Correspondencia de la momia
Esa carne que ya no se tocará en la vida,
esa lengua que ya no logrará abandonar su corteza,
esa voz que ya no pasará por las rutas del sonido,
esa mano que ha olvidado hasta el ademán de tomar, que ya no
logra determinar el espacio
en el que ha de realizar su aprehensión,
ese cerebro en fin cuya capacidad de concebir ya no se
determina por sus surcos,
todo eso que constituye mi momia de carne fresca da a dios una
idea del vacío en que la compulsión
de haber nacido me ha colocado.
Ni mi vida es completa ni mi muerte ha fracasad0
completamente.
Físicamente no existo, por mi carne destrozada, incompleta,
que ya no alcanza a nutrir mi pensamiento.
Espiritualmente me destruyo a mí mismo, ya no me acepto como
vivo. Mi sensibilidad está a ras del suelo, y poco falta para que
salgan gusanos, la gusanera de las construcciones abandonadas.
Pero esa muerte es mucho más refinada, esa muerte multiplicada de mí
mismo reside en una especie de rarefacción de mi carne.
La inteligencia ya no tiene sangre. El calamar de las pesadillas da
toda su tinta, la que obstruye las salidas del espíritu; es una
sangre que ha perdido hasta sus venas, una carne que ignora el filo
del cuchillo.
Pero de arriba a abajo de esta carne agrietada, de esta carne no
compacta, circula siempre el fuego virtual. Una lucidez enciende de
hora en hora sus ascuas que retornan a la vida y sus flores.
Todo lo que tiene un nombre bajo la bóveda compacta del cielo, todo
lo que tiene un frente, lo que es el nudo de un soplo y la cuerda de
un estremecimiento, todo eso pasa en las rotaciones de ese fuego en
el que se asemejan las olas de la carne misma, de esa carne dura y
blanda que un día crece como un diluvio de sangre.
La habéis visto a la momia fijada en la intersección de los
fenómenos, esa ignorante, esa momia viviente que lo ignora todo de
las fronteras de su vacío, que se espanta de las pulsaciones de su
muerte.
La momia voluntaria se halla levantada, y a su alrededor se agita
toda realidad. La conciencia como una tea de discordia, recorre el
campo entero de su virtualidad obligada.
Hay en esa momia una pérdida de carne, hay en el sombrío lenguaje de
su carne intelectual toda una impotencia para conjurar esa carne.
Ese sentido que recorre las venas de esa carne mística, en la que
cada sobresalto es un modo de mundo y otra especie de engendrar, se
pierde y se devora a sí misma en la quemadura de una nada errónea.
¡Ah! ser el padre nutricio de esa sospecha, el multiplicador de ese
engendrar y de ese mundo en su devenir, en sus consecuencias de
flor.
Pero toda esa carne es sólo comienzos y ausencias y ausencias y
ausencia...
Ausencias.
De "Oeuvres complètes (Tome I)
Versión de Aldo
Pellegrini
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Descripción de un estado físico
Una sensación de quemadura ácida en los miembros,
músculos retorcidos e incendiados, el sentimiento de ser un vidrio
frágil,
un miedo, una retracción ante el movimiento y el ruido.
Un inconsciente desarreglo al andar, en los gestos,
en los movimientos.
Una voluntad tendida en perpetuidad para los más simples gestos,
la renuncia al gesto simple, una fatiga sorprendente y central,
una suerte de fatiga aspirante. Los movimientos a rehacer,
una suerte de fatiga mortal, de fatiga espiritual
en la más simple tensión muscular, el gesto de tomar, de prenderse
inconscientemente
a cualquier cosa, sostenida por una voluntad aplicada.
Una fatiga de principio del mundo, la sensación de estar
cargando el cuerpo, un sentimiento de increíble fragilidad,
que se transforma en rompiente dolor, un estado de entorpecimiento
doloroso, de entorpecimiento localizado en la piel,
que no prohíbe ningún movimiento, pero que cambia el sentimiento
interno de un miembro, y a la simple posición vertical
le otorga el premio de un esfuerzo victorioso.
Localizado probablemente en la piel, pero sentido como la supresión
radical de un miembro y presentando al cerebro sólo imágenes de
miembros filiformes y algodonosos, lejanas imágenes de miembros
nunca
en su sitio.
La suerte de ruptura interna de la correspondencia de todos los
nervios.
Un vértigo en movimiento, una especie de caída oblicua
acompañando cualquier esfuerzo, una coagulación de calor
que encierra toda la extensión del cráneo, o se rompe a pedazos,
placas de calor nunca quietas.
Una exacerbación dolorosa del cráneo, una cortante presión de los
nervios, la nuca empeñada en sufrir, las sienes que se cristalizan o
se petrifican, una cabeza hollada por caballos.
Ahora tendría que hablar de la descorporización de la
realidad, de esa especie de ruptura aplicada, que parece
multiplicarse ella misma entre las cosas y el sentimiento que
producen en nuestro espíritu, el sitio que se toman. Esta
clasificación instantánea
de las cosas en las células del espíritu, existe no tanto como un
orden lógico, sino como un orden sentimental, afectivo.
Que ya no se hace: las cosas no tienen ya olor, no tienen sexo.
Pero su orden lógico a veces se rompe por su falta de aliento
afectivo.
Las palabras se pudren en el llamado inconsciente del cerebro, todas
las palabras por no importa qué operación mental,
y sobre todo aquellas que tocan los resortes más habituales, los más
activos del espíritu.
Un vientre aplanado.
Un vientre de polvo fino y como en foco. Debajo del vientre una
granada reventada.
La granada expande un flujo de copos que se eleva como lenguas de
fuego, un fuego helado. El flujo se
agarra del vientre y lo hace girar.
Pero el vientre no da más vueltas. Son venas de sangre como vino, de
sangre combinada con azufre y azafrán pero con un azufre endulzado
con agua.
Sobre el vientre sobresalen los senos. Y más hacia arriba
y en profundidad, pero en otro plano del espíritu un sol enardecido
de manera que se podría pensar que es el seno el que arde. Y un
pájaro
al pie de la granada.
El sol parece que tuviera una mirada.
Pero una mirada que estaría mirando el sol.
Y el aire todo es una como una melodía gélida pero una extensa,
honda melodía bien compuesta
y secreta y colmada de ramificaciones congeladas.
Y todo construido con columnas, y con una especie de aguada
arquitectónica que une el vientre
con la realidad.
La tela está ahuecada y estratificada.
La pintura está muy prensada a la tela.
Es como un círculo que se cierra sobre sí mismo, una suerte de
abismo
en movimiento que se parte por el medio.
Es como un espíritu que se ve y se ahueca, está modelado y
trabajado
sin cesar por las manos crispadas del espíritu.
Mientras tanto el espíritu siembra su fósforo. El
espíritu está seguro. Tiene un pie bien apoyado
en este mundo.
El vientre, los senos, la granada, son como evidencias testimoniales
de la realidad. Hay un pájaro muerto y hay un abundante surgimiento
de columnas.
El aire está plagado de golpes de lápices como de golpes de
cuchillos, como de esquirlas de uña mágica.
El aire está suficientemente alterado.
Así donde germina una semilla de irrealidad se dispone en células.
Las células se colocan cada una en su lugar, en abanico, rodeando el
vientre,
delante del sol más lejos del pájaro y sobre ese flujo de agua
sulfurosa.
Pero la arquitectura que sostiene y no dice nada es indiferente a
las células.
Cada célula contiene un huevo donde se destaca el germen.
Repentinamente nace un huevo en cada célula.
En cada uno hay un hormigueo inhumano pero límpido,
las diversificaciones de un universo detenido.
Cada célula contiene bien su huevo y nos lo ofrece; pero al huevo no
le importa demasiado
ser elegido o rechazado.
Algunas células no llevan huevo. En algunas crece una espiral.
Y en el aire cuelga una espiral más grande pero como azufrada, de
fósforo todavía y cubierta
de irrealidad.
Y esta espiral tiene toda la relevancia del pensamiento más
potente.
El vientre lleva a recordar la cirugía y la Morgue, la bodega, la
plaza pública y la mesa de
operaciones.
El cuerpo del vientre parece tallado en granito o en mármol o en
yeso, pero un yeso
endurecido.
Hay un casillero para una montaña.
Las burbujas del cielo dibuja sobre la montaña
una aureola fresca y translúcida. Alrededor de la montaña el aire es
sonoro, compasivo,
antiguo, prohibido.
La entrada a la montaña está prohibida. La montaña tiene su lugar en
el alma.
Ella es el horizonte de algo que no deja de retroceder.
Produce la impresión del horizonte infinito.
Y yo describo con lágrimas esta pintura porque esta pintura me toca
el corazón.
En ella siento desplegarse mi pensamiento como en un espacio ideal,
absoluto, pero un espacio
que tendría una forma posible de ser insertada en la
realidad.
Caigo en ella del cielo.
Y alguna de mis fibras se desata y encuentra un lugar en
determinados casilleros.
A ella regreso como a mi fuente,
allí siento el lugar y la disposición de mi espíritu.
El que ha pintado esa tela es el más grande pintor del mundo.
A André Mason lo que es justo.
De "L'Ombilic des limbes"
Versión de L.S.
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El ombligo de los limbos
Allí donde otros exponen su obra yo sólo pretendo mostrar mi
espíritu.
Vivir no es otra cosa que arder en preguntas. No concibo la obra al
margen de la vida.
No amo en sí misma a la creación. Tampoco entiendo el espíritu en sí
mismo. Cada una de mis obras, cada uno de los proyectos
de mí mismo, cada uno de los brotes gélidos de mi vida interior
expulsa sobre mí su baba.
Estoy en una carta escrita para dar a entender el estrujamiento
íntimo de mi ser, tanto como estoy en un ensayo exterior
a mí mismo y que se me presenta como una indiferente incubación de
mi espíritu.
Sufro que el Espíritu no halle lugar en la vida y que la vida no se
encuentre en el Espíritu, sufro del Espíritu-órgano, del
Espíritu-traducción o del Espírítu-atemorizante-de-las-cosas para
hacerlas ingresar en el Espíritu. Yo dejo este libro colgado de la
vida, deseo que sea masticado por las cosas exteriores y en primer
término por todos los estremecimientos acuciantes, todas las
vacilaciones de mi yo por venir.
Todas estas páginas se arrastran en el espíritu como témpanos.
Perdón por mi total libertad. Me niego a hacer diferencias entre
cada minuto de mí mismo. No acepto el espíritu planeado.
Es preciso acabar con el Espíritu como con la literatura. Quiero
decir que el Espíritu y la vida se encuentran en todos los grados.
Yo quisiera hacer un libro que altere a los hombres, que sea como
una puerta abierta que los lleve a un lugar al que nadie hubiera
consentido en ir, una puerta simplemente ligada con la realidad.
Y esto no es el prefacio de un libro, como tampoco lo son los poemas
que lo indican en la lista de todas las furias del malestar.
Esto no es más que un témpano atragantado. Una gran pasión
razonadora y superpoblada arrastraba a mi yo como un puro abismo.
Resoplaba un viento carnal y sonoro, y el azufre también era denso.
Y pequeñas raíces diminutas llenaban ese viento como un enjambre de
venas y su entrelazamiento fulguraba. El espacio sin forma
penetrable era calculable y crujiente. Y el centro era un mosaico de
trozos como una especie de rígido martillo cósmico, de una pesadez
deformada y que sin parar cae como un muro en el espacio con un
estruendo destilado. Y la cubierta algodonosa del estruendo tenia la
opción obtusa y una viva mirada que lo penetraba. Sí, el espacio
entregaba su puro algodón mental donde ningún pensamiento era
todavía claro ni devolvía su descarga de objetos. Pero
paulatinamente la masa dio vueltas como una náusea potente y
fangosa, una especie de fuerte flujo de sangre vegetal y detonante.
Y las ínfimas raíces trémulas en el filo de mi ojo mental se
arrancaban de la masa erizada del viento a una velocidad
vertiginosa. Y todo el espacio como un sexo saqueado por el vacío
ardiente del cielo, se estremeció. Y algo como un pico de paloma
real socavó la masa turbada de los estados, todo el pensamiento más
hondo se diversificaba, se disipaba, se volvía claro y reducido.
Entonces era preciso que una mano se transformara en el órgano mismo
de la aprehensión. Y aún dos o tres veces giró la masa artificial y
cada vez, mi ojo se enfocaba sobre un sitio más exacto. La oscuridad
misma se hacía más densa y sin objeto. Todo el hielo ganaba la
claridad.
Dios-el-perro contigo y su lengua
que atraviesa la costra como una saeta
del doble morrión abovedado
de la tierra que le causa ardor.
Y aquí está el triángulo de agua
que se aproxima con paso de chinche
pero que bajo la chinche ardiente
se transforma en cuchillada.
Bajo los senos de la espantosa tierra
dios-la-perra se ha marchado,
de los senos de la tierra y de agua congelada
que pudren los agujeros de su lengua.
Y aquí está la virgen-del-martillo
para masticar las cuevas de la tierra
donde la calavera del perro del cielo
siente crecer el horroroso nivel.
Doctor,
Hay un asunto sobre el cual hubiera querido insistir: es el de la
relevancia de la cosa sobre la cual operan sus inyecciones; esta
especie de languidecimiento esencial de mi ser, esta disminución de
mi estiaje mental, que no quiere decir, como podría creerse, un
rebajamiento cualquiera de mi moralidad (de mi alma moral) o ni
siquiera de mi inteligencia, sino más bien de mi intelectualidad
servible, de mis recursos razonantes, y que se relaciona más con el
sentimiento que tengo yo mismo de mí mismo yo, que con lo que pongo
de manifiesto a los demás de él.
Esta vitrificación sorda y polimorfa del pensamiento que en cierto
momento elige su forma. Hay una vitrificación inmediata y llana del
yo en el centro de todas las posibles formas, de todos los modos
posibles del pensamiento.
Y, señor Doctor, ahora que usted está bien enterado de lo que puede
ser alcanzado en mí (y curado por las drogas), de la zona de
conflicto de mi vida, espero que sabrá suministrarme la cantidad
suficiente de líquidos sutiles, de reactores especiosos, de morfina
mental, capaces de sobreponer mi abatimiento, de enderezar lo que
cae, de juntar lo que está separado, de reparar lo que está
destruido.
Le saluda mi pensamiento
De "L'Ombilic des limbes"
Versión de L.S.
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El yunque de las fuerzas
Ese flujo, esa náusea, esas tiras: aquí comienza el fuego. El fuego
de lenguas. El fuego tejido en flecos de lenguas, en el reflejo de
la tierra que se abre como un vientre que está por parir, con
entrañas de miel y azúcar. Con todo su obsceno tajo ese vientre
fláccido bosteza, pero el fuego bosteza por encima con lenguas
retorcidas y ardientes que llevan en la punta rendijas parecidas a
la sed. Ese fuego retorcido como nubes en el agua límpida, con la
luz al lado que traza una recta y algunas pestañas. Y la tierra
entreabierta por todas partes muestra áridos secretos. Secretos como
superficies. La tierra y sus nervios, y sus prehistóricas soledades,
la tierra de geologías primitivas, donde se descubren secciones del
mundo en una sombra
negra como el carbón. La tierra es madre bajo el hielo del fuego.
Ved el fuego en los Tres Rayos, coronado por su melena en la que
pululan ojos. Miríadas de miriápodos de ojos. El centro ardiente y
convulso de ese fuego es como la punta descuartizada del trueno en
la cima del firmamento. Centro blanco de las convulsiones. Un
resplandor absoluto en el tumulto de la fuerza. La espantosa punta
de la fuerza que se quiebra con estruendo azul.
Los Tres Rayos forman un abanico cuyas ramas caen rectas y convergen
hacia el mismo centro. Ese centro es un disco lechoso recubierto por
una espiral de eclipses.
La sombra del eclipse forma un muro sobre los zig-zags de la alta
albañilería celeste.
Pero por encima del cielo está el Doble-Caballo. La evocación del
Caballo se empapa en la luz de la fuerza sobre un fondo de muro
deteriorado y exprimido hasta la trama. La trama de su doble pecho.
El primero de los dos es mucho más extraño que el otro. Él recoge el
resplandor del cual el segundo es sólo la pesada sombra.
Más bajo aún que la sombra del muro, la cabeza y el pecho del
caballo proyectan una sombra como si toda el agua del mundo hiciera
subir el orificio de un pozo.
El abanico desplegado domina una pirámide de cimas, un inmenso
concierto de vértices. Una idea de desierto planea sobre esos
vértices por encima de los cuales flota un astro desmelenado,
horriblemente, inexplicablemente suspendido. Suspendido como el bien
en el hombre o el mal en el comercio de hombre
a hombre, o la muerte en la vida. Fuerza giratoria de los astros.
Pero detrás de esa visión de absoluto, ese sistema de plantas, de
estrellas, de terrenos partidos hasta los huesos, detrás de esa
ardiente floculación de gérmenes, esa geometría de búsquedas, ese
sistema giratorio de vértices, detrás de ese arado hundido en el
espíritu y ese espíritu que separa sus fibras, y descubre sus
sedimentos, detrás de esa mano de hombre, en fin, que deja impreso
su duro pulgar y dibuja sus tanteos, detrás de esa mescolanza de
manipulaciones y cerebro y esos pozos en todas las direcciones del
alma y esas cavernas en la realidad, se alza la Ciudad amurallada,
la Ciudad inmensamente alta a la que no basta todo el cielo para
hacerle un techo donde las plantas crecen en sentido inverso y con
una velocidad de astros despedidos.
Esa ciudad de cavernas y de muros que proyecta sobre el abismo
absoluto arcos perfectos y subsuelos como puentes.
Cómo se quisiera en la concavidad de esos arcos, en la arcada de
esos puentes insertar la curva de un hombro desmesuradamente grande,
de un hombro en el cual se difunde la sangre. Y colocar su cuerpo en
reposo y su cabeza en la que hormiguean los sueños sobre el reborde
de esas cornisas gigantescas donde se escalona el firmamento.
Pues un cielo de Biblia está allá arriba por donde se deslizan
blancas nubes. Pero las suaves amenazas de esas nubes. Pero las
tormentas. Y ese Sinaí del que dejan asomar las pavesas. Pero la
sombra que hace la tierra y la iluminación apagada y blancuzca.
Pero finalmente esa sombra en forma de cabra y ese macho cabrío. Y
el aquelarre de las Constelaciones.
Un grito para recoger todo eso y una lengua para ahorcarme.
Todos esos reflujos comienzan en mí.
Mostradme la inserción de la tierra, la bisagra de mi espíritu, el
atroz nacimiento de mis uñas. Un bloque, un inmenso bloque
artificial me separa de mi mentira. Y ese bloque tiene el color que
cada uno quiere.
El mundo deja allí su baba como el mar sobre las rocas y como yo con
los reflujos del amor.
Perros, habéis terminado de hacer rodar vuestros guijarros sobre mi
alma. Yo. Yo. Dad vuelta la página de los escombros. También yo
espero el pedregullo celeste y la playa sin márgenes. Es necesario
que ese fuego comience en mí. Ese fuego y esas lenguas y las
cavernas de mi gestación. Que los bloques de hielo retornen a
encallar bajo mis dientes. Tengo el cráneo espeso, pero el alma
lisa, un corazón de materia encallada. Carezco de meteoros, carezco
de fuelles ardientes. Busco en mi garganta nombres, y algo como la
pestaña vibrátil de las cosas. El olor de la nada, un tufo de
absurdo, el estiércol de la muerte total. El humor ligero y
rarefacto. También yo no espero sino al viento. Que se llame amor o
miseria casi no logrará hacerme encallar sino en una playa de
osamentas.
De "L'Art et la mort"
Versión de Aldo
Pellegrini
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La tara tóxica
Evoco el mordisco de inexistencia y de imperceptibles
cohabitaciones. Venid, psiquiatras, os llamo a la cabecera de este
hombre abotagado pero que todavía respira. Reuníos con vuestros
equipos de abominables mercaderías en torno de ese cuerpo extendido
cuan largo es y acostado sobre vuestros sarcasmos. No tiene
salvación, os digo que está INTOXICADO, y harto de vuestros
derrumbamientos de barreras, de vuestros fantasmas vacíos, de
vuestros gorjeos de desollados.
Está harto. Pisotead, pues, ese cuerpo vacío, ese cuerpo
transparente que ha desafiado lo prohibido. Está MUERTO. Ha
atravesado aquel infierno que le prometíais más allá de la
licuefacción ósea, y de una extraña liberación espiritual que
significaba para vosotros el mayor de todos los peligros. ¡Y he aquí
que una maraña de nervios lo domina!
Ah medicina, aquí tenéis al hombre que ha TOCADO el peligro. Has
triunfado, psiquiatra, has TRIUNFADO, pero él te sobrepasa. El
hormigueo del sueño irrita sus miembros embotados. Un conjunto de
voluntades adversas lo afloja, elevándose en él como bruscas
murallas. El ciclo se derrumba estrepitosamente. ¿Qué siente? Ha
dejado atrás el sentimiento de sí mismo. Se te escapa por miles y
miles de aberturas. Crees haberlo atrapado y es libre. No te
pertenece.
No te pertenece. DENOMINACIÓN. ¿Hacia dónde apunta tu pobre
sensibilidad? ¿A devolverlo a las manos de su madre, a convertirlo
en el canal, en el desaguadero de la más ínfima confraternidad
mental posible, del común denominador consciente más pequeño?
Puedes estar tranquilo: ÉL ES CONSCIENTE.
Pero es el Consciente Máximo.
Pero es el pedestal de un soplo que agobia tu cráneo
de torpe demente pues él ha ganado por lo menos el hecho de haber
derribado la Demencia. Y ahora, legiblemente, conscientemente,
claramente, universalmente, ella sopla sobre tu castillo de mezquino
delirio, te señala, temblorcillo atemorizado que retrocede delante
de la Vida-Plena.
Pues flotar merced a miembros grandilocuentes, merced a gruesas
manos de nadador, tener un corazón cuya claridades la medida del
miedo, percibir la eternidad de un zumbido de insecto sobre el
entarimado, entrever las mil y una comezones de la soledad nocturna,
el perdón de hallarse abandonado, golpear contra murallas sin fin
una cabeza que se entreabre y se rompe en llanto, extender sobre una
mesa temblorosa un sexo inutilizable y completamente falseado, surgir al
fin, surgir con la más temible de las cabezas frente a las
mil abruptas rupturas de una existencia sin arraigo; vaciar por un
lado la existencia y por el otro retomar el vacío de una libertad
cristalina.
En el fondo, pues, de ese verbalismo tóxico, está el espasmo
flotante de un cuerpo libre, de un cuerpo que retorna a sus
orígenes, pues está clara la muralla de muerte cortada al ras y
volcada. Porque así procede la muerte, mediante el hilo de una
angustia que el cuerpo no puede dejar de atravesar. La muralla
bullente de la angustia exige primero un atroz encogimiento, un
abandono primero de los órganos tal como puede soñarlo la desolación
de un niño. A esa reunión de padres sube en un sueño la memoria,
rostros de abuelos olvidados. Toda una reunión de razas humanas a
las que pertenecen estos y los 0tros.
Primera aclaración de una rabia tóxica.
He aquí el extraño resplandor de los tóxicos que aplasta el espacio
siniestramente familiar.
En la palpitación de la noche solitaria, aquí está ese rumor de
hormigas que producen los descubrimientos, las revelaciones, las
apariciones, aquí están esos grandes cuerpos varados que recobran
viento y vuelo, aquí está el inmenso zarandeo de la Supervivencia. A
esa convocatoria de cadáveres, el estupefaciente llega con su rostro
sanioso. Disposiciones inmemoriales comienzan. La muerte tiene al
principio el rostro de lo que no pudo ser. Una desolación soberana
da la clave a esa multitud de sueños que sólo piden despertar. ¿Qué
decís vosotros?
¡Y todavía pretendéis negar a importancia de esos Reinos, por los
cuales apenas comienzo a marchar!
Publicado en "La Révolution Surréaliste", N° 11 (1928)
Versión de Aldo Pellegrini
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Los enfermos y los médicos
La enfermedad es un estado,
la salud no es sino otro,
más desagraciado,
quiero decir más cobarde y más mezquino.
No hay enfermo que no se haya agigantado, no hay sano que un
buen día
no haya caído en la traición, por no haber querido estar enfermo,
como algunos médicos que soporté.
He estado enfermo toda mi vida y no pido más que continuar
estándolo,
pues los estados de privación de la vida me han dado siempre mejores
indicios
sobre la plétora de mi poder que las creencias pequeño burguesas de
que:
BASTA LA SALUD
Pues mi ser es bello pero espantoso. Y sólo es bello porque es
espantoso.
Espantoso, espanto, formado de espantoso.
Curar una enfermedad es criminal
Significa aplastar la cabeza de un pillete mucho menos
codicioso que la vida
Lo feo con-suena . Lo bello se pudre.
Pero, enfermo, no significa estar dopado con opio, cocaína
o morfina.
Y es necesario amar el espanto de las fiebres.
la ictericia y su perfidia
mucho más que toda euforia.
Entonces la fiebre, la fiebre ardiente de mi cabeza,
-pues estoy en estado de fiebre ardiente desde hace cincuenta años
que tengo de vida-
me dará
mi opio,
-este ser-
éste
cabeza ardiente que llegaré a ser, opio de la cabeza a los pies.
Pues,
la cocaína es un hueso,
la heroína, un superhombre de hueso.
Ca itrá la sará cafena
Ca itrá la sará cafá
y el opio es esta cueva
esta momificación de sangre cava ,
este residuo de esperma de cueva,
esta excrementación de viejo pillete,
esta desintegración de un viejo agujero,
esta excrementación de un pillete,
minúsculo pillete de ano sepultado,
cuyo nombre es:
mierda, pipí,
Con-ciencia de las enfermedades.
Y, opio de padre a higa,
higa, que a su vez, va de padre a hijo,-
es necesario que su polvillo vuelva a ti
cuando tu sufrir sin lecho sea suficiente.
Por eso considero
que es a mí, enfermo perenne,
a quien corresponde curar a todos los médicos,
-que han nacido médicos por insuficiencia de enfermedad-
y no a médicos ignorantes de mis estados espantosos de enfermo,
imponerme su insulinoterapia,
salvación de un mundo postrado.
Publicado en "Les Quatre Vents", N°8 (1947)
Versión de Aldo Pellegrini
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Noche
Los mostradores del cinc pasan por las cloacas,
la lluvia vuelve a ascender hasta la luna;
en la avenida una ventana
nos revela una mujer desnuda.
En los odres de las sábanas hinchadas
en los que respira la noche entera
el poeta siente que sus cabellos
crecen y se multiplican.
El rostro obtuso de los techos
contempla los cuerpos extendidos.
Entre el suelo y los pavimentos
la vida es una pitanza profunda.
Poeta, lo que te preocupa
nada tiene que ver con la luna;
la lluvia es fresca,
el vientre está bien.
Mira como se llenan los vasos
en los mostradores de la tierra
la vida está vacía,
la cabeza está lejos.
En alguna parte un poeta piensa.
No tenemos necesidad de la luna,
la cabeza es grande,
el mundo está atestado.
En cada aposento
el mundo tiembla,
la vida engendra algo
que asciende hacia los techos.
Un mazo de cartas flota en el aire
alrededor de los vasos;
humo de vinos, humo de vasos
y de las pipas de la tarde.
En el ángulo oblicuo de los techos
de todos los aposentos que tiemblan
se acumulan los humos marinos
de los sueños mal construidos.
Porque aquí se cuestiona la Vida
y el vientre del pensamiento;
las botellas chocan los cráneos
de la asamblea aérea.
El Verbo brota del sueño
como una flor o como un vaso
lleno de formas y de humos.
El vaso y el vientre chocan:
la vida es clara
en los cráneos vitrificados.
El areópago ardiente de los poetas
se congrega alrededor del tapete verde,
el vacío gira.
La vida pasa por el pensamiento
del poeta melenudo.
De "Oeuvres Completes" (Tome I)
Versión de Aldo Pellegrini
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Poeta negro
Poeta negro, un seno de doncella
te obsesiona
poeta amargo, la vida bulle
y la ciudad arde,
y el cielo se resuelve en lluvia,
y tu pluma araña el corazón de la vida.
Selva, selva, hormiguean ojos
en los pináculos multiplicados;
cabellera de tormenta, los poetas
montan sobre caballos, perros.
Los ojos se enfurecen, las lenguas giran
el cielo afluye a las narices
como azul leche nutricia;
estoy pendiente de vuestras bocas
mujeres, duros corazones de vinagre.
De "L'Ombilic des limbes"
Versión de Aldo Pellegrini
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Primera carta conyugal
Cada una de tus cartas aumenta la incomprensión y la
estrechez de espíritu de las anteriores; juzgas con tu sexo
y no con tu pensamiento como lo hacen todas las mujeres.
Confundirme yo, con tus razones. ¡Te burlas! Pero lo que me irritaba
era verte volver sobre las razones que hacían tabla rasa
sobre mis razonamientos, cuando uno de esos mismos te había llevado
a la evidencia.
Todos tus razonamientos y tus infinitas disputas no
podrán impedir que no sepas nada de mi vida y que me condenes
por un mínimo fragmento de ella misma. No debería siquiera serme
necesario justificarme ante ti si sólo fueras, tú misma, una mujer
prudente y equilibrada, pero tu imaginación te enloquece, una
sensibilidad sobre aguda que no te permite enfrentar la verdad.
Contigo cualquier discusión es imposible.
Sólo me queda decirte una cosa: mi espíritu siempre fue
confuso, un achatamiento del cuerpo y del alma, esa suerte de
contracción de todos mis nervios. Si me hubieras visto hace algunos
años, por períodos más o menos cercanos, antes aún
de que en mi se sospechara el uso del que tú me recriminas, dejarías
de extrañarte, ahora, del retorno de esos fenómenos.
Si por otra parte estás convencida, si te parece que su reincidencia
se debe a ello, entonces no hay nada que decir, contra un
sentimiento no se puede luchar.
De cualquier manera ya no puedo contar contigo en mi angustia, ya
que te niegas a ocuparte de la parte de mí más afectada:
mi alma.
No me has juzgado, por otra parte, nunca de otra manera
que por mi aspecto externo como hacen todas las mujeres,
como hacen todos los imbéciles, cuando lo que está más destruido,
más arruinado es mi alma interior; y no puedo perdonarte eso, pues
las dos no siempre coinciden, desafortunadamente para mí. En cuanto
a lo demás, te prohibo hablar otra vez.
Extrait de "L'ombilic des Limbes, Le pèse nerfs" 1926
Versión de L.S.
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Segunda carta conyugal
Necesito a mi lado una mujer sencilla y equilibrada, y cuya alma
agitada y oscura no alimentara continuamente mi desesperación. Los
últimos tiempos te veía siempre con un sentimiento de temor e
incomodidad. Sé muy bien que tus inquietudes por mí son a causa de
tu amor, pero es tu alma enferma y malformada como la mía la que
exaspera esas inquietudes y te corrompe la sangre.
No quiero seguir viviendo contigo bajo el miedo.
Agregaré que además necesito unas mujer que sea mía exclusivamente,
y que pueda encontrar en todo momento en mi casa.
Estoy aturdido de soledad. Por la noche no puedo regresar a un
cuarto solo sin tener a mi alcance ninguna de las comodidades
de la vida. Me hace falta un hogar y lo necesito enseguida, y una
mujer que se ocupe de mí permanentemente, incapaz como soy
de ocuparme de nada, que se ocupe de mí hasta de los más
insignificante. Una artista como tú tiene su vida y no puede hacer
otra cosa. Todo lo que te digo es de una mezquindad atroz, pero es
así. No es preciso siquiera que esa mujer sea hermosa, tampoco
quiero que tenga una excesiva inteligencia, y menos aún que piense
demasiado. Con que se apegue a mí es suficiente.
Pienso que sabrás reconocer la enorme franqueza con que te hablo y
sabrás darme la siguiente prueba de tu inteligencia: comprender muy
bien que todo lo que te digo no rebaja en nada la profunda ternura,
y el indecible sentimiento de amor que te tengo y seguiré teniendo
inalienablemente por ti, pero ese sentimiento no guarda ninguna
relación con el devenir corriente de la vida. La vida es para
vivirse. Son demasiadas las cosas que me unen a ti para que te pide
que lo nuestro se rompa; sólo te pido que cambiemos nuestras
relaciones, que cada uno se construya una vida diferente, pero que
no nos desunirá más.
Extrait de "L'ombilic des Limbes, Le pèse nerfs" 1926
Versión de L.S.
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Tercera carta conyugal
Desde hace cinco días he dejado de vivir a causa de ti, a
causa de tus estúpidas cartas, por tus cartas no de espíritu sino de
sexo, por tus cartas llenas de reacciones de sexo y no de
razonamientos conscientes. Estoy harto de nervios, harto de razones;
en lugar de protegerme, tú me agobias, me agobias por que lo que
dices es errado.
Siempre has errado. Siempre me has juzgado con la
sensibilidad más baja que hay en la mujer. Te empeñas en no admitir
ninguna de mis razones. Pero a mí ya no me quedan razones, ya no
tengo nada de qué disculparme, ya no tengo nada que discutir
contigo. Conozco mi vida y eso me alcanza. Y en el instante en que
comienzo a meterme en mi vida, más y más me socavas, causas mi
desesperación; cuantos más motivos te doy para esperar, para que
seas paciente, para tolerarme, más encarnizadamente te empeñas en
destrozarme, en hacerme perder los beneficios
logrados, más intolerante eres con mis males.
Del espíritu lo desconoces todo, nada sabes de la enfermedad.
Todo lo juzgas llevada por las apariencias externas. Pero yo conozco
mi interior, ¿verdad?, Y cuando te grito no hay nada en mí, nada en
mi persona, que no sea causado por la existencia de un mal anterior
a mí mismo, previo a mi voluntad, nada en ninguna de mis más
inmundas reacciones que no provenga exclusivamente de mi enfermedad
y no le fuera imputable, sea cual sea el caso, vuelves a esgrimir
tus razones equivocadas que se fijan en los detalles nimios de mi
persona, que me condenan por lo más mezquino.
Pero cualquier cosa que yo haya podido hacer de mi vida, ¿no
es verdad? No me ha impedido retornar paulatinamente a mi ser
e instalarme un poco más cada día. En ese ser que la enfermedad me
había arrebatado y que los reflujos de la vida me reintegran pedazo
a pedazo. Si no supieras a qué me había entregado para limitar o
extirpar los dolores de esa separación intolerable, tolerarías mis
desequilibrios, mis estruendos, ese desmoronamiento de mi persona
física, esas ausencias, esos achatamientos.
Y en virtud de que supones que se deben al uso de una sustancia, que
de sólo nombrarla oscurece tu razón, me acosas, me amenazas, me
arrastras a la locura, me destrozas con tus manos ira la materia
misma de mi cerebro. Sí, me obligas a obstinarme más conmigo mismo,
cada una de tus cartas parte a mi espíritu en dos, me tira a
insensatos callejones sin salida, me destruye con desesperaciones,
con furores. No puedo más, te he gritado suficiente. Deja de razonar
con tu sexo, asimila de una vez la vida, toda la vida, ábrete a la
vida, mira las cosas, mírame, renuncia, y deja al menos que la vida
me abandone, se expanda ante mí, en mí. No me agobies. Basta.
La Cuadrícula es un momento espantoso para la sensibilidad, la
materia.
Extrait de "L'ombilic des Limbes, Le pèse nerfs" 1926
Versión de L.S.
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Texto surrealista
El mundo físico todavía está allí. Es el parapeto del yo el que mira
y sobre el cual ha quedado un pez color ocre rojizo, un pez hecho de
aire seco, de una coagulación de agua que refluye.Pero algo sucedió
de golpe.
Nació una arborescencia quebradiza, con reflejos de frentes,
gastados, y algo como un ombligo perfecto, pero vago y que tenía
color de sangre aguada y por delante era una granada que derramaba
también sangre mezclada con agua, que derramaba sangre cuyas líneas
colgaban; y en esas líneas, círculos de senos trazados en la sangre
del cerebro.
Pero el aire era como un vacío aspirante en el cual ese busto de
mujer venía en el temblor general, en las sacudidas de ese mundo
vítreo, que giraba en añicos de frentes, y sacudía su vegetación de
columnas, sus nidadas de huevos, sus nudos en espiras, sus montañas
mentales, sus frontones estupefactos. Y, en los frontones de las
columnas, soles habían quedado aprisionados al azar, soles
sostenidos por chorros de aire como si fueran huevos, y mi frente
separaba esas columnas, y el aire en copos y los espejos
de soles y las espiras nacientes, hacia la línea preciosa de los
seno, y el hueco del ombligo, y el vientre que faltaba.
Pero todas las columnas pierden sus huevos, y en la ruptura de la
línea de las columnas nacen huevos en ovarios, huevos en sexos
invertidos.
La montaña está muerta, el aire esta eternamente muerto. En esta
ruptura decisiva de un mundo, todos los ruidos están aprisionados en
el hielo; y el esfuerzo de mi frente se ha congelado.
Pero bajo el hielo un ruido espantoso atravesado por capullos de
fuego rodea el silencio del vientre desnudo y privado de hielo,
y ascienden soles dados vuelta y que se miran, lunas negras, fuegos
terrestres, trombas de leche.
La fría agitación de las columnas divide en dos mi espíritu, y yo
toco el sexo mío, el sexo de lo bajo de mi alma, que surge como un
triángulo en llamas.
Publicado en "La Révolution
Surréaliste", N° 2 (1925)
Versión de Aldo Pellegrini
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Una de
sus últimas declaraciones
"Sé que tengo cáncer. Lo que quiero
decir antes de morir es que odio a los psiquiatras. En el hospital
de Rodez yo vivía bajo el terror de una frase: "El señor Artaud no
come hoy, pasa al electroshock". Sé que existen torturas más
abominables. Pienso en
Van Gogh, en Nerval, en todos los demás. Lo que es atroz es que en
pleno siglo XX un médico se pueda apoderar de un hombre y con el
pretexto de que está loco o débil hacer con él lo que le plazca. Yo
padecí cincuenta electroshocks, es decir, cincuenta estados de coma.
Durante mucho tiempo fui amnésico. Había olvidado incluso a mis
amigos: Marthe Robert, Henri Thomas, Adamov; ya no reconocía ni a
Jean Louis Barrault. Aquí en Ivry sólo el doctor Delmas me hizo
bien; lamentablemente murió...
-Estoy asqueado del psicoanálisis, de ese "freudismo" que se las
sabe todas".
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