En La Giralda,
sentados a la mesa que da a la Calle Corrientes.
Nos encontramos por casualidad,
mientras caminábamos por la misma vereda.
Muchos años sin vernos; pero ambos,
siempre presente en el recuerdo del otro.
Habíamos compartido talleres en la
Escuela de Bellas Artes, habíamos integrado un Grupo; nuestra
primera experiencia para exponer las obras que realizábamos, cada
uno en su taller, una vez que aprehendimos el significado de “ser
artistas”
Esa tarde, o ese atardecer pues
estaba bajado el sol, mientras caminaba recorriendo librerías,
alguien pronuncia mi nombre; giro la cabeza y ahí estaba, Rafael, de
cuerpo entero, con su vestimenta llamativa, como era su costumbre,
desde que habíamos ingresado a la escuela. Nos saludamos con un
abrazo, y ambos, al mismo tiempo, nos invitamos a tomar un café.
Elegimos La Giralda, que estaba
cerca en la distancia, pero, seguramente y sin decírnoslo, por que
era el lugar de encuentros, de reuniones y de discusiones acaloradas
tematizadas en el arte, en la filosofía, en autores y un montón de
otras cuestiones que nos llevaban a eso: a discutir.
Así es como estábamos sentados a
esa mesa, en este presente de ambos.
-Tantos años… -dijo.
-Sí, respondí. Son muchos.
-He visto algunas cosas tuyas en
una galería –dijo-, si mal no recuerdo, en la Galería Peña; me
agradaron. No olvido que ambos estábamos enamorados de la Venus de
Willendorf y me dijiste que querías llegar a esa forma exuberante, a
esas proporciones exaltadas. Y viendo tus esculturas, aquel día, me
dije: lo consiguió.
-Sí, interrumpí. Pero no solamente
la Venus fue mi musa inspiradora para llegar a esos volúmenes, sino
que un grabado de Américo Balán, me despertó el interés por esas
formas pródigas. ¿Te acordás de Balán?
-Me acuerdo –dijo- lástima que no
supe comprender su enseñanza, la energía que ponía en hacernos
llegar el mundo del arte como él lo concebía, lo amaba.
-Fue un grande en todo sentido.
Como artista, como maestro y una persona de bien, con ideas muy
claras respecto a lo social. Pero contame de vos, cómo estás, qué
haces…
-Estoy bien, me dediqué a la
decoración; tengo trabajo, no puedo quejarme; voy por mi tercer
matrimonio y hay dos hijas bellísimas de mis convivencias
anteriores. La semana que viene viajo a Europa a un encuentro de
arquitectos que me invitaron para que hable sobre la decoración de
interiores, tema que les interesa, pues muchos de ellos invaden
terrenos que no les pertenecen con el asunto de las “reparaciones”,
los “arreglos” de casas y departamentos, meten mano también en la
organización, en la ubicación de muebles, cuadros y cortinas…
-Me hacés reír, Rafael –interrumpí-
Siempre un motivo de queja en vos, no cambiaste en eso.
-No. Dijo y llamó al mozo para
pedir otro café.
En ese momento, observo que una
mujer viene hacia la mesa, Rafael también la observa y se pone de
pie, estrechándose en un abrazo con ella.
-Sandra… dice.
-Rafael, que alegría encontrarte
–dice ella.
-Sí, también para mí –dijo- ¿Estás
con alguien?
-No, sola, entré para sentarme un
rato haciendo tiempo para ir a la dentista.
-Bueno, pasate a esta mesa, con
nosotros. Ah, él es un amigo, un viejo compañero de la escuela.
La tal Sandra se agachó, me dio un
beso en la mejilla diciendo: encantada. Bueno, busco mis cosas y
vengo.
Y allá fue. Rafael, comenzó a
decirme quién era, una compañera de un taller en el que habían
participado juntos, buena persona y mejor artista, dijo.
La tal Sandra se sentó.
Rafael y ella me contaban de sus
cosas, Rafael y yo le contábamos de las nuestras. Ella a su vez,
contaba lo que hacía. La mesita se llenó de tazas de café, el mozo
fue y vino varias veces en el fragor de nuestra charla.
-Estoy buscando taller –dijo ella
cortando lo que nos estábamos diciendo.
-Cómo, buscando taller –dijo
Rafael- si tenés el tuyo en tu casa.
-Tenía –dijo ella- Gabriel y yo nos
separamos y como esa casa es de sus padres, la que se fue, soy yo.
Por suerte pude alquilar un lugar con una amiga, pero, el espacio es
muy chico, no da para otra cosa que estar, comer y dormir.
-¿Y todas tus cosas? ¿Tu taller?
Dijo Rafael.
-Por ahora están en la casa –dijo
ella.
-Bueno, mucho no me sorprende la
separación, él es un tipo jodido, no sé como lo aguantaste tanto
tiempo.
-Decís eso porque no te agradaba
nunca hubo rollo entre ustedes.
-No. –cortó él.
-Disculpen que interrumpa –dije.
¿Qué buscás como taller?
-Un lugar para poder trabajar,
porque si no lo hago pronto me voy a volver loca.
-¿Volver? –Dijo sonriendo Rafael.
-Sí, ya sé cómo soy, agregó ella.
Pero ahora, si no trabajo pronto, me volveré más loca todavía. ¿Por
qué lo preguntás? Dijo mirándome.
-Bueno, porque tal vez, no sé…
tengo mi taller y podría alquilarte una parte, pues me cuesta pagar
las mensualidades-
-¿En serio? –dijo con asombro.
-No sé –respondí. Se me ocurrió
ahora, pero tendríamos que hablar, que lo veas y si te sirve… Para
mí es todo un tema el compartir el espacio, pero si lo tuyo es
serio, si tenés que sacar las cosas de la casa, como dijiste y no
tenés un lugar donde llevarlas, podría ser bueno para vos. No sé…
hablemos si querés. Pasa que si dejo de pagar, también tendré que
salir a buscar taller...
-¡Sí! -Casi gritó-. Por favor…
-Estaría bueno que puedas ayudarla
–dijo Rafael- es una buena persona, no te va a fallar.
-No es eso –dije-, sino la idea de
compartir, vos sabés que soy una especie de ermitaño. Es más en una
de las paredes está el cartelito que me hiciste aquella vez, “La
Ermita de Helios”.
-Olvidate de la ermita, pensá en
Boccaccio… en el diablo… En el infierno…
Salió una carcajada desde mi
garganta, Rafael tiene esa clase de humor.
La tal Sandra hizo un gesto con los
hombros, como de no entender nada y por suerte para mí, dado mi
pudor ante ciertas cuestiones, ella quizás no conocía el cuento de
Boccaccio.
-Cerremos –dije- vení a verlo y si
te sirve, si crees que es posible, te alquilo una parte. Luego, Dios
dirá…
Ella se levantó, fue hacia el lado
de Rafael y lo abrazó, diciéndole gracias, Rafa. Por algo vine a
tomar el café aquí, para esto. Y gracias a vos también, dijo
mientras volvía a su silla.
Anoté la dirección en un papel, se
lo di; en ese momento ella observa la hora y dice: -¡La dentista! Me
voy, chau, un beso para cada uno.
Y se fue apresurada, casi corriendo
sin decir si vendría o no, ni que iba a hacer.
-No te vas a arrepentir –dijo
Rafael- Es una gran persona, una verdadera artista, que lo único que
quiere hacer es pintar, pintar y pintar. Y la obra es buena. Ya la
verás. Helios, tengo que irme. La semana que viene viajo y aun no
preparé nada. Al volver, me agradaría que nos veamos más seguido y
retomemos nuestros encuentros tan valiosos para cada uno. Te quiero.
Nos abrazamos, él se fue y yo quedé
allí ante esa mesa, pensando en qué había sucedido, en qué otro
mundo me estaría metiendo.
El lugar que alquilo es grande, se
ingresa por una escalera y está ubicado en lo que sería un primer
piso, pero, dada la construcción que el dueño fue edificando en
diferentes etapas, no se sabe bien si está en un primer piso o
entrepiso, pero sí, se ingresa por una escalera que desemboca en la
puerta del taller. Hacia cada lado, así como se sube la escalera,
hay dos departamentos habitados por sendas familias. Con una de
ellas tengo buena relación, con la otra, simplemente los saludos de
vecinos, alguna charla de vez en cuando al cruzarnos mientras
ingresamos o salimos del edificio.
Ni bien se ingresa al taller, uno
se encuentra con un ambiente de unos cinco metros por cinco; hacia
la izquierda, tres espacios: un baño, una habitación y la cocina,
todos con puertas que dan al espacio grande. Enfrentados a la puerta
de ingreso, cinco escalones que conducen a un desnivel que es un
ambiente rectangular de unos diez metros de largo por cuatro en su
ancho. Al final de ese rectángulo, hacia la izquierda, formando una
ele, otro ambiente similar y casi de las mismas dimensiones. O sea,
una construcción extraña, pero con mucho espacio. Todo muy luminoso,
grandes ventanales, por lo que se aprovecha bien la luz diurna hasta
que el sol comienza a retirarse. La plantas de interior
contentísimas, verdes, bien verde, agradecidas por el ingreso de
Febo desde la mañana. El espacio que llamo del fondo está poco usado
en la tarea, es como un depósito de algunas cosas; trabajo en el
primero del desnivel. El de ingreso, es algo parecido a un living
comedor; claro, si fuese una casa común, no un taller, porque allí
ubico las obras que doy por finalizadas y montones de otras cosas.
Mientras preparaba la cena, el
pensamiento concentrado, era si había hecho bien en decirle a esa
mujer que le alquilaba un espacio.
No la conocía. ¿Y si todo se
trasformaba en un lío, en un problema? Años atrás, cuando compartí
un taller con algunos compañeros de la escuela, la cosa no terminó
bien y fue así que luego de esa experiencia, nos distanciamos.
Dudas. Muchas dudas o en verdad, una sola: si alquilar o no ese
espacio.
En la praxis me contradecía, pues
me puse a limpiar y a ordenar todo, a reordenar, pues eso parecido a
un depósito, sería el lugar de la tal Sandra; lo dejé vacío. Y me
dije: si limpiás y reacomodás todo, se lo vas a alquilar.
Esa tarea me llevó varios días. Me
sirvió, a la vez, para una limpieza profunda, en la cual encontré
cosas que había dado por perdidas, aún, sabiendo que no habían
salido del taller. Debajo de muebles, detrás de paneles, dentro de
cajas o envases; tiré mucho de lo que ya no necesitaba y sentí que
comenzaba una etapa nueva, diferente, pues, si la tal Sandra
aceptaba alquilar el espacio, ya nada sería igual que antes, por el
hecho de que mi Ermita sería compartida; que muchas de las veces,
hablaría en plural; el singular, tomaría otro rumbo. |