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LILI FOLDES | |
Las dos pasiones de Johannes Brahms | |
Su iniciado amor a Clara Schumann se transmutó en un torrente de música que lo inmortalizó Al nacer Johannes Brahms, “el más alemán de todos los compositores alemanes”el 7 de mayo de 1833, la batalla musical por la liberación del espíritu que inspiró la Revolución Francesa ya la había dado Ludwig van Beethoven. Sin embargo, temblando a la sombra del maestro (“No puedes imaginar lo que es oír constantemente esos pasos de gigante detrás de uno”, escribió a un amigo. Brahms decidió emularlo; tal fue la máxima ambición de su vida. En realidad, Brahms realizó la proeza de escribir música del todo original, sin apartarse de las formas musicales tradicionales. Antal Dorati, ex director musical de la Orquesta Sinfónica Nacional de Washington D. C. y director de la Filarmónica de Londres, opina: “Existe una admirable armonía entre el material de Brahms y la forma en que lo trata… lo cual resulta insólito. Ninguna de sus obras necesita retoque para adaptarla a las orquestas modernas. Tómeme o déjeme, parece decir una de sus composiciones”. Cada vez más público las toma. Sus dos conciertos para piano, uno para violín, cuatro sinfonías, más de doscientas canciones y docenas de obras corales, así como numerosas obras de música de cámara y piezas para piano, se han vuelto parte del repertorio permanente de las salas de concierto y de las radiodifusoras en el mundo entero. En su patria, la compañía Deutsche Grammophon celebró en 1983 el sesquicentenario del nacimiento del compositor publicando la primera edición completa de sus obras, dedicada, en palabras del director de su departamento de música clásica, Carl Wilhem Curten, “como un monumento intemporal a uno de los más grandes compositores alemanes” En mayo del año pasado, su ciudad natal Hamburgo, celebró un festival Brahms de tres semanas de duración, con conciertos y conferencias. Y muchos más conciertos y transmisiones se programaron en toda la República Federal. “Una razón de la actual popularidad de Brahms es la soledad esencial del hombre moderno”., explica Ferdinand Leitner, hasta hace poco director de la Ópera de Zurich. Y agrega: “También Brahms fue un hombre solitario, y esto se refleja en su música. La soledad compartida resulta consoladora” La música de Brahms es a menudo nostálgica y melancólica; y sin embargo, en vez de convertirse en pesar desgarrador, su tristeza infunde paz interior Aunque Brahms creció en el barrio más pobre de Hamburgo, el amor de sus padres por la música le permitió desarrollar su talento desde temprana edad. Su padre, Johann Jacob Brahms, convenció al excelente pianista Otto Cossel de que diera clases al niño de siete años. Tres años después, este virtuoso logró que Edgard Marxsen, el maestro de música de la ciudad, perfeccionara la educación de su discípulo. Marxsen pronto reconoció el fenomenal talento del muchacho y empezó a enseñarle composición y piano. Al cabo de cuatro años de estudio, el adelanto de Brahms era tan espectacular que, en 1847, al morir Félix Mendelsshon Bartoldy, Marxsen declaró: Se ha ido un maestro del arte, pero Johannes Brahms florecerá y llegará a ser más grande aún”. A la edad de veinte años, Brahms emprendió una gira de conciertos con el violinista húngaro Eduard Reményi. En Celle, el piano estaba desafinado un semitono más bajo. El joven, en vez de negarse a tocar, transportó en su totalidad la Sonata en do menor de Beethoven al tono de do sostenido menor conforme la tocaba. El virtuoso del violín Joseph Joachim, a quien Brahms conoció después en una gira de conciertos en Hanover, quedó pasmado ante el genio del muchacho. Se hicieron amigos inseparables y dieron incontables recitales en Alemania, Austria y Suiza. Fue Joachim quien, el 30 de septiembre de 1853, llevó a Brahms al hogar de Robert y Clara Schumann en Dusseldorf. Tras oír a Brahms tocar Sonata para piano número 1 en do mayor, obra del joven genio, Schumann escribió en su muy respetada revista la Neue Zeitschrift fur Musik: “Nos llevó a un círculo cada vez más mágico. Vino entonces una parte absolutamente genial, que transformó al piano en una orquesta de voces dolorosas y exultantes” En carta a Joachim, Schumann caracterizó al joven genio en esta frase: “Él, es el que tenía que venir”. Brahms quedó abrumado por la acogida que le dio el compositor y también por la hermosa Clara Schumann, entonces, de 34 años de edad, célebre pianista y madre de seis hijos. Cinco meses después, mientras Brahms se hallaba de gira, Robert Schumann se arrojó al Rin desde un puente en Dusseldorf. Lo rescataron, pero poco después lo recluyeron en un asilo para dementes en Endenich cerca de Bonn. Profundamente impresionado Brahms fue presuroso a Dusseldorf a consolar a Clara, que ya estaba esperando su séptimo hijo. Al transcurrir los meses sin que de Endenich llegaran noticias de mejoría, los sentimientos de Brahms hacia Clara, se modificaron de admiración, en amor. Al parecer, Clara se sintió muy reconfortada por las atenciones de Johannes, catorce años más joven que ella. Pero la necesidad de sostener a sus hijos la obligaba a emprender continuas y extenuantes giras de conciertos, y Brahms tenía a su vez que ganarse la vida en forma similar. Sólo de cuando en cuando lograban pasar algún tiempo juntos. Al morir Schumann el 29 de julio de 1856, sin haber recobrado sus facultades mentales, Brahms se enfrentó a un dilema angustioso, desgarrado, entre su amor a Clara y su necesidad de independencia. También Clara comprendió que no podía echar sobre el joven genio la carga de una esposa y siete hijos, y Johannes comenzó a verter aquella concentrada pasión en sus composiciones, ante todo en su Primer concierto para piano en re menor. Hoy, esta primera gran obra orquestal de Brahms es una de las predilectas del mundo. Sin embargo, cuando se estrenó en Leipzig el 27 de enero de 1859, suscitó una tempestad reprobatoria. A la mañana siguiente el autor escribió a su amigo Joachin: “En realidad, esto no me preocupa; es lo mejor que pudo ocurrir. Nos obliga a esforzar la mente, y así aumenta nuestro arrojo”. Dos meses después, en Hamburgo, el mismo concierto constituyó un éxito rotundo, y el compositor fue plenamente reivindicado por los críticos de su ciudad natal. Por mucho consuelo que encontrase en la música, a los veinticinco años Johannes Brahms era desdichado en su soledad. No es de extrañar por ello, que en el verano de 1853 se enamorara de Agathe von Siebold, joven y bella hija de un profesor de la Universidad de Gotinga, y se anunciara el compromiso matrimonial. Luego, Clara se presentó en Gotinga, y Brahms se retractó sin ninguna explicación. En su sexteto para cuerdas número 2, en sol mayor, opus 36, compuesto en 1865, uno de los temas está formado con las notas AGAHE en la notación musical alemana (la, sol, la, si, mi). Fue así como Brahms sacó a Agathe de su vida. Clara siguió ocupando el primer lugar en sus pensamientos y en su corazón, pero esas relaciones fueron convirtiéndose poco a poco en amistad puramente musical, aunque intensa. Brahms le enviaba y sometía a la apreciación de ella cada nota que escribía. Y decenios después le confesó, en una carta: “Debiera yo poner, debajo de mis mejores temas: ¡En realidad, obra de Clara Schumann! Cuando pienso en mi mismo, nada bueno se me ocurre, no digamos bello”. Tras radicar en Viena, a la edad de 35 años, Brahms se volvió cada vez más retraído, y sólo deseaba que lo dejaran solo para componer. No es de sorprender que muchas anécdotas lo pinten como un sarcástico solterón. Los caricaturistas se dieron vuelo reproduciendo su hirsuta barba, sus ropas desaliñadas y su andar con las manos cruzadas a la espalda. Brahms consideró que el cuello de la camisa era innecesario, y al ser condecorado con la Leopoldsorden, importante orden austríaca, sus amigos escribieron este epigrama: “Ahora tiene él algo que le rodea la garganta, pero ¡ay! Sigue sin ser un cuello de camisa” El robusto Brahms llevaba bien sus 63 años cuando recibió la noticia de la muerte de Clara. Al punto emprendió el viaje que duró cuarenta horas para asistir al funeral en Bonn. Al lado de la fosa confesó a un amigo: “Ella fue la única persona a la que en verdad amé”. A su regreso, sus amigos le notaron en el rostro un extraño color amarillento. “Un ligero caso de ictericia” fue el diagnóstico. Pasaban las semanas sin que su salud mejorara y los médicos le ocultaban la verdad: padecía cáncer de hígado. Sus últimas composiciones, Cuatro conciertos y Once preludios corales (entre ellos el conmovedor ¡Oh, mundo, debo dejarte!) son, sin lugar a dudas, prueba de que él estuvo enterado de su inminente fin. Ya desahuciado por los médicos, asistió a una audición de su Sinfonía número 4 en mi menor, en la Grosser Musikvereinssaal. El público premió la obra con aclamaciones y cuando el director, Hans Richter, señaló el palco en que se encontraba Brahms, estalló un verdadero pandemonium. Todos los asistentes se pusieron de pie, muchos subidos a los asientos, gritando, aplaudiendo, agitando sus pañuelos. Las mujeres lloraban cuando Brahms se adelantó para inclinarse una y otra vez. Aquel fue su último adiós. Johannes Brahms murió el 3 de abril de 1897. Descansa en el Cementerio Central de Viena, muy cerca de la tumba de Ludwig van Beethoven. |
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© Helios Buira
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