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LA NOVELA | ||
Como un diario de memorias | ||
LA NOVELA Sólo queríamos ser lo que éramos. Militantes de la vida 20 Pasé una semana rara, inestable, despareja. No pude concentrarme en nada vinculado a la expresión, al trabajo ya sea en el taller o en la novela, que aÚn no había comenzado. Melancolía, tristeza, las sensaciones que me acompañan por momentos, en tramos algo prologados de mi existencia. Nunca supe por qué vienen, porque se manifiestan esos estados de ánimo. Pero sé que estas cuestiones se resuelven trabajando en el taller, como dijera alguna vez Pichón-Riviere. Creo que es así, que uno puede y debe salvarse a sí mismo, con las herramientas con que cuenta, con todo aquello que le permita expresar el sentimiento por lo que tiene para decir, por lo que cree que debe decir. Claro, siempre que se quiera decir algo. De lo contrario, habrá que recurrir a la terapia del diván o en último caso -aunque para algunos es el primero- al suicidio. “Basta ya de palabras. Sólo un acto” y así fue como Cesare Pavese se suicidó, cuando sabía ya que las palabras no alcanzaban. Tuve la foto de él durante mucho tiempo pegada en la pared del taller, la foto que dice en su epígrafe: “Cesare Pavese, en agosto de 1950, un mes antes del suicidio” Esa foto era mi guía, mi faro, para llegar a buen puerto, hasta que luego de una separación afectiva, en el taller de la calle Estados Unidos, tuve sentimientos oscuros, sentimientos de una profunda derrota y al acostarme, esa noche, le pedí a Dios o a quien fuera, que me muriera, que se terminara todo, pero que si así no era, entonces me diera muchos años de vida puesto que diría todo lo que tenía que decir, buscaría La Verdad con todas sus verdades, de todas las maneras posibles, junto con La Justicia, que eran mis obsesiones, mis sentimientos más profundos. Y Dios esa noche no me murió. Al despertar, sudando, con miedo, con temblores en el cuerpo, desde la cama veía las siluetas de las esculturas, como si fuesen fantasmas, esperpentos con los cuales convivía día y noche. Me esforcé, me levanté, encendí una de las hornallas, puse la pava sobre el fuego, preparé el mate, me senté ante el escritorio y mientras recorría lentamente todo el taller, me topé con la foto de Pavese. Me levanté de la silla, fui hasta esa foto que me había acompañado durante años y años, la saqué de su lugar, le di un beso, le agradecí a Pavese la Deola que me había dado, la obra escultórica que había hecho gracias a ella, esa mujer albergadora de formas propias y ajenas, le dí otro beso y la rompí en pedacitos minúsculos, y la prendí fuego. Luego tomé una foto de Henry Miller, en la cual está con Lawrence Durrel, ambos riéndose a carcajadas, metidos en una cama y la pegué en el mismo lugar en la que estaba la de Pavese. Me dije: “De ahora en adelante, será así: risas, alegría y nunca más la muerte” Sí, una semana rara, sin nada que ofrecer, sin nada que me diera ganas. Desde la silla en el que estaba sentado observaba la biblioteca, veía los colores de los libros, los colores de los lomos, las inscripciones sin llegar a leerlas, pero sabiendo de qué se trataba cada una, sabía que ese lomo mitad amarillo y mitas rojo con letras negras eran las cartas de Rilke a Rodin, que aquel otro todo verde pertenecía a Dostoyevski, Memorias del Subsuelo, que el azul que estaba a su lado era El diario de Thomas Mann, El finito amarillo con un poco de negro pertenecía a Aldo Pellegrini, los cuatro azules con letras blancas eran los de Berdiaev, el gris de Walter Benjamin y los azul con negro de Adorno. Todos apretados, seguramente dándose aliento de manera constante, seguramente transmitiéndose la energía necesaria para continuar en el tiempo, para seguir transitando por la eternidad. Me levanté, me acerque a los estantes que los albergan y tomé uno de ellos. Uno cualquiera, casi al azar, al voleo. Uno todo amarillo: Wassermann: “Las tres etapas de Oberlin”, prologado por Henry Miller. Que curioso (o no tan curioso), había estado pensando en él, en la foto que puse en la pared del taller. ¿El azar concertado una vez más? Ese prólogo es una obra en sí mismo, es una maravilla más de Miller. En un fragmento de ese análisis sideral sobre “El caso Maurizius” dice Miller narrando una conversación en la cual luego de una pregunta, el personaje responde: “-Bien, mañana tendrás mi contestación. Esta llegó a la mañana temprano: se había ahorcado, utilizando para ese fin, la ventana de su cuarto” Y Miller sigue con el prólogo: “Uno siente que ésta bien pudiera ser la solución que el autor da al enigma. Pues, mientras continúa el desarrollo de la novela y son desenredados los oscuros hilos que anudan el crimen, cada uno de los personajes -desde el férreo abogado acusador hasta el débil Maurizius y el salvador Etzel- parecen igualmente culpables. La sociedad en sí misma es acusada; a todos nos mancha la culpa. Ese parece ser el punto de vista del autor. Por lo tanto, no puede haber solución; ni el crimen ni las injusticias terminarán, sino a costa de un doloroso y agotador aumento de la comprensión, de la tolerancia y de la compasión. Al tratar de determinar la responsabilidad y de buscar el motivo del crimen, nos hundimos en un pantano del que no podemos librarnos. Todo es ilusión y engaño. No hay tierra firme donde pisar. El crimen y el castigo han echado raíces en la esencia misma del ser humano. Hasta los amantes de la justicia -quizás ellos en especial- son condenados ante el más alto tribunal del amor y de la caridad” Esto lo leí también por “casualidad”, porque había abierto el libro en cualquier página. De pronto, La Novela. Mi novela. ¿Podría escribir algo semejante, estaría preparado para ello, para dar testimonio, para decir lo que tenía que decir? ¿Tenía en verdad algo para decir? Y los pensamientos se mezclaban con las imágenes de las artes plásticas, con la cantidad de obras que veía todos los días en el Centro Cultural Recoleta, mientras allí cumplía mi horario de trabajo, obras vacías, obras que sólo eran formas, algunas bellas, por supuesto, bien hechas, bien construidas, pero, insisto, vacías de contenido. Y mi obsesión era el contenido. Contenido y forma como algo inseparable para crear una obra. ¿Si esta obra era de arte? Bueno, el tiempo lo diría. Pero al menos, el contenido y la forma me permiten decir esto que siento, esto que quiero decir. Y una vez más me repito: el contenido, determina la forma. Si tengo algo para decir, ya encontraré cómo decirlo. Pero también me digo: La forma es el contenido, tengo que encontrar esa forma y me reitero siempre: por la forma es reconocido el artista. Y me vino como un rayo lumínico, fosforescente que me dijo: dale, falta poco, ya estás cercano al trance, ya la puerta ha comenzado a ceder ante tu energía, la puerta de la poesía, la puerta de la eternidad. Y me asusté, era demasiada presencia, demasiada Energía la que empujaba hacia adentro, hacia el núcleo de mi alma. Tenía desplegados y esparcidos los papeles con viejas anotaciones. Algunos de esos papeles estaban amarillentos dado el paso del tiempo, pero, quizás me fueran útiles por sus contenidos si encaraba de lleno la tarea sobre la escritura de la novela. Leía y releía, mientras disfrutaba del sabor del mate que me lleva a cavilar en cada sorbo. Puse un CD en el equipo de música, las Suites para Cello de Bach, encendí un sahumerio y volví a sentarme como para el inicio de la tarea. ¿Pero cómo comenzar a escribir desde una especie de nada? Algo que no existía, que, de ser algo, lo sería si yo comenzaba con la escritura de la historia que al final, sería una novela. Me agrada escribir directamente en la PC, en el LibreOffice Writer, siento como que los pensamientos, las ideas, las expreso con más claridad que escribiendo a mano, pues la lentitud, de esta manera, se manifiesta y perturba la comunicación entre lo que quiero decir y cómo lo estoy diciendo. Pero todavía no tenía nada claro como para sentarme allí, así que comencé a leer los papeles que se presentaban ante mí y tomar nota de lo que me interesaba en el cuaderno que había comprado justamente para eso. Escribí un pensamiento que aparecía como inicio. El narrador de la novela, como no tenía idea de cómo se escribía una historia, saldría a buscar narradores. O sea, gente que le contara esas historias y entonces él haría la transcripción y con eso, iría armando la trama. La idea me pareció interesante, entonces seguí anotando que luego, una vez que tuviese la o las historias, saldría a buscar personajes. Los personajes, claro es, serían tomados del mundo real, pero el autor, los llevaría a la ficción y de esa manera, lo escrito podría parecerse a todo lo que había leído, no en las tramas, en los contenidos, sino, que él sería un autor más, de todos los autores que se dedican a escribir ficciones. Digamos, sería un escritor. Leí lo anotado y me pregunté si los escritores sólo se dedicaban a escribir ficciones y recordé lo que dice Abelardo Castillo en alguno de sus libros: “Un hombre que escribe, es un escritor”. Sí, me dije, pero no sólo de ficciones. Qué pasa cuando uno se quiere meter con la ficción. No es cuestión de escribir sobre cualquier tema, aprovechando que es una ficción y entonces, aparece la confusión, la mezcolanza y luego, todo va a parar al tacho de basura. Una ficción, es también un hecho real. Pienso en Rigoletto, por ejemplo. Y las veces que presencié esa maravillosa obra de Verdi, creí el argumento y me emocioné hasta las lágrimas. Claro, una obra de arte es una realidad en sí misma. Una realidad instalada en el planeta, como cualquier otra realidad. Me senté ante la PC con la idea de escribir lo que pudiera ser el primer capítulo. Abrí el programa, y en la Página Nueva, escribí: LA NOVELA De Helios Buira Y lo guardé en un archivo con ese nombre. Bravo, ya tenía el comienzo. Me dije: “Pero ahora, loco, falta la verdadera novela, pues lo que acabás de escribir, es solamente un título” Y sonreí, pues eso era una verdad absoluta. Pensé en la idea que me agradaba sobre el tipo que quiere escribir una novela y él no tiene la menor idea de cómo escribirla, sale a buscar un narrador. Sí, comenzaría con ese asunto. Tenía un vago pensamiento, pero me costaba la cuestión del narrador; si sería en primera, segunda, tercera o undécima persona, Un verdadero conflicto, un verdadero dilema. Cuando hago un dibujo o una escultura, no necesito intermediario, planto la cosa directamente, la ubico donde se me da la gana, parada o sentada en un banco de plaza o a la mesa de un bar, haciendo el amor, haciendo equilibrio, ahorcada, da lo mismo, soy quien la hace, quien le da forma y vida. Pero en una novela... ¿debe necesariamente haber un narrador? Sí, no encuentro aún otro modo. Pero hay diferencia si por ejemplo quiero contar una historia o mejor dicho un momento de una historia, supongamos una pareja que hace el amor. Digo: Ellos hacían el amor. Pero si digo: Hacíamos el amor, la cosa es otra, muy distinta a la anterior; estoy involucrado, yo que cuento, lo hago desde mí, desde mi experiencia. Claro que puede haber distintas maneras de narrar, uno como testigo directo de la escena, otro contando una historia que no ha visto, pero que conoce. Vaya lío el que tenía en el marote. Decisión tomada. Escribiría sobre el tipo que quiere escribir la novela, que a su vez, sale a buscar un narrador. Ese narrador le contará las historias y el tipo que quiere escribir la novela las va pasando a un cuaderno y entonces yo, tendría así, la posibilidad de acercarme un poquito siquiera, a lo que pretendo, que es escribir una novela y no sé como hacerlo. Bueno, también podría buscar algunos personajes de otras novelas, formatearlos a mi manera y para que nadie se avive o diga nada, puedo decir que está escrita a la manera de fulano, o pensando en mengano o se trata de un homenaje a perengano y todo me parece que resultaría más fácil, menos engorroso o finalmente, tirando todo a la mierda y dejarme de joder con esto de escribir una novela. Escuché el ruido de la llave entrando por la cerradura. Sandra que llegaba. -Hola –dijo- epa, qué cara! -Qué cara. Dije. -La que tenés –dijo- seria, como enojado. -Seria. Dije. -Bueno, al menos no enojado, o sea, que te puedo invitar a que tomemos unos mates, pues traje bizcochitos. -Dale –dije- preparalo, que en un segundo estoy con vos. Intenté guardar todo lo relacionado con la novela, no quería hablar sobre este tema con ella, al menos por ahora. Pero ella legó primero a la cocina y vio el cuaderno abierto, que tenía el título y por suerte todavía las hojas en blanco. -La Novela –dijo- ¿Qué es eso? ¿Alguna serie que vas a comenzar, alguna obra en particular? -No –dije- es un cuaderno de anotaciones… -¿Para una novela? Interrumpió. -Si, dije, pero que no voy a escribir, que nunca anotaré nada en ese cuaderno y mientras esto decía arranqué la hoja con el título. Listo. Dije. -Uy uy uy –dijo- ahora me doy cuenta de qué se trata la seriedad, pero, más que seriedad es como un enojo, al menos, así me parece. -Sí, dije. Ya te contaré; tuve intenciones de escribir una novela porque había leído un aviso invitando a participar en un concurso y se me ocurrió que algo podría decir si me sentaba ante la PC y comenzaba a escribir una historia que podría tener forma, pero muy velada, muy oscura y desistí. -Bueno -agregó-, pero veo que estabas sentado aquí, con todos esos papeles que guardaste y no me suena que hayas desistido, se siente en el aire que estabas pensando en eso. -Sí. Dije. Ahora vuelvo, agregué. -Dale, preparo todo y nos sentamos un rato, pues hoy vine con ganas de trabajar, aparecieron algunas imágenes que me agradan, en el viaje aboceté algo, después te lo muestro. Salí de la cocina, fui al dormitorio y allí dejé la novela que aún no tenía inicio, sólo los preparativos para su escritura; no quería dejar nada a la vista. Volví, comenzamos la mateada, y como siempre, la conversación previa a la tarea que cada uno emprendería luego.
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© Helios Buira
Barrio de San Nicolás - Ciudad Autónoma de Buenos Aires 2019
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