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LA NOVELA | ||
Como un diario de memorias | ||
LA NOVELA Sólo queríamos ser lo que éramos. Militantes de la vida 19 Fui a ver lo hecho por Santiago. Me agradó. Se trataba de una escultura de formas puras, una construcción abstracta, pero muy sensible en su tratamiento. Él es un obsesivo de la perfección y puso en esa obra mucho de su obsesión. Quizás, podría relacionarlo energéticamente con alguna obra de Jean Arp, claro que no como lo hacía el escultor franco alemán, sino, conservando el espíritu de alguna de sus obras. Hablamos sobre esa escultura, recibiendo en la conversación, la gratísima sorpresa de que Santiago aceptaba mis palabras, no se oponía y en un momento me dice “Gracias, la voy a hornear” y la tapó pero no como para conservar la humedad, sino, para que poco a poco se vaya secando y así, poder llevarla al horno. Me mostró también una serie de vasijas, obras que me agradan a más no poder, pues Aquí Santiago se manifiesta como un ceramista de altísimo vuelo. Luego nos sentamos en el patiecito del taller, un espacio que nos reúne cada vez que nos vamos a dar una charla, tomar mate o, más de una vez alguna comida, disfrutando del encuentro; un lugar lleno de macetas con plantas de todo tipo, alguna de ellas ofreciendo unas bellísimas flores de colores intensos que agradan a la vista. Santiago las riega cada tanto, pero prefiere que ellas se manifiesten naturalmente, “de manera salvaje”, propone, como lo son en la naturaleza. Una mesa pequeña y dos sillas, una parrilla en un rincón hecha por él con un tacho grande de metal al que le agregó una cantidad de varillas de hierro que hacen de sostén para la carne o lo que se quiera asar, la leña o el carbón se ponen en la parte de abajo; un artefacto estrafalario, hecho a la manera de Santiago. Él repara los hornos, suelda las resistencias, hace conexiones de cables para tener electricidad, cables que se ven por todos los ambientes, algunos cuelgan directamente atravesando el espacio y van de una pieza a otra transportando la energía necesaria para la iluminación, alguna estufa y la que requieren los hornos. Estanterías en todos los ambientes, en las cuales se depositaban moldes en una cantidad inusitada, recipientes conteniendo todo lo que uno se pueda imaginar si es que la imaginación alcanza, botellas, cacharros, piezas cerámicas, fragmentos de piezas cerámicas que él guardaba para utilizar en algún momento en ensambles que quería investigar, según decía; había estanterías en las cuales se amontonaban los trabajos cerámicos que hacía por encargo, como ceniceros con publicidad, lapiceros, también con alguna publicidad de empresas que hacían sus pedidos y era de esos encargos que Santiago recibía la posibilidad de una economía que le permitía transitar por su existencia sin ahogo económico, aunque nunca podía pasar al frente; siempre estaba un paso atrás. El dinero era todo un tema en su vida. Lo fácil, lo hacía difícil. Insistía, creaba maneras para salir de situaciones complicadas, pero, muchas de las veces eran expresiones de deseos, más que la decisión de modificar su realidad económica. El taller estaba en los fondos de una casa, se ingresaba a él por un galpón de precaria construcción, con paredes y techos de chapa, aunque todo apoyado en una pared de material que lindaba con la casa vecina; luego de ese galpón una construcción de material, que antaño debe haber sido una vivienda de cuatro ambientes, baño y cocina. Ahora, era todo un taller, con una cama en un rincón que era donde dormía, un mueble que hacía de guardarropa, un espejo y lo demás, todos estantes en los que se mezclaban moldes, cerámicas, libros y montones de cosas y cositas que él guardaba de puro obsesivo por no tirar nada. Allí pasábamos horas, días de trabajo, él con sus cosas y yo haciendo algunas esculturas en arcilla que dejaba allí para que se sequen y así él podría hornear, sin el inconveniente que significaba el traslado desde mi taller, si las hubiese hecho allá. Mientras tomábamos mate, la charla versaba sobre el mundo del arte, tema recurrente en nuestras conversaciones. Él estaba leyendo un libro de Jacobo Kogan, “La religión del arte” y me decía que el autor formulaba en uno de los capítulos, que el artista se propone, indiscutiblemente, ante todo, y sobre todo, producir una obra de valor estético, destinada a la sensibilidad de un observador o receptor y que no pretende transmitir un significado para ser comprendido. Le dije que no estaba de acuerdo en el todo de ese decir, pues, si concibo que el contenido determina la forma, lo que pretende el artista, es decir algo y para ello, busca un cómo decirlo y ahí sí, se da el valor estético que propone. Santiago me dijo que luego Kogan, de alguna manera, decía casi lo mismo que había dicho yo y que en verdad, la discusión viene desde lejos, una discusión, -le dije interrumpiéndolo-, que puede darse, porque hay artistas que crean sus obras. Y le recordé aquello de Herbert Read: “Si el artista no crea, el filósofo no piensa”. O sea, que se puede hablar sobre el arte, porque hay artistas que lo hacen. Y eso viene desde hace milenios. Seguimos hablando durante un buen rato, hasta que le dije que tenía que irme pues se estaba haciendo tarde. Nos despedimos y quedamos en llamarnos para otro encuentro. |
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© Helios Buira
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