Tomado del diario Página 12
ESTHER DÍAZ
PODER LIBERTARIO: MATERIAL
FECAL LINGÜÍSTICA
Cuando insultar se confunde con hacer política
Del deseo del ano fisurado a las mujeres con cabezas de termo, la
narrativa del gobierno derrama su asco por el pueblo, por las
minorías sobre todo, y una necesidad desesperada de untar su falo en
brillo porno (besos de lengua por acá, novias vedettes por allá). Un
viento de época que se desliza a otras áreas del bien común y hace
del individualismo una grandeza espantosa.
¿Te acordás hermana qué
tiempos aquellos? No se conocía cocó ni morfina. Los muchachos de
antes no usaban gomina y gobernaban sin putear, ni mandar a la gente
a diferentes conchas y sin vanagloriarse de haber dejado traseros al
rojo vivo. Los tres frentes de batalla preferidos para el insulto
político dominante.
¿En qué me beneficia como ciudadana que mi presidente sea el
hazmerreír del mundo entero? ¿Qué aportan a la Argentina los alardes
y las payasadas en foros internacionales y locales del “estadista”
peor hablado e informado de la historia moderna?
Si una mínima verdad existe en la teoría del derrame es que el poder
libertario acumuló tantas vulgaridades, insultos e improperios que
rebalsa de materia fecal lingüística y salpica o empapa todos los
niveles del habla. El lenguaje de la Argentina está colonizado por
un virus y, por contaminación pandémica, el discurso vulgar lo
invade todo. Estos días se está promocionando una película que en
fragmentos de proyección publicitaria se dicen más groserías que en
una reunión clandestina de gente cultura cero. La obra no tiene nada
que ver con la ultraderecha, simplemente refleja la vulgaridad
lingüística en boga.
La boca gobernante inculta y tosca se engolosina lastimando anos
imaginarios penetrados por el falo del poder -insulto de varones a
varones- en una sociedad que involuciona por el peso de su exagerado
machismo. Sufrir esa fisura anal infringida por su líder a quienes
no piensan como ellos es un insulto dedicado a sus congéneres
masculinos. En cambio, a las mujeres las humilla por burras, por
ignorantes, por cabeza de termo o porque sí.
¿Injuria por excelencia? Zurdo, K, orco. Tres significantes
distintos y un solo insulto verdadero: mala persona por creer en la
democracia. Desde lo básico de sus saberes los líber-reaccionarios
creen que esas tres palabras significan lo mismo. Vivimos una época
en la que insultar se confunde con hacer política. En alguna
pantalla se puede ver a una joven y diáfana diputada libertaria
diciendo en un minuto más palabra groseras e insultos que los que
podrían decir una pandilla de malvivientes peleando en El Bronx.
Insulto no es lo mismo que mala palabra, aunque es bastante común
insultar emitiendo, curiosamente, las llamadas malas palabras. El
insulto y las malas palabras o groserías comparten las
características de ser términos malsonantes por ordinarios y/u
obscenos. La diferencia es que el insulto surge de una interacción
-real o simbólica- con algo o alguien que se rechaza por odio, o
rencor, o irrazonable hostilidad, en cambio, las malas palabras no
necesariamente se emiten para ofender o provocar. Aunque está claro
que son una expresión emocional, una pasión triste. Está claro
asimismo que se trata de expresiones soeces y gratuitas. Pero se nos
va de las manos la posibilidad de analizarlas en poco espacio.
Proliferan como el fuego de Heráclito, pero sin medida.
Ya se lo preguntaba Roberto Fontanarrosa en su famosa charla en un
congreso de la lengua: ¿Por qué son malas las malas palabras?,
¿quién las define?, ¿Son malas porque golpean a otras palabras?,
¿son malas porque se deterioran y se dejan de utilizar?, ¿o porque
tienen significados reñidos con las buenas costumbres o el buen
gusto (¿por qué es bueno el buen gusto?). ¿Será válida la hipótesis
de Fontanarrosa de que son palabras que se fueron marginando por
malsonantes y devinieron malas por discriminadas?
Sea cual fuere el origen, si se abusa de ellas se desestructura la
comunicación. Máxime en un régimen -como el del que estamos siendo
cobayos- de un grupo de poder deshumanizado y cipayo que, no solo
destruye la economía, la soberanía y la justicia social, sino que
acusa compulsivamente a quienes no piensan como ellos.
El objetivo brutalista libertario es desembarazarse de su propia
responsabilidad frente al fracaso rotundo de su irresponsable
experimento político, acentuando así el individualismo no ya liberal
sino lisa y llanamente fascista. Reprimir, maltratar, hambrear y
destruir el tesoro del hablar biensonante mientras el ministro de
finanza fuga oro constante y sonante.
El insulto fue pensado desde los orígenes de la filosofía y
repensado entre los autores cristianos que reflexionaban a partir de
los estoicos. Epicteto se pregunta qué ganaríamos con injuriar a una
piedra si es incapaz de oírnos. Y nos invita a imitar a la piedra y
no escuchar las injurias que nos dirigen nuestros enemigos. Pero no
está hablando del insulto en sí mismo, sino de la actitud subjetiva
que debería desplegarse ante su embestida, pues la ofensa, al doler,
cumple con lo que desea quien agrede. Dice más de quien lo emite que
de quien lo recibe. La obsesión anal, por ejemplo.
En El arte de insultar, Arthur Schopenhauer considera que el insulto
no deriva de términos vulgares y groseros, sino que es un recurso
del lenguaje cuando la argumentación no prospera. Esto suena como un
juego de lenguaje adecuado. Es decir que el insulto tendría que ser
el último recurso cuando mueren los razonamientos, cuando no se
logran educadamente los objetivos. Aunque, en realidad, el recurso,
que habría que utilizar al final, se aplica al principio y se lo
declara único. De modo tal que los debates comienzan y terminan
insultando. El exceso de insultos y palabras groseras desvirtúa la
función del insulto, lo convierte en algo repetitivo y vacío, sin
fundamento, además de desequilibrar la armonía de idioma.
* * *
Se me partió el corazón o tengo el hígado destrozado no siempre son
metáforas. La relación entre hostilidad simbólicas y el cuerpo
objeto de agresión es tal, que el malestar físico por una injuria
verbal se suele amortiguar con analgésicos. Hay agresiones que
influyen en el cerebro, alteran nuestra psicología, lastiman el
cuerpo. El dispositivo lingüístico se distorsiona con desprolijidad
y agresividad verbal (y de la otra). Se trata de no perder el
equilibrio y fortalecer la función ético comunitaria de un lenguaje
que atiende sus reglas. El insulto cumple una función lingüística:
aparece cuando fracasan los argumentos. Pero se está operando para
que no haya argumentos y en su lugar reine solo la violencia, el
insulto, la agresión física, la guerra, que es la continuación de la
política por medios brutales y mortales. Suenan las campanas. Es
hora de deconstruir, aplicar un buen antivirus y barajar de nuevo. |