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DIVULGACIÓN CULTURAL

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FILOSOFÍA
 

Theodor W. Adorno

El arte y la miseria de la filosofía La perdida evidencia del arte Carácter fetichista 

Lenguaje del sufrimiento - Crítica de la estética psicoanalítica -

La educación después de Auschwitz - El artista como lugarteniente -

 

El arte y la miseria de la filosofía

Tomado del libro "Teoría Estética" Taurus Ediciones 1970

Se puede afirmar de la filosofía, y en general de cualquier pensamiento teórico, que sufre del prejuicio idealista en la medida en que sólo dispone de ideas. Sólo a través suyo puede tratar de aquello hacia lo que las ideas se dirigen, pero nunca puede poseerlo. Su trabajo de Sísifo consiste en reflexionar y a ser posible enderezar la falsedad y la culpa que ha cargado así sobre sus espaldas. Pero no puede dejar fijado en sus textos el sustrato óntico. Cuando habla de él lo convierte ya en aquello sobre lo que quiere elevarse. Una insatisfacción semejante se da también en el arte moderno desde que Picasso pegó en sus cuadros los primeros recortes de periódico. Todos los montajes posteriores proceden de aquí. Estéticamente sólo se es justo con la sociedad no imitándola ni, por así decir, haciéndola capaz de integrarse en el arte, sino inyectándola en él por medio de un sabotaje. El arte por sí mismo hace que salte por los aires el engaño de la pura inmanencia, lo mismo que unas ruinas, al ser sacadas de su estructura anterior, se pliegan a los principios inmanentes de construcción. El arte, después de haber cedido visiblemente ante la cruda materia, desearía por lo menos dar satisfacción a eso que es el espíritu: lo mismo el pensamiento que el arte ofrecen a lo que es distinto de ellos eso hacia lo que ellos se orientan y quisieran hacer hablar. Este es el sentido determinable de ese momento absurdo y carente de intenciones del arte moderno que desemboca en el deflecamiento de las artes y los happenings. Así no sólo se llega a un juicio farisaico y arribista sobre el arte tradicional, sino que, sobre todo, se intenta absorber la negación misma del arte con la propia fuerza de éste. Lo que en el arte tradicional ya no es posible socialñmente no ha perdido por ello su verdad. Pero está hundido en un estrato histórico ya petrificado al que sólo puede llegar la conciencia viva por medio de la negación sin la que ningún arte existiría: señalar en silencio su belleza, pero sin hacer distinciones estrictas entre naturaleza y obra. Semejante actitud es contraria a esa otra destructora para la que la verdad del arte ha pasado, aunque sigue viviendo en el hecho de que cualquier fuerza formadora reconoce su poder precisamente por su ausencia. De acuerdo con esta idea, el arte se aproxima a la paz. Pero, sin perspectiva sobre ella, el arte sería tan falso como mediante una reconciliación anticipada. La belleza en el arte es la apariencia de la paz real. Ante ella se inclina el poder aglutinante de la forma porque ésta representa la confluencia de lo enemistado y lo divergente.

 

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© Helios Buira

San Cristóbal - Ciudad Autónoma de Buenos Aires 2017

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