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El Bar, la mesa y alrededor nosotros

A Jorge Barón Biza

 

EL BAR, LA MESA Y ALREDEDOR, NOSOTROS.

-La verdad no existe.
Eso dijo.
Nos quedamos mirándolo, alguno con ojos muy abiertos, otro entrecerrándolos, como escrutando eso que había dicho, casi como queriendo ver las palabras.
Insistió: -No me miren así. La verdad no existe.
-¿Estás seguro? Interrogó Chipola
-Segurísimo. Respondió él.
-Estamos por reír, intervino el Chino Medina.
-Cosa de ustedes. Sigo y seguiré sosteniendo que la verdad no existe, es una abstracción lo mismo que la libertad, el amor, y toda esa moralina que gustan decir pomposamente.
Siempre lo tuve por un tipo de inteligencia superior, aún, sabiendo que era un provocador de razones, un opositor implacable. Pero lo era por su agudeza. Hasta he llegado a pensar que por su exacerbada timidez para comunicarse con otras personas. Solíamos decirle Harry Haller.
En los primeros años de la Escuela de Bellas Artes, ya era el consultado por todos. Algunos profesores evitaban discutir, algo difícil para ellos, pues él siempre llevaba toda conversación a una discusión insalvable.
Una noche, estando en La Rábida, el bar al que concurríamos cuando salíamos de la escuela, una compañera le preguntó la edad. La miró, pensó, tomándose su tiempo y respondió: -Unos cuatro mil años. La compañera se ofendió, levantándose, y se fue. Él dijo: -Pobre chica.
Pero esa noche en que sentenció lo de la verdad, noté en su mirada algo extraño, que nunca pude comprender, o develar.
Juan dijo: -Bueno, pero hace años, digamos milenios, que el hombre se ocupa de la verdad.
-Exactamente –dijo- se ocupa y preocupa, pilas de filósofos devanándose los sesos buscando La Verdad. ¿Sabés por qué, porque vivían al pedo, porque no tenían otra cosa que hacer y la mayoría de ellos, vivían de lo mejor, atendidos por sus esclavos. Dejame de joder…
Y antes de que alguno lo interrumpiera, siguió: -Los egipcios, que eran unos capos, preferían las cuestiones mitológicas a las filosóficas. Tenían un lenguaje simbólico, adoraban los astros y los animales y hablaban de la transmigración de las almas. Cuando los griegos comenzaron a visitarlos, al escuchar a los sacerdotes lo que decían sobre los misterios de la ciencia, entraron en confusión y comenzaron a decir una sarta de estupideces que aún hoy, se siguen tomando como valederas y lo que es peor, como verdaderas.
-O sea que los griegos –dijo el Chino Medina- son unos giles que filosofaron estupideces.
-Sí, dijo él –y siguió- Tales de Mileto, unos seiscientos años antes de la llegada de Cristo, ya hablaba sobre una mente o espíritu –remarcó las palabras- que fecundaba el agua, que era el principio material de todas las cosas. O sea que Dios es la inteligencia que ha formado todas las cosas desde el agua.
-Y para vos, esto se vincula con los egipcios, dijo Aldo, que era una especie de adicto al mundo griego.
-¿Tenés dudas? Y siguió. Escuchá esto: Anaximandro, que fue discípulo de Tales, puso el origen de las cosas en el Caos, en una confusa mezcla de elementos. Todo nace del caos y vuelve al caos, decía. ¿Entendés loco? O Tales era un pésimo maestro, o este Anaximandro un tarado sideral.
-Así como si nada, alcancé a decir antes de que él continuara.
Me miró creo que ofuscado y dijo: Después, apareció Anaximenes, que es discípulo de Anaximandro que dice que todo nace del aire y todo vuelve a él, todo se hace por la condensación y dilatación del mismo elemento. O sea que en tres tipos que son maestros y discípulos seguidamente, ya tenemos tres versiones de la gloriosa verdad.
Fernando, el mozo, que iba y venía con los cafés, cervezas o moscato que cada uno de nosotros pedía, tenía los ojos desmesuradamente abiertos, intentando captar algo de la conversación, qué, supongo, pensaba que hablábamos en chino o japonés.
La llegada de Fernando a la mesa, proponía un descanso verbal, pero, él estaba empecinado en denigrar todo, para confirmar, a través de su certeza inapelable, que la verdad no existe.
Dio un sorbo al vaso de moscato y siguió: -Pitágoras, qué hizo, creó una especie de secta, cuyos iniciados tenían que pasar por una serie de duras pruebas para poder llegar hasta él, al que ellos veían como una especie de divinidad que escuchaban como infalible oráculo, y terminaban diciendo: El maestro lo ha dicho. No se necesitan más pruebas, remarcó y continuó: Pero este Pitágoras fue más vivo que los otros, pues hablaba de muchas cosas y las mezclaba entre lo oriental y lo griego, pues había realizado varios viajes y desde distintos países, traía información. Y conformaba a muchos.
No paraba, estaba acelerado. –Después vino Empedocles –dijo-, que ya metió el tema del bien y del mal, atribuyéndole al primero el amor y el segundo el odio y argumentaba que las pasiones del hombre han producido el mal sobre la tierra, destruyendo la armonía primitiva, pero ésta se reestablecerá con el triunfo del amor, que unirá en suave lazo, a todos los seres del universo. O sea, Empedocles, muchachos, se había tomado sus buenos vinos y estaba bien en pedo cuando propuso su filosofía de la verdad. Bueno, dicen que se cayó o se tiró en el cráter del Etna. O se creía un dios, o quiso estudiar al volcán bien de cerca.
Ya estábamos en la madrugada y algunos dijeron de irnos para seguirla después.
-Vale, dijo él. Mañana la seguimos, me faltan todavía unos cuantos, sobre todo Aristóteles, del que pienso que era un mal bicho y si leen su libro La Política, sabrán lo que decía sobre la esclavitud y es por ello que se me ocurre pensar que el Capitalismo, es contundentemente aristotélico
Durante todo el tiempo de estudios en la Belgrano, tuvimos charlas como esta, otras veces, sus monólogos, en La Ràbida o en el Bar Florida.
Al terminar la escuela, dejé de verlo.
Cierto día, leyendo una vieja revista de arte, vi que figuraba como asesor; conocía yo a uno de los dueños, lo llamé y le pregunté qué era de la vida de Héctor; hizo un silencio y me dijo: -Estaba muy mal, se suicidó el año pasado en Córdoba.


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