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LA NOVELA
Como un diario de memorias

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LA NOVELA

Sólo queríamos ser lo que éramos.

Militantes de la vida

 

5

Fue un jueves de Otoño. Sonó el timbre.

Dejé la herramienta sobre el caballete en el que trabajaba una figura en arcilla y fui a ver de quién se trataba. Al abrir, gratísima sorpresa. Era Sandra.

-Estoy con un flete, traje algunas de mis cosas. Dijo.

-¡Buenísimo! Me salió decir. Dale que te ayudo.

-Sí –dijo- es bastante y sola me va a costar.

Fuimos hasta la camioneta. Lo que vi me impresionó: una cantidad enorme de bastidores, de todos los tamaños que uno pueda imaginar que existen. A medida que íbamos bajándolos, yo observaba que estaban todos pintados y la primera impresión, fue que se trataba de buena obra. Colores intensos, figuras abundosas en su concepción y se notaba un contenido temático. De manera evidente, Sandra decía con esas pinturas.

Mientras íbamos llevando las telas al taller, se lo mencioné y respondió: “Ya habrá tiempo de que las veas bien, de ir familiarizándote con ellas, porque al compartir el taller, nos veremos de manera permanente”

-Es cierto, respondí.

Una vez que pusimos todo en su espacio, me dijo: -¡Hola! Aquí estoy.

-Me alegra, dije.

-Es extraño todo esto para mí, dijo.

-¿Por qué? Interrogué.

-Porque tenía necesidad de un taller, sola, bueno… compartido, pero aquí estoy yo con mis cosas, en un espacio que no se mezcla con el tuyo y siento que puedo tener privacidad…

-Seguro -interrumpí.

-Sí, continuó, siento que así será, que podré pintar sin interferencias, concentrarme y a la vez, cuando se de, poder conversar sobre lo mismo, sobre las cosas que hacemos, sobre el arte.

-Tomemos un café, un mate o lo que prefieras, dije.

-Mate. Quiero un mate. La yerba que usás, nunca la había probado y me gustó muchísimo. ¿Qué es?

-Una yerba compuesta con yuyos que evitan la acidez que producen otras. Cuando quieras comprar un paquete, pedí CBSé blanca. La compro desde la primera vez que salió al mercado, hace ya muchos años.

-Sí, la voy a comprar para mi casa. Dale, yo preparo el mate.

Fuimos a la cocina, me pidió la pava, el mate, la yerba y comenzó con el ritual. Mientras, nos sentamos a la mesa y observé que sus ojos se dirigían a uno de los cartelitos que tengo fijados en la pared: “En el taller de un artista, nunca hay más de dos sillas” Nada dijo. Comenzamos una charla como de reconocimiento mutuo, de estar al tanto uno del otro, sabiendo, a la vez, que teníamos tiempo para llegarnos.

-Es rara la estructura del lugar. Dijo.

-Sí, el dueño es un italiano o descendiente de italianos. Éste, los dos linderos, el de abajo y uno que está como en una terraza, los fue construyendo en partes, poco a poco y una vez terminados, los iba alquilando. Está orgulloso porque dice que no necesitó de nadie que le haga el diseño. Bueno, así salió, parece una especie de laberinto.

-Sí, pero a mí me agrada por lo que te dije. Siento que mi lugar tiene privacidad. Esa ele que se forma es maravillosa y extraña. Sobre todo por estar elevada del resto. Y para vos, que vivís aquí también, cada cosa en su lugar, digo el baño, la cocina y supongo que la otra piecita es tu dormitorio…

-Sí -interrumpí- Por suerte, porque de no ser así, con tu llegada tendría que hacer cambios mayores

-¿Por qué? Dijo.

-Bueno, porque no soy muy ordenado en mi privacidad y estaría todo tirado por ahí y cada vez que vinieses, tendría que ordenarlo. Pero, de esta manera, lo único a la vista son los talleres.

Sonrió. Es cierto, dijo. Bueno, pero tampoco es para tanto, nada me importa como pintar. A veces pienso que soy compulsiva, que no puedo parar y también soy muy desordenada con mis cosas, digo, mis cosas domésticas. Mi casa es un despelote. Ese tipo de orden, en verdad, no me importa.

-A mí tampoco –Dije.

--Pero en el taller hay orden, tú orden, pero se ve que eso te preocupa.

-Sí, mi maestro era un obsesivo del orden del taller y algo me quedó pegado. ¿Conocés a Pujía? Él fue mi maestro.

-Guau, qué bueno… -dijo- no personalmente, pero sí su obra, la cual admiro profundamente.

-Fui su ayudante. Ya te iré contando muchas cosas seguramente en el transcurrir de los días, cuando se den las charlas luego de la tarea, nos iremos sabiendo.

-Estoy contenta –dijo- en estos días traeré lo que falta y me pondré a ordenar todo, a elegir el lugar donde trabajaré; veo que hay una buenísima luz y para mí eso es importante. La luz de día me permite ver la obra de manera diferente, aunque también trabajo de noche cuando las ganas y el cuerpo lo permiten, es más, muchas veces trabajo durante toda la noche y duermo de día. Pero eso se nota en los cuadros para un ojo avezado. ¿Vos cuando trabajás?

-Parecido a tu manera. De día, pero creo que soy noctámbulo, el silencio de la noche me atrapa, me refiero al silencio de la ciudad y la música que escucho, la siento de manera profunda. Trabajo con música.

-¡Yo también! –casi gritó- Espero que no nos molestemos si trabajamos al mismo tiempo, aunque claro, hay auriculares y el otro no se entera…

-En la Radio Clásica, el dial está fijado con pegamento. De ahí no se mueve. Dije.

-¡Coincidencia!, es mi radio, dijo.

-Bien. Era todo un tema para mí, si se te ocurría escuchar música y era diferente a la mía. Me alegra la coincidencia, parece que esto va a funcionar bien, dije.

-No tengo dudas, agregó.

 


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© Helios Buira

Barrio de San Nicolás - Ciudad Autónoma de Buenos Aires 2019

Mi correo: buzon@heliosbuira.com

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