El tipo volaba.
En medio
del festejo, mientras los invitados bebían, paladeaban bocados
preparados a la sazón y hablaban en agradable reciprocidad, él
se elevó verticalmente, apenas medio metro del piso; recorrió
lentamente con su mirada todo el salón a la vez que
regocijándose de las voces que se iban transmutando en susurro y
menguando hasta llegar al silencio. Un intenso silencio; podría
hasta decirse un corpóreo silencio. Entonces Él, con graduales
movimientos fue tomando posición horizontal, muy lentamente,
dando la sensación de que se introducía en ese corporal
silencio; así, comenzó a sobrevolar por sobre las cabezas de
quienes parecían estatuas dada la inmovilidad provocada por
tamaña sorpresa; a medida que él avanzaba en su vuelo de grafías
ondeantes, armoniosas, podía observarse también el movimiento de
las cabezas que seguían con la mirada el sentido de su trayecto
y ese meneo de cabezas era una sinrazón dada la rigidez de los
cuerpos. Él, con una sonrisa imperceptible, disfrutaba como
pocos pueden llegar a disfrutar de esa manera en todo el
planeta.
De
repente, se escucha en un grito, una voz de tono metálico, una
voz excitada: -¡Eso lo hace cualquiera! Y el cuerpo del dueño de
la voz sale disparado como saeta hacia el techo del salón, se
estrella en el cielorraso y cae con el cráneo destrozado,
quedando inmóvil en el piso.
Es el
momento en que los invitados abruptamente salen de su quietud y
comienzan entre gritos, llantos, desesperación, a correr por
todo el salón, buscando puertas de salida, huyendo, tropezando
unos con otros, golpeándose contra columnas, sillas, mesas y
todo se transforma en un caos indescriptible.
Mientras,
Él, con absoluta serenidad, sale por una de las ventanas y
elevándose, se dedica a gozar desde la altura, el espectáculo
que ofrece Buenos Aires por las noches.
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