EL BAR, LA MESA Y ALREDEDOR, NOSOTROS.
-La verdad no existe.
Eso dijo.
Nos quedamos mirándolo, alguno con ojos muy abiertos, otro
entrecerrándolos, como escrutando eso que había dicho, casi como
queriendo ver las palabras.
Insistió: -No me miren así. La verdad no existe.
-¿Estás seguro? Interrogó Chipola
-Segurísimo. Respondió él.
-Estamos por reír, intervino el Chino Medina.
-Cosa de ustedes. Sigo y seguiré sosteniendo que la verdad no
existe, es una abstracción lo mismo que la libertad, el amor, y toda
esa moralina que gustan decir pomposamente.
Siempre lo tuve por un tipo de inteligencia superior, aún, sabiendo
que era un provocador de razones, un opositor implacable. Pero lo
era por su agudeza. Hasta he llegado a pensar que por su exacerbada
timidez para comunicarse con otras personas. Solíamos decirle Harry Haller.
En los primeros años de la Escuela de Bellas Artes, ya era el
consultado por todos. Algunos profesores evitaban discutir, algo
difícil para ellos, pues él siempre llevaba toda conversación a una
discusión insalvable.
Una noche, estando en La Rábida, el bar al que concurríamos cuando
salíamos de la escuela, una compañera le preguntó la edad. La miró,
pensó, tomándose su tiempo y respondió: -Unos cuatro mil años. La
compañera se ofendió, levantándose, y se fue. Él dijo: -Pobre chica.
Pero esa noche en que sentenció lo de la verdad, noté en su mirada
algo extraño, que nunca pude comprender, o develar.
Juan dijo: -Bueno, pero hace años, digamos milenios, que el hombre
se ocupa de la verdad.
-Exactamente –dijo- se ocupa y preocupa, pilas de filósofos
devanándose los sesos buscando La Verdad. ¿Sabés por qué, porque
vivían al pedo, porque no tenían otra cosa que hacer y la mayoría de
ellos, vivían de lo mejor, atendidos por sus esclavos. Dejame de
joder…
Y antes de que alguno lo interrumpiera, siguió: -Los egipcios, que
eran unos capos, preferían las cuestiones mitológicas a las
filosóficas. Tenían un lenguaje simbólico, adoraban los astros y los
animales y hablaban de la transmigración de las almas. Cuando los
griegos comenzaron a visitarlos, al escuchar a los sacerdotes lo que
decían sobre los misterios de la ciencia, entraron en confusión y
comenzaron a decir una sarta de estupideces que aún hoy, se siguen
tomando como valederas y lo que es peor, como verdaderas.
-O sea que los griegos –dijo el Chino Medina- son unos giles que
filosofaron estupideces.
-Sí, dijo él –y siguió- Tales de Mileto, unos seiscientos años antes
de la llegada de Cristo, ya hablaba sobre una mente o espíritu
–remarcó las palabras- que fecundaba el agua, que era el principio
material de todas las cosas. O sea que Dios es la inteligencia que
ha formado todas las cosas desde el agua.
-Y para vos, esto se vincula con los egipcios, dijo Aldo, que era
una especie de adicto al mundo griego.
-¿Tenés dudas? Y siguió. Escuchá esto: Anaximandro, que fue
discípulo de Tales, puso el origen de las cosas en el Caos, en una
confusa mezcla de elementos. Todo nace del caos y vuelve al caos,
decía. ¿Entendés loco? O Tales era un pésimo maestro, o este
Anaximandro un tarado sideral.
-Así como si nada, alcancé a decir antes de que él continuara.
Me miró creo que ofuscado y dijo: Después, apareció Anaximenes, que
es discípulo de Anaximandro que dice que todo nace del aire y todo
vuelve a él, todo se hace por la condensación y dilatación del mismo
elemento. O sea que en tres tipos que son maestros y discípulos
seguidamente, ya tenemos tres versiones de la gloriosa verdad.
Fernando, el mozo, que iba y venía con los cafés, cervezas o moscato
que cada uno de nosotros pedía, tenía los ojos desmesuradamente
abiertos, intentando captar algo de la conversación, qué, supongo,
pensaba que hablábamos en chino o japonés.
La llegada de Fernando a la mesa, proponía un descanso verbal, pero,
él estaba empecinado en denigrar todo, para confirmar, a través de
su certeza inapelable, que la verdad no existe.
Dio un sorbo al vaso de moscato y siguió: -Pitágoras, qué hizo, creó
una especie de secta, cuyos iniciados tenían que pasar por una serie
de duras pruebas para poder llegar hasta él, al que ellos veían como
una especie de divinidad que escuchaban como infalible oráculo, y
terminaban diciendo: El maestro lo ha dicho. No se necesitan más
pruebas, remarcó y continuó: Pero este Pitágoras fue más vivo que
los otros, pues hablaba de muchas cosas y las mezclaba entre lo
oriental y lo griego, pues había realizado varios viajes y desde
distintos países, traía información. Y conformaba a muchos.
No paraba, estaba acelerado. –Después vino Empedocles –dijo-, que ya
metió el tema del bien y del mal, atribuyéndole al primero el amor y
el segundo el odio y argumentaba que las pasiones del hombre han
producido el mal sobre la tierra, destruyendo la armonía primitiva,
pero ésta se reestablecerá con el triunfo del amor, que unirá en
suave lazo, a todos los seres del universo. O sea, Empedocles,
muchachos, se había tomado sus buenos vinos y estaba bien en pedo
cuando propuso su filosofía de la verdad. Bueno, dicen que se cayó o
se tiró en el cráter del Etna. O se creía un dios, o quiso estudiar
al volcán bien de cerca.
Ya estábamos en la madrugada y algunos dijeron de irnos para
seguirla después.
-Vale, dijo él. Mañana la seguimos, me faltan todavía unos cuantos,
sobre todo Aristóteles, del que pienso que era un mal bicho y si
leen su libro La Política, sabrán lo que decía sobre la esclavitud y
es por ello que se me ocurre pensar que el Capitalismo, es
contundentemente aristotélico
Durante todo el tiempo de estudios en la Belgrano, tuvimos charlas
como esta, otras veces, sus monólogos, en La Ràbida o en el Bar
Florida.
Al terminar la escuela, dejé de verlo.
Cierto día, leyendo una vieja revista de arte, vi que figuraba como
asesor; conocía yo a uno de los dueños, lo llamé y le pregunté qué
era de la vida de Héctor; hizo un silencio y me dijo: -Estaba muy
mal, se suicidó el año pasado en Córdoba.
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