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LA NOVELA | ||
Como un diario de memorias | ||
LA NOVELA Sólo queríamos ser lo que éramos. Militantes de la vida 21 Recibí un correo electrónico, era Rafael contándome que había llegado a París, que tenía que esperar unos días pues el encuentro al que debía asistir se había postergado por inconvenientes técnicos en el salón que tenían asignado. La invitación a dicho encuentro, se la hizo un amigo vinculado a esa asociación de arquitectos y que él había sido notificado para su concurrencia, más por esa amistad que por sus dotes profesionales. Rafael siempre se movió de esa manera, “vendiendo” imagen que muchos compraron y la más de las veces, todo terminaba abruptamente, cuando se daban cuenta que tenía algo de chanta, de embaucador en su profesión, pero buen tipo. Solidario, fiel en la amistad y en los afectos cosa que hizo que nuestra amistad perdurara en el tiempo. De un humor maravilloso, cualquier palabra que uno pronunciase, le servía a él para una humorada, una rima chistosa; tenía también una zona fuerte de humor negro, por momentos rayando cierta perversión. Creo que esa zona se relacionaba con su historia personal, con sus padecimientos desde la infancia con un padre alcohólico, golpeador, violento que ejerció sobre él castigos brutales. Una madre sumisa y temerosa, que pocas veces pudo defenderlo o protegerlo del maltrato paterno. Había días en que la madre, antes de la llegada del padre, que sabía vendría borracho, lo escondía a Rafael dentro del placar, diciéndole que permaneciera callado hasta que el padre se durmiera, así no recibía castigo. Lo tremendo, es que él escuchaba la golpiza que recibía su madre, sus gritos, su llanto, su decir basta, pero los golpes no cesaban. Recibí esta historia y otras de parecido soportar, en varias noches y madrugadas en distintos bares de Buenos Aires, cuando salíamos de la escuela y me pedía que lo acompañara a tomar unos vinos. No era por eso que requería mi compañía: era la necesidad que tenía de contarme su dolor, su tremendo dolor, que no se iba, estaba prendido como su propia piel. El humor, su reír permanente, la ayuda que ofrecía a los otros, era una manera de “tapar” esa llaga persistente que dolía y mucho. Una tragedia familiar. Llevaba la “marca” en uno de sus brazos, una cicatriz muy notoria de una herida profunda que le causó su padre, el día que quiso asesinarlo, pero Rafael pudo escapar hacia la calle y alertar a los vecinos. La madre no corrió la misma suerte, la mató el hombre, para inmediatamente suicidarse. Al ingresar uno de los vecinos a la casa, se encontró con semejante horror. A Rafael no le permitieron entrar. Ese era el tremendo drama que me contaba por aquellas madrugadas. Fue criado por su abuela materna y una tía, hermana de su madre. Él decía que tenía dos madres. Todos lo tomaban como una broma, pero, dado mi conocimiento de su historia, pude comprender porque lo decía. No hubo un hombre en su crecimiento como para que él tomara ejemplos. Sólo esas dos mujeres. Tenía días de silencios profundos. Era un lector riguroso. Cuando pudo abastecerse económicamente, todos los meses, compraba un libro y lo decía “Voy a tener miles de libros” No sé a cuantos miles habrá llegado, pero en los años en que compartíamos camino, dos paredes de su taller, eran una biblioteca fenomenal. Una amistad entre ambos. Él no pertenecía al grupo de los cuatro, aunque de tiempo en tiempo se llegaba hasta el taller y compartíamos momentos agradables, reíamos con sus ocurrencias, sus chistes y una danza que él decía “ritual” para espantar a los malos espíritus que podrían habitar en el taller. Eran movimientos epilépticos que nos hacían reír de manera estridente. En el correo me decía que le había escrito Sandra contándole lo feliz que se sentía con el “nuevo” taller, que le habló bien de mí, diciéndole que era un buen tipo, y que seguramente aprendería mucho en mi compañía, cosa a la que no le di demasiada importancia, pues Rafael puede cargar a veces un poquito las tintas cuando quiere “adornar” algo. Su ego inmensurable, le hizo decir que él era el artífice de nuestros destinos, que él era el puente del encuentro entre Sandra y yo y que de aquí en más, la historia que se pudiese escribir sobre nuestras respectivas existencias, a él le pertenecía. |
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© Helios Buira
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