Hay autores que una vez
leídos, dejan marcas, en algunos casos para siempre.
Henry Miller, no me dejó marcas, sino que me voló la cabeza.
Cuando se hacía el servicio militar obligatorio, me destinaron a la
ciudad de Neuquén, en un batallón de ingenieros. Éramos pocos
soldados y la relación con las jefes era buena, de buen trato y por
momentos de camaradería.
Durante la semana, había un suboficial que era el encargado; o sea,
"el suboficial de semana" que se iban turnando durante el mes con
otros jefes.
Uno de estos suboficiales, era un lector permanente. Leía de todo.
Un fin de semana, en que los soldados teníamos franco, preferí
quedarme en el cuartel a dibujar, o a leer unos libros que había
llevado desde Buenos Aires. El suboficial me llamó, me dijo que
fuera a su pieza; cuando ingresé, vi sobre una especie de
escritorio, un libro. Lo señaló y me dijo: «Soldado, lea este libro.
Léalo con la mente y el corazón abiertos. No se asuste. Cuando lo
termine, su existencia comenzará a cambiar. Se lo regalo.»
Tomé el libro, le agradecí, me convidó con unos mates mientras yo le
contaba de mi paso por la escuela de Bellas Artes y él me hablaba
sobre música clásica. Cuando salí, leí el título: Trópico de
Capricornio y el autor, Henry Miller.
Comencé a leerlo esa noche, escondido en una piecita, a la luz de
unas velas, para que no me descubrieran. No dormí.
Ese libro, después que pasaron muchos años, sigue en mi biblioteca.
Cuando digo que me voló la cabeza, es cierto. Miller, no perdona. A
la vez que arrasa con todas las estupideces y mediocridades que uno
pueda llevar a cuestas.
Escribo sobre él, porque hoy, compré Primavera Negra (que leí tres
veces), luego de haberlo perdido, o prestado y jamás me fue devuelto
o lo que haya sido, pero durante años lo busqué y ahora está
nuevamente junto a mí.
Creo que es una de las obras mayores de Miller. Aunque para mí,
todas son mayores.
Desde el inicio, el lector sabe que se va a encontrar con un libro
intenso. Hay un párrafo de Unamuno:
«¿Soy como yo creo ser o
como los demás creen que soy? Aquí es donde estas líneas se vuelven
una confesión, en presencia de mi yo desconocido e incognoscible,
desconocido e incognoscible para mí mismo. Aquí es donde creo la
leyenda tras la cual me oculto»
Me agradaría saber cuál fue
el sentimiento de Miller para escribir ese párrafo maravilloso que
Unamuno refiere al ser.
Paso esa hoja y en la siguiente, Miller dice: «Lo que no está en la
calle es falso, inventado, es decir, literatura».
Dice que él nació en la
calle, que es un patriota del Distrito 14. de Brooklyn, donde se
crió. Y agrega que el resto de Estados Unidos no existe para él, más
que como idea, historia o literatura.
Escribe:
«Nacer en la calle significa vagar toda la vida, ser libre.
Significa accidentes e incidentes fortuitos, dramas, movimiento.
Significa, sobre todo, ensueño. Una armonía de datos irrelevantes
que proporciona a tu vagar una certeza metafísica. En la calle
aprendes lo que realmente son los seres humanos; de otro modo, más
tarde, uno los inventa. Lo que no está en la calle es falso,
inventado, es decir, literatura»
Y sigue Miller describiendo
maravillas, memorando a sus amigos de la calle en el Distrito 14
«Los muchachos que adoraste cuando pisaste la calle por primera
vez, permanecen contigo toda la vida. Son los únicos héroes
verdaderos. Napoleón, Lenín, Capone, son todos una ficción. Para mí,
Napoleón no es nada comparado con Eddie Carney, que me puso el
primer ojo morado. No he conocido a nadie que me parezca tan
principesco, tan regio, tan noble como Lester Reardon, quien por el
simple hecho de caminar por la calle, inspiraba miedo y admiración.
Julio Verne jamás me llevó a los sitios que Stanley Borowski se
sacaba de la manga al anochecer. A Robinson Crusoe le faltaba
imaginación comparado con Johnny Paul. Todos estos muchachos del
Distrito 14 todavía tienen para mí un sabor especial. No fueron
inventados o imaginados: eran de verdad. Sus nombres resuenan como
monedas de oro: Tom Fowler, Jim Buckley, Matt Owen, Rob Ramsay,
Harry Martin, Johnny Dunne, por no decir Eddie Corney o el gran
Lester Reardon. Y, hasta ahora, cuando digo Johnny Paul, los nombres
de los santos me dejan un mal sabor en la boca. Johnny Paul era el
Odiseo vivo del Distrito 14; que más tarde se convirtiera en
camionero, es un hecho que no viene a cuento»
Si hay una descripción de la niñez, de los años juveniles, con
intensidad comparada, es ésta.
Y cada vez que comienzo la lectura de este libro, no puedo dejar de
ir a mis años de adolescente, en el barrio de Floresta y aparecen
todos mis amigos, por lo que podría escribir lo mismo que Miller.
Eso es lo que él logra en el lector. Al menos, en mí. |