POR LA MAÑANA
El intento.
Iniciar un día. El día. Que es todos los días. Que es la vida en el
tiempo que transcurre. Ese otro tiempo no vinculado a cronos.
Despertar, ir abriendo los ojos como para saber dónde me encuentro,
no sea que todavía esté deambulando por la noche, en algún sueño.
Tocar algo reconocible; tal vez la pava en la cual calentaré agua,
luego ir hacia el mate, pasar previamente por el paquete de yerba,
verter ésta en ese recipiente pequeño que acepta la forma de mi mano
cuando se cierra sobre él para contenerlo, para sentirlo, luego
insertar la bombilla y esperar que el agua esté a punto para dar
inicio al ritual que abrirá la puerta de este día.
En tránsito. Sin detención. Aún sentado a la mesa sobre la que se
apoyan los papeles graficados con tintas al solvente y esmalte
sintético, papeles blancos que ya tienen la marca, el estigma de una
línea, una mancha, que toman forma y es el contenido, filigrana en
grises y negros, en colores, contrastes, esfumados, formas para
decir, cuando hay algo que decir; pugna constante que le da sentido
a mi existencia.
Mientras en la pava, el nivel del agua desciende; la yerba muestra
el desgaste, la transformación a la que es sometida en cada sorbo. Y
cavilo.
El silencio se retira cuando enciendo la radio, sintonizada en la
96.7 y es Brahms el que saluda, el que me da los Buenos Días con el
Primer Movimiento de su Primera Sinfonía y siento, como él dice, que
el destino golpea a mi puerta. La abro en la metáfora, de par en par
y entra por esa abertura un aire fresco, agradable, que me hace
respirar hondo para que mis pulmones se llenen de aquel bosque que
el Gran Músico le describía a Clara Vick en cartas memorables cuando
le decía que mientras caminaba, sentía que transitaba sobre
sinfonías dada la belleza del lugar.
Ay... si uno pudiera llegar a ese sentir... a esa comprensión del
sentimiento para vivir en condición plena, en relación con el
universo.
Aquí estoy ahora intentando despertar del todo, tomando envión como
quien dice, acomodándome en el día. A través de la ventana observo
que todo está gris, el gris de los bellos días otoñales, salpicados
del ocre que el viento desprende de los árboles. Y el arabesco del
gorrión que se posa sobre una rama, inquieto, movedizo, mirando a un
lado, a otro, moviendo su cabecita en rapidez; de repente un
imperceptible impulso y vuela planeando hacia la vereda, pienso que
va a detenerse pero no, continúa con un aleteo resuelto y toma
altura saliendo del alcance de mi vista. Me quedo pensando en él y
en aquellos gorriones que todas las mañanas venían a buscar las
miguitas de pan que yo esparcía por el patio y ellos, a saltitos
picoteaban aquí, allá, partiendo después seguramente hacia sus nidos
a llevar el alimento que necesitaban los pichones. Era en primavera.
Pero aquellos gorriones son otros recuerdos. Hoy estoy para futuros.
Tengo un día por delante. Y debo ganármelo. Las hojas blancas
esperan que la tinta, los colores, comiencen a ocuparlas.
© Helios Buira |