El origen de la obra de arte y del
artista es el arte. El origen es la
procedencia de la esencia, en donde
surge a la presencia el ser de un ente.
¿Qué es el arte? Buscamos su esencia en
la obra efectivamente real. La realidad
de la obra ha sido determinada a partir
de aquello que obra en la obra, a partir
del acontecimiento de la verdad.
Pensamos este acontecimiento como la
disputa del combate entre el mundo y la
tierra. En la dinámica de esta lucha
está presente el reposo. Aquí es donde
se funda el reposo de la obra en sí
misma.
En la obra obra el acontecimiento de la
verdad. Pero lo que obra en la obra
está, por lo tanto, en la obra. Por
consiguiente, aquí ya se presupone la
obra efectivamente real como soporte del
acontecimiento. De inmediato resurge
ante nosotros la pregunta por aquel
carácter de cosa de la obra dada. Y así,
hay algo que por fin queda claro: por
mucho y muy insistentemente que nos
preguntemos por la subsistencia de la
obra, nunca daremos plenamente con su
realidad efectiva mientras no nos
decidamos a tomar la obra como algo
efectuado. Lo más normal es tomarla así,
porque en la palabra obra resuena ya el
término ‘efectuado’. El carácter de obra
de la obra reside en el hecho de haber
sido creada por un artista. Puede
parecer extraño que hayamos esperado
hasta ahora para dar esta definición de
la obra, que además de aclarar todo es
la más lógica.
Pero, manifiestamente, el ser-creación
de la obra sólo se puede entender desde
el proceso del crear. Y así, por la
fuerza de las cosas, nos vemos obligados
a introducirnos en la actividad del
artista para dar con el origen de la
obra de arte. El intento de determinar
el ser-obra de la obra única y
exclusivamente a partir de ella misma,
ha demostrado ser irrealizable.
Aunque ahora dejemos a un lado la obra e
indaguemos en la esencia del crear, no
por ello debemos olvidar lo que dijimos
anteriormente sobre el cuadro de las
botas labriegas o el templo griego.
Pensamos el crear como un producir o
traer delante. Pero también la
fabricación de un utensilio es una
producción, una manera de traer algo
delante. Es verdad -¡curiosa paradoja
del lenguaje!- que el trabajo artesano
no crea obras ni siquiera cuando
distinguimos entre el producto
verdaderamente artesano y el objeto de
fábrica. Pero entonces ¿en qué se
diferencia el traer delante que es
creación del traer delante que es
fabricación? Resulta tan fácil
distinguir con palabras entre la
creación de obras y la fabricación de
utensilios, como difícil seguir ambas
maneras de traer algo delante en sus
respectivos rasgos esenciales. En
apariencia, la actividad del alfarero y
el escultor, la del ebanista y el pintor
siguen un comportamiento idéntico. La
creación de obras exige de por sí el
quehacer artesano. Lo que más estiman
los grandes artistas es la capacidad
artesanal. Son los primeros que exigen
su cuidado a partir de una total
maestría. Ellos, más que nadie, son los
que se esfuerzan por formarse cada día
más a fondo en el oficio. Ya se ha dicho
repetidas veces que los griegos, que
algo entendían de obras de arte, usaban
la misma palabra, t¡xnh, para designar
un oficio artesano y el arte y que
nombraban al artesano y al artista con
el mismo nombre, t¡xnÛthw.
Por eso, parece aconsejable determinar
la esencia del crear desde su lado
artesanal. Pero la mención al uso que
hacían los griegos de estas palabras, un
uso que pone de manifiesto su
experiencia del asunto, nos debe haber
dejado meditabundos. Por habitual y
esclarecedora que pueda ser la alusión a
la forma en que los griegos designaban
habitualmente los oficios artesanos y el
arte utilizando la misma palabra, t¡xnh,
no deja de ser superficial y hasta
errada, porque t¡xnh no significa ni
oficio manual ni arte y mucho menos lo
técnico en sentido actual, puesto que no
significa nunca ningún tipo de
realización práctica.
La palabra t¡xnh nombra más bien un modo
de saber. Saber significa haber visto,
en el sentido más amplio de ver, que
quiere decir captar lo presente como
tal. Según el pensamiento griego, la
esencia del saber reside en la Žl®yeia,
es decir, en el desencubrimiento de lo
ente. Ella es la que sostiene y guía
toda relación con lo ente. Así pues,
como saber experimentado de los griegos,
la t¡xnh es una manera de traer delante
lo ente, en la medida en que saca a lo
presente como tal fuera del ocultamiento
y lo conduce dentro del desocultamiento
de su aspecto; t¡xnh nunca significa la
actividad de un hacer.
El artista no es precisamente un
t¡xnÛthw porque también sea un artesano,
sino porque tanto el hecho de producir o
traer aquí obras como el de producir o
traer aquí utensilios acontece en ese
traer algo delante que, de antemano,
hace que llegue lo ente a su presencia a
partir de su aspecto. Pero todo esto
ocurre en medio de lo ente, que sale a
la luz y se genera espontáneamente en
medio de la fæsiw. El hecho de llamar
t¡xnh al arte no es ninguna prueba a
favor de que el quehacer del artista sea
comprendido a partir del trabajo manual.
Lo que dentro de la creación de obras
tiene aspecto de fabricación artesana
tiene otra naturaleza. Este quehacer
está completamente determinado por la
esencia del crear y siempre se inscribe
en ella.
Pero entonces, ¿qué hilo conductor
podremos seguir para pensar la esencia
del crear si no es el del oficio manual?
¿Cómo pensarla si no es contemplando
aquello que hay que crear, la obra? A
pesar de que la obra sólo se torna
efectivamente real en el proceso de
creación y por lo mismo depende de dicho
proceso en su realidad efectiva, la
esencia del crear está determinada por
la esencia de la obra. Aunque el
ser-creación de la obra tenga una
relación con el crear, tanto el
ser-creación como el crear deben
determinarse a partir del ser-obra de la
obra. Ahora ya no nos asombraremos por
haber tratado primero durante tanto
tiempo únicamente de la obra sin
detenernos a analizar el ser-creación
hasta el último momento. Si el
ser-creación forma parte de la obra de
manera tan esencial como resuena en la
propia palabra obra, tendremos que
procurar comprender más esencialmente lo
que se ha podido determinar hasta ahora
como ser-obra de la obra.
Teniendo en cuenta la delimitación
recién alcanzada de la esencia de la
obra, según la cual en la obra está en
obra el acontecimiento de la verdad,
podemos caracterizar el crear como ese
dejar que algo emerja convirtiéndose en
algo traído delante, producido. El
llegar a ser obra de la obra es una
manera de devenir y acontecer de la
verdad. En la esencia de la verdad
reside todo. Pero ¿qué es la verdad para
tener que acontecer en algo creado?
¿Hasta qué punto tiene la verdad una
tendencia hacia la obra en el fondo de
su esencia? ¿Se puede comprender esto a
partir de la esencia de la verdad tal
como ha sido aclarada hasta ahora?
La verdad es no-verdad, en la medida en
que le pertenece el ámbito de
procedencia de lo aún-no(des-)desocultado
en el sentido del encubrimiento. En el
des-ocultamiento como verdad está
presente al mismo tiempo el otro «des»
de una segunda negación o restricción.
La verdad se presenta como tal en la
oposición del claro y el doble
encubrimiento. La verdad es el combate
primigenio en el que se disputa, en cada
caso de una manera, ese espacio abierto
en el que se adentra y desde el que se
retira todo lo que se muestra y retrae
como ente. Sea cual sea el cuándo y el
cómo se desencadena y ocurre este
combate, lo cierto es que gracias a él
ambos contendientes, el claro y el
encubrimiento, se distinguen y separan.
Así es como se disputa el espacio
abierto donde tiene lugar la lucha. La
apertura de este espacio abierto, esto
es, la verdad, sólo puede ser lo que es,
concretamente esta apertura, si ella
misma se establece y mientras se
mantenga instalada en su espacio
abierto. Es por eso por lo que en dicho
espacio abierto debe haber siempre y en
cada caso un ente en el que la apertura
gane su firmeza y estabilidad. Desde el
momento en que la apertura ocupa el
espacio abierto, lo mantiene abierto y
dispuesto. Disponer y ocupar se han
pensado siempre aquí a partir del
sentido griego de la y¡siw, que
significa poner en lo no oculto.
Cuando alude a ese establecerse de la
apertura en el espacio abierto, el
pensar toca una región que no podemos
detenernos a explicar todavía. Diremos
simplemente que si la esencia del
des-ocultamiento de lo ente pertenece de
alguna manera al propio ser (vid. «Ser y
Tiempo», parágrafo 44), es éste, a
partir de su esencia, el que permite que
se produzca el espacio de juego de la
apertura (el claro del aquí) y lo lleva
como tal a todo lugar en el que un ente
sale a la luz a su manera.
La verdad acontece de un único modo:
estableciéndose en ese combate y espacio
de juego que se abren gracias a ella
misma. En efecto, puesto que la verdad
es la oposición alterna del claro y el
encubrimiento, le pertenece aquello que
aquí hemos dado en llamar su
establecimiento. Pero la verdad no está
ya presente de antemano en algún lugar
de las estrellas para venir después a
instalarse en algún lugar de lo ente.
Esto es imposible, aunque sólo sea
porque es la apertura de lo ente la
primera que concede la posibilidad de
que aparezca ese lugar cualquiera, ese
lugar lleno de presencia. El claro de la
apertura y el establecimiento en el
espacio abierto son inseparables, se
pertenecen mutuamente. Son la misma y
única esencia del acontecimiento de la
verdad. Tal acontecimiento es histórico
de muchas maneras.
Una de las maneras esenciales en que la
verdad se establece en ese ente abierto
gracias a ella, es su ponerse a la obra.
Otra manera de presentarse la verdad es
la acción que funda un Estado. Otra
forma en la que la verdad sale a la luz
es la proximidad de aquello que ya no es
absolutamente un ente, sino lo más ente
de lo ente. Otro modo de fundarse la
verdad es el sacrificio esencial.
Finalmente, otra de las maneras de
llegar a ser de la verdad es el
cuestionar del pensador, que nombra el
pensar del ser como tal en su
cuestionabilidad, o lo que es lo mismo,
como digno de ser cuestionado. Frente a
esto, la ciencia no es ningún tipo de
acontecimiento originario de la verdad,
sino siempre la construcción de un
ámbito de la verdad, ya abierto, por
medio de la fundamentación y la
aprehensión de aquello que se muestra
exacto dentro de su círculo de un modo
posible y necesario. Cuando y en la
medida en que una ciencia va más allá de
lo exacto para alcanzar una verdad, esto
es, un desvelamiento esencial de lo ente
en cuanto tal, dicha ciencia es
filosofía.
Como forma parte de la esencia de la
verdad tener que establecerse en lo ente
a fin de poder llegar a ser verdad, por
eso, en la esencia de la verdad reside
una tendencia hacia la obra que le
ofrece a la verdad la extraordinaria
posibilidad de ser ella misma en medio
de lo ente.
El establecimiento de la verdad en la
obra es un modo de traer delante eso
ente que antes no era todavía y después
no volverá a ser nunca. Este traer
delante sitúa a eso ente en lo abierto
de manera tal que aquello que tiene que
ser traído delante sea precisamente lo
que aclare la apertura de eso abierto en
lo que aparece. Allí donde dicho traer
delante trae expresamente la apertura de
lo ente, es decir, la verdad, lo traído
delante será una obra. Semejante modo de
traer delante es el crear. En tanto que
un modo de traer, es más bien un recibir
y tomar dentro de la relación con el
desocultamiento. Si esto es así, ¿en qué
consiste el ser-creación? Lo aclararemos
a través de dos determinaciones
esenciales.
La verdad se establece en la obra. La
verdad sólo se presenta como el combate
entre el claro y el encubrimiento en la
oposición alternante entre mundo y
tierra. La verdad, en tanto que dicho
combate entre mundo y tierra, quiere
establecerse en la obra. El combate no
debe ser apagado ni concluido en un ente
traído delante propiamente para este
fin, sino que debe abrirse a partir de
este ente. Siendo esto así, dicho ente
debe albergar en su seno los rasgos
esenciales del combate. En el combate se
conquista la unidad de mundo y tierra.
Al abrirse, un mundo le ofrece a una
humanidad histórica la decisión sobre
victoria y derrota, bendición y
maldición, señorío y esclavitud. El
mundo en eclosión trae a primer plano lo
aún no decidido, lo que aún carece de
medida y, de este modo, abre la oculta
necesidad de medida y decisión.
Pero desde el momento en que un mundo se
abre, la tierra comienza a alzarse. Se
muestra como aquella que todo lo
soporta, como aquella que se esconde en
su ley y se cierra constantemente a sí
misma. El mundo exige su decisión y su
medida y hace que lo ente alcance el
espacio abierto de sus vías. Mientras
soporta y se alza la tierra aspira a
mantenerse cerrada confiándole todo a su
ley. El combate no es un rasgo en el
sentido de una desgarradura, de una mera
grieta que se rasga, sino que es la
intimidad de la mutua pertenencia de los
contendientes. Este rasgo separa a los
contrincantes llevándolos hacia el
origen de su unidad a partir del
fundamento común. Es el rasgo o plano
fundamental. Es el rasgo o perfil que
dibuja los trazos fundamentales de la
eclosión del claro de lo ente. Este
rasgo no rasga o separa en dos a los
contrincantes, sino que lleva la
contraposición de medida y límite a un
rasgo o contorno único.
La verdad como combate sólo se establece
en un ente que hay que traer delante de
tal manera que la lucha se abra en ese
ente, esto es, que el propio ente sea
conducido al rasgo. El rasgo bosqueja en
una unidad todos los rasgos: el perfil y
el plano fundamental, el corte y el
contorno. La verdad se establece en lo
ente, pero de un modo tal, que es el
propio ente el que ocupa el espacio
abierto de la verdad. Ahora bien, esta
ocupación sólo puede ocurrir de tal
manera que aquello que ha de ser traído
delante, el rasgo, se confíe a eso que
se cierra a sí mismo y se alza en lo
abierto. El rasgo debe retirarse de
nuevo a la persistente pesadez de la
piedra, la callada dureza de la madera,
el oscuro brillo de los colores. Sólo en
la medida en que la tierra vuelve a
albergar dentro de sí al rasgo, es
traído éste a lo abierto, es situado, es
decir, puesto, en aquello que se alza en
lo abierto en tanto que aquello que se
cierra a sí mismo y resguarda.
El combate llevado al rasgo, restituido
de esta manera a la tierra y, con ello,
fijado en ella, es la figura. El
ser-creación de la obra significa la
fijación de la verdad en la figura. Ella
es el entramado por el que se ordena el
rasgo. El rasgo así entramado es la
disposición del aparecer de la verdad.
Lo que aquí recibe el nombre de figura
debe ser pensado siempre a partir de
aquel situar y aquella com-posición,
bajo cuya forma se presenta la obra en
la medida en que se erige y se trae aquí
a sí misma.
En la creación de la obra, debe
restituirse a la tierra el combate como
rasgo y la propia tierra debe ser traída
a la presencia y ser usada como aquella
que se cierra a sí misma. Este uso no
desgasta ni malgasta la tierra como un
material, sino que, por el contrario, es
el que la libera para ella misma. Este
uso de la tierra es un obrar con ella
que parece una utilización artesanal del
material. De ahí la apariencia de que la
creación de obras es también una
actividad artesana, cosa que no es
jamás. Pero la fijación de la verdad en
su figura sigue teniendo siempre algo de
uso de la tierra. Por el contrario, la
fabricación de utensilios no es nunca
inmediatamente la realización del
acontecimiento de la verdad. Que un
utensilio esté terminado significa que
está conformado un material como algo
preparado para el uso. Que el utensilio
esté terminado significa que es
abandonado a su utilidad pasando por
encima de sí mismo.
No ocurre lo mismo con el ser-creación
de la obra. Esta afirmación quedará muy
clara a través de la segunda
característica que ahora señalaremos.
Que el utensilio esté terminado y la
obra haya sido creada coinciden en el
hecho de que en ambos casos algo ha sido
traído delante o producido. Pero el que
la obra haya sido creada, esto es, su
ser-creación, se distingue frente a
cualquier otra manera de traer delante o
producir por ser algo creado dentro de
lo creado. Pero ¿no se aplica también
esto a cualquier elemento traído delante
y que ha llegado a ser de algún modo?
Sin duda, todo elemento traído delante
está dotado de ese haber sido traído
delante, si es que se le ha dotado de
alguna manera. Pero en la obra, el
ser-creación ha sido creado expresamente
dentro de lo creado, de tal manera, que
lo traído delante de este modo se alza y
destaca de una forma particular a partir
de él. Si esto es así, también podremos
llegar a conocer expresamente el
ser-creación en la obra misma.
Que el ser-creación sobresalga respecto
a la obra no significa que deba
advertirse que la obra ha sido hecha por
un gran artista. Lo creado no tiene que
servir para dar testimonio de la
capacidad de un maestro y lograr su
público reconocimiento. No es el N.N.
fecit lo que se debe dar a conocer, sino
que el simple «factum est» de la obra
debe ser mantenido en lo abierto. Lo que
se debe dar a conocer es que aquí ha
acontecido el desocultamiento de lo ente
y que en su calidad de eso acontecido
sigue aconteciendo por primera vez; que
dicha obra es en lugar, más bien, de no
ser. El impulso que emerge de la obra
haciéndola destacar como tal obra y lo
incesante de ese imperceptible destacar,
es lo que constituye la perdurabilidad
del reposar en sí misma de la obra. Es
precisamente donde el artista y el
proceso y circunstancias de surgimiento
de la obra no llegan a ser conocidos,
donde sobresale del modo más puro ese
impulso que hace destacar a la obra,
este «que es» de su ser-creación.
Es verdad «que» el hecho de haber sido
fabricado es algo que también forma
parte de todo utensilio disponible y en
uso. Pero en lugar de aparecer en el
utensilio, este «que» desaparece en la
utilidad. Cuanto más manejable resulta
un utensilio tanto menos llama la
atención, como le ocurre por ejemplo al
martillo, y tanto más exclusivamente se
mantiene dicho utensilio en el ámbito de
su ser-utensilio. En realidad, podemos
observar que todo lo dado es, pero se
trata de una simple observación
superficial que inmediatamente se olvida
como ocurre con todo lo que es habitual.
¿Y qué más habitual que esto: que lo
ente es? Por el contrario, en la obra lo
extraordinario es precisamente que sea
como tal. Ese acontecimiento que
consiste en que la obra haya sido creada
no se limita a seguir vibrando en la
obra, sino que es el mismo
acontecimiento de que la obra sea como
tal obra el que proyecta a ésta ante sí
misma y la mantiene proyectada en torno
a sí. Cuanto más esencialmente se abre
la obra, tanto más sale a la luz la
singularidad de que la obra sea en
lugar, más bien, de no ser. Cuanto más
esencialmente sale a lo abierto este
impulso que emerge de la obra haciéndola
destacar, tanto más extraña y aislada se
torna la obra.
En el traer delante de la obra reside
ese ofrecimiento que consiste en «que
sea».
La pregunta por el ser-creación de la
obra debería aproximarnos al carácter de
obra de la obra y con ello a su realidad
efectiva. El ser-creación se ha
desvelado como esa fijación del combate
en la figura por medio del rasgo. Por
otra parte, el propio ser-creación ha
sido expresamente creado dentro de la
obra y se encuentra en lo abierto como
el callado impulso -que hace destacar a
la obra- del «que». Pero la realidad
efectiva de la obra tampoco se agota en
el hecho de haber sido creada. Por el
contrario, la contemplación de la
esencia de su ser-creación nos capacita
para consumar ese paso al que tendía
todo lo dicho hasta ahora.
Cuanto más solitaria se mantiene la obra
dentro de sí, fijada en la figura,
cuanto más puramente parece cortar todos
los vínculos con los hombres, tanto más
fácilmente sale a lo abierto ese impulso
-que hace destacar a la obra- de que
dicha obra sea, tanto más esencialmente
emerge lo inseguro y desaparece lo que
hasta ahora parecía seguro. Pero este
proceso no entraña ninguna violencia,
porque cuanto más puramente se queda
retirada la obra dentro de la apertura
de lo ente abierta por ella misma, tanto
más fácilmente nos adentra a nosotros en
esa apertura y, por consiguiente, nos
empuja al mismo tiempo fuera de lo
habitual. Seguir estos desplazamientos
significa transformar las relaciones
habituales con el mundo y la tierra y a
partir de ese momento contener el hacer
y apreciar, el conocer y contemplar
corrientes a fin de demorarnos en la
verdad que acontece en la obra.
Detenerse en esta demora es lo que
permite que lo creado sea la obra que
es. Dejar que la obra sea una obra, es
lo que denominamos el cuidado por la
obra. Es sólo por mor de ese cuidado por
lo que la obra se da en su ser-creación
como aquello efectivamente real, o, tal
como podemos decir mejor ahora, como
aquello que está presente con carácter
de obra.
En la misma medida en que una obra no
puede ser sin haber sido creada, pues
tiene una necesidad esencial de
creadores, tampoco lo creado mismo puede
seguir siendo sin sus cuidadores.
Pero cuando una obra no encuentra
cuidadores o no los encuentra
inmediatamente tales que correspondan a
la verdad que acontece en la obra, esto
no significa en absoluto que la obra
pueda ser también obra sin los
cuidadores. En efecto, si realmente es
una obra, siempre guarda relación con
los cuidadores, incluso o precisamente
cuando sólo espera por dichos cuidadores
para solicitar y aguardar la entrada de
estos mismos en su verdad. El propio
olvido en que puede caer la obra no se
puede decir que no sea nada; es todavía
un modo de cuidar. Se alimenta de la
obra. Cuidar la obra significa
mantenerse en el interior de la apertura
de lo ente acaecida en la obra. Ahora
bien, ese mantener en el interior del
cuidado es un saber. Efectivamente,
saber no consiste sólo en un mero
conocer o representarse algo. El que
sabe verdaderamente lo ente, sabe lo que
quiere en medio de lo ente.
El querer aquí citado, que ni aplica un
saber ni lo decide previamente, ha sido
pensado a partir de la experiencia
fundamental del pensar en «Ser y
Tiempo». El saber que permanece un
querer y el querer que permanece un
saber, es el sumirse extático del hombre
existente en el desocultamiento del ser.
La resolución pensada en «Ser y Tiempo»
no es la acción deliberada de un sujeto,
sino la liberación del Dasein fuera de
su aprisionamiento en lo ente para
llevarlo a la apertura del ser. Pero en
la existencia el ser humano no sale de
un interior hacia un exterior, sino que
la esencia de la existencia consiste en
estar dentro estando fuera,
acontecimiento que ocurre en la escisión
esencial del claro de lo ente. Ni en el
caso del crear anteriormente citado ni
en el del querer del que hablamos ahora,
pensamos en la actividad y en la acción
de un sujeto que se plantea a sí mismo
como meta y aspira a ella.
Querer es la lúcida resolución de un ir
más allá de sí mismo en la existencia
que se expone a la apertura de lo ente
que aparece en la obra. Así es como se
encamina lo que está dentro hacia la
ley. El cuidado por la obra es, como
saber, el lúcido internarse en lo
inseguro de la verdad que acontece en la
obra.
Este saber, que como querer habita
familiarmente en la verdad de la obra y
sólo de este modo sigue siendo un saber,
no saca a la obra fuera de su
subsistencia, no la arrastra al círculo
de la mera vivencia ni la rebaja al
papel de una mera provocadora de
vivencias. El cuidado por la obra no
aísla a los hombres en sus vivencias,
sino que los adentra en la pertenencia a
la verdad que acontece en la obra y, de
este modo, funda el ser para los otros y
con los otros como exposición histórica
del ser-ahí a partir de su relación con
el desocultamiento. Finalmente, el
conocer al modo del cuidado está lejos
de ese conocimiento guiado
exclusivamente por el mero gusto por lo
formal de la obra, sus cualidades y
encantos en sí. Saber en tanto que
haber-visto es estar decidido; es estar
dentro en el combate dispuesto por la
obra en el rasgo.
La única que crea y muestra previamente
cuál es la correcta manera de cuidar la
obra es la propia obra. El cuidado
ocurre en diferentes grados del saber,
cada uno de los cuales tiene diferente
alcance, consistencia y claridad. Cuando
se ofrecen las obras a un mero deleite
artístico no por eso se demuestra que
estén cuidadas como obras.
En cuanto el impulso que hace destacar a
la obra, dirigido hacia lo inseguro,
queda atrapado en lo corriente y ya
conocido, se puede decir que ha
comenzado la empresa artística en torno
a las obras. Ni la más cuidadosa
transmisión de obras, ni los ensayos
científicos para recuperarlas, consiguen
alcanzar ya nunca el propio ser-obra de
la obra, sino un simple recuerdo del
mismo. Pero también este recuerdo puede
ofrecerle todavía a la obra un lugar
desde el que puede seguir contribuyendo
a configurar la historia. Por el
contrario, la realidad efectiva más
propia de la obra sólo es fecunda allí
donde la obra es cuidada en la verdad
que acontece gracias a ella.
La realidad efectiva de la obra se
determina en sus rasgos esenciales a
partir de la esencia del ser-obra. Ahora
podemos retomar de nuevo la pregunta que
introdujo estas cuestiones: ¿qué ocurre
con ese carácter de cosa de la obra, que
debe ser garantía de su inmediata
realidad efectiva? Ocurre que ya no nos
planteamos la pregunta por el carácter
de cosa de la obra, pues, mientras
sigamos planteándola, estaremos tomando
inmediata y definitivamente por
adelantado la obra como un objeto dado.
De esta manera nunca preguntaremos a
partir de la obra, sino a partir de
nosotros mismos. A partir de nosotros,
que no le dejamos a la obra ser una
obra, sino que tendemos a
representárnosla como un objeto que debe
provocar en nosotros determinados
estados.
Sin embargo, en el sentido de los
conceptos habituales de cosa, lo que
verdaderamente presenta carácter de cosa
en la obra tomada como objeto, es
-entendido desde la obra- el carácter
terrestre de la misma. La tierra se alza
en la obra porque la obra como tal se
presenta allí, donde obra la verdad, y
porque la verdad sólo se presenta
estableciéndose en un ente. Pues bien,
es en la tierra, como aquella que se
cierra esencialmente a sí misma, en
donde la apertura del espacio abierto
encuentra su mayor resistencia y, por lo
mismo, el lugar de su estancia constante
en la que debe fijarse la figura.
Siendo esto así, ¿estaba de más intentar
resolver la pregunta por el carácter de
cosa de la cosa? En absoluto. Es verdad
que el carácter de obra no puede
determinarse a partir del carácter de
cosa, pero a partir del saber sobre el
carácter de obra de la obra puede
introducirse por buen camino la pregunta
por el carácter de cosa de la cosa. Esto
no es poco si recordamos cómo desde la
Antigüedad el habitual modo de pensar ha
atropellado el carácter de cosa de la
cosa y le ha dado la supremacía a una
interpretación de lo ente en su
totalidad que es incapaz de comprender
la esencia del utensilio y de la obra y
que además nos ha cegado para la visión
de la esencia originaria de la verdad.
Para la determinación de la coseidad de
la cosa no basta tener en cuenta el
soporte de las propiedades ni la
multiplicidad de los datos sensibles en
su unidad, así como tampoco el entramado
materia-forma que se representa para sí
y se deriva del carácter de utensilio.
Esa mirada que puede darle peso y medida
a la interpretación del carácter de cosa
de las cosas debe adentrarse en la
pertenencia de las cosas a la tierra.
Pero la esencia de la tierra, como
aquella que no está obligada a nada, es
soporte de todo y se cierra a sí misma,
sólo se desvela cuando se alza en un
mundo dentro de la oposición recíproca
de ambos. Este combate queda fijado en
la figura de la obra y se manifiesta
gracias a ella. Lo que es válido para el
utensilio -que sólo comprendamos
propiamente el carácter de utensilio del
utensilio a través de la obra-, también
vale para el carácter de cosa de la
cosa. Que no tengamos un saber inmediato
del carácter de cosa, o al menos sólo
uno muy impreciso, motivo por el que
precisamos de la obra, es algo que nos
demuestra que en el ser-obra de la obra
está en obra el acontecimiento de la
verdad, la apertura de lo ente.
Pero -podríamos aducir finalmente-
¿acaso antes de ser creada y para serlo
la obra no debe por su parte verse
puesta en relación con las cosas de la
tierra, con la naturaleza, si es que
debe empujar correctamente el carácter
de cosa hacia lo abierto? Pues bien,
alguien que sin duda lo sabía, Alberto
Durero, pronunció esta conocida frase:
«Pues, verdaderamente, el arte está
dentro de la naturaleza y el que pueda
arrancarlo fuera de ella, lo poseerá».
Arrancar significa aquí extraer el rasgo
y trazarlo con la plumilla en el tablero
de dibujo. Pero enseguida surge la
pregunta contraria: ¿cómo vamos a
extraer el rasgo, a arrancarlo, si el
proyecto creador no lo lleva previamente
a lo abierto en tanto que rasgo, es
decir, si no lo lleva en tanto que
combate entre la medida y la desmesura?
No cabe duda de que en la naturaleza se
esconde un rasgo, una medida, unos
límites y una posibilidad de traer algo
delante ligada a ellos: el arte. Pero
tampoco cabe duda de que tal arte sólo
se manifiesta en la naturaleza gracias a
la obra, porque originariamente reside
en la obra.
Los esfuerzos por alcanzar la realidad
efectiva de la obra deben preparar el
terreno para que podamos encontrar el
arte y su esencia en la obra
efectivamente real. La pregunta por la
esencia del arte, por el camino hacia el
saber de ella, debe ser primera y
nuevamente dotada de un fundamento. Como
toda respuesta auténtica, la respuesta a
la pregunta no es más que la salida más
extrema al último paso de una larga
serie de pasos en forma de preguntas.
Las respuestas sólo conservan su fuerza
como respuestas mientras siguen
arraigadas en el preguntar.
La realidad efectiva de la obra no sólo
se ha tornado más visible para nosotros
a partir de su ser-obra, sino también
esencialmente más rica. Al ser-creación
de la obra le pertenecen con igual carga
esencial los cuidadores que los
creadores. Pero es la obra la que, por
su esencia, hace posible a los creadores
y necesita a los cuidadores. Si el arte
es el origen de la obra, esto quiere
decir que hace que surja en su esencia
aquello que se pertenece mutuamente y de
manera esencial dentro de la obra: los
creadores y los cuidadores. Pero ¿qué es
el propio arte, para que podamos
llamarlo con todo derecho un origen?
En la obra obra el acontecimiento de la
verdad precisamente al modo de una obra.
En consecuencia, hemos determinado
previamente la esencia del arte como ese
poner a la obra de la verdad. Pero esta
determinación es conscientemente
ambigua. Por una parte, dice que el arte
es la fijación en la figura de la verdad
que se establece a sí misma. Esto ocurre
en el crear como aquel traer delante el
desocultamiento de lo ente. Pero, por
otra parte, poner a la obra significa
poner en marcha y hacer acontecer al
ser-obra. Esto ocurre como cuidado. Así
pues, el arte es el cuidado creador de
la verdad en la obra. Por lo tanto, el
arte es un llegar a ser y acontecer de
la verdad. ¿Quiere decir esto que la
verdad surge de la nada? Efectivamente,
si entendemos por nada la mera nada de
lo ente y si nos representamos a ese
ente como aquello presente
corrientemente y que debido a la
instancia de la obra aparece y se
desmorona como ese ente que sólo
pretendidamente es verdadero. La verdad
nunca puede leerse a partir de lo
presente y habitual. Por el contrario,
la apertura de lo abierto y el claro de
lo ente sólo ocurre cuando se proyecta
esa apertura que tiene lugar en la
caída.
La verdad como claro y encubrimiento de
lo ente acontece desde el momento en que
se poetiza. Todo arte es en su esencia
poema en tanto que un dejar acontecer la
llegada de la verdad de lo ente como
tal. La esencia del arte, en la que
residen al tiempo la obra de arte y el
artista, es el ponerse a la obra de la
verdad. Es desde la esencia poética del
arte, desde donde éste procura un lugar
abierto en medio de lo ente en cuya
apertura todo es diferente a lo
acostumbrado. Gracias al proyecto puesto
en obra de ese desocultamíento de lo
ente que recae sobre nosotros, todo lo
habitual y normal hasta ahora es
convertido por la obra en un no ente,
perdiendo de este modo la capacidad de
imponer y mantener el ser como medida.
Lo curioso de todo esto es que la obra
no actúa en absoluto sobre lo ente
existente hasta ahora por medio de
relaciones causales. El efecto de la
obra no proviene de un efectuar.
Consiste en una transformación, que
ocurre a partir de la obra, del
desocultamiento de lo ente, o lo que es
lo mismo, del ser.
Pero el poema no es un delirio que
inventa lo que le place ni una
divagación de la mera capacidad de
representación e imaginación que acaba
en la irrealidad. Lo que despliega el
poema en tanto que proyecto esclarecedor
de desocultamiento y que proyecta hacia
adelante en el rasgo de la figura, es el
espacio abierto, al que hace acontecer,
y de tal manera, que es sólo ahora
cuando el espacio abierto en medio de lo
ente logra que lo ente brille y resuene.
Si contemplamos la esencia de la obra y
su relación con el acontecimiento de la
verdad de lo ente se torna cuestionable
si la esencia del poema, lo que
significa también la esencia del
proyecto, puede llegar a ser pensada
adecuadamente a partir de la imaginación
y la capacidad de inventiva. Debemos
seguir pensando la esencia del poema
-ahora comprendida en toda su amplitud,
pero no por ello de manera
indeterminada-, como algo digno de ser
cuestionado, que debe ser pensado a
fondo.
Si todo arte es, en esencia, poema, de
ahí se seguirá que la arquitectura, la
escultura, la música, deben ser
atribuidas a la poesía. Ésta parece una
suposición completamente arbitraria. Y
lo es, mientras sigamos opinando que las
citadas artes son variantes del arte del
lenguaje, si es que podemos bautizar a
la poesía con este título que se presta
a ser mal entendido. Pero la poesía es
sólo uno de los modos que adopta el
proyecto esclarecedor de la verdad, esto
es, del poetizar en sentido amplio. Con
todo, la obra del lenguaje, el poema en
sentido estricto, ocupa un lugar
privilegiado dentro del conjunto de las
artes.
Para ver esto sólo es necesario
comprender correctamente el concepto de
lenguaje. Según la representación
habitual, el lenguaje pasa por ser una
especie de comunicación. Sirve para
conversar y ponerse de acuerdo y, en
general, para el entendimiento. Pero el
lenguaje no es sólo ni en primer lugar
una expresión verbal y escrita de lo que
ha de ser comunicado. El lenguaje no se
limita a conducir hacia adelante en
palabras y frases lo revelado y lo
oculto, eso que se ha querido decir: el
lenguaje es el primero que consigue
llevar a lo abierto a lo ente en tanto
que ente. En donde no está presente
ningún lenguaje, por ejemplo en el ser
de la piedra, la planta o el animal,
tampoco existe ninguna apertura de lo
ente y, por consiguiente, ninguna
apertura de lo no ente y de lo vacío.
En la medida en que el lenguaje nombra
por vez primera a lo ente, es este
nombrar el que hace acceder lo ente a la
palabra y la manifestación. Este nombrar
nombra a lo ente a su ser a partir del
ser. Este decir es un proyecto del
claro, donde se dice en calidad de qué
accede lo ente a lo abierto. Proyectar
es dejar libre un arrojar bajo cuya
forma el desocultamiento se somete a
entrar dentro de lo ente como tal. El
anunciar que proyecta se convierte de
inmediato en la renuncia a toda sorda
confusión en la que lo ente se oculta y
retira.
El decir que proyecta es poema: el
relato del mundo y la tierra, el relato
del espacio de juego de su combate y,
por tanto, del lugar de toda la
proximidad y lejanía de los dioses. El
poema es el relato del desocultamiento
de lo ente. Todo lenguaje es el
acontecimiento de este decir en el que a
un pueblo se le abre histórica-mente su
mundo y la tierra queda preservada como
esa que se queda cerrada. El decir que
proyecta es aquel que al preparar lo que
se puede decir trae al mismo tiempo al
mundo lo indecible en cuanto tal. Es en
semejante decir en donde se le acuñan
previamente a un pueblo histórico los
conceptos de su esencia, esto es, su
pertenencia a la historia del mundo.
El poema está pensado aquí en un sentido
tan amplio y al mismo tiempo en una
unidad esencial tan íntima con el
lenguaje y la palabra, que no queda más
remedio que dejar abierta la cuestión de
si el arte en todos sus modos, desde la
arquitectura a la poesía, agota
verdaderamente la esencia del poema.
El propio lenguaje es poema en sentido
esencial. Pero como el lenguaje es aquel
acontecimiento en el que se le abre por
vez primera al ser humano el ente como
ente, por eso, la poesía, el poema en
sentido restringido, es el poema más
originario en sentido esencial. El
lenguaje no es poema por el hecho de ser
la poesía primigenia, sino que la poesía
acontece en el lenguaje porque éste
conserva la esencia originaria del
poema. Por el contrario, la arquitectura
y la escultura acontecen siempre y
únicamente en el espacio abierto del
decir y del nombrar. Éstos son los que
las dominan y guían. Por eso siguen
siendo caminos y modos propios de
establecer la verdad en la obra. Son,
cada una para sí, una forma propia de
poetizar dentro de ese claro del ente
que ya ha acontecido en el lenguaje
aunque de forma desapercibida.
En tanto que el poner a la obra de la
verdad, el arte es poema. No es sólo la
creación de la obra la que es poética,
sino también, aunque de otra manera, el
cuidado de la obra. En efecto, una obra
sólo es efectivamente real como obra
cuando nos desprendemos de nuestros
hábitos y nos adentramos en aquello
abierto por la obra para que nuestra
propia esencia pueda establecerse en la
verdad de lo ente.
La esencia del arte es poema. La esencia
del poema es, sin embargo, la fundación
de la verdad. Entendemos este fundar en
tres sentidos: fundar en el sentido de
donar; fundar en el sentido de
fundamentar y fundar en el sentido de
comenzar. Pero la fundación sólo es
efectivamente real en el cuidado. Por
eso, a cada modo de fundación
corresponde un modo de cuidado. Ahora
sólo podemos hacer evidente la
estructura esencial del arte en unas
pocas pinceladas y únicamente en la
medida en que la anterior
caracterización de la esencia de la obra
nos ofrezca una primera indicación a tal
fin.
El poner a la obra de la verdad hace que
se abra bruscamente lo inseguro y, al
mismo tiempo, le da la vuelta a lo
seguro y todo lo que pasa por tal. La
verdad que se abre en la obra no puede
demostrarse ni derivarse a partir de lo
que se admitía hasta ahora. La obra
rebate la exclusividad de la realidad
efectiva de lo admitido hasta ahora. Lo
que el arte funda no puede nunca,
precisamente por eso, verse
contrarrestado por lo ya dado y
disponible. La fundación es algo que
viene dado por añadidura, un don.
El proyecto poético de la verdad, que se
establece en la obra como figura,
tampoco se ve nunca consumado en el
vacío y lo indeterminado. Lo que ocurre
es que la verdad se ve arrojada en la
obra a los futuros cuidadores, esto es,
a una humanidad histórica. Ahora bien,
lo arrojado no es nunca una desmesurada
exigencia arbitraria. El proyecto
verdaderamente poético es la apertura de
aquello en lo que el Dasein ya ha sido
arrojado como ser histórico. Aquello es
la tierra y, para un pueblo histórico,
su tierra, el fundamento que se cierra a
sí mismo, sobre el que reposa con todo
lo que ya es, pero que permanece oculto
a sus propios ojos. Pero es su mundo, el
que reina a partir de la relación del
Dasein con el desocultamiento del ser.
Por eso, todo lo que le ha sido dado al
ser humano debe ser extraído en el
proyecto fuera del fundamento cerrado y
establecido expresamente sobre él. Sólo
así será fundado como fundamento que
soporta.
Por ser dicha extracción, toda creación
es una forma de sacar fuera (como sacar
agua de la fuente). Claro que el
subjetivismo moderno malinterpreta de
inmediato lo creador en el sentido del
genial resultado logrado por el sujeto
soberano. La fundación de la verdad no
sólo es fundación en el sentido de la
libre donación, sino también en el
sentido de ese fundar que pone el
fundamento. El proyecto poético viene de
la nada desde la perspectiva de que
nunca toma su don de entre lo corriente
y conocido hasta ahora. Sin embargo,
nunca viene de la nada, en la medida en
que aquello proyectado por él, sólo es
la propia determinación del Dasein
histórico que se mantenía oculta.
La donación y fundamentación tienen el
carácter no mediado de aquello que
nosotros llamamos inicio. Ahora bien, el
carácter no mediado del inicio, lo
característico del salto fuera de lo que
no es mediable, no sólo no excluye, sino
que incluye que sea el inicio el que se
prepare durante más tiempo y pasando
completamente desapercibido. El
auténtico inicio es siempre, como salto,
un salto previo en el que todo lo
venidero ya ha sido dejado atrás en el
salto, aunque sea como algo velado. El
inicio ya contiene de modo oculto el
final. Desde luego, el auténtico inicio
nunca tiene el carácter primerizo de lo
primitivo. Lo primitivo carece siempre
de futuro por el hecho de carecer de ese
salto y salto previo que donan y
fundamentan. Es incapaz de liberar algo
fuera de sí, porque no contiene nada
fuera de aquello en lo que él mismo está
atrapado.
Por el contrario, el inicio siempre
contiene la plenitud no abierta de lo
inseguro, esto es, del combate con lo
seguro. El arte como poema es fundación
en el tercer sentido de provocación de
la lucha de la verdad, esto es, es
fundación como inicio. Siempre que, como
ente mismo, lo ente en su totalidad
exige la fundamentación en la apertura,
el arte alcanza su esencia histórica en
tanto que fundación. Esta ocurrió por
vez primera en Occidente, en el mundo
griego. Lo que a partir de entonces pasó
a llamarse ser, fue puesto en obra de
manera normativa. Lo ente así abierto en
su totalidad se convirtió a continuación
en lo ente en sentido de lo creado por
Dios. Esto ocurrió en la Edad Media. Lo
ente se transformó nuevamente al
principio y en el transcurso de la Edad
Moderna. Lo ente se convirtió en un
objeto dominable por medio del cálculo y
examinable hasta en lo más recóndito. En
cada ocasión se abrió un mundo nuevo con
una nueva esencia. Cada vez, la apertura
de lo ente hubo de ser instaurada en lo
ente mismo por medio de la fijación de
la verdad en la figura. Cada vez
aconteció un desocultamiento de lo ente.
El desocultamiento se pone a la obra y
el arte consuma esta imposición.
Siempre que acontece el arte, es decir,
cuando hay un inicio, la historia
experimenta un impulso, de tal modo que
empieza por vez primera o vuelve a
comenzar. Historia no significa aquí la
sucesión de determinados sucesos dentro
del tiempo, por importantes que éstos
sean. La historia es la retirada de un
pueblo hacia lo que le ha sido dado
hacer, introduciéndose en lo que le ha
sido dado en herencia.
El arte es el poner a la obra de la
verdad. En esta frase se esconde una
ambigüedad esencial, puesto que la
verdad puede ser tanto el sujeto como el
objeto de ese poner. Pero aquí, sujeto y
objeto son nombres poco adecuados.
Impiden pensar esa doble esencia, tarea
que ya no debe formar parte de estas
reflexiones. El arte es histórico y en
cuanto tal es el cuidado creador de la
verdad en la obra. El arte acontece como
poema. Éste es fundación en el triple
sentido de donación, fundamentación e
inicio. Como fundación el arte es
esencialmente histórico. Esto no quiere
decir únicamente que el arte tenga una
historia en el sentido externo de que,
en el transcurso de los tiempos, él
mismo aparezca también al lado de otras
muchas cosas y él mismo se transforme y
desaparezca ofreciéndole a la ciencia
histórica aspectos cambiantes. El arte
es historia en el esencial sentido de
que funda historia.
El arte hace surgir la verdad. El arte
salta hacia adelante y hace surgir la
verdad de lo ente en la obra como
cuidado fundador. La palabra origen [Ur-sprung]
significa hacer surgir algo por medio de
un salto, llevar al ser a partir de la
procedencia de la esencia por medio de
un salto fundador.
El origen de la obra de arte, esto es,
también el origen de los creadores y
cuidadores, el Dasein histórico de un
pueblo, es el arte. Esto es así porque
el arte es en su esencia un origen: un
modo destacado de cómo la verdad llega
al ser, de cómo se torna histórica.
Preguntamos por la esencia del arte.
¿Por qué preguntamos tal cosa? Lo
preguntamos a fin de poder preguntar de
manera más auténtica si el arte es o no
un origen en nuestro Dasein histórico y
si puede y debe serlo y bajo qué
condiciones.
Una reflexión semejante no puede obligar
al arte ni a su devenir. Pero este saber
reflexivo es la preparación preliminar,
y por lo tanto imprescindible, para el
devenir del arte. Este saber es el único
que le prepara a la obra su espacio, que
le dispone al creador su camino y al
cuidador su lugar.
Es en este saber, que sólo puede crecer
muy lentamente, en donde se decide si el
arte puede ser un origen y, por lo
tanto, debe ser un salto previo, o si
debe quedarse en mero apéndice y, por lo
tanto, sólo podemos arrastrarlo como una
manifestación cultural tan corriente
como las demás.
¿Estamos en nuestro Dasein
históricamente en el origen? ¿Sabemos o,
lo que es lo mismo, tomamos en
consideración la esencia del origen? ¿O,
por el contrario, en nuestra actitud
respecto al arte nos limitamos a invocar
conocimientos ilustrados acerca del
pasado?
Para solucionar este dilema existe un
signo que no engaña. Hölderlin, el poeta
cuya obra aún es una tarea por resolver
por parte de los alemanes, nombró este
signo cuando dijo:
Difícilmente abandona su lugar
lo que mora cerca del origen.
(Die Wanderung, vol. IV; Hellingrath, p.
167). |