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LA NOVELA
Como un diario de memorias

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LA NOVELA

Sólo queríamos ser lo que éramos.

Militantes de la vida

24

Se retiró el Gallego y Cristina me preguntó qué estaba leyendo.

Le mostré el libro y dijo “Hernández Arregui…” Me llamó la atención el tono de voz, lo pausado en la mención del nombre del autor. “¿Lo conocés? –dije- bueno, si leíste algo de él”. “Lo leí todo, Helios. Lo sé casi de memoria” Lo dijo con algo de energía en la voz, como subrayando cada palabra. “Es lo primero que leo de él” dije. “Un grande, un maestro” dijo y agregó “¿Por qué lo estás leyendo? Si se puede preguntar” “Y puedo responder –dije- porque quiero indagar sobre cómo se construye, acorde a su decir, la Conciencia Nacional” “¿Te interesa la política?” Dijo. “Sí –dije- desde siempre, si recordás que por aquellos años tomábamos la escuela a modo de protesta adhiriendo a la lucha de los estudiantes universitarios, durante el gobierno de Illia” “Lo recuerdo –dijo- yo participé llena de miedo, eran mis primeras experiencias en ese tipo de conflictos. Pero ahora que lo estamos hablando, también recuerdo que durante la toma nos hicimos un poco más que compañeros de escuela…” Lo dijo con un gesto gracioso en su rostro, hasta con ternura en la voz y recordé, también como ella, que aquel más que compañeros, fueron los primeros besos, el primer acercamiento corporal, lo primero hecho juntos a pesar de no entender bien de qué se trataba esa lucha estudiantil. Pero eso pasó a segundo plano cuando la primera mirada firme de ojos a ojos, el temblor de las manos acercándose a ese cuerpo que también temblaba y los pies moviéndose casi de manera imperceptible avanzando hasta que el límite del avance fueron nuestros cuerpos, entonces lo que se movía en atracción mutua eran las cabezas, se mezclaron las respiraciones, los latidos de ambos corazones y las bocas sellaron un sentir cósmico, un descubrir la eternidad.

Sentí, mientras este pensar se hacía nítido, como una de sus manos se posó sobre una de las mías y salí de ese semitrance ante la pregunta: “Helios… te fuiste… ¿Qué pasó?” Quedé mirándola, sin poder responderle. Se dio cuenta, apretó suavemente su mano sobre la mía y dijo “También yo, querido Helios, pensé muchísimas veces en aquellos días, en vos, en mí, en nuestro primer beso, mientras el horror me circundaba” “No entiendo –dije- qué estás diciendo… Fue maravilloso” “Sí –dijo- tan maravilloso que aparecía en los momentos en que más lo necesitaba, cuando ya no podía soportar lo que pasaba en rededor. Pero ya está, no hablemos de esto, cambiemos de tema, acá estamos, vos y yo en La Giralda, nuestra querida Giralda. Festejemos la vida”

Hice un largo y profundo silencio, no alcanzaba a comprender de qué me hablaba, pero mi percepción iba corriendo velos de manera muy suave y lentamente.

-Festejemos la vida –dije- festejemos estar vivos y aquí, como bien decís, en nuestra querida Giralda. ¿Otro café?

-No –dijo- quiero un moscato.

-Uy -me salió- ¿Qué pasa? Eso era en momentos importantes, si mal no recuerdo.

-Tan importantes –dijo- que parecía un solo momento permanente y eterno, porque el moscato helado era cosa no digo de todos los días pero…

Lo dijo con esa cara pícara que mostraba cuando algo le agradaba y pertenecía a nuestro aquel secreto.

-Es cierto –dije-, ¿Y hoy?

-Hoy –dijo- es este día, este momento, este maravilloso estar con vos aquí, recordando lo hermoso que nos pasó en aquellos años juveniles, en la escuela, en las salidas y me hace bien, pues siento que estoy entera, que albergo sentimientos puros aún, y que puedo reparar mi propia realidad destrozada.

-¿Tanto? Dije.

-Tanto y mucho más –dijo- Te pedí que sobre algunas cosas… bueno, sobre Anselmo, no me preguntaras. Te agradezco, no preguntaste. Pero desde el día que nos encontramos, hace tan poco aún, Anselmo estuvo y está entre nosotros. No como mi pareja y el padre de mi hija, sino como el Anselmo compañero, con el que compartíamos ideas y pensamientos que nos llevaban al profundo deseo de querer cambiar la historia de este querido país. Y está entre nosotros porque yo lo puse como para demostrarme que puedo, que todavía puedo…

-Poder qué, interrumpí.

-Festejar la vida, mi querido Helios. Porque conocí el hábitat de la muerte, ese nauseabundo lugar en el que ella es señora, dama, reina de la nada. Pero es el horror.

-Volviste al tema, me habías pedido que cambiáramos. Dije.

-Sí, pero sos vos el que no me permite salir…

-¿Yo? Dije creo que espantado.

-Si, vos –dijo-, pero no lo tomes a mal. Es todo lo contrario. Si digo que festejemos la vida, es porque estamos aquí, vos y yo y como bien dijiste, vivos. Entonces, por opuestos, es que pongo el horror para decirme que aquello fue, que está, pero no está. Creo que para esto nos encontramos ahora, no sé vos, pero sí sé que en mi comienza a cerrarse lo que tanto tardó abierto. La profunda herida que comienza a dejar de sangrar. Tal vez no puedas comprenderlo, pero te iré contando todo, porque sé que me hará bien y porque necesito que lo sepas, en honor a aquellos años puros en los que despertamos a una conciencia maravillosa. Y si vale, digo que te quiero.

Apretó fuerte mi mano. Y la dejó un rato así, apretada, mientras sus ojos parpadeaban intentando encerrar alguna lágrima que pretendía brotar por ellos. Puse mi mano libre sobre su nuca y no hizo falta presión alguna de mi parte. Ella inclinó su cabeza, la apoyó sobre mi hombro y lloró. Besé sus dos ojos, como queriendo beber esas lágrimas que ahora parecía que caían en cascada. Fue un rato, hasta que un “gracias” suave, a modo de susurro salió de su boca. Sonreímos ambos, quizás, diciéndonos que sí, que su herida comenzaba a cicatrizar, aunque yo todavía, no supiese de qué se trataba.


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© Helios Buira

Barrio de San Nicolás - Ciudad Autónoma de Buenos Aires 2019

Mi correo: buzon@heliosbuira.com

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