Posiblemente, una de las
artes que más directamente se relacionan con la filosofía
nietzscheana, y con su concepción estética del mundo y la noción de
cultivo de sí como obra de arte, es la música.
Las reflexiones e indagaciones en torno a lo musical acompañan toda
la obra del autor, desde sus primeras aproximaciones relacionadas
con el elogio a Wagner, hasta sus últimos escritos. Es por eso que
consideramos necesario recorrer el lugar que la música ha tenido en
su producción, partiendo de sus inicios.
En la perspectiva del primer Nietzsche, el consuelo metafísico del
arte a través de la apariencia se inscribe en una metafísica de
artista que intenta desentrañar el origen doble de la tragedia
griega para reinstalarla como el espejo musical en el cual debe
mirarse su Alemania contemporánea.
En efecto, El Nacimiento de la Tragedia se propone indagar el origen
y los efectos de la cópula divina de Apolo y Dionisos. La tragedia
ática, resultado de esta unión estética divina, representa el modelo
estético por excelencia, una estética de cuño romántico que se
pronuncia a favor de la superioridad de la forma intuitiva por sobre
la del lenguaje.
En efecto, se opera aquí una reinterpretación original de Apolo y
Dionisos como siendo los instintos artísticos de la naturaleza que
en la tragedia: estos expresan, del lado dionisíaco, el dolor
primordial de la individuación y, al mismo tiempo una experiencia
transfiguradora apolínea que restituye la calma original a partir de
la bella apariencia.
“Mucho habremos ganado para la ciencia estética cuando hayamos
llegado no sólo al discernimiento lógico, sino a la seguridad
inmediata de la intuición de que el desarrollo continuado del arte
está ligado a la duplicidad de lo apolíneo y lo dionisíaco: de forma
similar a como la generación depende de la dualidad de sexos, en
lucha permanente y en reconciliación que sólo se produce
periódicamente”
El devenir conflictivo y contradictorio de esta alianza fatal
constituye las condiciones de posibilidad para que el hombre viva en
carne viva los movimientos de la voluntad y que de esa manera se
comprenda a sí mismo. La música es el lenguaje de esta manifestación
potente de la naturaleza que constituye el coro y el mito trágico.
Es básicamente en este aspecto que la música se coloca como
expresión suprema del mundo intuitivo, su capacidad expresiva
inmediata y aconceptual nos hace conocer en forma directa la esencia
del mundo.
“La música expresa, más que cualquier otro arte, la realidad de la
voluntad de poder, ella es aun trágica y melancólica, el fondo de
toda vida, pero también un «estimulante de la vida», incitación
seductora a la vida. Se comprende así por qué El nacimiento de la
tragedia está subtitulada «A partir del espíritu de la música»”
En efecto, lo que el arte consuela es esa herida del individuo cuya
imperfección no le permite expresar, ese eterno desconocer lo
esencial, esa desintegración de la vida civilizada:
“…el efecto más inmediato de la tragedia dionisíaca es que el Estado
y la sociedad y, en general, los abismos que separan a un hombre de
otro dejan paso a un prepotente sentimiento de unidad, que retrotrae
todas las cosas al corazón de la naturaleza. El consuelo metafísico
-que, como yo insinúo ya aquí deja en nosotros toda verdadera
tragedia- de que en el fondo de las cosas, y pese a toda la mudanza
de las apariencias, la vida es indestructiblemente poderosa y
placentera, ese consuelo aparece con corpórea evidencia como coro de
sátiros, como coro de seres naturales que viven inextinguiblemente
por detrás de toda civilización y que, a pesar de todo el cambio de
las generaciones y de la historia de los pueblos, permanecen
eternamente los mismos.”
Esta intima relación que Nietzsche plantea entre la música y la vida
debe comprenderse como una revalorización de la experiencia
intuitiva, de un elogio a la actividad de sentir como afectividad
melódico-rítmica que explica la vida y la comprende.
Esta mezcla de placer-dolor que la música provoca es también el
sustrato de la concepción musical nietzscheana, en efecto la
tragedia ática, el modelo más excelso de creación artística, también
supone el efecto de la doble influencia apolíneo-dionisíaca, los dos
instintos artísticos de la naturaleza.
Apolo, el sueño y la agradable apariencia, nos redime y nos cura de
los salvajes influjos de la furia embriagante de Dionisos, que hace
del dolor primordial, de lo horroroso y lo terrible de la
existencia, su razón de ser. En efecto, la apariencia, en tanto
reflejo de la contradicción eterna, madre de todas las cosas, aporta
la protección y la mesura para que la individualidad pueda seguir
viviendo. Sin embargo, la desmesura salvaje de Dionisos, en su
contacto con el dolor universal, también nos proporciona un placer
glorioso; la gratuidad del devenir impersonal.
En la contemplación dionisíaca el devenir impersonal barre las
fronteras de la individualidad y nos lleva sin mediaciones al sótano
inconsciente y oscuro de la vida. Pero si este placer durara mucho
nos llevaría al suicidio, simplemente porque consta en el
conocimiento de esa voluntad contradictoria que está en el origen de
todo, el conocimiento de la verdadera tragedia de vivir.
Así, para que esta música fatal no nos liquide, el influjo mesurado
y protector de la luz apolínea nos redime en una transfiguración
profunda que abre paso a la belleza. Se trata de una transformación
mágica. Es por eso que la música es sobre todo, un consuelo
metafísico.
Creemos que la tesis del Nacimiento de la Tragedia es que el arte, y
especialmente la música, nos hace intuir la unidad de todo lo
existente al mismo tiempo que nos da la consideración de la
individuación. En este trasfondo pesimista el arte es la alegre
esperanza que pueda romperse el hechizo de la individuación y de esa
manera, nos da el presentimiento de una unidad restablecida.
“Bajo la magia de lo dionisiaco no sólo se remueva la alianza entre
los humanos: también la naturaleza alienada, hostil o subyugada
celebra de nuevo su fiesta de reconciliación con su hijo perdido, el
hombre”
Sin embargo, a partir de la presencia de Dionisio, Nietzsche se
plantea los problemas de una estética negativa, es decir de una
estética que rescate lo feo, lo desarmónico, como criterio válidos
de evaluación del arte.
En tanto que la vida comporta un significado trágico no pueden estar
ausentes de ella las imágenes de lo desagradable o lo tenebroso. En
efecto, el mito trágico nos muestra que lo desarmónico y lo feo son
también juegos de la voluntad que juega siempre en la eterna
plenitud de su placer.
Así, en el final de El nacimiento de la Tragedia, lo que está en
juego es justificar una estética negativa pero que finalmente aporte
un sentido positivo a la contemplación de fenómenos considerados con
rechazo. En estos parágrafos se hace hincapié en la irremediable
contradicción cómplice de Apolo y Dionisos, se trata de una
contradicción inherente al mito trágico. Por eso asistimos, en estas
líneas finales, a la exaltación de las pasiones tortuosas, esta
representación de lo terrible queda encarnada en la disonancia
musical.
“El placer que el mito trágico produce tiene idéntica patria que la
sensación placentera de la disonancia en la música. Lo dionisíaco
con su placer primordial percibido incluso en el dolor, es la matriz
común de la música y del mito trágico”
La disonancia interpela a un oír más allá de lo que se está oyendo,
es, dice Nietzsche, un aspirar al infinito de un aletazo. Y luego se
pregunta; “Si pudiéramos imaginarnos una encarnación de la
disonancia -¿y qué otra cosa es el ser humano?- esta disonancia
necesitaría para poder vivir, una ilusión magnífica que extendiera
un velo de belleza sobre su esencia propia”
Así, cuando Nietzsche piensa al hombre como encarnación de la
disonancia, lo hace con Schopenhauer y en contra de él. En efecto,
se critica la función moral del arte. No hay moralidad, sólo como
fenómeno estético está justificada la vida. La redención apolínea
nunca va a conjurar lo horroroso: lo desagradable se incorpora a la
vida como un aspecto más de ella, no como algo a conjurar.
El desafío es articular la noción de disonancia con la de metafísica
del arte: si esa articulación se logra, entonces la disonancia
musical adquiere un significado milagroso, es la demostración más
precisa de la justificación del mundo como fenómeno estético.
A su manera, lo que en este texto creemos que se expresa con mayor
claridad es que la música puede funcionar como un nuevo modo de
encarar la relación con el mundo, aplicable a todos los fenómenos
humanos, incluido la reflexión filosófica.
En efecto, si la música es un medio privilegiado de comprensión del
mundo, leer es ya escuchar porque escuchar es ya pensar. Incluso
podría pensarse en una anterioridad del oído musical respecto de los
otros sentidos y/o facultades. En efecto, uno resuena antes de
razonar. En este sentido, la música no sería solamente una puesta
entre paréntesis del tormento de vivir, sino una comprensión más
aguda del mismo.
En efecto, el pensamiento encuentra en la música una nueva modalidad
de expresión. Naturalmente, no se trata de abandonar la filosofía o
su historia, sino de dar fin a una manera metafísica de pensar,
aquella que ha sostenido toda la tradición filosófica imperante. Si
la palabra pesa y entonces detiene el devenir del mundo, si
cristaliza lo existente en valoraciones estáticas, la música es
conjugación en presente y, por ello, imposible de infección moral.
Es en este punto de la filosofía nietzscheana donde puede
comprenderse de manera cabal la importancia de Wagner en la
producción de este filósofo. En palabras de Varela:
“Música, eso es lo que Nietzsche quiere escuchar cuando escribe
filosofía, palabras que se articulen melódicamente y no en dirección
a una verdad. En este registro, sólo Wagner es la música: ninguna
partitura lo acerca tanto a su filosofía como las obras de su
maestro. Nietzsche es su traducción literaria, su fundamento y
también su continuación. Lo que le brinda la cosmología wagneriana
no es un contenido, contra el que descarga su dinamita una y otra
vez, sino un lenguaje posible para la construcción de su
pensamiento”
Siguiendo a Mónica Cragnolini, es posible sostener que la obra de
Nietzsche se inicia como monumento a Wagner, se forja como crítica a
los postulados presentes en la metafísica wagneriana, y termina como
repulsa decidida y cabal a su antiguo maestro.
De acuerdo con esta interpretación, Wagner es el símbolo de muchas
cosas que van más allá de la música: constituye también la
encarnación de toda la metafísica logocéntrica y representativa. Por
este motivo, la crítica nietzscheana a Wagner puede ser entendida
como una crítica al modelo representacionista en la filosofía, y el
desprecio de esta música es también el rechazo de los sistemas que,
intentando expresar grandes totalidades, retuercen y fuerzan al
lenguaje en busca de la expresión perdida.
“Wagner es cada vez más lo que hay que aborrecer, el punto sobre el
que se desata la tormenta; su pensamiento es la bajeza que Nietzsche
quiere abandonar, la que obliga al espíritu a disolverse fuera de
sí; es la experiencia de la debilidad, del sometimiento”
No obstante, más allá de la gradual separación y la feroz crítica
que coronará la relación entre Nietzsche y Wagner (que habia sido
iniciada a partir de la más profunda adoración) de todos modos es
imposible negar la influencia del músico en la producción
nietzscheana.
La música wagneriana abre por primera vez en Nietzsche la
exploración de nuevos modos de expresión que trasciendan los límites
del lenguaje de la filosofía tradicional, acotado a la búsqueda de
la verdad en términos estáticos, carentes de vida.
“La relación con Wagner le permite a Nietzsche tomar dimensión de su
propia carencia y de la necesidad de tener que forzar a la filosofía
a tomar otra dirección. La palabra está acabada, ni siquiera la
metáfora puede conducir por fuera de la necesidad de verdad a la que
ella misma direcciona. El lenguaje angosta, cierra todo sensualismo,
genera ilusiones de verdad en cabezas sin relieve. La música, en
cambio, abre, exige un espíritu noble, aristocrático, lejos del
intelectualismo que hace del pensamiento una roca pesada”
Así, siguiendo a Varela, es posible decir que si bien en los
primeros años de su filosofía Nietzsche está empapado de una
metafísica del artista de corte netamente romántico, posteriormente
la matriz de la voluntad como fundamento estético va a ser el
sustento, en toda su obra, de un aparato crítico demoledor
A partir de este aparato crítico, la voluntad de verdad es
considerada como uno de los posibles efectos de una naturaleza
irracional, y entonces la verdad pierde su carácter necesario y se
vuelve relativa a una fuerza externa a su propia condición.
De este modo, Nietzsche acentúa por un lado, el carácter moral de
esa verdad y su pretensión de disciplinamiento sobre los hombres, y
por otro, su origen en un impulso estético. Es decir, Nietzsche
define a toda verdad, sea la de la ciencia o de la religión, como
creación artística. Esto es lo que ha sido negado por la tradición
filosófica, y que la música permite desnudar de manera excepcional.
“Y es la música el arte que, como prisma de análisis, permite no
sólo apreciar la pobreza del pensamiento moderno, sino también leer
a la historia de la filosofía como el desenvolvimiento de una
palabra que petrifica. Para Nietzsche, la música es lo obstruido por
una forma de pensar, es decir, un principio de liberación que queda
sepultado por una filosofía del deber, del cálculo y de una
espiritualidad programada”
De este modo, es posible reencontrar en la música un nuevo modelo
para el pensamiento, que pueda mantenerlo en movimiento evitando la
petrificación propia del mundo conceptual como ha sido concebido por
la tradición filosófica imperante.
“Así, la música habla, no con conceptos, sino con sonidos. Esto no
quiere decir que carezca de significaciones sino que estas son
dichas en otro lenguaje, uno que no es el de la razón (…) La música
es la misma voluntad, una fuerza irracional que se hace armonía,
melodía y ritmo”.
La apropiación de la música como un modelo posible para el pensar
filosófico deriva en una concepción de la filosofía muy diferente a
la que tradicionalmente ha sido aceptada y defendida. En efecto, con
esta reapropiación del lenguaje musical Nietzsche abre las puertas
para que muchos autores posmodernos puedan luego replantearse los
modos de expresión y la definición misma de la filosofía.
La concepción de la filosofía como pensamiento musical no es
entonces simplemente una bella fórmula poética. Remite, de manera
clara, al carácter inmanente que Nietzsche busca otorgarle al pensar
filosófico, y hace referencia a aquellos elementos de su filosofía
que serán retomados posteriormente por numerosos filósofos
contemporáneos.
“¿Cómo es posible que la filosofía sea música? En principio,
abandonando la idea de una verdad trascendente, es decir, ya no
suponer que el pensamiento filosófico es reproductivo de una
realidad en sí, sea esta la del mundo, la del Ser, o la de Dios.
Esto hace que los enunciados de un pensar estén desprendidos de la
obligación de referirse por fuera de sí mismos. (…) El fundamento de
todo pensar es estético ya que remite a una disposición creadora del
hombre, en tanto compone, crea, produce acordes conceptuales que se
ordenan a través de una escritura”
Este modo de pensar y comprender la filosofía puede reencontrarse,
de manera bastante clara, en el pensamiento de Gilles Deleuze, que
es uno de los tantos filósofos contemporáneos que ha retomado la
teoría nietzscheana y su definición del pensamiento filosófico desde
una concepción artística de la creación conceptual.
En su libro ¿Qué es la filosofía? Deleuze define a la filosofía como
el arte de crear conceptos. Ahora bien, todo concepto tiene
componentes y se define por ellos. Se trata de una multiplicidad, y
no de una unidad. El concepto es una cuestión de articulación, de
repartición, de intersección. Forma un todo, porque totaliza sus
componentes, pero un todo fragmentario. Y además, todo concepto
tiene un movimiento, un devenir que atañe a los conceptos que se
encuentran en su mismo plano. El concepto es efectivamente, en este
sentido, un acto de pensamiento, puesto que el pensamiento opera a
velocidad infinita.
Como puede verse, esta definición contemporánea de filosofía
coincide en muchos puntos con la concepción Nietzscheana del
pensamiento filosófico definido a partir de la música:
“Es la palabra musical del recitado, donde la relación entre los
conceptos es sonora, depende de su colocación, de su altura, como en
una línea melódica. Por ello el sentido de un concepto no está
definido de antemano sino en relación a los otros conceptos con los
que opera. Una cadena de conceptos conforma un pensamiento, pero la
potencia de este está dada en cuanto sonido, en cuanto pensamiento
cantado” |