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LA NOVELA

Sólo queríamos ser lo que éramos.

Militantes de la vida

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Sorbí el mate, Sandra me pidió que siguiera contándole cómo había ingresado a Bellas Artes.

-Fue muy raro, si pensás que venía de un Barrio periférico de Buenos Aires con lo que eso significa, amigos, vecinos en una cultura barrial, casi como algo monótono, todos los días lo mismo; las mujeres haciendo las compras, lavando ropa, amas de casa y los varones yendo a trabajar, ausentes casi todo el día. Claro, no todas las familias tenían las mismas maneras de existencia y de expresión, pero siempre eran parecidas. Y los pibes, nosotros, escuela, juegos, pelota, bolitas, figuritas y de repente, aparezco en un lugar impensado, en un raro edificio con una construcción antigua estilo francés, escaleras de madera, relieves egipcios, persas, que con el tiempo me enteré que habían sido donados para el Centenario de la Revolución de Mayo; calcos de primer agua, tomados de los originales. Íbamos de sorpresa en sorpresa; ver a una pareja sentados ambos en el piso abrazándose y besándose, los profesores que fumaban en los talleres al igual que los alumnos, las vestimentas, los colores de cabellos, los barbados y los que fumaban en pipa, que eran muchos. Imaginate yo, llegando desde Floresta. Un golpe de una realidad imposible de creer.

-Si –dijo- no debe haber sido fácil para vos, pero a la vez, se te abrieron las puertas a un nuevo mundo…

-Las puertas a la percepción –dije- Las puertas del universo sensible.

-Claro –dijo- Es hermoso y bueno transitar por ese universo. Y ahora estamos acá, en este micromundo que son los talleres, algo que me alegra sobremanera. Estoy contentísima de haber llegado y que tanto bien me hace.

-También yo de que estés acá –dije- compartiendo, haciendo el arte, y estas buenas conversaciones. Alcanzame la pava que caliento más agua y cambio la yerba.