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HE SALIDO
Mi paso por el Centro de Rehabilitación
A modo de Agradecimiento a todo el personal de "Alihuén"
 
Iré incorporando capítulos
 

1

Nueve meses allí, en el Centro de Rehabilitación.

Llegué y mientras estaban haciendo mi admisión, Médicas y enfermeras, me dije: De acá, saldré caminando.

Me trasladaron a una sala y me acostaron en una cama. Todavía no tenía la silla de ruedas y además, tampoco tenía masa muscular como para dejar la cama. Comenzaron a venir en distintos días profesionales de la kinesiología que me daban rutinas para ir haciendo mientras estaba acostado. Movimientos de brazos y de la pierna sana, aunque también un poco de la que estaba amputada, pero, cómo tenía todavía los puntos en el muñón luego de la operación, la gente de kinesiología prefería esperar a que los retiraran para poder trabajar, entonces sí, comenzar a fortalecer la masa muscular y con una venda elástica, ir dándole forma cónica a la zona del muñón, preparándola para en algún día, recibir la prótesis que me permitiría caminar.

Y esa era mi alegría, mi emoción. Pero tenía que aprender a dominar la ansiedad, a tomar conciencia que de todo era cuestión del tiempo que llevara la rehabilitación. Nada de apuros ni de querer esquivar acciones en las rutinas. Claro, mi voluntad y aquello "De acá saldré caminando", era el faro, la guía, para que se cumpliera esa premisa.

Fue el inicio.
 

2

Un sábado, una enfermera y un camillero me prestaron la silla de ruedas de otro paciente que ese fin de semana no dejaría la cama. Me ayudaron a sentarme. ¡Fué maravilloso! después de haber estado un año en una cama, viendo el techo de una sala y las luces, pude recorrer con la mirada lo que me rodeaba y de manera horizontal. Ese día no dejé la silla; sentado a la mesita que me correspondía como paciente, comencé a dibujar, pues tenía un block de hojas lisas que Lila me había llevado al hospital y lo había traído a la clínica conmigo. Leí, almorcé sentado a una mesa. Sí, fue maravilloso.Otra visión, otro panorama desde mi punto de observación.

Fue un fin de semana glorioso. Claro, y mi agradecimiento a la enfermera y al camillero.

En el hospital donde me amputaron, estoy seguro que fue en la sala de Terapia Intensiva, pos operatorio, fue que contraje el KPC, esa bacteria tan jodida que afectó mi cuerpo, con neumonía, bilirrubina, inflamaciones, fiebres, y un montón de otras cosas. Los médicos hacías cócteles de antibióticos para frenar lo que ese bicho estaba haciendo en mi cuerpo.

Comento esto, porque al llegar a la clínica, como en mi epicrisis figuraba que tenía el KPC, debía ir aislado a una sala o bien, compartirla con otros pacientes que también lo tuvieran. Así fue.Me llevaron al primer piso, a una sala donde había otro paciente. Nos saludamos, nos presentamos y ahí comenzó una relación que no terminó bien. Este tipo, amable en los primeros momentos, terminó siendo muy jodido, agresivo, violento en su verbo y no paraba de gritar llamando a las enfermeras o a la madre, esto, también en horas de la madrugada.

A los pocos días llegó otro paciente: ACV, hemiplégico, sin habla. Bastante deprimido. El otro paciente, comenzó a preguntarle cómo se llamaba. Yo le decía que él no hablaba; -Ah, no habla, decía. y a los quince minutos, nuevamente ¿Cómo te llamás? ¿Qué te pasó? Y así muchas veces, hasta que noté que el mudo comenzaba a ponerse mal por no poder responderle y porque el otro no quería entender su situación.Me acerqué a él, trataba de interpretar sus gestos cuando me decía algo y fuimos aprendiendo ambos una manera de comunicación. Nos llevábamos bien.

Fue tal la molestia ocasionada por el otro tipo, que pedí un cambio de sala, argumentando que estaba ahí para rehabilitarme, y en ese contexto, me resultaba imposible, pues entendía que el buen estar, ayuda a la rehabilitación, al descanso, a la tranquilidad del paciente.

Fui escuchado, me cambiaron de sala.
 

3

Me pasaron a una sala de la planta baja, con otras personas que también tenían KPC.

Me habían dado la silla de ruedas, o sea, que disponía de movilidad y eso fue importantísimo, pues me dio una independencia que me permitiría moverme con cierta libertad, más, que había conseguido el afecto de doctoras y enfermeras, cosa que no me controlaban como a otros pacientes.

Después del desayuno, 7.30 de la mañana, preparaba mi mate, el termo y salía para ir al parque y apoyaba equipo de mate y libro sobre una mesa y comenzaba el ritual mientras cavilaba en cada sorbo de la infusión. Esto hasta las 11:00 hora en que había que volver a las salas, pues las enfermeras hacían un cambio de pañales antes del almuerzo. Yo todavía dependía de esos cambios. Después del almuerzo una especie de siesta hasta las 14:00, hora del cambio de turno de las enfermeras y nuevamente higiene y cambio de pañales, para después levantarnos. Por la tarde, al gimnasio, de 15:00 a 16:00 hs. y entonces llegaban las visitas, Lila venía con ropa lavada, traía medicamentos que me recetaban y en el parque ella se sentaba en una silla, yo en la mía, mate y charla hasta las 18:00 fin de las visitas.Volvíamos a las salas, nuevamente cambio hasta la hora de la cena y finalmente el sueño, la noche.

En la sala éramos cuatro pacientes. Uno demencia senil, otro ACV y obesidad, y un pibe de 23 años que a los 13 recibió una bala perdida en la médula y quedó imposibilitado de mover su cuerpo y perdió el habla. Todos los día le hablaba, le deseaba buen día y él llegó a esbozar una especie de sonrisa en determinado momento y me di cuenta de que reconocía mi voz. Le hablé mucho, nunca supe si entendía o qué, pero esbozaba esa sonrisa. Una enfermera, le pedía que le diera besos y él movía los labios en ese intento. Una chica maravillosa, fue la que más lo atendió, lo acariciaba, le hablaba y creo que eso era bueno para él.

En la Clínica, había muchos casos parecidos, personas imposibilitadas de movimiento alguno y eso, verlo diariamente, generaba un estado de ánimo que había que combatir, pues tiraba para abajo. No era fácil.
 

4

Sentado en la silla de ruedas, al estar en planta baja, me movía libremente, iva y venía, hablaba con doctoras, con enfermeras, y con algunos de los pacientes que también podían moverse en sus sillas. Pero la mayoría de las conversaciones eran quejas de todo tipo, incluso sobre sus compañeros de sala; esto también se daba en las mujeres. A algunas de ellas, con más confianza, les decía que de tanto quejarse por el afuera, una o uno se va despojando de sí y eso perjudica la rehabilitación. Pero las quejas estaban tan adentro, que era imposible ayudar para que cambiaran esa manera. Tenía yo algunas cosas como para quejarme, pero el sentido era el agradecimiento, pues en esa Clínica me estaba rehabilitando y todas y todos los integrantes del plantel profesional, hacían cosas que me eran útiles y de aprovechamiento para mi meta de salir de ese lugar caminando. Incluyo en esto que digo a camilleros, al personal de limpieza y de cocina, que preparaban unas comidas bien sabrosas. La nutricionista era la que indicaba qué menú nos correspondía a cada paciente acorde a su patología, desde el desayuno, pasando por el almuerzo, merienda y cena. El día especial era el viernes, pues la cena era ¡pizza! y todas y todos esperábamos ese día con verdaderas ganas.
 

5

Vuelvo un poco a las y los quejosos: Cualquier momento, ciecunstancia o compañero de habitación, era motivo de queja.

Cierto día estaba sentado a la mesa que está en el parque, leyendo y mateando y llega una paciente, despliega su equipo de mate, me saluda y dice:

-No la aguanto más.

-¿A quién? interrogo.

-Trajeron a la sala a una nueva.

¿Pero estaba acá, es un cambio de habitación?

-No, es nueva, llegó ayer.

-O sea que el primer día ¿y ya no la aguantás más? ¿Qué te pasa? No sabés nada de ella.

Me di cuenta de que no hablaría más, entonces junté mis cosas y me retiré.

Pienso que esa cuestión de las quejas, se debe a que hay una rutina de todos los días lo mismo, entonces si la o el paciente no ponen un poco de sí, en hacer algo, en pensar en cosas que les haga bien, lo único que queda es la queja.

Aparte del gimnasio, tendrían que hacerse talleres, a modo de labor terapia, cosa que quizás, despierte en alguna o alguno, el deseo de hacer algo personal, algo creativo.

En cada sala hay un televisor, que está encendido todo el día. Ya a las 7 de la mañana, los pacientes lo encienden y quienes están en la habitación porque su patología no les permite salir de la cama, es la única distracción, la única cosa que pueden ver.

Claro que están quienes en sus existencias antes de la internación tenían una manera diferente como por ejemplo ser profesor de filosofía, un paciente con el que hablé mucho; o una escritora, con libros publicados, o la que había sido alumna en la Escuela de Bellas Artes Lola Mora, discípula de mi amigo Rogelio García Garrido. Cuando ella me comento donde había estudiado, le mencioné a Rogelio y con alegría, dijo: ¡Fue mi profesor! Y eso selló la amistad, pues con ella hablábamos todos los días y siempre, el arte, estaba presente.

María del Cármen Santana, que me obsequió el libro de Heminwey cuando me dieron el alta. Con ella, llegamos a la conclusión de que nuestro encuentro en la Clínica, nos permitió conversaciones maravillosas, que nos "sacaban" de todo el dolor que nos rodeaba, dolor por patologías muy complejas con las que teníamos que convivir. Y eso, reitero, tiraba para atrás. La cuestión era que eso no sucediera. La cosa era para adelante, para rehabilitarme y salir caminando de ese lugar. Estoy escribiendo en mi taller, o sea, que salí caminando.
 

6

A las seis de la mañana (madrugada) entraban las enfermeras con un carro donde llevaban todo lo necesario para curaciones, cambios de pañales y también otros elementos para utilizar de acuerdo a las diferentes patologías. O sea, nos despertaban a esa hora. El argumento, que a los que podían, había que sentarlos en las sillas de ruedas ya vestidos y esperar el desayuno que llegaba cerca de las ocho. Claro, quienes a esa hora tenían que ir al gimnasio, les llegaba un poco antes. Se podía elegir entre té, té con leche, mate cocido solo o con leche, vainillas, galletitas dulces, galletitas de agua sin sal, pan tostado, queso crema y dulce. Todo, a elección de cada paciente, pero, las enfermeras tenían una lista de lo que podía comer cada uno.

Después del desayuno, venía una doctora de turno que recorría las salas para ver el estado de los pacientes. Yo tenía buena relación con ellas, hablábamos, observaban mis dibujos y esa relación era agradable. La Directora Médica, por ejemplo, cuando vió por primera vez mis dibujos, aparte de decirme algunas cosas, me comentó que tenía varias obras de Lola Frexas, que había sido su paciente. Le comenté que había sido amigo de ella, que más de una vez anduvimos recorriendo La Boca y nos sentábamos a una mesa del bar que está en la Vuelta de Rocha. Esos comentarios, sellaron un afecto que se mantuvo hasta el día de mi alta y ella en un fuerte abrazo deseándome lo mejor, me pidió que no dejara de visitar la Clínica y que me iba a extrañar.

Digo con esto, que había una comunicación afectiva con el personal que allí trabaja. Eran muchas horas, todos los días, compartiendo el estar. El personal de fin de semana, trabaja durante 14 horas, ingresaban a las siete de la mañana y terminan su turno a las nueve de la noche. Muchas horas juntos.

No hago mención de nombres, pues como esta es una publicación personal, no corresponde que figuren sin su autorización.

Sí, nombré a María del Carmen y a sus hijas, porque con ellas compartimos amistad en Facebook.

Nueve meses internado en la Clínica, hasta el alta. O sea, como la gestación para un parto. Y por qué no. Estoy aprendiendo a caminar, a moverme, a mantener el equilibrio. He avanzado, pero aún falta. Es todo muy nuevo y diferente. Aprehendo.
 

7

Los horarios de visitas.

Los días de semana eran de 16.00 a 18.00 horas. Sábados domingos y feriados, de 10.00 a 11.30 y por la tarde, de 16.00 a 18.30.

El hall y el parque se llenaban de sillas de ruedas, de familiares, alegrías, llantos y tristezas también. Las y los pacientes que no podían adaptarse o aceptar que estaban internados para su bien, mostraban su descontento y de acuerdo a la patología que padecían, en algunos, ese descontento era violento. Digo, que eran patologías más para una clínica psiquiátrica que para un centro de rehabilitación, pero, cuando pregunté el por qué, la respuesta fue que estaban ahí, porque se trataba de cuestiones motrices, o sea para su recuperación en miembros inferiores y/o superiores. Eran los pacientes que por las noches gritaban, llamaban a las enfermeras o a algún familiar, insultaban y esto podía suceder a las tres de la madrugada. Hay que imaginar a los pacientes que compartían sala con esa persona, si, quienes estábamos en otras salas, no podíamos dormir dados los gritos.

En las horas de visitas había también mucha alegría, familiares que llegaban con facturas, tortas o lo que fuera para comer y tomar té o mate; eran dos horas de charla, de risas. Claro, los que recibían visitas, pues estaban aquellos que no tenían un familiar o alguien que los viniese a ver.

Todas estas cosas narradas, eran con las que convivíamos, viendo patologías tremendas, de personas que jamás volverían a moverse, pero estaba allí para que los kinesiólogos les moviesen brazos y piernas para mantener una irrigación sanguínea, para cuidar la masa muscular y eran trasladados en sillas de ruedas especiales, con férulas en piernas o brazos, con almohadillas para que no se lacerara su cuerpo. Yo veía eso y observaba el muñón de mi pierna izquierda vendado con una cinta elástica preparándose para en algún momento tener la prótesis y me decía: "Helios. ¿Valdría alguna queja, alguna tristeza tu situación? Con la amputación, te salvaste de una infección mayor, que hubiese abarcado todo tu cuerpo". Y observaba el parque, los árboles, gorriones, palomas, loritos, horneros y seguramente alguna especie de ave que no conocía. Hermosas flores. Y me sentía bien, con el mate, que me permitía cavilar en cada sorbo, el libro, dibujando o alguna conversación con otras y otros pacientes.

Días llevaderos, yendo y viniendo sobre mi silla de ruedas.

8

El Gimnasio era mi lugar preferido, pues sabía que allí kinesiólogas y kinesiólogos, me irían dando las rutinas necesarias para ir fortaleciendo masa muscular, para comenzar a hacer movimientos que me servirían luego cuando tuviese la prótesis.

Iba sentado en la silla de ruedas, y me ubicaban delante de dos pedales y me decían pedaleá. Claro, todo con una sola pierna, cosa que me resultaba difícil, pero lo hacía. Ese movimiento de la pierna trabajaba sobre la cadera, la rodilla y la motricidad, algo que me costaba aún. Había estado cuatro meses en una cama, en el hospital, antes de que me derivaran a la Clínica de Rehabilitación. Tenía mucho por hacer y mucho para aprender.

Como todavía tenía la bacteria de KPC, mi trabajo era aislado, lo hacía junto a otros portadores. Uno de esos días, una kinesióloga, me puso frente a una especie de escalera amurada, de madera y me dijo: Dale, parate. Me reí pensando que era una broma, pero no, lo dijo seriamente. Entonces me tomé con ambas manos de una de las barras, hice fuerza con la única pierna posible, que me temblaba ¡Y me paré! Ella reía mientras me filmaba con su celular. Lloré. Estaba parado. La rutina era sentarme, pararme, sentarme, pararme, todo para darle fuerza a la pierna qué, sería mi sostén para siempre, la pierna sana…
Allí usaba extensores y bandas extensoras, que iba intercambiando con el pararme, sentarme. Así estuve un tiempo, incluso con otros kinesiólogos.
La misma kinesióloga, un día, puso la silla de ruedas frente a la paralela; imaginé lo que me diría, pero quedé corto. Lo que había imaginado era “parate”. Es cierto, lo dijo, pero cuando me paré, escuché: “caminá”. Me senté de golpe. La miré, le pregunté si estaba loca. Rió y agregó: “dale que podés”. Me paré y di dos pasos con mi única pierna, o sea, a los saltitos. “Andá hasta el final y volvé”. No puedo con palabras describir mi emoción: ¡estaba caminando! Sí, a los saltitos, con una sola pierna, pero andaba, iba y venía por las paralelas. Cuando me senté para descansar, le dije que se agachara, la abracé y le di un beso en la mejilla. Dijo: “Lo hiciste Helios. Ahora tendrás que practicar, trabajar mucho, para cuando venga la prótesis” Esa palabra prótesis, generaba un cierto temblor, porque podía imaginarlo, pero no quería avanzar con la ansiedad. La cosa era esperar y hacer lo que tenía que hacer.
El deseo. Qué importante es.

9
 

Pasé por varias salas y distintos pisos. Planta baja, primero y segundo.
El día que ingresé, fui a una sala del primer piso, qué, como dije anteriormente, pedí que me cambiaran por problemas con un paciente que estaba pirado, agresivo, molesto que no paraba de llamar a la madre y a las enfermeras, sobre todo de madrugada. De esa sala pasé a otra de la planta baja, donde había tres pacientes, que ya mencioné también. Estar en esa sala fue bueno, pues en la planta baja las y los pacientes pueden moverse con mayor libertad, no necesitan el uso del ascensor, cosa que no está permitido si el o la paciente no están acompañados por un camillero o una enfermera o enfermero, entonces los horarios de uso, están restringidos. Por eso, el hecho de estar en la planta baja para mí fue un cambio maravilloso; como el desayuno era entre las 7:30 y las 8:00, una vez desayunado, podía salir, ir al parque con mi termo, el mate y el libro que estaba leyendo en ese momento, hasta las 11:00, hora en que volvíamos a la sala para la higiene, cambio de pañales y esperar el almuerzo. Quienes éramos portadores del KPC, teníamos que usar una bata blanca que nos identificaba como aislados y si a alguna enfermera rigurosa se le ocurría, la salida de la sala era también con guantes esterilizados. Un verdadero despropósito, pues las enfermeras en el momento de cambiarnos no utilizaban esas batas, y con la misma ropa, iban a otras salas para atender a otros pacientes o sea que entraban y salían de sala en sala como si nada, como si todas y todos los internados no corrieran riesgo de contagios.

Cuando me tocó ir al Hospital donde me hicieron la amputación para que me quitaran los puntos del muñón, me trasladaron en una ambulancia, pero, con la silla de ruedas, o sea, que allá pude moverme con la ayuda incondicional de Lila, que estuvo a mi lado desde el primer día, todos los días. Llegamos al consultorio del cirujano que nos estaba esperando, teníamos turno y cuando quise ingresar, él parado ante mí, dice: “¿Qué es eso que tiene puesto?” Refiriéndose a la bata. Le expliqué que como era portador de KPC, en la clínica decían que tenía que usarla. Se rio y dijo: “Eso es una sideral pelotudez. El personal que lo atiende en su sala ¿lo hace con esta bata?”. No, dije. “¿Y entonces?” Ingresé, me quitó los puntos, dijo que el muñón estaba bien, que la cicatrización era buena, cosa que me alegró y que no dejara de ponerme la venda elástica para que esa zona fuera tomando forma cónica para cuando viniera la prótesis. O sea, la palabra prótesis, era mencionada con bastante frecuencia. Yo, alegre. Cuando estaba por irme, le pidió a Lila que me ayudara a quitarme la bata, eso sucedió y él, ¡la tiró a un tacho de residuos! Aclarándome que en la clínica, dijera que el cirujano que me operó, argumentaba que eso es una pelotudez. Cuando llegué, le dije a las enfermeras lo que me había dicho el cirujano y como ellas reciben órdenes, tenía que seguir usándola.

Bien, los estudios que se hacen para saber si uno es portador del KPC, se trata de un hisopado qué, si por tres veces da negativo, uno no es más portador de esa porquería. ¡Los hisopados fueron tres negativos! Entonces, tenían que cambiarme de sala, a una donde no hubiese KPC. Allá fui, en el segundo piso.

Y comenzó otro momento de mi internación.


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© Helios Buira

Barrio de San Nicolás - Ciudad Autónoma de Buenos Aires 2019

Mi correo: buzon@heliosbuira.com

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