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LA NOVELA
Como un diario de memorias

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LA NOVELA

Sólo queríamos ser lo que éramos.

Militantes de la vida

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Volví de acompañar a Sandra, me senté ante la PC con ganas de comenzar sí o sí a darle forma por lo menos, al inicio de la novela. Abrí la carpeta que había creado, abrí el archivo que dice anotaciones para la novela, un archivo en el cual guardo ideas, pensamientos, textos y todo lo que me sirva como ayuda memoria.

No era mucho lo anotado, pero sentía que tenía que hacer un esfuerzo como para escribir algo que me abriera una puerta, que me permitiera pasar del otro lado; aunque esa visión no fuera clara, como una vislumbre, pero que seguramente se iría haciendo cada vez más notoria y entonces sí, sentiría que la cosa comenzaba y tenía sentido.

Preparé el mate, puse la pava sobre el fuego y cuando estuvo lista, me senté nuevamente y pensé ideas como para ir encontrando la trama, o lo que pudiera ser la trama. Pensaba en momentos del pasado, situaciones que pudieran ser de importancia, que tuvieran sentido como para ser narradas y así como por alguna asociación, apareció el nombre de Félix. Fuerte recordar su nombre, pues con él inicié mi tiempo de militancia. Claro, pensé. Hablar de la militancia, de aquellos años donde la vida y la muerte estaban ligadas en una misma acción, que era cosa de todos los días. Pensaba en esto y sentí que ese tema sí tendría que estar en la novela, porque era una parte importante de mi vida, como también de la historia de este país que estaba hecho de luchas permanentes, desencuentros, traiciones, golpes de estado, que se iniciaron de alguna manera desde los albores, cuando comenzó a construirse el sentimiento de patria. Nunca tuvimos un descanso.

Escribí el nombre de Félix y lo guardé como archivo para comenzar a narrar algunas cosas que utilizaría cuando contara la historia

Quedé pensando en esto y de repente, me vi en La Giralda con Cristina y ella hablándome aquello de “Festejar la vida. Porque conocí el hábitat de la muerte, ese nauseabundo lugar en el que ella es señora, dama, reina de la nada. Pero es el horror.” Y no pude dejar de asociarlo a esto que estaba pensando, a la militancia y a aquellos años del horror que vivimos los argentinos. Quizás, ella se refería a otro tipo de horror, a cuestiones personales, a la muerte de Anselmo, pero había algo en mi percepción, en mi intuición, que me decía que tal vez no estaba equivocado. Cuando me encontrara nuevamente con ella intentaría indagar algo, averiguar de qué se trataba, pero a la vez sentía que no estaría bien meterme en ese tema cuando ella me había pedido que nada le preguntara. Me levanté, calenté nuevamente el agua de la pava, cambié la yerba al mate, tomé el teléfono y la llamé. Atendió, me dijo que la alegraba la llamada, pero que estaba preparando el baño para ducharse y luego ir a la cama para leer un rato antes de dormirse. Le pedí disculpas y le pregunté si podíamos vernos. Dijo que sí, pero dentro de dos días, pues tenía consultorio. “Vale” Dije. “Va un besito”, dijo y cortamos la comunicación.

Tenía que volver a pensar en Félix, a ordenar el pensamiento, pues no sabía por donde empezar. Pero ya sabía que ese sería un tema importante si conseguía contarlo. Mientras sorbía el mate, de la biblioteca tomé el libro de Hernández Arregui, que me llevaba un poco a Cristina, por lo que había dicho que lo sabía casi de memoria y Guardé los archivos, apagué la PC, al baño, ducha y a leer a la cama y sonriendo, me dije: “Cómo Cristina, pero sin Cristina.”


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© Helios Buira

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