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Dedico esta biografía escrita por Osvaldo Svanascini a mi querida amiga Inés Agazzi, con quien compartimos años de La Belgrano y fue por haber descubierto a Hokusai, que se dedicó al estudio del idioma japonés y porque tiempo después, me obsequió un libro de Yukio Mishima, autor que pasó a ser uno de mis predilectos.

Gracias, Inés.

OSVALDO SVANASCINI

HOKUSAI
Reseña biográfica.

El arte popular que surge en la época Momayama y prosigue en la Tokugawa, conocido como Ukiko-e, se personalizó en la estampa, género en donde se unen el pintor, el grabador y el impresor. La técnica -xilografía y cromoxilografía- llegó a perfeccionarse merced a artistas singulares que parecieron interpretar a través de toda la época Edo (1614-1868) el carácter de la clase chonin -económicamente fuerte- compuesta de comerciantes, artistas, fabricantes o artesanos, en contraste con las castas de los shogun y samurai. Los maestros del ukiyo-e, girando siempre alrededor de ese sistema de interpretación de las cosas cotidianas, generalizaron mediante las estampas los motivos populares, incluyendo las escenas diarias, las fiestas, los paisajes, el teatro y las cortesanas.
En el barrio pobre de Warigesui, distrito de Honjo, correspondiente a los extramuros de Edo (hoy Tokyo), nació en el mes de septiembre de la era Horeki, en el año 1760 - Goncourt señala el 5 de marzo de ese año- Kawamura Tokitaro, mundialmente conocido como Hokusai. Más tarde tomaría el nombre de Nakajima Tetsuzo, debido a que había sido adoptado por Nakajima Ise, fabricante de espejos, quien descubriría al niño la noble artesanía que de una manera práctica contribuiría a aguzar su experiencia. Facillon recuerda que su madre le enseñó muchas de las creencias comunes en el Japón; ella era hija de Kobayashi Hebatchiro, uno de los "cuarenta y siete ronin" que murieron por decisión propia luego de vengar a su amo. Estos temas y los muchos que se encuentran relatados a través de las leyendas, del Genji Monogatari, de las antiguas historias japonesas o de la mitología, fueron suficiente para que la formación de Hokusai se integrara con los elementos de la realidad y de la fantasía. Ya entonces había quedado fascinado por la enorme posibilidad que encerraba un libro de ilustraciones, prácticamente el medio más atractivo de comunicación de la época. Y en 1778 entra como discípulo al estudio de Kstsukawa Shunsho (1726-1792, gran estampista de actores de la escuela Torii, adoptando el nombre de Katsukawa Shunro (esta costumbre le haría tener más de cincuenta nombres diferentes, entre ellos Katsu Shunro Gwa, Hokusai Gwa, Shunro Gwa, Katsushika Taito hitsu, Zen hokusai litsu hitsu, Hokusai aratame litsu hitsu, Gwakyojn Hokusai hitsu, Sori Hokusai gwa, Zen Hokusai Manji, Shinsei Hokusai y otros, hasta adoptar el de Katsushika Hokusai). En este período realizó muchas obras con los temas de actores e ilustró diferentes novelas.
La independencia de carácter, su falta de disciplina, tanto como esas reacciones que a veces llegaban a la violencia, proyectaron una vida que parece grabada a través de su propia obra con caracteres irrecusables. Se había sumergido en los problemas de la gente, en la contemplación de los hechos diarios, y fue un muchacho que vagabundeó, vendió pimienta roja, calendarios y libros, escribió novelas menores y pintó carteles. Pero amó la vida y lo que ésta le ofrecía, sin preocuparse de su miseria, o tal vez tratando de sortearla con un medio sentido del humor.
En 1795 cambió su nombre por el de Sori y realizó dibujos para postales y para libros de versos satíricos. En el mismo período se entregó al estudio de los estilos de pintura Kano, Tsutsumi y Tosa, con maestros dedicados a estas maneras. A la inquietud que soma en su vida y en su obra, se agregaron entonces los cambios constantes de estilos y temas, una entrega abierta, sin rigores, que lo impulsaría a distinguir "ese mundo flotante" como de su pertenencia. Pinta por placer, y lo hace con el júbilo de la luz, creando dragones o linternas, un paisaje en un grano de arroz para demostrar que puede hacerlo en el espacio más pequeño y dibujando -en 1804- una enorme figura de Darma, de alrededor de 17 mts. (doscientos metros cuadrados) y más tarde otra de Oteï, de igual tamaño. También pintó los surimonos que llevaron los menudos mensajes, los que en la mano de Hokusai se transforman en obra de maravillosa fuerza. Son alrededor de doscientos de estos surimonos los que han sido señalados por muchos exegetas como una de las maneras más felices de su obra, en la que mezclaba el planteo pictórico -masas de color o de grises y negros- con ciertas oposiciones lineales, más detalladas, lo mismo que el empleo de colores -especialmente el rojo, el verde y el violeta- ordenados con cuidada elegancia. Nuevamente se nos muestra un Hokusai capaz de realizar obras de tanta sutileza, junto a otras que aluden al croquis ligero, vital, pero anexado a otros temas y otras técnicas. Eso mismo sucede con su existencia. La miseria y la despreocupación le hacen entregarse a veces a una bohemia irreducible. En el transcurso de su caótica vida cambió de casa noventa y tres veces, simplemente por no higienizarla o también por huir de los que le exigían la renta. Sin embargo, encontraba placer en mofarse de quienes le reprochaban su conducta. Además, las mudanzas se reducían a transportar cacerolas, enseres menores y cuantiosos ensayos, croquis y materiales de pintura.
Su obra no es solamente gigantesca -realizó más de mil pinturas, ilustró alrededor que quinientos volúmenes, y se calculan en cerca de treinta mil los grabados surgidos de su mano- sino de una excelente calidad. Esta independencia y la mordacidad de su manera de ser lo transforman en un temperamento incisivo, anárquico e insatisfecho, que no le hizo desconocer, pese al éxito de sus mejores épocas, la dignidad y el amor propio necesarios para afrontar la obra de arte. En el prólogo de las Cien visitas del Fuji escribió: "Desde los dieciséis años tomé la manía de dibujar la forma de las cosas. A los cincuenta había publicado gran número de dibujos, pero todo lo producido antes de los setenta no debe tenerse en cuenta. A los setentay tres años creo haber adquirido algún conocimiento de la estructura verdadera de los seres naturales, animales, plantas, árboles, peces o insectos. Opino que cuando haya cumplido los ochenta habré progresado notablemente. A los noventa penetraré el misterio de las cosas; a los cien, haré una obra asombrosa, y a los ciento diez cuanto dibuje, aunque sólo sea un punto o una línea, poseerá soplo de la vida" y lo firmaba "el viejo loco por el dibujo" (Gakyoyin Hokusai)
De su vida sentimental se sabe que sus dos hermanos y su hermana murieron jóvenes. Se casó dos veces. De su primer matrimonio tuvo un hijo y dos hijas. El primero daría a Hokusai grandes disgustos, ya que sus malos negocios obligaron al maestro a responder por él. Su hija Otetsu, artista de grandes condiciones, muere. Omiyo, la otra hija, le da un nieto que realizaría también negocios oscuros e igualmente sería Hokusai el encargado de enfrentarlos, hasta dar por ello en el exilio, en Uraga, hacia 1834. En su segundo casamiento tiene un hijo -Tokitaro- y dos hijas. Onau, la primera de ellas, falleció joven y O-e-ji, la menor, se casó con un artista que bien pronto la abandonó. Y precisamente merced a la bondad y a la dedicación de O-e-ji, que comprendió y admiró el genio de su padre, Hokusai pudo pasar los últimos años de su vida apoyado por ella.
El maestro tuvo orgullo de ser pobre y en algún momento lo declaró sin reservas. Incluso, en medio de su miseria, se burlaba conscientemente de ella, hasta rozar el cinismo. Asimismo desdeñó el dinero, no toleró regateos y apareció en las grandes reuniones ataviado con sus viejas vestiduras, su sombrero de junco y sus sandalias de paja, manteniendo su dignidad y su grandeza por sobre todo ello. Junto al brasero, cuando consigue combustible, dentro del pobre estudio, Hokusai ríe y protesta, sumido en su trabajo. Mira sus manos y se vuelve a burlar de las convenciones del mundo mientras en el fondo de su corazón vibra una simpatía en la que la retórica no tiene cabida, un humor, discreción y simpleza admirables. Conserva esa espontaneidad que a menudo lo hace incisivo, y navega hacia la curiosidad por todas las cosas, con la vitalidad de quien necesita comprenderlo todo y proyectar su lenguaje de amor y reacción a un mismo tiempo. Hokusai fue, sin embargo, profundamente religioso. Amante del budismo, perteneció a la secta Hokka que, aparte de contar en el Japón con numerosos adepto, es devota de Nichiren, figura venerada por los budistas.
La obra de Hokusai, a través de diferentes series, lo mismo que en la ilustración de libros, permite comprobar no solamente una invención portentosa e insólita, sino también una composición admirable, que casi nunca repite los planteos, y un maravilloso sentimiento del espacio. En 1799-1800 publica sus Famosas vistas del oeste de la capital (Ehon Azuma Asobi) y en 1804-1805 sus vistas panorámicas de las riberas del Sumida (Ehon Sumidagawa Ryogan Ichiran) Éste es también llamado su período de Edo -incluye además sus Ocho vistas de Edo y Ocho vistas de Omi, imitando el paisaje a la manera europea- y en él aparecía su Vida en el oeste de la capital (Toto chimeri) comenzando ya sus Cincuenta y tres escenas a lo largo de Tokaido (Tokaido). Entre los libros de ilustraciones de temas históricos cabe recordar el Shimpen Suiko Gaden, entre 1807-1828, Los estribos de Musashi (Ehon Musashi Abumi), en 1836; o Las glorias de China y Japón (Ehon Wakan no homare) en 1837.
Agréguese a ellos una serie de croquis (Gafu), tales como Dibujos sobre la vida de Hokusai (Hokusai Shashin Gafu) en 1814; Mapa de una travesía (Hokusai Dochu Zue), en 1818; Métodos del dibujo de Hokusai (Hokusai Gashiki, en 1819, y Dibujos de Hokusai (Hokusai Soga) en 1820. Más adelante publicó una importante antología de dibujos y un Tratado del colorido (1848) de enorme importancia para el conocimiento de su obra, el que se abre con un autorretrato en donde se lo ves con un pincel en la boca y otros en cada mano y cada pie, como resumiendo su inquietud permanente por la pintura. No obstante, sus series más extraordinarias son las Treinta y seis vistas del Fuji (Fugaku Sanju Rokkei), realizadas entre 1824 y 1832; los Retratos de poetas (Shika Shashinkio), en 1830; los Puentes célebres de diversas provincias (Shokuku Meikio Kiran), entre 1827 y 1839; Los Cien Cuentos (Hiaku Monogatari), en 1830.
Las Treinta y seis vistas del Fuji son otras tantas estampas impresas especialmente en los tonos azul, verde y marrón, que constituyen sin lugar a dudas, la creación más honda y más perfecta de Hokusai, a través de la que no vacila en vitalizar el espacio mediante una asimétrica asimilación de los planos y los elementos, auspiciando un lirismo que parece moverse con el mundo que va fabricando a su alrededor. Recuérdase de esta serie, El Fuji visto desde Kanagawa, más conocida como La ola, modelo de síntesis, ritmo, movimiento, utilización de las diferentes profundidades y por sobre todo, armonizando el juego dinámico simbólicamente, como un desafío de la aventura humana frente a la naturaleza implícita en la ola o a la contemplativa seguridad del Fuji, inmutable en su geométrico silencio. Las Cien vistas del Fuji muestran, en cambio, el ingenio sin retaceos de un maestro de la composición y de la línea. En cuanto a su serie de los Cien cuentos, vale la pena recordar las cinco planchas de las apariciones, en donde los elementos de lo sobrenatural superan los límites de la fantasía (dragones fabulosos, grifos, el tigre milenario con pelaje de cinco siglos, los espectros, etc.) Cada una de estas series necesitaría un estudio por separado, tal la potencia creadora del autor. Inclusive a una edad avanzada continúa anexado a una juventud conceptual que lo siguió hasta la tumba. Precisamente diez años antes de su muerte, un incendio destruyó su casa, y con ella sus dibujos, sus croquis, sus ensayos de infancia y sus pocas pertenencias. No obstante, su temperamento lo obligaría a sobreponerse y, entre las obras de este período, realizó la extraordinaria serie de los Cien poetas.
Hokusai-genio, Hokusai-independiente, Hokusai-hombre, siente que la muerte le ronda. La sonrisa no escapa de sus labios y, sabiendo que debía enfrentar con la misma desenvoltura el momento amargo, escribió a su amigo Takagi lo siguiente: "El rey Ema (para los japoneses es el dios de los infiernos) se ha puesto viejo y prepara su retirada: por ello se hizo construir una pequeña pero hermosa casa de campo y me ha pedido que vaya a pintarle un kakemono. Me instará a iniciar el viaje dentro de algunos días, junto a mis dibujos. Yo alquilaré en una esquina de la calle de los infiernos una casa en la que me sentiré dichoso de acogerte, si tú tienes la ocasión de descender hasta allí. Hokusai"
Como todos los japoneses amó la poesía y cerca ya de sus últimas horas escribió el haiku que se conoce como epitafio:

Igual a un fantasma
Mi alma vagar quiere
Por la pradera del estío.

Y en el lecho que cuidaba amorosamente O-e-ji, exclamó: "Diez años más todavía... Suplico al cielo me otorgue aunque sean solamente cinco años, para llegar a ver un gran artista..." Pero el 18 de abril de 1849, a los noventa años, su cuerpo de pergamino y aliento de dragón marcó el trazo de su propia huida, en Hensho-in, un monasterio de Seikyo, su tumba piadosamente cuidada, lleva una sencilla inscripción: "Yace aquí, el glorioso y honorable caballero Hokusai"


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