Por aquellos días,
comencé a garabatear ideas para escribir una
novela, porque vi en un diario la información de un concurso, cuyo
premio era la publicación de la obra y un buen dinero. En realidad,
mi atención fue presa de esa suma de dinero. Qué bueno sería poder
escribirla, conquistar el premio y así, también, esa cantidad de
guita que yo jamás había visto toda junta en mis manos.
Le había comentado a Santiago, que
quería escribirla.
Me dijo: -Pero vos sos escultor, no
escritor.
-Que sea escultor, no quita que
pueda tener deseos de escribir una novela, un poema, cuento, o lo
que fuere, si se trata de otra manera para decir lo que me parece
que puedo decir; pensá en Kokochka, Günter Grass y tantos otros que
pasaron de una disciplina a otra o transitaban por ambas al mismo
tiempo.
-Está bien -siguió él
interrumpiéndome- pero es que no te veo como escritor. Además, te
comparás con esos artistas…
-Me da igual –dije, ahora
interrumpiéndolo-, que pienses así, pero no me comparo, sino que
comenté lo que ellos hicieron, entonces, por qué no puede otra
persona, hacer lo mismo.
-Te pondrás a escribir; lo dijo
sonriendo.
-Sí, respondí, sabés que soy
tozudo, que puedo golpearme contra un muro, pero estoy dispuesto a
saltarlo, como sea.
Estábamos sentados a una mesa en La
Giralda, donde nos habíamos citado para luego ir a ver La Nave Va
del gran Federico Fellini.
Lloviznaba. En un noticiero habían
anunciado tormenta, con alerta meteorológico, pero esta lluviecita
significaba que había sido falsa alarma.
La gente caminaba
apresurada,
algunos con paraguas, otros tapando sus cabezas con el diario, una
bolsa de plástico o cualquier elemento que obrara como resguardo de
la llovizna. Pero sólo cubrían sus cabezas, el resto del cuerpo era
presa del agua.
Me agrada estar sentado a la mesa
de un bar en días de lluvia, es una sensación que me acompaña desde
joven, cuando eran los inicios en el mundo del arte y recorría bares
tratando de conseguir en el papel las formas que me ofrecían los
parroquianos mientras pasaban su tiempo, también sentados a sus
mesas. Eran croquis, bocetos, que con el tiempo se fueron
incorporando a una serie que di en llamar: Buenos Aires Bar,
dedicada a Astor Piazzolla.
En aquellos años todo era sorpresa,
asombro, comienzo de muchas experiencias que me irían formando,
dándome la seguridad necesaria para saber que al haber conocido el
mundo del arte, ya no lo dejaría.
-¿por qué usted dice que es un
artista? Había preguntado la mujer
-Porque vivo como tal, señora. Le
respondió Corot.
Ese diálogo, contado por Millet,
amigo de Corot, se marcó en mí de manera indeleble. Había que "vivir
como tal".
Leía biografías de artistas, quería
parecerme a uno, pero en la próxima lectura ya quería ser como el
otro y así, de biografía en biografía, sentía que me daba forma, que
conformaba mi cosmogonía, que era el origen de lo que vendría luego,
cuando no necesitara de biografías para querer parecerme a ninguno
de los leídos, más allá de que en la historia del arte, se tiene un
poco de todos; quizá, desde milenios, cuando Aquel de las cavernas
grabó las primeras imágenes en la roca para los tiempos. Imágenes
que después de milenios siguen vigentes ofrendando su belleza. Y al
verlas hoy las apreciamos, las sentimos aquí y ahora. Tienen la
vigencia de lo contemporáneo. Son también de esta época.
Cuánto acontece en un bar. Las
historias de las personas que allí se sientan a una mesa, en
soledad, o en compañía, tal vez encontrándose, comenzando un tiempo
amoroso, o rompiendo ese tiempo una vez que la relación se “gastó”
Sí, me agradan los bares. Puedo
pasar horas y horas allí, leyendo, dibujando, o con mi cabeza
apoyada en la columna de mi brazo mirando por la ventana, a veces
sin mirar, pero estando. Más de una vez, con la mirada fija en nada,
me vi llegar, como si fuese a un encuentro de mí. |