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Literatura y política: La rebelión y la regla

Roberto Arlt / Aguafuertes cariocas: Entre Buenos Aires y Río de Janeiro

 
Publicado con autorización de la autora.
Para leer más de sus textos y otros artículos: www.revistacontratiempo.com.ar
 

Espacio, violencia y Ficción en la obra de Roberto Arlt

Literatura y Política

La rebelión y la regla

 

... la libertad, incluso después de destacadas sus posibles relaciones con el Bien, se halla como Blake le dice a Milton, “del lado del demonio sin saberlo”. El lado del Bien es el de la sumisión, el de la obediencia. La libertad es siempre una apertura a la rebelión y el Bien se vincula con el carácter cerrado de la regla.
G. BATAILLE / La literatura y el mal 

 

La ciudad de Arlt está regida por los mecanismos con los que la técnica se manifiesta en la metrópolis: aceleración, movimiento y cambio. Las recurrentes metáforas tecnológicas presentes en su narrativa, no sólo para describir una atmósfera o un sitio sino una sensación, un sueño, una idea, estarían dando cuenta de que la técnica ya conforma los más recónditos espacios tanto de la ciudad como también del hombre. Pero es esta ciudad-máquina la que presiona a sus habitantes hacia sus destinos, es la ciudad la que se pone en funcionamiento para elaborar sus productos y sus desechos. Y es con sus propias reglas que los personajes intentarán resistir al engranaje, con invención y desplazamientos. Ese acto de inventar se opondrá al mundo instituido y normalizado y los rescatará de la disolución en manos de la gigantesca maquinaria de la vida cotidiana. La certeza de la imposibilidad del afuera presente en toda la obra de Arlt muestra su rechazo a cualquier utopía mítica del pasado, a toda promesa liberadora del presente, y principalmente, a realizar cualquier historia del presente. El uso político de su literatura está dado por un sistema de correspondencias donde su obra se transforma, como aquello de lo que no se puede librar (ni nombrar), en un mecanismo. El conflicto no radica en la lucha entre el bien y el mal o entre clases (Arlt ubica a casi todo en el mismo plano sujeto a destrucción) sino que al acelerar el mal, sin oposición alguna, en un gesto que se corresponde con las transformaciones que está realizando la técnica en la vida de los hombres, ofrece una perspectiva que va tanto hacia delante como hacia atrás y que se funda, precisamente, en el movimiento y en el centro fuera del centro como punto de observación. Sin caer, otra vez, en las orillas de Borges: Arlt no lee mal la literatura ajena para fundar la propia ni se ubica en una orilla geográfica para no olvidar del todo la tradición propia que reclama y la gran tradición extraña que se desea; Arlt lee mal hasta el propio idioma para desnudar que tanto el bien como el mal funcionan igual e intercambian roles al tirar abajo cualquier jerarquía (incluida la tradición). Al fin y al cabo, Dios se aburre igual que el Diablo.

El deseo es la fuerza motriz que mueve la obra de Arlt. No solamente deseo del otro como factor que me configura a través de la posesión y se convierte a la vez en superficie de exploración sino también deseo de conocer, de saber algo que, evidentemente, hay que conquistar para ser. Los personajes de Arlt habitan a la intemperie de las pasiones, y ése es su principal problema. No comulgan con la forma de vida metropolitana articulada por la eficiencia, la productividad, la repetición. Funcionan como intermediarios, a la manera que lee Heidegger a Hölderlin, o Baudelaire a Poe, de esas iluminaciones que caen como rayos sobre los cuerpos y que concentran, al mismo tiempo, la salvación y la condena. Están perdidos de antemano, pero esa perdición es lo único que los constituye y los configura en un mundo que se antoja monstruoso precisamente por su informidad. Las instituciones de la vida burguesa, como el matrimonio, la familia, el trabajo asalariado y sus espacios de ocio y cultura, son los mecanismos que controlan y administran el tiempo y el cuerpo de sus usuarios y que, a la vez, constituyen la regla. Regulan tanto las pasiones como la razón en aras de un objetivo que parece estar un poco más allá, pero que difícilmente sea el tiempo presente: éste está siempre caduco, es un tiempo que se vuelve pasado muy rápidamente, extraviando las posibilidades de ser experimentado. Al sistema metropolitano capitalista, mientras saquea el presente, le interesa principalmente el futuro: la técnica y el capital siempre pueden acumularse y expandirse un poco más. La verdad parece entonces desplazada hacia adelante. El moderno está agitado por múltiples estímulos pero suspendido por este proyectarse siempre al futuro, al placer postergado o disciplinado, a la dosificación de la inutilidad, al descrédito de la sinrazón. Este entretanto, entre la intensidad y las horas muertas, no admite concesiones en los personajes de Arlt. No hay amor posible que no fuera prostituido o degradante así como tampoco formas de ocupar el tiempo que no fueran al margen de cualquier valoración positiva. El sexo deberá ser, necesariamente, sexo improductivo, cuerpos que se atraerán para repelerse y terminar por excluirse aun más hasta la desintegración. El espacio de la comunión erótica es, nuevamente, el de la ficción. La realidad, el mundo de lo real, sólo puede cobijar ese erotismo que no suspende la discontinuidad del ser sino todo lo contrario, lo acelera hasta la muerte, como cuando Erdosain asesina a la bizca y luego se suicida. El fin último de los personajes de Arlt es esto: la muerte, porque como analiza Bataille en La literatura y el Mal cuando habla de ella: “El ser aislado se pierde en algo distinto a él. Poco importa la representación que demos de esa otra cosa. Es siempre una realidad que trasciende los límites comunes. Es incluso tan profundamente ilimitada que en realidad no es una cosa: es nada”. El proceso que lleva a esa nada, en Arlt, es la creación de monstruos que rompe a la vez su relación con Dios y se empeña en la construcción del mal. Bataille, en el capítulo dedicado a Sartre y Genet del mismo libro, al referirse a la oposición entre sociedad de consumo (que representaría Genet) y sociedad productiva, y la condena de Sartre a la primera, reflexiona que precisamente el consumo inútil se opone a la producción como lo soberano se opone a lo subordinado. “En cualquier caso, nadie puede ir –como Sartre al parecer pretende hacer- de la libertad a la concepción tradicional del Bien de acuerdo con lo útil”. La literatura de Arlt, inserta en la sociedad capitalista de Buenos Aires entre las décadas del ‘20 y el ‘30, muestra que ninguna habitación que tenga como premisa al bien podrá conducir a otro sitio que no fuera la serie, la masa, la domesticación, la mediocridad o la esclavitud asalariada. Los personajes de Arlt (y Arlt mismo considerado desde esa óptica) no dejan de ser residuos de la sociedad a la que enfrentan, que equivale a decir que el propio sistema halla su justificación en sus producciones. Así sean éstas del lado del bien, como los adelantos tecnológicos en todos los ordenes, los progresos sociales, el ordenamiento de la ciudad, como del lado del mal, el hombre singular, el rebelde, el criminal o las formas de habitabilidad de las clases bajas, como las villas, los asentamientos y las casas tomadas, verdaderas contra construcciones por sus tipologías y por sus formas de posesión del suelo (y sobre todo, por la poca redituabilidad de las mismas). Las transformaciones aceleradas de la metrópolis moderna, tanto a nivel edilicio como poblacional, social y económico, sirven a la vez como espacio moviente de estas intensidades malditas y de alguna forma se espejan en ellas. El cambio y la velocidad, elementos tan característicos de la modernidad, actúan tanto en la producción y acumulación de los bienes como de sus residuos. La aceleración, que en realidad es el elemento diferencial con relación a las épocas anteriores, muestra que, en algún punto, bastante pronto, todo empieza a sobrar, a convertirse, otra vez como diría Bataille, en consumo improductivo. En derroche. Sobran mercancías y sobra gente. Ese sobrante no puede retomar el proceso productivo porque está destinado al descarte, y a gran velocidad  porque la maquinaria no se detiene. Todo lo contrario. El mal se convierte en la única alternativa posible. La elección en el mal, entonces, se acerca al concepto de destino y se aleja de la libertad de elección.

Pero como el tiempo en las obras de Arlt es un presente que se reproduce continuamente, el desecho que busca autonomía no tiene pasado ni futuro: “…le hacía apetecer una existencia en la cual el mañana no fuera la continuación del hoy con su medida de tiempo, sino algo distinto y siempre inesperado, como en los desenvolvimientos de las películas norteamericanas, donde el pordiosero de ayer es el jefe de una sociedad secreta de hoy, y la dactilógrafa aventurera una multimillonaria de incógnito”. Es voluntad pura -aún a sabiendas que es otra ficción, que busca alguna forma de salvación siempre singular.

 

El presente texto es un fragmento del libro "Vida de Monstruos. Espacio, violencia y ficción en la obra de Roberto Arlt" (Capítulo 3, El mecanismo) / Zenda Liendivit (Contratiempo Ediciones, Buenos Aires, 2010)


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© Helios Buira

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