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Maryse Choisy
Psicoanálisis de la prostitución
 

Tomado del libro del mismo nombre / Ediciones Hormé – 1964

INTRODUCCIÓN

¿Cuál es el número de amantes que hace perder a una mujer el status de persona decente? ¿Tres? ¿Cuatro? ¿Diez? ¿Cien? Por cierto, a la Gran Catalina de Rusia nunca se la llamó ramera. Sin embargo se acostó con más hombres que muchas mujeres fáciles.

La prostitución comienza en el momento en que el proveedor de placer sexual se convierte en vendedor. El dinero está muy vinculado a toda clase de conflictos psíquicos. En nuestra civilización simboliza, entre muchas otras cosas (lo que Freud denomina manifestaciones anales), la voluntad de poder y el consiguiente sentimiento de culpa inconsciente, por haber tomado el lugar del padre.

Pero además de esta ambivalencia respecto al dinero, al asignar un valor de mercado al orgasmo, degrada el sexo. En la sección histórica de este libro veremos que ése fue el fin que persiguió y por qué. Cuando el matriarcado primitivo se transforma en la sociedad patriarcal, la prostitución pasa del templo a la calle. Entre una cortesana sagrada y una meretriz hay la misma diferencia que entre una sacerdotiza que ofrece vino sacramental y una cantinera.

En el mundo occidental la prostitución es doblemente tabú. La ansiedad anal por el dinero es acrecentada por la incomodidad general asociada a lo erótico. Los pueblos se sienten tan culpables a este respecto que siempre acusan a otras naciones de interesarse por el sexo. Los norteamericanos piensan que París tiene el monopolio del submundo amoroso y los parisienses hablan de las “call girls” de Nueva York. Los anglosajones sueñan con los vecinos de las razas latinas, y éstas están seguras de que los anglosajones son homosexuales y farsantes. A las “French letters” se las llama en Francia “capote anglaise”. Los ejemplos son numerosos. No demuestran –como podría parecer al principio- una vanidad patriótica, ni opiniones ofensivas acerca de otras naciones. En realidad, detrás de la llamada discriminación racial se esconde a menudo un temor sexual. Contra este temor, la mayoría de las personas han erigido un buen mecanismo de defensa: la distancia. Lo que sucede en otro lugar es menos peligroso. Es por eso que todo país proyecta sobre sociedades vecinas sus propios deseos eróticos.

Es bien conocida en la actualidad la literatura freudiana dedicada a la culpa sexual. Apenas parece necesario recordar las nociones clásicas del complejo de Edipo y la ansiedad de castración. Han sido confirmadas por tantos estudios de casos que me parecen estar por encima de toda discusión. Pero por ciertas que sean estas explicaciones, no agotan el tema.

No se asociaba ningún sentimiento de culpa a la prostitución sagrada ritual. ¿Por qué? En las sociedades primitivas –y aún hoy, en todas las tradiciones esotéricas- se cree que el sexo es portador de una fuerza sobrenatural en contacto directo con los poderes divinos. Por lo tanto, se lo debe tratar con veneración.

La mayoría de los arqueólogos y etnógrafos estarán de acuerdo en que todas las razas primitivas obedecen los preceptos religiosos – o por lo menos mágicos- de su comunidad. Su jefe es el delegado de Dios. Generalmente, pretende tener antepasados divinos. Hallamos esta tradición hasta en el Imperio Romano. Julio César se vanagloriaba de que Venus era la fundadora de su familia. El Mikado japonés no es el único hijo del Sol. También los príncipes europeos son reyes “par la gráce de Dieu”, o “bei Gottes Gnade”. La corona no es meramente una joya. Tiene el fin de impedir que las radiaciones del maná abandonen la sagrada cabeza del jefe.

En todas partes la casta superior está compuesta de sacerdotes. En las tribus primitivas se elegía al hechicero en razón de su capacidad para influir sobre el mundo invisible. La prueba de este don oculto residía en sus logros sexuales. Bailarín, mago, poeta, curandero, constructor de puentes (pontifex), era también el hombre de ciencia de su época. Buscaba la energía nuclear en su propio cuerpo, y allí encontraba el poder de Eros. Quería acrecentarlo. En esta indagación dinámica, le pareció que producían resultados igualmente buenos las hazañas sexuales del varón y los instintos amorosos contenidos de la virgen. A lo largo de la historia de la humanidad, los ritos religiosos han vacilado entre estos dos polos.

En el período paleolítico, la sexualidad se asocia con lo invisible. Es el almacén de la energía colectiva de la comunidad. Sirve para hacer llover, librar la guerra y luchar contra la muerte. No se puede dispersar al acaso esas fuerzas preciosas. Su pérdida, su profanación, su mal uso, éstos son los grandes pecados. Su mezcla obedece a un ritual muy elaborado. En todas partes se hace sagrado el matrimonio. Se administra cuidadosamente la prostitución religiosa, de modo que la comunidad pueda acrecentar al máximo su dinámica, y para poder impedir todos los cortocircuitos. En el nivel religioso se somete la actividad sexual a estrictas leyes matemáticas. Es solamente cuando los hombres han olvidado el uso electromagnético de los poderes sexuales en el nivel primitivo, que las leyes matemáticas degeneran en un código moral. Sin la Weltanschaunng (concepción del mundo) subyacente, la moral sexual es mera superstición (Tos  a “superstición” en su sentido etimológico: “super stare”.) En la medida en que una iglesia ha perdido su verdadero contenido místico, o incluso el contacto microfísico que conduce a su fin esencial, aferrándose a regulaciones morales copulativas que ya no comprende, Freud tenía razón al calificar de neurosis obsesiva a la religión.

En la era nuclear podemos burlarnos de estas creencias antiguas. No obstante, ellas persisten en nuestro inconsciente. Más allá de la ansiedad de castración y la situación edípica, la culpa sexual está arraigada en el sentido cósmico del Eros.

El problema de la prostitución me inquietó mucho antes de haber escuchado esa palabra. En mi adolescencia observé que mi orgullosa familia caminaba muy rápido cuando nos cruzábamos con esos rostros pintados y adornados, sea en París o en Deauville. Sabía que eran criaturas perversas. Sabía que no pertenecían a la misma raza que nosotros. Sabía que una niña decente no debía hacer preguntas acerca de ellas y que si lo hacía, recibiría una zurra. Casi me puse bizca tratando de mirarlas sin manifestar que las miraba.

Los hombres de mi familia sostenían distintas opiniones acerca de estas criaturas exóticas. Cuando en cierta ocasión, en Deauville, mi tía, la condesa de Brémont, sorprendió a mi primo Enrique con una de estas malas mujeres, yo pensé que se produciría una gran escena. No obstante, ella pasó al lado suyo como si él fuera un fantasma. Nunca después aludió a ese encuentro. ¿Por qué entonces creí ver en ella una extraña curiosidad? ¿Por qué se interesó tanto por el vestido de la mala mujer, que pertenecía a una raza inferior? Me pareció -¿estaba equivocada?- que tía Ana estaba de algún modo celosa. Más tarde descubrí que no estaba equivocada. Esta ambivalencia, esta extraña curiosidad, esta vaga envidia de la meretriz, se ocultaba en el corazón de la mayoría de las mujeres decentes de la sociedad. Es como si ellas preguntaran: “¿Qué diablos tiene esa horrible criatura para atraer a hombres que yo, en toda mi belleza y esplendor no poseo?”

En realidad, estos celos giran en torno a un tema diferente. Es la infracción de los tabús, la ruptura de todas las cadenas sociales por parte de la prostituta, lo que inconscientemente codicia la mujer aristocrática, trabada por la etiqueta y la responsabilidad.

En las clases altas burguesas, cuyo primer valor es el dinero, otro sentimiento aumenta aún más esa ambivalencia. El hecho de que una mujer reciba un pago por acostarse con un hombre, le otorga a sus encantos un valor de mercado. La mujer de negocios, con su dote o sus ingresos personales, percibe esto resentidamente como una competencia desleal.

Quizás fue la imaginaria libertad con la que soñé una vez lo que más me indujo, siendo una estudiante de veintitrés años, a emprender ingenuamente mi famosa indagación: “Un mes entre las muchachas” ¿Tenía yo algo en común con la chica que tuvo la loca idea de pasar un mes como criada entre muchachas muy alejadas de ella en cuanto a nacimiento, educación, cultura y medio ambiente? Esta indiscreción juvenil aparece entre mis ojos psicoanalíticos actuales como un gran desafío.

Era por cierto un desafío abordar un tema tan difícil como la prostitución. Todavía no había conocido a Freud. Ni siquiera había comenzado mi análisis didáctico. Me estaba rebelando deliberadamente contra todo lo que se me había enseñado y todo lo que no sabía.

El mismo Freud ha hablado del Dirnenkomplex (complejo de prostitución) Cuando una niñita no se siente amada por el padre, más tarde tratará de desagradar su propio valor sexual entregándose a cualquiera. Esta reacción se produce a menudo, inclusive en situaciones edípicas posteriores. ¿Qué hace una esposa descontenta de su marido? Toma un amante.

En las historias de casos que ofrecemos en los capítulos siguientes, se verá que, desde las “call girls” a las que callejean, la mayoría de las mujeres públicas son hijas ilegítimas o han padecido padres insoportables. La auto-degradación, que parece ser –por lo menos en nuestra cultura occidental- el motivo determinante de la elección de “la más antigua profesión, sí la auto-degradación es la reacción clásica de la niña al ser privada del amor de su padre. La tendencia a la prostitución está hondamente arraigada en algún lugar del inconsciente. Las meretrices no serán convertidas en matronas decentes por medio de una mera charla sentimental.

Estas “criaturas perversas”, a quienes la imaginativa ama de casa dota de exagerados impulsos sexuales son, por lo general, totalmente frígidas. Donde hay amor, hay también repugnancia hacia todo objeto que no sea amado. Una mujer que tiene un buen orgasmo elige su compañero de placer y permanece fiel a su alma gemela. Estoy segura de que Mesalina era frígida y Don Juan impotente. Y los rufianes no son tan viriles como sueñan las damas inexpertas.

En “Un mes entre las muchachas” expliqué que quería ver los burdeles con mis propios ojos desprevenidos, y no al revés de las falaces gafas del cliente o de las cifras del comerciante o el estadístico. Por cierto, fue la primera vez que una muchacha se atrevía a decir a sus hermanas lo que sus esposos hacían en tales lugares, cosas que no se mencionan en la buena sociedad. Es así como reuní los datos iniciales para una obra más madura.

De la prostitución sagrada a la profana

Los autores griegos y romanos, así como los moralistas modernos, se preguntan cómo pudo ser alguna vez sagrada la promiscuidad. Pero si enfocamos esta cuestión desde un punto de vista religioso, se convierte en el enigma de la salvación personal y colectiva. En Asia, donde la gente se arrebaña en hatos lóbregos, donde en las noches cálidas duerme mezclada con sus vacas, sus mangostas y sus pulgas en alguna incómoda estación ferroviaria o en las orillas de algún río sagrado; todos, sean hindúes, budistas o confucianos, creen sólo en la salvación personal. Nosotros, los occidentales, que somos tan exigentes respecto a nuestra propiedad individual, que nunca hablamos con un extraño en un ómnibus, que podemos perecer de inanición en una gran ciudad, nos volvemos entusiastas de la salvación colectiva y la coparticipación del mérito. Llegamos hasta pensar que algún santo, mortificando su carne y viviendo sólo de habas secas, purifica realmente nuestras almitas sucias, mientras nosotros continuamos alegremente comiendo langosta en lujosos “night clubs”, acompañados por “call girls” ¿Proyectamos al cielo lo que nunca poseemos sobre la tierra?

Quizás existan dos océanos anónimos. En la zona infrarroja, antes de que se constituya un fuerte “Yo”, estamos incluidos, a través del seno materno, en todo el magma material. Luego se produce la diferenciación de lo que Freud llama el “ello”, y se crea un “yo” separado. Más allá de eso, en la zona ultravioleta, nos fundimos nuevamente, pero esta vez en el mundo espiritual. Describiría ese estado como una participación suprabiológica en lo Absoluto. Entonces tenemos que agradecer al olvido de nuestros pequeños yos en el divino nirvana.

El amor más alto implica la pérdida de personalidad. En él compartimos la infinitud de Dios. ¿Pero no está ya prefigurada la caridad en el mismo orgasmo? ¿Y no es el orgasmo un ir más allá de los límites carnales de los humanos?

Cuando se examina el aspecto puramente fisiológico del amor, lo que llama la atención es la cualidad particular del placer sexual. Es imposible reducirlo a la satisfacción del apetito o la extinción de la sed, o aún, (para tomar el ejemplo de Aristófanes) al alivio que proporciona el rascarse cuando nos pica la espalda. Aun sus expresiones inferiores, desviadas, degradadas, sí, hasta el libertinaje con todos sus excesos, son una búsqueda de trascendencia, un esfuerzo desesperado para quebrar la estructura del mundo de la representación. En el ápice del placer, la sangre irrumpe hacia la superficie de la piel, todo el cuerpo tiende a la expansión. En el dolor y en la ansiedad, se contrae. El orgasmo es un movimiento hacia el universo, una unión con otros seres. La ansiedad es una retirada del mundo, una huida dentro de sí mismo, una separación de los demás.

Penosamente oculta en sus contracciones, alguna materia viva, por temor a ser atrapada en un círculo cerrado, aspirando a integrarse en el universo, se arriesgará inclusive a morir. Durante la estación del apareo, los animales son ciegos ante el enemigo, sordos a los disparos. Algunos, como el cortón y las arañas, serán devorados en el acto sexual. ¿Cómo? ¿El yo narcisista se rehusaba a mezclarse con los demás? ¿Temía por su misma existencia? Ahora se rinde a la voluntad y al ritmo de otra criatura. El amante renuncia a ser él mismo para convertirse en el otro amado, en un movimiento que los sobrepasa a ambos. Y a través de ese otro amado, a través de la inmediata realidad existencial, en su expresión ya infinita, todo el universo lo provoca y lo ataca.

La entrega erótica es el regreso a la básica unidad del ser, donde todo valor individual es abolido, donde todo dualismo con el cosmos desaparece. Es en el nivel somático la exacta analogía del viejo mito hindú.

Un alma golpea la puerta del paraíso.

-¿Quién eres?

-Soy yo.

-Vete –contesta Dios- aquí no hay lugar para ti y yo.

Mil años más tarde la misma alma implora una vez más su admisión en la puerta del paraíso, y nuevamente Dios le pregunta:

-¿Quién eres?

-Eres tú –contesta el alma.

-Entra –dice Dios.

La sumisión erótica se parece a la sumisión mística. No hay que sorprenderse de que santos y amantes utilicen las mismas palabras. Cuando en el Brihad Aranyaka Upanishad el maestro trata de explicar el samadhih (es decir, el éxtasis sagrado), lo compara al orgasmo. “Así como un hombre totalmente abrazado a su amada esposa no es consciente de nada, externa o internamente, así este ser infinito (el Yo), totalmente abrazado por el Yo Supremo, ya no es consciente de nada, sea externa o internamente” (Brihad Aranyaka Upanishad, IV, 3, 21.)

En mi libro Le scandale de l’amour he hablado de los distintos usos mágicos del amor. Aquí me limitaré a mencionar algunos de mis hallazgos.

Los textos mazdeístas describen a un hombre desnudo yaciendo junto a una mujer desnuda. Se abrazan continuamente, pero nunca deben alcanzar el orgasmo. Este viejo manuscrito ofrece una detallada técnica para transformar la fuerza erótica es liberada. Después de haber sido debidamente transmutada, puede ayudar a lograr éxito en el mundo, objetivos políticos, riqueza, salud, bienestar, y -¿por qué no?- consecuciones espirituales.

Los taoístas practican también el amor interruptus. En el Viejo Testamento se nos dice que los reyes patriarcas, al llegar a viejos, esperaban lograr una renovada vitalidad haciendo pasar la noche en el lecho real a jovencitas desnudas, que conservaban no obstante su doncellez. En mi libro “Yoga y Psicoanálisis” he descrito una técnica similar de sublimación practicada por los tantristas.

La pasión romántica tan en boga entre los poetas medievales, tuvo su origen en estas tradiciones. No se puede efectuar el amor interruptus con cualquier persona. El valor y la virtud del objeto amoroso son menos importantes que la fuerza erótica que surge de un gran deseo. La mujer más hermosa y más inteligente, si no se la ama con intensidad, no sirve para fines mágicos. Es el fuego lo que es eficaz. La pasión es hija de la magia. Pronto se convierte en pasión por la pasión misma.

No hay duda respecto a la significación religiosa tanto de la excesiva sexualidad como de la severa castidad. No son virtudes morales en sí mismas.

En la mayoría de las tribus australianas, los guerreros tienen relaciones sexuales antes del combate. Sus esposas permanecen intactas en sus chozas. Allí tejen y hacen encantamientos para alejar el peligro de sus esposos. ¿No es eso precisamente lo que hacía la dama del castillo, que tejía y oraba por el caballero que en tierras lejanas luchaba contra infieles o dragones? Bachofen insiste en el simbolismo sexual del tejido. Lo mismo hace el etnógrafo Marcel Griaule. ¿Y por qué pregunto, elegiría el caballero como dama de sus pensamientos a la esposa de otro, si no fuera por el hecho de que intenta practicar con ella el amor interruptus?

La gran dinámica que está detrás del arquetipo, se ha transmitido hasta a los modernos ateos. En una película soviética de la segunda guerra mundial (“Espérame”), un aviador vuela sin sufrir daño sobre territorio enemigo mientras su esposa le es fiel. En el mismo momento en que ella besa a otro hombre, el aviador es herido.

El viejo símbolo es aquí evidente. El guerrero busca protección contra el peligro en la fuente de toda vida: el seno materno. Así es que la espada que se interpone entre Tristán e Isolda tiene una significación esencial. Es el amor interruptus, del que provino el amour courtois (amor galante). André Le Chapelain, quien es una autoridad en el tema, nos dice que el caballero tenía derecho a acariciar a la dama de sus pensamientos totalmente desnuda, siempre que “nunca tuviera lugar el acto último”.

Es así como los trovadores interpretaban los principios de San Bernardo, quien enseñó que las caritas era un impulso transmutado. Pero ellos entendían “postergado” en lugar de “transmutado”. Según René Nelli, los mismos beatos de San Francisco practicaban ese “autocontrol del último minuto”

En las sociedades pre-cristianas había más énfasis en el exceso sexual que en la castidad. Una pintura rupestre de la edad mesolítica, en Cogul, provincia de Lérida, en la España oriental, es un curioso ejemplo de erotismo hierático. Nueve mujeres danzan en torno a un joven desnudo con un pene bastante ambicioso. Sus actitudes exhiben esa sacra admiración de las nueve pastoras junto a Krishna o de las nueve musas alrededor de Apolo. El famoso arqueólogo Jacques Mauduit, especialista en arte prehistórico, ha demostrado que otros grabados eróticos en las cavernas tenían el propósito de favorecer el éxito en la agricultura, la cría del ganado y la caza. Muchos analistas de campo han informado que entre algunas tribus primitivas australianas, durante la época de la siembra, se ordena a un muchacho y una joven que copulen en la pradera. En el momento del orgasmo tienen que mojar el suelo, para asegurar su fertilidad. Algunos indios norteamericanos se masturbaban sobre el campo.

En la actualidad, se puede producir lluvia por ionización. La electricidad celeste está siendo transformada. Pero el hechicero de la época de Neanderthal encontraba su electricidad en el lingam o en el yoni. No conocía otra fuente de energía que el sexo.

Las esculturas eróticas en lo alto de los templos de Nepal tenían la finalidad de proteger al edificio del trueno y del rayo. Aquí es muy evidente la importancia eléctrica que se le atribuía al sexo.

Otro ejemplo de gran interés es el grabado mural que se ha descubierto recientemente en una cueva del Sahara. Lo reproduzco con el permiso que amablemente ha concedido Jacques Mauduit.

El artista anónimo pinta una extraña manera de cazar el avestruz. Una cinta (¿pretende ser un vínculo magnético?) que se origina entre las piernas de la mujer une sus órganos sexuales con el pene del hombre. Entonces se convierte en un venablo que tendrá que alcanzar al veloz avestruz. ¿Puede hallarse una descripción más vívida de la magia sexual?

Sólo en el contexto del culto al yoni es posible comprender a la prostitución sagrada. En el principio, significó por cierto un progreso esencial para el hombre religioso. Pero una gran parte de lo que se nos ha transmitido acerca de ella es de segunda mano, está separado del contexto teológico del cual forma parte. Los comentadores son extranjeros y hablan del tema de una manera anacrónica, proyectando sobre los hechos los arraigados prejuicios de su propia cultura posterior.

Cuando el ingenioso y escéptico Herodoto dijo que el culto de Mylitta era una “costumbre vergonzosa”, quiso decir que era “vergonzosa” para los griegos de su tiempo, pero para los babilonios que crearon esta institución, era ciertamente sagrada.

Herodoto ES uno de los mayores periodistas que ha conocido el mundo. Ve las cosas desde afuera. Sus descripciones están llenas de detalles preciosos. Pero si queremos entender lo que sucedió realmente, tenemos que tratar a su reportaje como hacen los freudianos con el material asociativo de sus pacientes. Examinemos cuidadosamente el texto de Herodoto:

“Toda mujer nacida en el país debe, una vez en su vida, sentarse en el precinto de Afrodita, y tener allí contacto sexual con un extraño. Muchas de la clase más rica, demasiado orgullosas para mezclarse con los demás, llegan al precinto en carruajes cubiertos, seguidas de un buen número de sirvientes, y toman allí su puesto. Pero el mayor número se sienta dentro del recinto sagrado, con guirnaldas de cordel en torno a sus cabezas, y aquí hay siempre una gran muchedumbre, unos viniendo y otros saliendo; trozos de cordel marcan caminos entre las mujeres, en todas direcciones, y los extraños las siguen para hacer su elección. Una vez la mujer se ha sentado en su sitio, no puede volver a su casa hasta que uno de los extraños le arroja en el regazo una moneda de plata, y la lleva con él fuera del terreno sagrado. Cuando arroja la moneda, él dice: “Te convoco en nombre de la diosa Mylitta”. (Afrodita es llamada Mylitta por los asirios) La moneda de plata puede ser de cualquier tamaño; no se la puede rehusar, pues está prohibido por la ley, dado que una vez arrojada es sagrada. La mujer va con el primer hombre que le arroja el dinero, y no rechaza a nadie. Cuando ha copulado con él, satisfaciendo así a la diosa, vuelve a su casa, y desde entonces ningún obsequio, por grande que sea, tendrá resultado con ella. Las mujeres que son esbeltas y hermosas pronto quedan libres, pero otras que son feas tienen que permanecer un largo tiempo antes de cumplir con la ley. Algunas han esperado tres y cuatro años en el precinto. En ciertas partes de la isla de Chiore se encuentra una costumbre muy parecida a ésta”

Al principio, esta descripción no nos dice nada. Pero si leemos un párrafo anterior, descubrimos entre líneas la doctrina erótica que inspiró este ritual.

“Cuando un babilonio ha tenido contacto sexual con su esposa, se sienta ante un incensario donde se quema incienso, y la mujer se sienta frente a él. Al amanecer, se lavan; pues hasta no lavarse no pueden tocar ninguno de los vasos comunes. Los árabes observan también esta práctica”

¿No está claramente indicada la significación sacra del comercio sexual por el “incienso que se quema” y “la mujer sentada frente al esposo toda la noche? También el lavado es un ritual ortodoxo de purificación, que los árabes mantuvieron cuando se hicieron mahometanos. No tiene nada que ver con la higiene, que es una racionalización moderna de una antigua costumbre, una vez perdido su significado original. En todas las doctrinas ocultas se supone que el lavarse impide que las radiaciones del cuerpo sutil sean maculadas por las impurezas cotidianas del cuerpo ordinario. La actividad sexual es de naturaleza magnética. No debe tener relación con el uso de “vasos comunes”.

En todas las religiones hallamos huellas de esta creencia. Eros es el eslabón entre el mundo material y el mundo invisible. El contrato sexual se realiza en el nivel sutil de las vibraciones. Por consiguiente, ejerce una influencia duradera sobre la profunda Esencia.

Dios quiso hombres espirituales. Para asegurarse de que sería obedecido, asoció su evolución a sus más fuertes impulsos instintivos. Pero a nosotros corresponde distinguir las fuerzas superiores e inferiores que se oponen a nuestro cuerpo. No es la carne la que es perversa, sino las fuerzas inferiores que la invaden.

La moralidad y la biología ven solamente una finalidad en el comercio sexual: los hijos. Pero realmente, si la fuerza que atrae al hombre hacia la mujer ha sido creada por la necesidad de propagar la especie, todo observador imparcial se preguntará: ¿cuál es la razón de todo ese derroche de naturaleza? Hay una cantidad mucho mayor de esta energía que la necesaria para la continuación de la especie. ¿Qué se hace de ese “mucho más”?

Los zoólogos les dirán que durante la estación del pareo los pájaros machos comienzan a cantar y a construir nidos para seducir a la hembra. ¿Pero por qué continúan cantando después de la unión? Si el canto es sólo un “subproducto” del instinto sexual, ¿qué positivista osará negar que hay mucho más canto que el necesario para la propagación de la especie? ¿Por qué no invertir la explicación? Quizás por alguna armonía general de la naturaleza, Dios quiso una raza canora. Para asegurarse de que cantarían, asoció el canto, la principal función de la especie, al impulso sexual. De modo que lo que parece ser, desde un punto de vista antropomórfico, una función colateral del amor, puede ser en realidad la misma razón de ser de la especie.

Probablemente, esto también es cierto respecto a los hombres. Freud ha mostrado cómo la actividad creadora del amor está en la misma raíz de nuestra civilización. Eros hace que la humanidad cumpla su función principal, de la cual nada sabemos, aunque en ocasiones alcancemos brumosamente algún vislumbre de nuestro destino.

En realidad, el amor es un fenómeno cómico en el cual las pasiones de los hombres son meros accidentes. En mi libro “Le scandale de l’amour”, señalé que todo fragmento de materia que se une con otro fragmento siente dolor y placer de alguna manera oscura. Quizás el alimento, masticado, destruido, y no obstante hecho parte de otra vida, disfruta la experiencia y responde a la sexualidad oral con una sexualidad masoquista elemental. En todo contacto con el mundo, se eleva la potencialidad y se suscita una corriente. Esta corriente es de carácter erótico. Quizás siempre que la vida se afirma a sí misma negando una falsa rigidez, siempre que progresa hacia el cosmos, superando en su camino a toda limitación, se erotiza y gana energía.

Aun entre las amebas aparece el fenómeno de la fagocitación, de una unión que no está vinculada a ningún modo con la perpetuación de la especie, dado que los protozoos se reproducen por segmentación. La sexualidad es solamente un medio para la unión cósmica en un estado de flujo. Freud, de quien nadie sospechó nunca que fuera un místico, escribe que “El fin de Eros es establecer cada vez unidades más grandes y preservarlas así, es to es, mantenerlas juntas” Esta extraña energía del amor es la misma atracción que ejerce sobre cada elemento vivo el Centro del Universo en devenir. La propagación de la especie se funde en el gran éxtasis de la participación en el Absoluto. A través de la mujer, todo el cosmos se acerca al hombre.

El amor es una deidad que está más allá del hombre, la mujer, y los mezquinos acontecimientos de la vida terrenal. Ouspensky llega a escribir:

“Quizás el amor es un mundo de extraños espíritus que a veces establecen su morada en los hombres, sometiéndolos, haciéndolos instrumentos para la realización de sus inescrutables propósitos. Quizás es alguna región particular del mundo interior, donde las almas de los hombres entran a veces, y donde viven de acuerdo con las leyes de ese mundo, mientras que los cuerpos permanecen en la tierra, confinados por las leyes terrenas. Quizás es una operación alquímica de algún Gran Maestro, en la cual las almas y los cuerpos de los hombres juegan el papel de elementos con los cuales se compone una piedra filosofal, o un elixir de la vida, o alguna misteriosa fuerza magnética que alguien necesita para algún incomprensible propósito.”

Todas las religiones reconocen la importancia del amor. Pero cada una de ellas ofrece una explicación diferente de su enigma. Sus actitudes varían entre el todo-sexo y el nada-de-sexo. La cristiandad, temerosa de las combinaciones magnéticas implicadas, y a pesar de su enunciado básico de que Dios es amor, rechazó la sexualidad totalmente. Se les prescribe a sus místicos la más rígida castidad.

En algunos cultos antiguos, en cambio, especialmente en el culto de la Gran Diosa, se albergaba la esperanza de acelerar la unión cósmica mediante el sagrado comercio con un viandante anónimo. Pero, ¿no es este viandante el antepasado del “prójimo” idealizado?

“Ama a Dios por sobre todas las cosas, y ama a tu prójimo como a ti mismo”. En ese mandamiento, Dios está primero. Si Dios no existe, mi prójimo no es mi hermano, sino mi rival. El amor terrenal es imposible sin hacer u rodeo largo a través del cielo. Sólo cuando uno se siente parte de la Vida Infinita del Creador puede interesarse por alguna criatura viviente finita.

Por otra parte, ¿quién es mi prójimo? Cuando se preguntó esto a Jesús, contó la parábola de la Buena Samaritana. Lo que me llama la atención aquí es que “mi prójimo” parece ser alguien a quien la benefactora nunca ha visto antes, ni volverá a ver. La Samaritana lo cuida, pone bálsamo en sus heridas, paga sus gastos de alojamiento y luego se va discretamente, sin dejar una tarjeta de visita. La benefactora y el beneficiado siguen siendo desconocidos el uno para el otro.

Si fuéramos los suficientemente amplios mentalmente y tuviéramos la suficiente imaginación para comprender a las personas piadosas que vivieron unos pocos milenios antes de Cristo, podríamos ver que la prostitución sagrada fue inspirada por la misma intención. Se ama primero a la Diosa, y es porque se la ama que se consiente, una vez en la vida, en tener contacto sexual con un prójimo anónimo. De esta manera se logra lo que Freud llama el objetivo de Eros: establecer unidades cada vez mayores.

Por supuesto, la costumbre babilónica descrita por Herodoto revela una institución ya en vísperas de su declinación, así como Afrodita o Mylitta son imágenes decadentes de la primitiva Gran Madre. Pero los sentimientos básicos son evidentes. Mientras que la prostitución profana involucra el odio de la mujer contra el hombre, y la confesada intención de éste de degradar a la mujer, la prostitución sagrada nos habla del amor desinteresado de la mujer hacia el hombre, y del culto del hombre a la femineidad en cuanto expresión terrenal de la Magna Mater.

Aun en nuestros días se puede observar esta diferencia en la India, que es un museo de todas las religiones, y donde junto a los burdeles, en general propiedad de occidentales, quedan todavía en algunas remotas regiones del país una media docena de cortesanas sagradas.

La prostitución sagrada es, en el nivel carnal, un ingenuo ensayo de amor universal. Pero entraña el peligro de cortocircuito. Amar a todo el mundo significa a menudo no amar a nadie. Todo-sexo es semejante a nada-de-sexo.

Observando desde el exterior con ojos desinteresados, el comercio sexual parece ser solamente el contacto de dos epidermis. Pero cada una de éstas puede contener fuerzas subhumanas que pueden dañar el alma. En el momento del acto sexual, las dos fuerzas latentes en los dos cuerpos se unen fácilmente, de modo que las dos identidades no tiene ya  la sensación de separación. Se encuentra esta creencia en todas las tradiciones esotéricas, detrás de la noción de almas gemelas, tan bien ilustradas en el Simposio de Platón. Pero éste es un caso ideal, tal como lo hallamos en Tristán e Isolda, Filemón y Baucis, y todos los lazos amorosos sagrados. Es interesante observar que el secreto del amor espiritual superior le fue reservado a Sócrates por Diótima, que era una sabia cortesana.

Como lo expresa J. G. Bennett: “El compañero sexual ocupa una posición intermedia en cuanto puede ser instrumento del mundo inferior, pero también un medio de exaltar al hombre al mundo verdaderamente humano en el cual no existe la separación.”

¿Qué sucede en un breve enredo amoroso, cuando un hombre y una mujer mantienen unas pocas relaciones sexuales, o inclusive un único contacto sexual, y luego se separan? Desde el punto de vista exterior, pueden olvidarse mutuamente, olvidar el acto mismo, y no conocer siquiera el nombre del otro. Pueden pensar que no ha quedado en sus cuerpos más huellas de la experiencia que, como dice el Rey Salomón, la que deja “el vuelo de un águila en el aire”. Y sin embargo, las fuerzas de cada efímero compañero amoroso se han incorporado en el otro. Permanecen de algún modo en ambos cuerpos, y así ocasionan el deterioro (o por lo menos el cambio) de su propio contenido interno.

Durante el acto sexual con una mujer que ha tenido muchos amantes, un hombre siempre comparte de alguna manera las fuerzas y el destino de sus predecesores. Esa creencia está tan arraigada en nuestro inconsciente, que todavía hoy se esconde tras el interés que muestran los hombres por una mujer que ha sido la amante de un político poderoso o de un artista famoso. Cuando comenzaron los motines en el ex Congo-Belga, los negros no violaron hermosas vírgenes blancas, como podríamos haber pensado ligeramente. Prefirieron mujeres comunes, de cuarenta años, que eran esposas de ex altos funcionarios a quienes habían temido antes del día de la independencia. ¿No constituye este acto sexual la incorporación edípica del mana del padre-jefe, que tanto desearon robar en el útero de la madre?

De la misma manera, el hombre que se ha acostado con muchas mujeres antes de casarse, perturbará el estado interno de su esposa. Las fuerzas inferiores y depravadas que fluyen del esposo pueden ejercer sobre ella un efecto terrible, hasta el punto de que su personalidad interna se tiñe de tendencias muy ajenas a su propio destino.

La relación entre hombres y mujeres es en realidad una lucha de fuerzas, que tiene por resultado el surgimiento de un vencedor y de un vencido. Por lo tanto, parece poco justificada la opinión  de que importa poco de que uno tome el placer sexual allí donde lo encuentre. La misma esencia del hombre puede correr peligro. El obstáculo para la perfecta unión personal en un hombre y su esposa, no es el cuerpo físico, sino las fuerzas inferiores que constituyen el contenido del cuerpo físico.

Un varón que tiene el hábito de frecuentar burdeles y meretrices, se mezcla con las fuerzas de otros hombres (y sabemos por el estudio de casos que ese varón tiene fuertes tendencias homosexuales), hasta el punto de que puede quedar destruida toda su personalidad interna verdadera. O bien puede salir de este crisol convertido en un santo.

Pero lo que puede superar la influencia de todas estas fuerzas extrañas que invaden su cuerpo no es el cuerpo ni el hombre mismo, sino la Gran Fuerza Vital del Supremo Yo, que toca al hombre cuando éste está en condiciones de recibir la gracia divina.

En los tiempos precristianos, los sacerdotes sostenían que se ganaba muy poco si los hombres evitaban deliberadamente a las mujeres, o las mujeres a los hombres. La decisión de un ser humano de rechazar el matrimonio equivale a abndonar todo contacto consigo mismo.

Las sacerdotisas de la Gran Diosa ensayaron una respuesta diferente. Estando abiertas a todo el mundo, pensaron que el infinito número de fuerzas que luchaban en ellas se aniquilarían mutuamente. Pero el principal factor era aquí la consagración de todos los actos sexuales. Y así se entregaban al Poder Divino, creyendo que eso aventaría las influencias de las fuerzas inferiores.

Loa transición de la prostitución sagrada a la profana tuvo lugar, muy probablemente, durante las grandes Guerras Púnicas. Podemos ver un ejemplo de ella en la protohistoria romana. Los etruscos expulsados de Asia debido a su obstinado culto del yoni (en una época en que triunfaba el culto del lingam), se establecieron en Italia unos ocho siglos antes de la fundación de Roma. Eran un pacífico pueblo de agricultores. Por supuesto, conservaban sus instituciones matriarcales, sus ritos y sus imágenes de la Gran Diosa.

Es interesante recordar bajo esta luz de la leyenda nde Rómulo y Remo, amamantados por una loba. La palabra latina lupa fue usada más tarde para designar también a una prostituta (de donde proviene lupanar). El segundo rey de Roma, Numa, solía atender los sabios consejos de una ninfa de los bosques, llamada Egeria. La influencia femenina es aún predominante.

¿Quién hubiera sospechado que en el origen del más grande estado patriarcal de la antigüedad estuvo una cortesana sagrada? Las guerras entre dos civilizaciones no conocen la misericordia. El vencedor borra todas las huellas de las ideologías y aspiraciones anteriores.

La lupa se convirtió en un mito cuando llegó a significar la madre del primer rey, y se convirtió en un insulto en la Roma patriarcal, que despreciaba a la prostitución en una época en la que Grecia y toda Asia toleraban aún a sus Aspasias.

El matrimonio mixto no siempre se efectuó en beneficio del varón nómade. El orgulloso conquistador pudo haber sido conquistado a menudo. Tuvo que defenderse contra las dos armas más peligrosas: el encanto sexual de la mujer, y su propio deseo.

Así como los árabes convirtieron al colegio de sacerdotisas en un harén, las sociedades patriarcales hicieron de las cortesanas sagradas, mujeres de la calle. Llevaron a cabo una metódica profanación. Lo que había sido sagrado se convirtió en vergonzoso. El código moral se transformó. Las cortesanas ya no fueron sacerdotisas, sino esclavas que tenían que obedecer las órdenes del hombre, y que podían ser vendidas y compradas. Los patriarcas ponen precio a las mercancías sexuales.

Puede verse en esto la inversión que sucede a cada cambio de religión. Lo que es divino en el templo anterior, se convierte en diabólico en la nueva iglesia.

Pero la profanación puede ser resultado casi natural, asimismo, de las transformaciones de las pautas sociales. Un buen ejemplo de esto es la evolución de las bailarinas sagradas de la India. En esta parte del mundo, donde la Magna Mater ha sido honrada durante tantos siglos, existe la vieja tradición de separar de sus familias a hermosas niñitas, a la edad de siete años. Se les evita toda tarea doméstica y todo otro trabajo manual. Viven en el templo. Se les enseña los secretos de su arte. Se las inicia en los ritos religiosos. La bailarina india es devadasi, es decir, una escalva de Dios. Su vida está dedicada a su servicio, así como la de una monja cristiana. Cuando llega a la pubertad, la doncella ofrece su virginidad al lingam de piedra de Shiva. Después de este hecho sagrado, los sacerdotes que representan a Dios en la tierra, tienen licencia ritual para acostarse con ella. La vestal se ha convertido en una cortesana sagrada. Hallamos aquí la ya mencionada vacilación entre el sortilegio de fertilidad obtenido a través de la fuerza reprimida de la castidad, y la dinámica de una actividad sexual intensificada.

Pero en la India, el colegio de las bailarinas sagradas se convirtió pronto en el ballet real. La degradación es sólo parcial. Antes la amante de Dios, ahora la prostituta sagrada es la concubina del maharajá. Pero, ¿no es también el príncipe sagrado, no es él también delegado de Dios en la tierra? Además, el arte sigue siendo en la India una oración.

La profanación verdadera tiene lugar más tarde en Occidente. Durante un largo tiempo la nobleza francesa, por ejemplo, mantuvo la tradición, aunque sin tener conciencia de su origen sagrado, hasta 1914, todas las bailarinas de la Ópera eran mantenidas por miembros del Jockey Club.

Con la llegada al poder de la burguesía, desaparece la última gloria. Aunque hubiera perdido todos sus vínculos con lo sagrado, el arstócrata daba al menos algún status social a su amante mantenida, aunque sólo fuera en razón de que toda persona que le pertenecía a él, tenía que ser respetada.

Cuando el burgués quiso imitar al granseñor, él también tuvo su bailarina. Pero nunca tenía seguridad acerca de su gusto ni de su escala de valores. Si su hermosa querida era muy admirada, se sentía culpable y tosco. Cuando ella era trivial, él se avergonzaba de ella.

Ya no hay grandes cortesanas en la actualidad. Sólo quedan las “call girls”. Pero cuanto más bajo cae una prostituta, más agresión acumula contra su compañero. Y cuanto más se convierte el sexo en una breve transacción comercial, más proyecta el cliente su vieja frustración y sus viejas decepciones sobre ella. De tal modo, la prostitución se transforma en un eterno círculo de odio. Allí reside su tragedia. Su finalidad era el amor.


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© Helios Buira

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