"BERKELEY O MARIANA DEL
UNIVERSO"
–¿Cuánto falta para que vuelva mamá?
Es la cuarta vez que Mariana ha hecho
esta pregunta. La primera, su hermana
Lucía contestó que en seguida volvía; la
segunda, que cómo diablos iba a saber
ella cuándo volvía; la tercera no
contestó nada: todo lo que hizo fue
levantar las cejas y mirar a Mariana.
Razón por la cual Mariana decidió que
las cosas empezaban a marchar mal y que
lo mejor era no hacer más preguntas.
Después de todo, pensó, para qué quiero
que mamá vuelva si Lucía. Se corrigió:
para qué quiero que mamá vuelva si mi
hermana mayor está aquí conmigo.
Entrecerró los ojos, conmovida. Las
hermanas mayores protegen a las hermanas
pequeñas, pensó como quien declama; qué
suerte tan grande es tener una hermana
mayor. Lucía, con anchas alas de ángel
de la guarda, planeó durante un segundo
sobre su cabeza. Pero ferozmente la
imagen alada fue reemplazada por otra;
la que volvía cada vez que su madre se
iba y las dejaba solas: Lucía, con los
ojos desorbitados y el pelo revuelto,
estaba apuntándola con un revólver.
Otras veces no había tenido revólver:
todo lo que intentaba entonces era
arrancarle los ojos con las uñas. O
ahorcarla. La causa sí era siempre la
misma: se había vuelto loca.
Ya se sabe que los locos matan a la
gente. Si Lucía se vuelve loca justo
cuando están solas, la va a matar a
ella: he ahí la cuestión. De modo que
Mariana ha decidido abandonar sus buenos
propósitos y por cuarta vez ha
preguntado: –¿Cuánto falta para que
vuelva mamá? –Lucía deja de leer y
suspira.
–Lo que querría saber –dice, y Mariana
piensa: Dijo querría; es decir que en
estos casos se dice querría, no
quisiera–; lo que querría saber es para
qué diablos la necesitás siempre a
mamá.
–No.
Ahora ella me va a preguntar: “¿No qué?”
Esta idiota siempre se las arregla para
amargarle la vida a una. Pero Lucía no
dice nada y Mariana sigue: –Preguntaba
por curiosidad, nomás.
–A las 12 –dice Lucía.
–¡Cómo a las 12! –grita Mariana–. ¡Si
recién son las nueve menos diez!
–Caminando –dice Lucía.
Mariana se ríe enormemente del chiste:
por un momento cree que va a reventar de
risa. Para ser franca, nunca ha conocido
ni cree que exista sobre la tierra
alguien tan gracioso como su hermana. Es
la persona más chistosa y simpática del
mundo; y nunca se va a volver loca. ¿Por
qué tendría que volverse loca justamente
ella que es tan fantástica?
–Lu –dice con adoración–, juguemos a
algo, ¿querés?
–Estoy leyendo.
–¿Qué leés?
–El hombre mediocre.
–Ah –seguro que ahora me pregunta si yo
sé qué quiere decir hombre mediocre, y
yo no voy a saber, y ella me va a decir
para qué decís ah si no sabés, pedazo de
estúpida. Rápidamente pregunta: –Luci,
¿qué era lo que quería decir hombre
mediocre?
–El hombre mediocre es el que no tiene
ideales en la vida.
–Ah –eso la tranquiliza porque ella sí
tiene ideales en la vida: siempre se
imagina que ya es grande y que entonces
los problemas se acaban, y todos la
comprenden a una, y las cosas salen
bien, y el mundo es maravilloso. Y eso
es tener ideales en la vida.
–Luci –dice–, nosotras dos no somos
mediocres, ¿no?
–Una hincha –dice Lucía–. Eso es lo que
sos vos.
–Luci, ¿por qué será que vos nunca te
podés llevar bien con la gente?
–Oíme Mariana, ¿por qué no me dejas leer
en paz?
–Te llevás mal con toda la gente. Qué
barbaridad, Luci. Siempre te peleás con
mamá y papá.
Y con toda la gente –Mariana suspira–.
Vos les das muchos disgustos a tus
padres, Luci.
–Ojalá te mueras, Mariana.
–¡Sos una porquería, Luci, eso es lo que
sos! La muerte no se le desea a nadie,
ni al peor enemigo se le desea, y mucho
menos a una hermana.
–Claro, ahora ponete a llorar, ¿sabés?,
así después me gritan que yo te
torturo.
–¿Después? ¿Cuándo después? ¿Vos sabés
con exactitud cuándo va a volver mamá?
–Después –Lucía ha vuelto a la lectura
de El hombre mediocre–. Después es
después –levanta los ojos y frunce el
ceño cono si estuviera meditando algo
muy serio–. El futuro, quiero decir.
–¿Qué futuro? Vos me dijiste que mamá va
a volver enseguida.
Lucía sacude la cabeza con fatalismo y
vuelve al libro.
–Sí, sí, sí, va a volver enseguida
–dice.
–No. Sí, sí, sí, no. ¿Va a volver en
seguida o no va a volver enseguida?
Lucía mira a Mariana con ojos
fulminantes; después parece recordar
algo y sonríe brevemente.
–¿Y qué más da después de todo? –se
encoge de hombros.
–¿Cómo, qué más da? Decís cada cosa,
vos. Si uno vuelve antes está antes,
¿no?
–Sí uno vuelve, sí.
–¿Qué?
–Digo que si uno vuelve, sí. ¿Me vas a
dejar leer?
–¡Perra! ¡Eso es lo que sos! Lo que pasa
es que a vos te gustaría que mamá no
vuelva nunca.
Lucía cierra el libro y lo apoya sobre
la cama. Suspira.
–No es que a mí me guste –dice–. Decía
que para el caso da lo mismo que mamá
esté acá, o esté allá.
–¿Allá, dónde?
–Allá. Da lo mismo.
–¿Cómo, da lo mismo?
Lucía apoya el mentón sobre las dos
manos y mira fijamente a Mariana.
–Oíme, Mariana. Tengo que decirte algo:
Mamá no existe.
Mariana se sobresalta.
–No digas idioteces, querés –trata de
aparentar serenidad–. Ya sabés que a
mamá no le gusta que digas idioteces.
–No son idioteces. Además, ¿qué importa
lo que diga mamá, si mamá no existe?
–Luci, por última vez te lo digo: no-me-gus-ta
que inventes estas cosas.
–Aay, Mariana –dice Lucía con tono de
fatiga–, si no lo invento yo: hay toda
una teoría que dice eso; un libro.
–¿Dice qué?
–Lo que te dije. Que nada existe. Que el
mundo lo inventamos nosotros.
–¿Inventamos qué, del mundo?
–Todo.
–Querés asustarme, Luci. Las teorías no
pueden decir cosas así. ¿Cómo, cómo
dice? En serio, Luci.
–Te lo dije mil veces. El escritorio, ¿entendés?
No es que acá haya un escritorio de
verdad: vos pensás que hay un
escritorio. ¿Te das cuenta? Vos, en este
momento, creés que estás adentro de una
pieza, sentada en la cama, hablando
conmigo, y te parece que en otro lugar,
lejos, está mamá. Por eso querés que
mamá vuelva. Pero resulta que los
lugares no existen, que no hay cerca ni
lejos. Que todo está dentro de tu
cabeza. Vos lo estás imaginando.
–¿Y vos?
–¿Yo qué?
–Claro –dice Mariana con súbita
alegría–, ¿cómo puede ser que vos
pienses que el escritorio existe justo
justo en el mismo lugar en que yo pienso
que existe?
–Pero no, Marianita mía. Nunca entendés
nada. No es que las dos nos imaginemos
que existe en el mismo lugar: es que vos
te imaginás que las dos nos imaginamos
que existe en el mismo lugar.
–No, no. Vos no me entendés, Luci. No es
que cada una piense por separado y una
no se puede enterar de lo que pensó la
otra. Una habla de lo que se imagina. Yo
te digo: ¿cuántos cuadros hay en esta
pieza? Yo pienso: en esta pieza hay tres
cuadros. Y justo en ese momento vos me
decís que en esta pieza hay tres
cuadros. Quiere decir que los tres
cuadros están aquí, que nosotras los
vemos, no que los pensamos. Porque dos
personas no pueden pensar lo mismo al
mismo tiempo.
–Dos personas, no.
–¿Qué?
–Que dos personas no.
–No entiendo.
–Que a mí también me estás imaginando,
Mariana.
–¡Mentira! ¡Mentira! Sos la persona más
mentirosa que vi en el mundo. Te odio,
Lucía. Pero, ¿no te das cuenta? Si yo te
estoy imaginando, ¿vos cómo lo sabés?
–Yo, ni lo sé ni lo dejo de saber. Sos
vos la que me inventa. Inventás a una
persona que se llama Lucía y es tu
hermana, y que sabe que vos la inventás.
Eso es todo.
–¡No, Luci! ¡Decí que no! ¿Y el libro?
–¿Qué libro?
–El libro que lo dice.
–¿Que dice qué?
–Que las cosas no existen.
–Ah, el libro... El libro también te lo
imaginás vos.
–¡Mentira, Luci, mentira! Yo nunca me
podría imaginar un libro así. Si yo
nunca sé esas cosas, ¿te das cuenta,
Luci? Cómo iba a imaginarme algo tan
difícil?
–Pero Mariana, ese libro no es nada
comparado con las otras cosas que te
imaginaste. Pensá en la historia, y en
la ley de gravedad, y en las
matemáticas, y en todos los libros que
se escribieron en el mundo, y en las
vacunas, y en la telegrafía sin hilos, y
en los aviones. ¿Te das cuenta?
–No, Lucía, por favor. Todo el mundo
conoce estas cosas. Mirá: yo traigo un
montón de gente a esta pieza; les digo:
cuando cuento hasta tres, todos, al
mismo tiempo, señalamos la radio con un
dedo. Y todos, vas a ver, todos íbamos a
señalar para el mismo lado. Juguemos.
Luci, juguemos a señalar cosas. Te lo
pido por favor.
–¿Pero sos estúpida vos? ¿No te estoy
diciendo que sos vos la que se imagina a
toda la gente del mundo?
–No te creo. Lo decís para asustarme.
Cómo me voy a imaginar a toda la gente
del mundo. ¿Y mamá? ¿Ypapá?
–También.
–¡Entonces yo estoy sola, Lucía!
–Completamente sola.
–¡Mentira! ¡Mentira! ¡Decí que mentís!
Lo decías para asustarme, ¿no es cierto?
Claro. Si acá está todo: las camas, el
escritorio, las sillas. Yo lo veo, lo
toco si quiero. Decí que sí, Luci. Decí
que todo es como antes.
–¿Y para qué querés que te lo diga si
igual vas a ser vos imaginando que yo te
lo digo?
–¿Siempre yo? ¿Pero entonces no hay nada
más que yo en el mundo?
–Claro.
–¿Y vos?
–¿No te digo que me estás pensando?
–No quiero, Luci. Tengo miedo. Tengo
mucho miedo, Luci. ¿Cuánto falta para
que venga mamá?
¡Mamá, vení pronto!, ruega, y se asoma a
la ventana para verla llegar. Pero ya no
sabe a quién le está rogando, ni para
qué, si una madre inventada ya nunca más
podrá quitarle el miedo. Cierra los ojos
y el mundo desaparece, los abre y vuelve
a aparecer, pero no es de verdad: ella
lo está inventando. Todo, todo, todo. Y
si no puede pensar en mamá, ya no tendrá
mamá. Y si no puede pensar en el cielo,
el cielo... Ay. Y también los perros, y
las nubes, y Dios. Demasiadas cosas para
pensarlas al mismo tiempo, ella sola. ¿Y
por qué justamente ella, sola? ¿Por qué
ella existiendo sola en el Universo?
Cuando una lo sabe, todo es tan difícil.
De pronto puede olvidarse del sol, o de
la casa, o de Lucía. O peor: puede
acordarse de Lucía, pero de Lucía loca
que viene con un revólver a matarla. Y
ahora sí que ella se da cuenta de lo
peligroso que es eso. Porque si no puede
dejar de pensarlo, Lucía será así, loca,
y la matará. Y ya no existirá nadie para
pensar en todas las cosas. Se irán los
árboles, y el escritorio, y las
tormentas. Se irá el color rojo y se
irán los países. Y el cielo azul, y el
cielo cuando es de noche, y los
horneros, y los leones en Africa, y el
globo terráqueo, y los cantos. Y nadie
sabrá nunca que una vez, una chica que
se llamaba Mariana, inventó un lugar muy
complicado que lo llamó el Universo. |