Tomado del diario Página 12
Imanol Subiela Salvo
Treinta años de Marcia Schvartz
El barro, la marginalidad,
la noche, la prostitución, la soledad, las clases populares. La
política, sobre todo. La naturaleza y la amistad. Marcia Schvartz es
conocida como la pintora que encuentra su poder vital en la
intensidad diaria. Su nueva muestra revela cuán personal es su obra
rebelde y diversa.

Si alguien quisiera saber
cuáles fueron y son los amigos y amigas de Marcia Schvartz, sólo
tendría que mirar cada uno de los retratos que pintó, en orden
cronológico, desde que empezó su carrera y hasta la actualidad. En
esas obras hay un registro del paso del tiempo, de los cambios que
hubo en la ciudad; también, arman conexiones sociales y personales,
trazan mapas de distintos mundos que existen en un mismo lugar. Pero
la obra de esta artista no es netamente urbana, también hay ríos,
plantas, montañas, cardones, pedazos de madera que se prenden fuego
y restos de paisajes por los que Marcia Schvartz caminó e incluso
habitó. Lo que une a estos dos mundos, a las calles de asfalto con
los senderos de tierra, es el exceso: todo parece desbordarse en las
obras de Schvartz. Su producción es la gota que rebalsa el vaso.
Con varias décadas de trayectoria sobre su espalda, la artista está
exhibiendo obras de diferentes momentos de su carrera en la galería
W. Soy otras es el título de esta muestra que reúne trabajos
recientes y otros antológicos. Pinturas, esculturas, instalaciones y
hasta trabajos textiles son algunas de las cosas que pueden verse en
su reciente exhibición. “Quería mostrar de todo, cosas que hice en
distintas épocas: obras de hace 30 años y otras de ahora. De esa
diversidad, de esa mezcla, salió el título, el Soy otras, porque es
lo que soy, muchas cosas diferentes. Puedo ser una pintora y hacer
retratos, pero a veces puedo ser la que hace esculturas o una
artista que hace tapices truchos”, dice Schvartz.
Su trabajo apunta en diferentes direcciones, temáticas y también
formales. A lo largo de los años exploró diversos materiales,
formatos e ideas que dan cuenta de la heterogeneidad de su vida:
viajes y estadías en diferentes puntos del país, un exilio en España
durante la dictadura y una tensa relación con el mundo del arte y
sus circuitos de legitimación. La obra de Schvartz es el resultado
de la manera en la que ella se vincula con cada uno de estos
espacios. En este sentido, se trata de una obra netamente personal,
atravesada por un yo que configura cada una de las imágenes que
nacen a partir de las manos de esta artista. La producción de Marcia
no es sobre las personas que conoce, el peronismo, la política en
general, el paisaje del norte argentino, ni sobre cualquier otro
tema que pueda aparecer; su trabajo es sobre ella misma y la manera
en la que se vincula con todo lo que la rodea y la atrae.

Schvartz tiene un particular
interés por establecer algún tipo de conexión con todo aquello a lo
que el sentido común –y las llamadas buenas costumbres– pueden
considerar como “bajo”, en la concepción más amplia de la palabra,
por eso su trabajo ofrece una mirada sobre la marginalidad, la
noche, la prostitución, la soledad, las clases populares. También
hay ricos y personas vinculadas al poder, como Isabel Martínez de
Perón –aunque parezca ridículo y completamente extemporáneo, sigue
viva–, pero estos personajes no están enaltecidos, como si lo están
los militantes o las bailarinas de una murga barrial, sino que
aparecen de forma grotesca, completamente deformados, abrazados a
montañas de billetes o frente de un espejo, ajustando el make up
para asistir a ARTEBA. Mientras que unos son endiosados con las
obras de Marcia, otros se hunden en un barro viscoso y medio
podrido.
“De chiquita tuve una marcada vocación porque dibujaba, dibujaba,
dibujaba. Me la pasaba dibujando. Así que mis viejos me mandaron a
clases de dibujo y pintura. Pero bueno, a los 15 me fui de mi casa y
ahí eso se terminó”, contesta Marcia Schvartz cuando le preguntan
por el origen de su carrera y antes de contar que, siendo apenas una
adolescente, se la pasó viajando con amigos. Primero, fueron a
Uruguay, después a Brasil –haciendo dedo–. Lo que empezó como una
travesía por las vacaciones de invierno, se transformó en una
pequeña epopeya de seis meses. “Yo no entiendo a la gente que no
sale de donde está siempre, a esos que están en Barrio Norte y de
ahí a Palermo a dar vueltas manzanas. No sé qué piensan que es la
existencia. Es raro. Me intrigan esos seres humanos”.
La década del 70 la encontró a Schvartz iniciando su carrera como
artista y también militando en la Juventud Peronista. Sin embargo,
la esperanza que había traído el triunfo de Héctor Cámpora se disipó
rápidamente y todo el universo político de Marcia se oscureció con
la llegada de la dictadura militar, en 1976. En una entrevista que
dio en 2016, dijo: “Dejé de viajar por toda América Latina en parte
porque quería militar. Yo era una perejila, el último escalón del
último escalón, pero mataron a muchos chicos que estaban en esa”. La
presión y persecución contra los sectores del peronismo hicieron que
Schvartz decidiera irse a Barcelona y cuando se enteró que el
departamento en el que vivía en Burzaco había sido allanado por la
policía, optó por quedarse. Varias décadas después, Marcia dice:
“Estando en España nunca fantaseé con quedarme. Además, no te dan
bola afuera. Yo intenté en Barcelona, me moví bastante, pero me di
cuenta enseguida que no me iban a dar pelota nunca”.

A pesar del exilio y de la
falta de reconocimiento que sentía por parte de la escena española,
continuó trabajando permanentemente en su obra, de hecho cuatro
dibujos que hizo en Europa actualmente integran la colección de la
Tate en Londres.
Ese momento histórico, esos capítulos de su vida, siguieron
resonando en su trabajo y en su actual muestra en la galería W se
puede ver la obra “No me atosiguéis”, una pintura-collage en la que
una Isabelita decrépita aparece acostada al lado de las manos
podridas de Perón y rodeada de tapas de la revista Hola!, fotos de
su marido y cajas de remedios. Esta obra formó parte de la serie El
tren fantasma, exhibida unos años atrás en una retrospectiva de
Schvartz en la Colección Fortabat. En ese entonces, el curador e
historiador del arte Roberto Amigo escribió sobre esta serie: “El
tren fantasma despliega la ficción de los sueños y pesadillas
argentinos, un preámbulo del horror que es el horror en sí mismo, un
teatro de títeres fantasmal, un retablo barroco popular
entremezclado con los despliegues de un rito esotérico. Hay una
decisión estética hacia la teatralidad, resultado de pensar la obra
para un público amplio –no para simple conocimiento erudito de la
crítica–. También es comprender la política como teatro”.
La política atraviesa buena parte de la obra de Marcia Schvartz,
pero no solo en un sentido histórico. Las imágenes que crea esta
artista no sólo se refieren a episodios del pasado sino también a
contextos políticos actuales: desde las manifestaciones contra la
Unicaba, hasta la militancia social en barrios populares. “Casi
todas las personas que retraté para Soy otras son gente joven:
personas que laburan conmigo, alumnos u otros personajes que fui
conociendo. Los retraté así, con esas poses y esas miradas hacia
arriba, como mirando el futuro”. El conjunto de retratos que se
incluyen en su actual exhibición y el contexto en el que se insertan
los retratados son el contrapunto de El tren fantasma. Mientras que
un costado de la moneda tiene una política putrefacta, la otra
ofrece una política vital. Por ejemplo, en el retrato titulado
“Potre” se ve a un chico de pie, rodeado de un montón de panfletos
que refieren a distintas manifestaciones del movimiento docente y
otras con consignas feministas. “Este es un chico que conocí de la
Manuel Belgrano, la escuela superior de arte —dice Marcia mientras
señala la obra de dos metros de altura que tiene enfrente—. En esa
época estaban haciendo marchas y movilizaciones para frenar el
cierre de los bachilleratos artísticos. Todo lo que hay alrededor
del retrato son los volantes que te repartían en la calle”.

El movimiento estudiantil ya
había aparecido con anterioridad en otros trabajos suyos; en 2012
ganó el Premio Adquisición del Salón Nacional de Artes Visuales con
su obra “Toma de la Belgrano”, en la que aparecen retratadas dos
estudiantes sentadas en el suelo. Sobre esta pintura, el artista
Pablo Rosales escribió: “Esta toma de la Belgrano, como aquella del
año 1971, podría estar sucediendo en cualquier momento del pasado y
también en el futuro. El arte es novedad, pero también es
resistencia. Es memoria de procesos y prácticas divergentes con el
pragmatismo de mercado. Y puede ser también el singular reclamo de
que nada cambie”.
Durante toda su carrera, Marcia Schvartz encontró algunos recovecos
a los cuales un tipo de poder (represivo) no podía llegar con su
mano asfixiante. Las manifestaciones estudiantiles que retrató en
numerosas ocasiones, o las integrantes de una murga autogestiva y
feminista, parecerían ser algunos ejemplos de esos espacios de
resistencia. Sin embargo, hay un lugar que ha aparecido durante todo
su trabajo y que también es una trinchera contra las buenas
costumbres: la noche.
A comienzos de la década del 80, la artista empezó a retratar a
distintos personajes que habitaban la nocturnidad. De allí salió una
de sus obras más icónicas, el retrato de Batato Barea que
actualmente integra la colección del Museo de Arte Latinoamericano
de Buenos Aires (MALBA). En esa imagen, este personaje del under
porteño aparece a medio montar, con un vestido negro, pero sin nada
en los pies, tapado por una piel harapienta y rodeado de objetos que
usaba en su vida cotidiana: desde un vasito telescópico, hasta joyas
de plástico hechas por él mismo. En su actual muestra en W, la noche
de los 80 revive ya que se incluyó un retrato de quien fuera el
iluminador del Parakultural: “A este tipo le decíamos El Barba y su
retrato no lo pude terminar, a la parte de las manos le falta, no
está del todo bien. Lo que pasa es que no vino más al taller y yo
necesitaba que posara una vez más para poder terminar la pintura.
Capaz se pasó con alguna raya la noche anterior a ir. Andá a saber
qué será de su vida, si es que está vivo. Fue tremenda esa
generación. Lo peor de todo es que a los que sobrevivieron después
los mató el SIDA”.
Con esta serie de retratos a
personas de la escena independiente —por aquellos años realizó uno
similar del artista Gustavo Marrone y otro de su propia hermana—,
Schvartz reafirmó su estilo, el mismo que años más tarde se
convertiría en toda una gramática que influiría en artistas de
generaciones posteriores y que sería la culpable de que un
espectador diga “muy Marcia” cuando una obra tiene cuerpos
alargados, como si se estiraran lo más posible por existir y
respirar. Sus retratos tienen una figuración extraña y las
proporciones entre cada parte del cuerpo de los modelos no guardan
un sentido lógico. Schvartz ofrece versiones de quienes posan para
ella. No le interesa la mímesis, sino más bien tratar de dar cuenta
de su relación con ese que está enfrente suyo, de la manera en la
que interpreta ese vínculo y, tal vez, la propia biografía de quien
esté delante de sus ojos.
“Hago retratos desde siempre, desde hace miles de años. Para mí es
muy importante tener una relación con la persona que voy a pintar
porque en ese encuentro, que puede durar horas, pasan cosas. Hay una
energía fuertísima. Si no está eso a mí no me interesa pintar a
nadie. No entiendo cómo lo hace la gente que trabaja con modelos
profesionales. Lo más fuerte, para mí, es el encuentro con la otra
persona”. Con esta premisa como norte, Schvartz transforma el
retrato en una suerte de género autobiográfico porque la sucesión de
personas que posaron para ella es la sucesión de personas que
pasaron en su vida, con las cuales creó un vínculo, una conexión,
una posibilidad de encuentro.
En una entrevista que dio para Los Visuales, un programa de Canal
Encuentro emitido años atrás, Schvartz dijo: “Yo siempre fui un ser
bastante nocturno. Bastante del todo. No reniego de eso, de hecho
todo se ve en mi obra. Si alguien agarra un libro mío no va a parar
de ver escenas nocturnas”. Ese interés por el mundo de la noche se
mantuvo intacto a través de los años y empezó a contemplar a otras
noches que no necesariamente se vinculan con el mundo del arte. Por
ejemplo, en su exhibición Marciamundi —realizada en 2015 en la Casa
de la Cultura del Barrio Zavaleta— incluyó un retrato titulado
“Bailanta top” en el que se ve a una mujer que se prepara para salir
a dejar el alma en la pista de algún antro tropical.

La noche funciona en la obra
de Marcia con un escenario para trastocar el mundo real. Es un
escape de las normas y también un escondite para los distintos y los
desplazados. Lo nocturno es, en las pinturas de Schvartz, una
energía que encierra únicamente una potencialidad pura. En
definitiva, lo que ofrece la noche es justamente eso: la posibilidad
de que suceda algo fuera de lo normal, que haya una aventura
inesperada a la vuelta de la esquina o en el tugurio más oscuro de
Buenos Aires.
Bastó que una amiga le trajera una flor de tierra para que Marcia
Schvartz empezara a hacer esculturas con la forma de ese fruto
extraño que había llegado a sus manos. “La cerámica me encanta, pero
es complicada. Tiene lo suyo. Vos ves una pieza chiquita y pensás
que se hace en dos minutos, pero no, lleva mucho tiempo entre que se
seca, se hornea, se pinta, se vuelve a hornear y ni hablemos del
riesgo de que se parta. Es muy distinta de la pintura, que tiene un
efecto más inmediato”. Soy otras, incluye diferentes cerámicas que
la artista realizó en distintos momentos de su vida y que, al igual
que con los retratos, se corren de la representación mimética para
originar nuevas formas de aquello que quieren representar: más que
flores, algunas de las esculturas de Schvartz parecen vulvas y falos
(o, simplemente, plantas eróticas). Estas esculturas conviven con
obras de Norte negro, aquella serie de pinturas hecha con brea sobre
arpillera. La materialidad con la que Marcia trabaja es
completamente amplia y no se circunscribe únicamente al óleo, la
carbonilla o la cerámica. Su muestra en W da cuenta de la
heterogeneidad de su trabajo y la diversidad de materiales que
aparecen en su producción.
Todas las obras que Schvartz realizó sobre el norte argentino
—también aquellas que surgieron de una estancia en San Marcos,
provincia de Córdoba— ofrecen una combinación de materiales muy
diversos dentro de una misma pieza. Si en las pinturas podían
aparecer tapas de revistas cortadas, panfletos políticos y hasta
ropa, en este otro conjunto de obras —vinculadas con un afuera
natural y no con el espacio urbano— hay ramas, piedras, madera
quemada, cardones y lanas. Lo que une estos imaginarios es, por un
lado, el desborde —multiplicidad de cosas y elementos que superponen
uno arriba del otro—; y, por otro lado, esa representación un poco
trastocada o fantasiosa de la realidad, tal como lo que ocurre con
los retratos —en “El beso”, una obra de 1998, dos cardones están
metiéndose la lengua como si fueran una pareja de amantes en el
último día del mundo—.
Viajar para Marcia Schvartz se transforma en una manera de explorar
nuevos universos de sentidos y también en una oportunidad para
recolectar nuevos materiales para sus obras. “Cada tanto busco salir
de acá porque salir me inspira otra cosa. Al norte fui un montón y
me sirvió para trabajar con materiales nuevos, para darme cuenta que
me gusta mezclar cosas. Por eso en estas obras hay de todo, desde
pelos, hasta plomo y mis tapices truchos”. Esos llamados “tapices
truchos” se presentan como collages hechos con lanas y otros
materiales que retratan algunos paisajes del norte argentino.
Schvartz empezó a hacerlos hace alrededor de 30 años y continúa
haciéndolos de la misma manera: con lana teñida por ella misma y
pegándola sobre una superficie con PoxiRan.

A continuación, un pequeño
episodio de la historia reciente del arte argentino.
A mediados de la década del 90, el artista y curador Jorge Gumier
Maier organizó una serie de charlas en el Centro Cultural Rojas, la
institución que dirigía en ese entonces. A una de esas mesas fue
invitada Marcia Schvartz. La artista no recuerda exactamente cuál
era el tema que se discutía ese día, pero sí tiene presente que
desde el fondo de la sala le gritaban: “¡Concheta montonera! ¡Concheta
montonera!”. Dicen que el propio Gumier Maier era el que le gritaba
eso a Schvartz. También dicen que alguna de esas “mesas debate”
terminaron a las piñas. En la galería W se exhiben unas fotografías
en blanco y negro de aquella discusión. En una de esas fotos se
puede ver a Marcia de pie, con el dedo índice apuntando señalando a
alguien que está fuera del plano. En sus rostros, una expresión de
pasión y de furia.
La obra de Schvartz ha tematizado al mundo del arte en numerosas
oportunidades desde un costado crítico, sobre todo se ha referido a
las personas más acaudaladas que se pasean por museos y galerías.
Sin embargo, siempre aparece una tensión en este tipo de trabajos,
en tanto se critica a un espacio al cual, al mismo tiempo, se quiere
pertenecer y en el que también se deposita la supervivencia.

“El mundo del arte a veces
es un embole para mí. Están todos esos gordos millonarios que no
entienden nada y que les importa todo un carajo. Es un ambiente muy
chiquito y creo que estos tipos lo hacen así a propósito porque no
quieren que haya un mercado más amplio. No digo que los mercados te
salven, pero se me ocurre que podría ser un poco más amplia la cosa.
Pero no, se están guardando todos los billetes ellos”.
Cuando la crítica al mundo del arte se traduce en obra, Schvartz
crea unas pinturas/instalación, a las que ella denomina como
“cajas”. En esta serie de producciones hay una mirada irónica sobre
la manera en la que el arte circula y el contexto social en el que
se inserta. Sobre esta serie, Roberto Amigo escribió: “Las
pinturas/instalación funcionan como una crítica burlona a los
espacios de legitimación del arte, a las ambiciones y aspiraciones
del medio, al papel que cumplen ciertos espacios culturales. El arte
en estas obras es equiparable a la cosmética y a la mera circulación
del dinero en un capitalismo de la periferia”.
En un nivel discursivo, Schvartz puede parecer una artista muy
declamatoria y vehemente, pero esas convicciones se traducen en
chistes e ironías cuando se transforman en obras. Cuando llega el
momento de señalar las contradicciones del mundo del arte o la
distancia entre la sociabilidad que ofrece y la propia vida de los
artistas, Schvartz construye estas piezas que están más cerca de un
sketch humorístico que de una denuncia política. Pero en ese chiste
está escondida la crítica. Marcia Schvartz es la única persona capaz
de esconder una puteada entre unos pedazos de cartón pintado. |