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BIOGRAFÍAS BREVES | ||
Anaïs Nin | ||
Anais Nin nació en Neuilly, cerca de París, el 21 de febrero de 1903. Su padre era el famoso compositor y pianista cubano-español Joaquín Nin y su madre, Rosa Culmell, era hija de un diplomático danés establecido en La Habana.
Su padre Joaquín Nin, era un notable pianista, padre adorado por Anais, en 1914 cuando Anaís contaba sólo once años, sufrió el mayor y más determinante desconsuelo que marcaría el resto de sus días: su padre se enamoró de una joven heredera y abandonó a su mujer y a los tres hijos habidos de ese matrimonio.
Rosa Culmell decidió entonces poner mar de por medio, y embarcó junto con sus hijos rumbo a Nueva York. Anais confía en que la separación será temporal; pero cuando se reencuentre con su padre habrá cumplido ya los treinta.
Y lo que sucederá entonces entre ellos dará un nuevo y dramático vuelco a una relación que nunca fue muy regular…
En su viaje a New York, durante el largo viaje, inaugura un hábito del que nunca se desprendería: la escritura de todo lo que iba viviendo en un diario personal. Un año más tarde, escribe: «Nunca me he tomado la molestia de describirme en el Diario, tiene gracia hablar con alguien sin decirle quién se es. Ahora voy a cumplir ese pequeño deber.
Soy Angeles, Anais, Juana, Antolina, Rosa, Edelmira Nin y Culmell. Tengo doce años y estoy bastante alta para mi edad, todo el mundo lo dice. Soy delgada, tengo los pies grandes y las manos también, con los dedos largos, que suelo crispar por nerviosismo. Tengo la cara muy pálida, unos grandes ojos castaños, perdidos, y temo que revelen mis insensatos pensamientos. La boca grande, me río muy mal, y sonrío regular.
Cuando me enfado, hago una mueca con los labios. En general estoy seria, un poco distraída. Mi nariz es un poco Culmell, quiero decir, un poco larga, como la de la abuela. Tengo el pelo castaño, no muy claro, que me llega un poco por debajo del hombro. Mamá dice que son mechas, y yo siempre las oculto en una trenza o recogiéndomelo con una cinta. Mi carácter: me enfado con facilidad, no puedo soportar la menor broma, pero me gusta hacerlas».
Anaís llegó a escribir un diario del que se conservaron quince mil páginas, repletas de erotismo y sinceridad, en el que describe sin ningún tipo de censura sus variadas y múltiples relaciones sexuales, sus sentimientos más íntimos en una búsqueda permanente de conocerse a sí misma a través de su voz interior; una vez más, una mujer retaba a su tiempo sobreviviendo a los prejuicios que imperaban en los primeros años del siglo pasado.
En Nueva York, después de estudiar hasta los dieciséis años, ya adolescente, se hizo bailarina de flamenco y modelo.
Para divertirse con sus hermanos, Anais improvisa situaciones teatrales en las que muestra su temperamento dramático: es Juana de Arco en la hoguera, María Antonieta conducida hacia la guillotina o Carlota Corday apuñalando a Marat.
Son tiempos difíciles, en los que la niña destaca en la escuela, a pesar de sus dificúltales iniciales con el inglés, pero vive mortificada por su apariencia: se mira en el espejo y sólo ve el gastado vestido de sarga azul que antes usó su prima.
Cuando por fin estrena un vestido, lo anota en su diario, fascinada por el cambio en la imagen reflejada: ojos y labios brillantes, cuerpo erguido, Anais la coqueta se siente otra.
En esa ciudad fue donde conoció al que sería su marido, Hugh Guiler, un banquero norteamericano con el que se casó en 1923 con sólo veinte años. Parece ser que el matrimonio no se consumó hasta dos años después, ya que Anais sentía verdadero temor ante la posibilidad de mantener reilaciones sexuales.
Ella se había casado sin estar enamorada y él esperó pacientemente a que la joven madurara y pudiera dar rienda suelta a sus sentimientos. Ambos llegaban al matrimonio sin ningún tipo de experiencia sexual. Por un tiempo largo, hasta tuvieron problemas para consumar la unión… La joven comenzó a reflexionar cada vez más sobre el sexo y su importancia en la vida de la mujer, a contramano de la visión de una sociedad pacata. Después de ocho años de casados, en 1931, se radican en la efervescente París de los «tiempos modernos». Anais quiere a su marido, pero está insatisfecha: «Hugo huele a banco», escribe en su diario. Y comienza a frecuentar la bohemia parisina.
Un año más tarde, conoció al escritor Henry Miller y a su mujer June. Entre los tres se creó una relación apasionada y absolutamente insólita. Se querían los tres, se tenían celos y admiración, a veces se odiaban pero la mayor parte del tiempo fue una relación fructífera y productiva. Este triángulo amoroso se mantuvo durante un año; aunque Anais intentaba engañar a su marido, él constituía en cierta medida la cuarta pata de la mesa. Hugh sabía que la única forma de retener a Anais para que permaneciera a su lado era dándole la libertad que necesitaba y no preguntar, sólo amarla.
En 1932, Anáís conoció al psicoanalista francés Allendy, quien fue el cofundador, junto con Sigmund Freud, de la Sociedad Psicoanalítica de París. Pronto se estableció una relación íntima entre ambos Ella buscaba conciliar con el psicoanálisis los diferentes matices de mi personalidad lo real y lo simbólico, la pasión y la razón, los acontecimientos y los deseos. Sin embargo, Rene Allendy, en su intento de curarla, trató de castrar su personalidad, su desenfreno, intentando eliminar todo aquello que definía su ser, por lo que Anaís después de un periodo de tratamiento y sexo, terminó por evitar a aquel hombre que pretendía que ella fuera una mujer «normal»
Anais escribe en su diario su relación con los hombres: «Es absolutamente cierto que nunca pienso en Hugh cuando estoy con Allendy o con Henry, como tampoco pienso en Henry cuando estoy con Allendy. Una especie de separación tiene lugar en ese momento -una totalidad pasajera-, que impide cualquier duda o parálisis. Es sólo después cuando se revela la mezcla y el conflicto. No veo nada malo en acostarme con Henry en la cama de Hugh, como tampoco vería nada malo en entregarme a Allendy en la misma cama. No tengo ninguna moralidad. Sé que la gente se horroriza, pero no yo. Ninguna moralidad mientras el daño hecho no se manifieste por sí mismo».
Mas tarde Anais comienza una nueva etapa de psicoanálisis con un recién conocido Dr. Otto Rank , y surge entre ellos un amor y una amistad profundas. En 1933,Anais parece necesitar más que nunca de la terapia: como si no tuviese bastante con Miller y Allendy, además de los amores fugaces con el poeta surrealista Antonin Artaud y de los esfuerzos para no herir a Hugh, el 5 de mayo de ese año se reencuentra con su padre, y —según se cuenta en los diarios no expurgados, que comenzaron a ver la luz recién a mediados de los ’80— mantiene con él una relación incestuosa.
Anais había vivido desde la infancia con la obsesión de volver a verlo, que al fin se concreta en un viaje de él a París. Su padre no la decepciona: le gustan sus arrugas, la firmeza de su mandíbula, la risa juguetona que le ilumina el rostro… El le dice que se ha convertido en «la mujer ideal». Se ven casi a diario, y un mes y medio después del reencuentro van a un agradable hotel en Valescure donde toman dos habitaciones.
El 2 de julio de 1933, después de contar (en contra del pedido de su padre) con abrumadores, ardientes detalles las relaciones con Joaquín, concluye: «Quería que mi amor incestuoso quedara sin escribir. Había prometido a mi Padre el más absoluto secreto. Pero una noche, aquí en el hotel, cuando me di cuenta de que no había nadie para hablarle de mi Padre, me sentí ahogada. Y empecé a escribir otra vez, mientras Henry leía a mi lado. Era inevitable. No podía eliminar mi diario cuando alcanzaba el climax de mi vida, en el preciso momento en que más lo necesitaba para conservar mi sinceridad, por grande que fuera mi crimen.»
En 1934 Otto Rank en invitado a New York y éste invita a Anais a que lo acompañé y que también aproveche su tiempo para estudiar psicología. Ya en New York sumamente dedicada al estudio serio del psicoanálisis, se convierte en la ayudante del Dr. Rank, aunque en 1935 decide regresar a Francia y dedicarse a lo que mas le gusta, escribir.
Allí funda una casa editora, Ediciones Siana, en parte porque ninguna editorial se anima a publicar sus audaces obras. El resto de su vida alternará la residencia en Estados Unidos con estadías más breves en Europa.
Entre los avatares vitales y literarios de Anais, hay uno muy difundido que se inició a finales de 1940 en Nueva York. Ya había publicado Invierno de artificio, pero el reconocimiento no llegaba; en un momento en que sus propios medios económicos no le alcanzaban para apoyar a todos los jóvenes escritores que requerían su protección, quiso la casualidad que apareciera un coleccionista de libros solicitándole a Henry Miller que escribiera para él unas decenas de cuentos eróticos. Miller empezó a hacerlo por diversión, pero luego, todos los amigos necesitados se reunían y contaban historias amorosas verdaderas o falsas, para elaborar con ellas el material necesario.
Comienza a psicoanalizarse con una mujer, la doctora Martha Jaeger, y ésta le hace ver el agotamiento al que la ha llevado su exagerada entrega a las necesidades de los demás, que la persiguen con exigencias cada vez más locas y disparatadas. Anai’s nunca dejará de ser solidaria; pero para un poco la máquina, deja de correr todo el día y se dedica sin culpa a escribir, escuchar música y disfrutar de la vida.
Luego, se editan: Escaleras hacia el fuego (1946), La casa del incesto (1949), Una espía en la casa del amor(1954), Ciudades interiores (1959), Seducción del Minotauro (1961) y Collages (1964). En 1966 publica su primer diario, El diario deAnais Nin, que no tiene pensado continuar. Pero la repercusión es importante y decide editar seis libros más —igualmente, sólo una parte le las quince mil páginas originales, expurgada además de todo lo que pudiese herir y dejar en mal lugar a Hugh—. Así, las relaciones con Henry, con June, con el peruano Gonzalo More —otro de sus amores—, con tantos amigos, muestran gran riqueza humana e intelectual. Los manuscritos originales de sus diarios, que constan de 35.000 páginas, se encuentran actualmente en el Departamento de Colecciones Especiales de la UCLA (Universidad de California en Los Ángeles).
Anais nunca cesó de escribir, ni de frecuentar y estimular a los jóvenes escritores. Sus últimos años, en los que publica La novela del futuro (1972), Pájaros de fuego y Delta de Venus (1977), los vivió junto a Rupert Pole, un actor más joven que ella que fue su compañero y albacea literario. Pero la amistad y el respeto hacia Hugh Guiler, el hombre que la dejó crecer y creció con ella —llegando a dirigir cine y a ilustrar varios relatos de su esposa— nunca se perdieron. Cuando Anáis enferma de cáncer y siente la muerte cercana, imparte instrucciones precisas a Rupert de no publicar el contenido completo de los diarios mientras Hugh viva. Anais parte de este mundo en 1977, en Los Ángeles, y Hugh lo hará ocho años después. |
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© Helios Buira
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