mientras
tanto,
el NYT rechazó
– es
la
palabra
exacta-
publicar
el
hecho
de
que
durante
los
años
80
Arafat
pidió
repetidamente
entablar
negociaciones
a
las
que
Israel
se
negó
de
plano.
Los
principales
medios
de
información
israelíes
llevaron
a
sus
titulares
las
solicitudes
de
Arafat
de
negociaciones
directas
con
Israel,
rechazadas
por
Simon
Peres
con
el
argumento
doctrinal
de
que
la
OLP
de
Arafat
no
"podía
ser
interlocutor
en
las
negociaciones".
Y
poco
después
el
corresponsal
del
NYT
en
Jerusalén,
y
ganador
del
premio Pulitzer,
Thomas
Friedman-
que
podía
leer
la
prensa
en
hebreo-,
escribía
artículos
lamentando
la
angustia
de
los
grupos
a
favor
de
la
paz
por
"la
ausencia
de
un
interlocutor
válido
para
las
negociaciones",
mientras
Peres
deploraba
la
falta
de
un
"movimiento
a
favor
de
la
paz
entre
el
pueblo
árabe
(semejante)
al
que
existe
entre
el
pueblo
judío"
y
explicando
una
vez
más
que
no
se
podía
admitir
a la
OLP
en
las
negociaciones
"mientras
fuera
una
organización
terrorista
y
rehusara
negociar".
Todo
ello,
poco
después
de
que
Arafat
de
nuevo
propusiera
negociar,
propuesta
de
la
que
el NYT se
ha
venido
negando
a
informar,
casi
tres
años
después
de
que
el
gobierno
israelí
rechazara
las
propuestas
de
negociación
formuladas
por
Arafat
que
habrían
de
conducir
al
reconocimiento
mutuo.
Peres,
a
pesar
de
ello,
es
reconocido
como
un
"pragmático
positivo",
gracias
a
las
directrices
establecidas.
Los
asuntos
cambiaron
algo
en
los
90,
cuando
la
administración
de
Clinton
declaró
que
todas
las
resoluciones
de
Naciones
Unidas
habían
quedado
"obsoletas
y
anacrónicas"
y
puso
en
marcha
su
propia
manera
de
rechazarlas.
Estados
Unidos
se
ha
quedado
aislado
en
el
bloqueo
de
un
arreglo
diplomático.
Un
reciente
e
importante
ejemplo
ha
sido
la
presentación
de
los
Acuerdos
de
Ginebra
en
diciembre
de
2002,
apoyados
por
el
habitual
y
extenso
consenso
internacional,
con
las
excepciones
asimismo
habituales:
"Estados
Unidos
de
forma
llamativa
no
figuraba
entre
los
gobiernos
que
enviaron
mensajes
de
apoyo",
informaba
el NYT en
un
despectivo
artículo
del
2 de
diciembre
de
2002.
Esta
es
sólo
un
pequeña
muestra
de
los
archivos
diplomáticos
que
tan
consistentes
y
tan
dramáticamente
incuestionables
que
resultan
imposibles
de
ignorar,
salvo
que
uno
se
mantenga
inflexiblemente
al
lado
de
los
que
escriben
la
Historia.
Vayamos
al
segundo
ejemplo:
el
de
Sadat
tendiendo
la
mano
a
los
israelíes
y
con
ello
la
devolución
del
Sinaí
en
1979,
una
lección
para
el
malvado
Arafat.
Volviendo
a
una
historia
inaceptable,
en
febrero
de
1971
Sadat
propuso
un
tratado
total
de
paz
a
Israel,
de
acuerdo
con
la
entonces
política
oficial
de
Estados
Unidos-
y
más
específicamente,
la
retirada
israelí
del
Sinaí-
sin
la
más
mínimo
alusión
a
los
derechos
de
los
palestinos.
Jordania
fue
el
siguiente
con
una
propuesta
similar.
Israel
reconoció
que
podía
haber
obtenido
una
paz
total,
pero
el
gobierno
laborista
de
Golda
Meier
prefirió
rechazar
la
oferta
y
dedicarse
a
continuar
la
expansión,
en
aquellos
momentos
hacia
el
nordeste
del
Sinai,
donde
Israel
expulsaba
a
miles
de
beduinos
hacia
el
desierto
y
destruía
sus
pueblos,
mezquitas,
cementerios
y
viviendas
para
establecer
en
su
lugar
la
ciudad
étnicamente
judía
de
Yamit.
La
cuestión
crucial,
como
siempre,
fue
la
de
cómo
iba
a
reaccionar
Estados
Unidos,
donde
Kisssinger
consiguió
que
prevaleciera
su
opinión
en
el
debate
interno,
y
Estados
Unidos
asumió
su
política
de
continuar
en
"punto
muerto":
nada
de
negociaciones,
y
recurrir
sólo
a la
fuerza.
Estados
Unidos
continuó
rechazando-
para
ser
exactos,
ignorando-
los
intentos
de
Sadat
para
que
siguiera
el
proceso
diplomático,
y
apoyando
el
rechazo
y
expansionismo
de
Israel.
Aquella
posición
desembocó
en
la
guerra
de
1973,
que
supuso
una
llamada
de
atención
para
Israel
y
para
el
resto
del
mundo;
Estados
Unidos
incluso
puso
en
marcha
la
alerta
nuclear.
Entonces,
el
mismo
Kissinger
comprendió
que
Egipto
no
podía
tratarse
como
un
caso
perdido,
y
comenzó
con
sus
viajes
diplomáticos
que
condujeron
a
las
reuniones
de
Camp
David
en
las
que
Estados
Unidos
e
Israel
aceptaron
las
propuestas
de
Sadat
de
1971-
pero
en
ese
momento
desde
el
punto
de
vista
israelí-estadounidense,
con
unas
condiciones
más
duras.
Para
entonces,
se
había
producido
el
consenso
internacional
en
el
reconocimiento
de
los
derechos
nacionales
palestinos
y,
en
consecuencia,
Sadat
planteó
la
necesidad
de
un
Estado
palestino,
lo
que
para
EE.UU.
e
Israel
era
anatema.
Para
la
historia
oficial
rescrita
por
los
vencedores,
y
repetida
por
los
artículos
de
opinión
de
los
medios
informativos,
aquellos
acontecimientos
constituyeron
un
"triunfo
diplomático"
para
Estados
Unidos
y la
prueba
de
que
si
los
árabes
se
unieran
a
nuestras
propuesta
de
paz
y de
negociación
diplomática
podrían
conseguir
sus
objetivos.
En
la
historia
real,
el
triunfo
fue
una
catástrofe,
y
los
acontecimientos
demostraron
que
Estados
Unido
sólo
quería
la
violencia.
El
rechazo
estadounidense
a la
solución
diplomática
condujo
a
una
guerra
muy
peligrosa
y a
muchos
años
de
sufrimiento
y de
amargas
consecuencias
hasta
el
día
de
hoy.
En
sus
memorias,
el
general
Shlomo
Gazit,
comandante
militar
de
los
territorios
ocupados
desde
1967
a
1974,
menciona
que,
al
rechazar
el
tomar
en
consideración
las
propuestas
presentadas
por
el
ejército
y el
servicio
de
inteligencia
relativas
algún
tipo
de
autonomía
en
los
territorios
e
incluso
la
aceptación
de
alguna
actividad
política
limitada,
y la
insistencia
de
"cambios
sustanciales
de
fronteras",
el
gobierno
laborista
apoyado
por
Washington
contrajo
una
importante
responsabilidad
en
el
posterior
desarrollo
del
fanático
grupo
de
colonos Gush
Emumin y
de
la
resistencia
palestina
que
se
desarrolló
muchos
años
después
en
la
primera
Intifada,
tras
años
de
brutalidad
y
terrorismo
de
Estado,
y el
continuado
expolio
de
las
tierras
más
fértiles
y de
los
recursos
palestinos.
La
interminable
necrológica
de
la
experta
en
Oriente
Próximo
del Times,
Judith
Miller
(11
de
noviembre)
se
desarrolla
en
el
mismo
tono
que
el
artículo
de
opinión
de
la
primera
página.
Según
su
versión,
"Hasta
1988,
Arafat
en
repetidas
ocasiones
rechazó
el
reconocimiento
de
Israel,
y
persistió
en
la
lucha
armada
y el
terrorismo.
Sólo
se
decidió
por
la
vía
diplomática
después
de
haberse
puesto
al
lado
del
Presidente
iraquí,
Saddam
Hussein,
durante
la
guerra
del
Golfo
Pérsico
de
1991".
Miller
expone
una
visión
exacta
de
la
historia
oficial.
En
la
historia
real,
Arafat
propuso
en
repetidas
ocasiones
negociar
el
reconocimiento
mutuo,
mientras
Israel-
en
particular
sus
"pragmáticas"
palomas-
lo
rechazaron
de
plano,
con
el
respaldo
de
Estados
Unidos.
En
1989.
el
gobierno
de
coalición
israelí
(Shamir-Peres),
estableció
un
plan
de
consenso
político,
en
el
que
su
primer
punto
fue
el
de
que
no
habría
"un
nuevo
Estado
palestino"
entre
Jordania
e
Israel"
ya
que
"Jordania
ya
era
un
Estado
palestino".
El
segundo,
que
el
destino
de
los
territorios
ocupados
"se
ajustaría
a
las
líneas
programáticas
del
gobierno
(israelí)".
Estados
Unidos
aceptó
los
planes
israelíes
sin
retoque
alguno
y
los
convirtió
en
el
"Plan
Baker"
de
diciembre
de
1989.
Contrariamente
a lo
que
afirman
Miller
y la
historia
oficial,
fue
a
partir
de
la
Guerra
del
Golfo
cuando
Washington
estuvo
dispuesto
a
considerar
las
negociaciones,
y a
reconocer
que
entonces
se
encontraba
en
situación
de
imponer
de
forma
unilateral
su
propia
solución.
Estados
Unidos
convocó
la
Conferencia
de
Madrid
(con
la
participación
rusa
como
figurante,
en
la
que
en
efecto
se
llegó
a
negociaciones
con
una
delegación
palestina
legítima,
presidida
por
Haidar
Abdul-Shafi,
un
nacionalista
íntegro,
probablemente
el
líder
más
respetado
en
los
territorios
ocupados.
Pero
las
negociaciones
quedaron
bloqueadas
porque
Abdul
Shafi
rechazó
la
insistencia
israelí-
respaldada
por
Washington-
en
seguir
manteniendo
las
zonas
más
valiosas
de
los
territorios
con
sus
programas
de
colonias
y de
infraestructuras-
todas
ellas
ilegales,
tal
como
la
propia
Administración
de
Justicia
de
Estados
Unidos
reconocía,
la
única
que
ha
disentido
de
la
reciente
sentencia
del
Tribunal
Internacional
por
la
que
se
condena
el
Muro
israelí
que
divide
Cisjordania.
Los
"palestinos
de
Túnez",
dirigidos
por
Arafat,
desautorizaron
a
los
negociadores
palestinos
y
llevaron
a
cabo
las
suyas
propias,
los
"Acuerdos
de
Oslo",
celebrados
con
gran
boato
en
el
césped
de
la
Casa
Blanca
en
septiembre
de
1993
Pronto
se
puso
de
manifiesto
que
se
trataba
de
un
éxito
cara
al
público.
El
único
documento-
La
Declaración
de
Principios-
establecía
que
el
resultado
final
habría
de
basarse
exclusivamente
en
la
Resolución
242
de
la
ONU
de
1967,
con
exclusión
de
los
asuntos
fundamentales
para
la
diplomacia
desde
mediados
de
los
70:
los
derechos
nacionales
palestinos
y el
establecimiento
de
dos
estados.
En
efecto
la
Resolución
242
define
el
resultado
final
pero
no
recoge
los
derechos
de
los
palestinos
al
excluir
otras
Resoluciones
que
sí
reconocen
esos
derechos
al
mismo
tiempo
que
los
de
los
israelíes,
de
acuerdo
con
el
consenso
internacional
establecido
a
mediados
de
los
70 y
que
ha
venido
siendo
bloqueado
por
Estados
Unidos.
La
redacción
de
los
acuerdos
dejaba
bien
claro
que
se
trataba
de
continuar
con
los
programas
de
asentamientos,
tal
como
los
líderes
israelíes
(Yitzhaq
Rabin
y
Shimon
Peres)
no
tuvieron
empacho
en
ocultar.
Por
esas
razones
Abdul
Shafi
se
negó
incluso
a
estar
presente
en
los
actos
protocolarios.
El
papel
reservado
a
Arafat
era
el
de
hacer
de
policía
de
los
territorios,
como
Rabin
dejó
bien
claro.
Mientras
desempeñó
bien
el
cometido,
se
le
consideró
un
"pragmático",
con
el
visto
bueno
de
Estados
Unidos
e
Israel
que
no
dieron
importancia
a la
corrupción,
la
violencia
y la
represión.
Sólo
cuando
no
le
fue
posible
mantener
controlada
a la
población-
debido
a la
anexión
israelí
de
más
tierras
y
recursos-
se
convirtió
en
un
hipócrita
redomado,
que
obstruía
el
camino
hacia
la
paz:
es
decir,
se
producía
la
transición
normal.
Las
cosas
siguieron
así
durante
los
90.
Los
objetivos
de
las
"palomas"
israelíes
se
expusieron
en
1998,
en
un
trabajo
académico
de
Shlomo
Benami
quien
pronto
se
convirtió
en
el
negociador
principal
de
Barak
en
Camp
Davis:
el
"proceso
de
paz
de
Oslo"
fue
para
establecer
"una
dependencia
colonial
permanente"
en
los
territorios
ocupados,
con
algún
tipo
de
autonomía
local.
Mientras
tanto,
las
colonias
israelíes
y la
anexión
de
territorios
continuó
ininterrumpidamente
con
el
apoyo
total
de
Estados
Unidos,
hasta
alcanzar
el
clímax
el
último
año
del
primer
mandato
de
Clinton
( y
del
de
Barak),
impidiendo
de
esta
forma
un
arreglo
diplomático.
Pero
volviendo
a
Miller,
ella
mantiene
la
versión
oficial
de
que
en
"noviembre
de
1988,
tras
considerables
esfuerzos
de
Estados
Unidos,
la
OLP
aceptó
la
Resolución
de
Naciones
Unidas
que
pedía
el
reconocimiento
de
Israel
y la
renuncia
al
terrorismo".
Sin
embargo
los
hechos
reales
fueron
que
en
noviembre
de
1988,
Washington
se
convirtió
en
objeto
de
la
irrisión
internacional
por
su
rechazo
a
"advertir"
que
Arafat
estaba
pidiendo
una
compromiso
diplomático.
En
ese
contexto,
la
administración
de
Reagan
aceptó
a
regañadientes
admitir
la
verdad
evidente
e
indiscutible,
y
tuvo
que
recurrir
a
otras
formas
de
cortocircuitar
los
esfuerzos
diplomáticos,
así
que
inició
unas
negociaciones
de
bajo
nivel
con
la
OLP,
aunque
el
primer
ministro
Rabin
aseguró
en
1989
a
los
dirigentes
de Peace
Nowque
no
tenían
sentido
alguno
y
sólo
eran
un
intento
de
ganar
tiempo
para
que
Israel
"presionara
más
duramente
en
el
plano
militar
y
económico"
de
forma
que
"al
final,
ellos
acabaran
destrozados"
y
aceptaran
las
condiciones
de
Israel.
Miller
cuenta
la
historia
en
el
mismo
sentido
y la
lleva
al
desenlace
tópico:
en
Camp
David,
Arafat
"rechazó"
el
magnánimo
ofrecimiento
de
paz
de
Clinton
y
Barak,
e
incluso
más
tarde
rehusó
unirse
a
Barak
en
aceptar
las
"medidas"
de
Clinton
en
diciembre
de
2000,
probando
con
ello
de
forma
concluyente
que
persistía
en
la
violencia,
una
verdad
deprimente
que
los
pacíficos
gobiernos
de
Israel
y
Estados
Unidos
tenían
que
aceptar.
Pero
volviendo
a la
historia
real,
las
propuestas
de
Camp
David
dividían
Cisjordania,
en
la
práctica,
en
una
serie
de
cantones
separados
entre
sí,
por
lo
que
no
podían
ser
aceptadas
por
ningún
dirigente
palestino.
Es
algo
evidente
con
sólo
echar
una
ojeada
a
los
mapas
que
son
accesibles
fácilmente,
salvo
para
el New
York
Times ,
ni
aparentemente,
para
ninguno
de
los
principales
medios
de
información
estadounidenses,
quizás
por
esa
razón.
Tras
el
fracaso
de
aquellas
negociaciones,
Clinton
reconoció
que
las
reservas
de
Arafat
estaban
justificadas,
tal
como
quedó
demostrado
con
los
famosos
"parámetros"
de
Clinton
que,
aunque
vagos,
iban
mucho
más
allá
como
posible
acuerdo-
con
lo
que
socavaba
la
historia
oficial,
pero
sólo
en
su
aspecto
lógico,
y
por
ello
inaceptable
históricamente.
Clinton
dio
su
propia
versión
de
las
reacciones
a
sus
"propuestas"
en
una
charla
ante el
Israeli
Policy
Forum el
7 de
enero
de
2002:
"El
Primer
Ministro
Barak
y el
Presidente
Arafat
han
aceptado
ahora
estos
parámetros
como
base
para
futuras
negociaciones.
Ambos
han
expresado,
no
obstante,
algunas
reservas".
Se
puede
acceder
a
esta
información
en
fuentes
tan
"oscuras"
como
la
prestigiosa
revista
del
MIT, International
Security (otoño
2003),
así
como
en
las
conclusiones
de
que
"la
versión
palestina
de
las
conversaciones
de
paz
de
los
años
2000-01
es
significativamente
más
exacta
que
la
de
Israel",
es
decir la de
Estados
Unidos
y el New
York
Times.
Con
posterioridad,
negociadores
palestinos
de
alto
nivel
aceptaron
tomar
como
punto
de
partida
los
"parámetros"
de
Clinton
"para
futuras
negociaciones"
y
presentaron
sus
"reservas"
en
las
reuniones
de
Taba
en
enero,
que
condujeron
casi
un
acuerdo
provisional,
al
aceptar
algunas
de
las
preocupaciones
palestinas,
que
contradecían
la
historia
oficial.
Persistían
ciertos
problemas,
pero
las
negociaciones
de
Taba
fueron
mucho
más
allá
en
el
camino
hacia
la
consecución
de
un
posible
acuerdo
que
cualesquiera
de
las
precedentes.
Las
negociaciones
fueron
interrumpidas
por
Barak
así
que
no
podemos
saber
cual
hubiera
sido
el
resultado
final.
El
detallado
informe
del
representante
de
la
Unión
Europea,
Miguel
Ángel
Moratinos ha
sido
aceptado
por
ambas
partes
como
fiel
reflejo
de
lo
ocurrido,
y
ampliamente
difundido
en
Israel.
Pero
dudo
de
que
siquiera
haya
sido
mencionado
en
los
principales
medios
informativos
de
Estados
Unidos.
La
versión
de
lo
sucedido
que
da
Miller
en
el NYT se
basa
en
el
libro,
muy
alabado,
del
enviado
y
negociador
de
Clinton
a
Oriente
Próximo,
Dennis
Ross.
Como
cualquier
periodista
debería
ser
consciente,
ninguna
fuente
resulta
sospechosa
sólo
por
su
procedencia.
Pero
incluso
una
lectura
superficial
sería
suficiente
para
demostrar
que
la
versión
de
Ross
resulta
poco
creíble.
Sus
800
páginas
se
dedican
en
su
mayoría
a
adular
a
Clinton
( y
sus
propios
trabajos
como
negociador),
basándose
en
afirmaciones
no
verificables;
en
su
lugar,
"cita"
lo
que
asegura
haber
escuchado
que
dijeron
los
participantes,
a
los
que
identifica
por
su
nombre
de
pila
si
se
trata
de
los
"tipos
buenos".
Apenas
hay
una
sóla
palabra
acerca
de
lo
que
todos
sabemos
que
han
sido
los
asuntos
cruciales
desde
1971:
los
planes
de
asentamientos
y el
desarrollo
de
las
infraestructuras
en
los
territorios
ocupados,
que
dependían
del
apoyo
económico,
militar
y
diplomático
de
Estados
que
Clinton
había
incluido
claramente.
Ross
trata
el
problema
de
Taba
de
forma
sencilla:
termina
el
libro
inmediatamente
antes
de
que
empezaran
las
conversaciones
(lo
que
le
permite
omitir
las
evaluación
de
Clinton,
citada
unos
días
más
tarde).
De
esta
manera,
evita
que
sus
conclusiones
fundamentales
quedaran
refutadas
de
forma
instantánea.
En
el
libro
de
Ross,
a
Abdul-Shafi
se
le
menciona
de
pasada
una
sóla
vez.
Naturalmente,
la
visión
de
su
amigo
Shlomo
Benami
sobre
el
Proceso
de
Oslo
se
omite
también,
de
la
misma
manera
que
todos
los
elementos
significativos
de
los
acuerdos
provisionales
de
Camp
David.
No
existe
alusión
alguna
al
rechazo
de
pleno
de
sus
héroes,
Rabin
y
Peres-
a
quienes
cita
como
"Yitzhak"
y "Shimon"-
de
tomar
en
consideración
siquiera
un
eventual
Estado
palestino.
En
efecto,
la
primera
mención
de
esa
posibilidad
aparece
en
Israel
con
el
gobierno
del
"tipo
malo",
el
ultraderechista
Benjamin
Netanyahu.
Su
ministro
de
información,
preguntado
sobre
la
posibilidad
de
un
Estado
palestino,
respondió
que
los
palestinos
podían
denominar
a
los
cantones
que
se
les
iba
a
dejar
"un
Estado"
si
así
lo
deseaban,
o
"un
pollo
frito".
Eso
es
sólo
el
comienzo.
Las
opiniones
de
Ross
son
tan
deficientes
en
fuentes
independientes
y
tan
radicalmente
selectivas
que
todo
lo
que
afirma
debe
tomarse
con
grandes
reservas,
desde
los
detalles
concretos
que
meticulosamente
reproduce
literalmente
(quizás
recogidos
en
una
grabadora
oculta)
hasta
las
conclusiones
de
carácter
general
que
se
presentan
como
autorizadas
pero
sin
aportar
evidencias
fiables.
Resulta
interesante
que
se
haya
señalado
que
sus
opiniones
se
presentan
como
una
versión
exacta
de
los
hechos.
En
general,
el
libro
tiene
poco
valor,
excepto
por
el
hecho
de
dar
las
impresiones
de
uno
de
los
protagonistas.
Cuesta
trabajo
creer
que
cualquier
periodista
no
haya
sido
consciente
de
ello.
No
menos
despreciable,
no
obstante,
es
la
evidencia
principal
de
la
que
no
se
informa.
Por
ejemplo:
los
análisis
de
los
servicios
de
inteligencia
israelíes
durante
aquellos
años:
entre
otros
los
de
Amon
Malka,
su
director;
del
general
Ami
Ayalon,
que
dirigía
los
Servicios
de
Seguridad
(Shin
Bet);
de
Matti
Steinberg,
consejero
especial
para
asuntos
palestinos
del
jefe
del Shin
Bet y
del
coronel
Ephraim
Lavie,
funcionario
responsable
de
la
división
de
información
sobre
los
asuntos
de
Palestina.
El
consenso,
según
Malka,
era
que
"Arafat
se
inclina
hacia
el
proceso
diplomático,
y
que
hará
todo
cuanto
pueda
por
conseguirlo
y
que
sólo
si
se
llega
a un
callejón
sin
salida
recurrirá
a la
violencia.
Pero
que
la
violencia
está
encaminada
a
llevarle
a
ese
callejón
sin
salida,
para
conseguir
una
presión
internacional
que
propicie
dar
el
paso
siguiente".
Malka
denuncia
que
esos
informes
de
alto
nivel
fueron
falsificados
tal
como
se
transmitieron
a
los
dirigentes
políticos
y
otras
instancias.
Los
reporteros
estadounidenses
pueden
acceder
con
facilidad
a
ellos
a
través
de
fuentes
en
inglés.
No
tiene
sentido
continuar
con
las
versiones
de
Miller
o de
Ross,
por
lo
que
vayamos
al Boston
Globe,
en
el
otro
extremo
liberal.
Sus
editores
(el
12
de
noviembre)
se
adhieren
a
los
principios
básicos
del NYT (lo
que
probablemente
fue
un
fenómeno
universal:
sería
interesante
buscar
excepciones).
Los
editores
reconocen
que
el
fracaso
en
la
consecución
de
un
Estado
palestino
"no
puede
atribuirse
sólo
a
Arafat.
Los
líderes
israelíes...tuvieron
también
su
responsabilidad".
Pero
el
papel
decisivo
desempeñado
por
Estados
Unidos
es
inmencionable
e
impensable.
El Globe también
publicó
un
artículo
de
fondo
en
primera
página
el
11
de
noviembre.
En
su
primer
párrafo,
se
nos
dice
que
Arafat
fue
"uno
de
los
líderes
carismáticos
y
autoritarios
-
del
grupo
que
incluye
desde
Mao
Zedong
en
China
a
Fidel
Castro
en
Cuba
y
Saddam
Hussein
en
Irak-
que
surgieron
de
los
movimientos
anti-coloniales
que
se
extendieron
por
el
mundo
a
partir
de
la
Segunda
Guerra
Mundial.
Esta
afirmación
resulta
interesante
desde
diversos
puntos
de
vista.
El
enlace
entre
unos
y
otros
revela
el
inevitable
odio
visceral
hacia
Castro.
Se
han
sucedido
diversos
pretextos
según
cambiaban
las
circunstancias
pero
la
información
no
ha
variado
para
poner
en
duda
las
conclusiones
de
los
servicios
de
inteligencia
estadounidenses
sobre
los
primeros
momentos
del
ataque
terrorista
de
Washington
y de
la
guerra
económica
contra
Cuba:
el
problema
de
fondo
estriba
en
su
"desafío
triunfante"
de
las
políticas
estadounidenses
que
se
remontan
a la
Doctrina
Monroe.
No
obstante,
hay
algo
cierto
en
el
retrato
de
Arafat
que
presenta
el
artículo
del Globe,
como
lo
hubiera
sido
si
en
primera
página
se
hubiera
publicado
un
artículo
de
fondo
sobre
los
funerales
imperiales
del
semi-divino
Reagan,
en
el
que
se
le
describiera
como
uno
de
los
iconos
del
grupo
de
asesinos
de
masas-
que
incluiría
desde
Hitler
a
Idi
Amin
y
Peres-quienes
llevaron
a
cabo
sus
carnicerías
con
enorme
apoyo
de
los
medios
de
información
y de
los
intelectuales.
Quienes
no
comprendan
la
analogía
tienen
mucho
que
aprender
de
la
historia.
Pero
sigamos,
en
el
informe
del Globe se
hace
recuento
de
los
crímenes
de
Arafat,
y se
nos
dice
que
consiguió
controlar
el
sur
del
Líbano
que
"utilizó
para
lanzar
una
serie
de
ataques
contra
Israel
que
tuvo
que
responder
con
la
invasión
de
Líbano
(en
junio
de
1982).
El
objetivo
declarado
de
Israel
era
el
de
expulsar
a
los
palestinos
de
la
frontera
de
la
zona
pero,
bajo
las
órdenes
del
entonces
general
y
ministro
de
defensa,
Sharon,
sus
fuerzas
avanzaron
hasta
Beirut,
donde
Sharon
permitió
a
sus
aliados,
las
milicias
cristianas,
perpetrar
la
terrible
masacre
de
palestinos
en
los
campos
de
refugiados
de
Sabra
y
Chatila
y
mandar
a
Arafat
y a
los
dirigentes
palestinos
al
exilio
en
Túnez".
Volviendo
a la
historia
inaceptable,
el
año
anterior
a la
invasión
israelí
la
OLP
se
sumó
a
una
iniciativa
de
paz
de
Estados
Unidos
mientras
Israel
llevaba
a
cabo
ataques
mortíferos
en
el
sur
del
Líbano,
en
un
intento
de
provocar
una
reacción
palestina
que
pudiera
utilizar
como
pretexto
para
la
invasión
ya
planificada.
Cuando
la
reacción
no
se
produjo,
se
inventaron
el
pretexto
y
llevaron
a
efecto
la
invasión,
matando
probablemente
a
20.000
palestinos
y
libaneses,
gracias
a
los
vetos
de
Estados
Unidos
a
las
Resoluciones
del
Consejo
de
Seguridad
en
las
que
se
exigía
el
cese
el
fuego
y la
retirada
de
los
territorios
invadidos.
La
masacre
de
Sabra
y
Chatila
fue,
al
fin
y al
cabo,
una
simple
nota
a
pie
de
página.
El
objetivo
fundamental,
tal
como
ha
quedado
demostrado
en
los
más
altos
niveles
políticos
y
militares,
y
por
los
investigadores
y
analistas
israelíes,
fue
el
de
terminar
con
las
irritantes
e
incesantes
iniciativas
de
Arafat
para
conseguir
un
acuerdo
diplomático
y
asegurarse
así
el
control
de
Israel
sobre
los
territorios
ocupados.
Tergiversaciones
parecidas
de
hechos
bien
documentados
han
aparecido
en
los
comentarios
sobre
la
muerte
de
Arafat,
y
han
sido
tan
convencionales
durante
muchos
años
en
los
medios
de
información
estadounidenses
que
difícilmente
se
puede
culpar
a
los
periodistas
por
repetirlos,
aunque
una
mínima
investigación
sería
suficiente
para
conocer
la
verdad.
También
resultan
instructivos
algunos
comentarios
menores,
por
ejemplo
en
el
artículo
de
opinión
del Times se
nos
dice
que
probablemente
los
sucesores
de
Arafat-
los
"moderados"
preferidos
de
Washington-
va a
tener
problemas
ya
que
carecen
de
"credibilidad
en
la
calle".
Frase
convencional
utilizada
para
mencionar
a la
opinión
pública
en
el
Mundo
Árabe,
como
cuando
se
nos
informa
sobre
las
"calles
árabes".
Si
un
personaje
político
occidental
tiene
escaso
apoyo
público
no
decimos
que
carece
de
"credibilidad
en
la
calle",
y no
existen
alusiones
a
las
"calles"
estadounidenses
o
británicas,
La
frase
se
reserva
irreflexivamente
para
las
instancias
inferiores,
porque
no
forman
parte
de
la
ciudadanía
sino
criaturas
que
viven
en
las
"calles".
Podemos
añadir,
además,
que
el
líder
más
popular
en
las
"calles
palestinas",
Marwan
Barguti,
ha
sido
puesto
fuera
de
la
escena
(está
a
buen
recaudo)
por
Israel
de
forma
permanente.
Y
que
Bush
ha
demostrado
su
pasión
por
la
democracia
al
unirse
a su
amigo
Sharon-
"un
hombre
pacífico"-
al
mantener
prácticamente
prisionero
al
único
líder
electo
del
Mundo
Árabe,
mientras
apoyaba
a
Mahmud
Abbas,
quien
como
Estados
Unidos
confiesa
no
goza
de
"credibilidad
en
las
calles".
Todo
esto
debería
servirnos
para
entender
lo
que
la
prensa
liberal
denomina
la
"visión
mesiánica"
de
Bush
para
llevar
la
democracia
al
Oriente
Próximo,
pero
sólo
si
los
hechos
y la
lógica
importaran.
El New
York
Times ha
publicado
otro
artículo
de
opinión
sobre
la
muerte
de
Arafat
del
historiador
Benny
Morris.
El
trabajo
merece
un
análisis
detenido
pero
eso
lo
haré
aparte,
y
aquí
sólo
me
fijaré
en
el
primer
comentario
que
marca
el
tono
general
del
artículo:
Arafat
es
un
embaucador,
afirma
Morris,
que
hablaba
de
paz
y de
dar
fin
a la
ocupación
pero
en
realidad
lo
que
quería
es
"redimir
a
Palestina",
lo
que
demuestra
su
irremediable
naturaleza
salvaje.
Con
ello,
Morris
revela
su
desprecio
no
sólo
hacia
los
árabes
(que
es
muy
profundo)
sino
hacia
los
lectores
del NYT.
En
apariencia
no
se
da
cuenta
de
que
está
tomando
prestada
la
terrible
frase
de
la
ideología
sionista,
ya
que
su
principio
fundamental
durante
un
siglo
ha
sido
el
de
"redimir
la
Tierra",
un
concepto
que
subyace
a lo
que
Morris
reconoce
que
es
el
concepto
central
que
inspira
el
sionismo:
la
"transferencia"
de
la
población
nativa,
es
decir,
la
expulsión
para
"redimir
la
Tierra"
y
entregarla
a
sus
legítimos
propietarios.
Parece
que
no
es
necesario
sacar
las
conclusiones.
A
Morris
se
le
identifica
como
un
historiador
israelí,
autor
del
reciente
libro The
Birth
of
the
Palestinian
Refugee
Problem
Revisited.
Es
cierto,
él
ha
realizado
las
investigaciones
más
exhaustivas
en
los
archivos
israelíes,
y ha
demostrado
en
detalle
las
salvajadas
cometidas
en
1948-49
para
conseguir
la
"transferencia"
de
la
gran
mayoría
de
la
población
desde
lo
que
convertiría
en
el
Estado
de
Israel,
incluida
la
zona
que
Naciones
Unidas
estableció
para
el
Estado
palestino
que
Israel
se
repartió
con
su
aliado
jordano
al
50
%.
Morris
critica
las
atrocidades
y la
"limpieza
étnica"
–
para
ser
más
exactos
en
la
traducción,
"purificación
étnica"-:
es
decir,
que
no
fue
suficiente.
Morris
piensa
que
el
gran
error
de
Ben
Gurion,
probablemente
la
"fatal
equivocación",
fue
la
de
no
"limpiar
la
totalidad
del
país":
la
totalidad
de
la
Tierra
de
Israel,
hasta
el
río
Jordán".
En
favor
de
Israel,
hay
que
reconocer
que
su
postura
en
este
asunto
ha
sido
ampliamente
condenada
entre
los
israelíes.
Pero
en
Estados
Unidos,
ha
sido
elegido
como
el
más
apropiado
para
el
comentario
principal
sobre
su
denostado
enemigo. |