La vi mientras cruzaba la calle Corrientes,
en dirección a La Giralda; estaba sentado a la mesa ubicada cerca de
la ventana que da a esa calle, una mesa sólo para dos personas, pues
no hay espacio para más.
Llegó. Me paré, nos abrazamos, nos
sentamos y comenzamos una charla llena de preguntas, respuestas,
contándonos qué era de la existencia de cada uno.
-Tantos años, Helios… dijo.
-Sí, cuánto me alegra que estemos
aquí, después de esos tantos años que decís.
-También me alegra y celebro
haberte reconocido los otros días. Dijo.
-¿Hay casualidades? Pregunté-
-Hay casualidades y causalidades,
respondió.
-Bueno, entonces llamo a este
encuentro como un azar concertado.
-Qué hermoso lo que decís. Vos
siempre con tus frases, así eras antes y por lo escuchado, seguís
expresándote de ese modo.
-¿Te acordás, cuando leíamos a
Máximo Simpson, en voz alta mientras trabajábamos en el taller?
-Sí, me acuerdo, qué poeta, cómo
nos emocionábamos leyendo sus poemas, Un nostálgico…
-Bueno -interrumpí-, lo conocí en
persona y me obsequió uno de sus libros con una dedicatoria que
decía esa frase: “Por el Azar Concertado” que hizo que no
encontráramos-
-Qué hermoso, Helios… huu, me
llevás a esos años… me emociona. Sí, celebro haberte reencontrado,
estaba tan lejos de todo aquello…
-Bueno, Flaca, acá
estamos…recordemos y disfrutemos, mientras, nos iremos sabiendo
ahora, aquí y ahora, como si fuese un viaje lo que nos separó y
hemos vuelto. Reacomodemos, dale.
-Sí, reacomodemos los muebles, a
modo de un cambio energético. Dijo sonriendo.
-No te pregunté por Anselmo…
Inclinó la cabeza y en voz baja,
dijo: lo esperaba… luego me miró a los ojos y agregó –Esperaba esa
pregunta. Tardaste mucho en hacerla.
-Sí, no sé… salió ahora, creo que
tu presencia y lo que significan los recuerdos, hizo que fuera así…
no sé…
-Lo sabemos, Helios. Lo sabemos.
Sí, considero que salió ahora, como decís, porque para ambos, el
reencuentro es fuerte. Fueron años intensísimos, aquellos.
-Verdad. Dije y quedé en silencio
mirando a través de la ventana. Comenzaba a lloviznar y la llovizna
tenía mucho que ver en el recuerdo. Disfrutábamos los días otoñales,
previos al invierno
-Pongamos energía, no dejemos que…
-No me respondiste, interrumpí.
-No. Pasa que Anselmo falleció.
-¡¿Cómo?!...
-Hace muchos años, Helios. Ya te
contaré, si es que se da, pero por favor, no me preguntes.
-No lo haré.
-Cortemos el instante. Mirá, traje
algunas cosas, dijo, mientras de una bolsa de papel, con el membrete
de una librería, sacaba un envoltorio, que fue abriendo con esas
manos que yo observé bellas el día del encuentro. Una vez quitado el
envoltorio, sobre la mesa, quedaron varias hojas de distinto tamaño.
Como si fuese un mazazo sobre mi cráneo, lo que allí había, eran
dibujos míos, papelitos con textos, dibujitos cómicos, frases y
cartas que mostraban mis sentimientos por aquellos años.
-Cristina… pude decir.
-Helios, dijo ella.
- Pero esto…
-Sí, en todos los bares que
estuvimos; en el taller que compartimos; cuando íbamos al tigre o al
zoológico a tomar apuntes, a bocetar lo que veíamos, siempre uno de
estos papelitos. Mirá, este fue en el Zoológico, me lo regalaste
porque me agradaba el cervatillo y me dijiste que con el dibujo, lo
seguiría viendo siempre. Bueno, lo sigo viendo gracias a vos.
-Me emociona todo esto. ¿Por qué lo
guardaste? y tantos años…
-Creo que los guardé porque sin
saberlo, te amaba. Era un sentimiento raro, pensá que era una
pendeja de apenas 17 años recién cumplidos. Los miedos, la familia,
no sé… pero acá están, los estás viendo.
-Sí, es muy fuerte. Disculpá que lo
pregunte: ¿Anselmo los vio?
-Nunca lo supo. Los tenía en un
sobre lacrado, en casa de mi vieja. Me fui dando cuenta de mi
sentir, cuando tuve necesidad de verlos, cuando le quité el lacre al
sobre y lloré. Lloré mucho aquella tarde. Mi vieja sabía. Buena
mina, me bancaba. Y después la vida, Helios, las decisiones, los
problemas, la inercia, los miedos, la inseguridad, el no querer
lastimar a otro, lastimarme yo y así fuimos creciendo con Anselmo,
fuimos haciendo la existencia y formamos una familia. Tuvimos una
hija, ahora casada y con su hija…
-Sos abuela… dije.
-Sí, orgullosamente abuela.
-No es necesario que te diga lo que
sentía por vos. Dije.
-No, respondió. Lo dijiste siempre,
durante los años que estuvimos juntos, en la escuela, en el taller
que compartimos y en estas hermosas y sentidas cartas. Yo no pude
entenderlo, o no sé… se dio así. Creo que mi decisión por la
psiquiatría tuvo que ver con esto, con vos, conmigo, con lo que
sentíamos, con lo que no pude concretar y años de terapia, me
hicieron aceptar de alguna manera la frustración, la culpa, bueno,
todo eso que hace la terapia para luego reparar.
-También hice terapia. No por
aquello nuestro, pero sí me hizo bien.
-Helios. Pensá que fuiste la
persona que me hizo sentir mujer. Fuiste el primer hombre que supo
de mi sexo y de mi sentir.
-Claro. Pensá que fuiste la primera
mujer con la que hice el amor. Es mutuo.
Llamé al mozo, estaba entrando en
una zona peligrosa, conozco mis horrores cuando digo apresuradamente
lo que se dice lentamente, con tiempo. “¿Qué tomás?” Dije. “No tomo
alcohol, pero quiero un moscato helado” respondió y reí, reí fuerte,
también rió ella. Era lo que tomábamos por las noches, al salir de
la escuela, en el bar La Rábida. Reímos seguramente como válvula de
escape a tanta intensidad…
Vino el mozo, hice el pedido y,
como soy un asiduo concurrente, nos conocemos, se atrevió a decir:
-No hay cortado, parece un festejo…
-Sí, dijo ella. Estamos festejando.
-Me alegro, dijo Paco.
Trajo los vasos con el moscato
helado, y brindamos por nosotros, por todo lo que nos pasó en
nuestras existencias y, tal como lo hacíamos hace años, por la
Sensibilidad y la Belleza.
-Necesito darte un beso, dijo.
Acercó su cabeza a la mía, puse mi
mejilla, pero corrió mi cabeza con su mano y el beso fue en la boca.
Quedé paralizado.
-Vamos, dijo. Tenía muchas ganas,
creo que desde siempre. Pero no comiences a apresurarte, a
ratonearte. Era eso. Un beso.
-Qué fácil lo hacés.
Rió, y descubrí una risa fresca,
hermosa, que mostraba su integridad, su estar bien, como en su
propio centro.
-¿Tenés contacto o comunicación con
alguno de los viejos compañeros? Preguntó.
-En principio Con Inés
-Inés, Wendalina, dijo creo que con
emoción. ¿Qué es de su vida?
-Cierto, le decíamos Wendalina. Qué
memoria la tuya.
-También la quise, éramos un
hermoso grupo y eso no se olvida. Los cuatro, nos estábamos
iniciando en un mundo nuevo, diferente, como es el mundo del arte.
¿Y Aldo?
-Casado, con hijos, un gran
ceramista -Dije. Pero hace años que no nos vemos.
-Recuerdo que le costaba mucho con
su visión tan acotada. Le hacías de lazarillo. Eso lo recuerdo bien,
pues siempre pensé que solo un buen tipo puede hacer eso por un
amigo.
-Si se es amigo… dije.
-Sí, la amistad es de esa manera
–dijo- ¿Y tu vida amorosa?
-Sabía que vendría la pregunta.
Dije
Ambos reímos.
-Dale, dijo.
-Bueno, algo complicada, creo que
mi inestabilidad emocional me jugó en contra, bueno, o quizás no,
pero es complicada. Eso me llevó a la terapia, hasta que dije como
Sábato: Si el arte no me salva, nada me salvará. Y dejé el diván.
-¿Te salvó? Dijo.
-Todavía estoy en tránsito,
respondí.
-Helios, según recuerdo, siempre
tenías una respuesta a flor de labios. Eras tremendo.
-Creo que sigo igual. Dije.
-¿Pero tu vida amorosa? No
respondiste.
-Sí, mi inestabilidad emocional…
-No vale. Dijo.
-Bueno… digamos que tres
matrimonios. Cuatro hijos.
-¿Y ahora? Inquirió.
-Solo, absoluta y decididamente
solo, ya retirado. Dije.
-¿Qué significa retirado? Preguntó.
-Nada, sin nadie, nunca más,
retirado. Me fui.
-Estás loco -Dijo.
-Puede que así sea...
Reímos. “¿Tomás un café?” Dije.
“Sí, cargado. Llamalo a Paco, que yo se lo quiero pedir”
Vino Paco y ella dijo. “Paco, un
café…” Paco interrumpió diciendo “Ya lo sé: un café cargado y un
cortado mitad y mitad”. “¡Bravo!” Dijo ella.
Me tomó de las manos y dijo:
“Helios, deseo que continuemos con los encuentros. No tenés idea de
lo bien que me hace estar con vos, recordando por ahora, más que en
el presente, pero hagamos de los recuerdos este presente, hasta que
dejen de serlo y lo de cada encuentro, en el tiempo, sea lo de hoy,
el aquí y ahora”
-Sábato me dijo alguna vez que si
uno iba al pasado, en todo caso, era para traerlo al presente.
Porque de quedarse allá, uno entra en la locura.
-Sabio el viejo, dijo. Lo leí todo. Es más, lo estudié, lo
profundicé y en muchas veces, utilicé sus palabras en mi profesión.
Tanto
más,
que
lo estudié para mi tesis. Pero dijiste que
él te dijo.
¿Lo conociste?
-Oreja de psiquiatra. La terapeuta
me decía que ella era una oreja, me devolvía y me hacía “ver”
-Te diste cuenta, dijo mientras
reía. ¿Lo conociste?
-Sí. Viví en su casa, bueno una
casa lindera a la suya, que él había comprado para demolerla y hacer
allí un parque, pero… Ya te contaré es una larga y bella historia
emparentada con la magia. Aunque de mucho peso para mí.
-Si, contámelo cuando tengas ganas.
-Seguro que lo haré. Tenemos que
contarnos toda la vida. Dije.
-Muchos años sin vernos, -dijo- y
parece ser que nos pasaron muchas cosas y fuertes.
-Sí. Dije.
-Ya es hora de irme. Dijo.
-Bueno, decime el día que puedas, o
nos enviamos un correo. Esta es mi dirección electrónica. Le di una
tarjeta que hice para publicitar mi revista en la Red.
-Una revista de cultura en la Red.
Me agrada, la recorreré y te diré qué me parece.
Pagué la cuenta, nos levantamos y
salimos a la avenida Corrientes. Caminamos bajo la llovizna, ella
tomada de mi brazo. La acompañé hasta la parada del colectivo.
-Nos escribimos. Dijo.
-Dale, respondí.
Justo con la llegada del colectivo
nos abrazamos fuerte y cuando subió, apoyó su mano sobre la boca y
me sopló un beso que respondí.
Caminé. Caminé muchas cuadras sin
que me importase mojarme. Lo necesitaba. |