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EPISTOLARIO
 
Leon Tolstoi

A B. N. Chicherin

 
Yásnaia Poliana, 30 de enero de 1860

Si pretendías con tu carta una respuesta mía, ya ves que lo has conseguido. Ha llegado incluso a enojarme. Negligente y cariñosos me ofreces tus consejos de cómo al artista le hace falta desarrollarse, de lo saludable que es el influjo de Italia, sus obras de arte, el cielo... y análogas trilladas vulgaridades. Lo nocivo que es la inactividad en el campo: la bata, y cómo necesito casarme y escribir gentiles novelitas, etc. Aunque tu actividad me parezca anodina y falsa, yo no te doy consejos. Soy consciente de que el hombre (o sea ese ser que vive libremente) ve en cada cosa y en cada idea lo suyo peculiar, que nadie ve y sólo eso y nada más que eso puede encariñarlo hasta el sacrificio con su obra. También me doy cuenta de que un hombre así conoce a su manera el lugar y el precio que le corresponde en el mundo y el valor de su obra; sé que a veces le falta fuerza para narrar todo lo que sabe, pero lo sabe firmemente.

Con el fin de mostrarte, siquiera, como uno puede equivocarse no permitiéndolo o bien olvidándose de ello, sólo te diré únicamente, respondiendo a tus consejos, que tengo el convencimiento de qué -con nuestra edad y con nuestros medios- el callejeo fuera de casa, o la escritura de novelas amenas para la lectura, son igual de malos y poco decorosos. A nuestros años, cuando uno ha llegado, no por el único camino del pensamiento, sino mediante toda la existencia, toda la vida, a darse cuenta de la inutilidad y la imposibilidad de buscar el deleite; cuando uno realmente siente que lo que antes parecía tormento se ha convertido en la esencia única de la vida: el quehacer, el trabajo; entonces son inoportunas e imposibles las búsquedas, la angustia, la insatisfacción de sí mismo, los pesares y las otras características de la juventud; y no diré que es necesario trabajar, sino que no puede dejar de hacerse, no volcarse en el trabajo cuyos frutos uno pueda ver con suficiente antelación para darse de lleno a la tarea. Unos a labrar la tierra, otros a enseñar a la juventud a ser honesta, etc.

La presunción, por tanto, de los llamados artistas, y guardo la esperanza de que lo soportes sólo por tu aprecio al amigo (sin comprenderlo), esa vanidad es para quien a él se entrega la más ruin vileza y falsedad. Estar toda la vida sin hacer nada, explotando el trabajo y los mejores bienes de otros, para luego reproducirlos sin embargo pésima y futilmente, es tal vez, la monstruosidad y la vileza de las que yo he visto demasiados ejemplos infames a mi alrededor para no horrorizarme, y las que tú no puedes admitir, si recapacitas el hecho y sientes afecto por mí. ¿Qué hago entonces?, me preguntas. No hay que hacer nada en particular, inventado; hagl algo que me es tan natural como respirar el aire, al mismo tiempo que desde cuya altura -he de admitirlo- a menudo y con criminal orgullo gusto de miraros a los demás. Apreciarás y entenderás esta cuestión, pero no se puede contar: terminada tu peregrinación, ven a Yásnaia Poliana, y ya me dirás si no me envidias de verdad, al ver lo que estoy haciendo y la serenidad con que lo hago. He ahí pues, el enigma. No he salido de viaje este año ni saldré tampoco de la aldea, y tampoco puedo imaginarme cómo y para qué tendré que salir en el futuro. Mi hermana reside a cuarenta verstas de aquí y te manda cordiales saludos. La tiíta te ama con locura. Mi hermano Nikolai ha marchado a la caza de osos.

Adiós, escribe en cuanto te sea posible.

L. Tolstoi


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© Helios Buira

San Cristóbal - Ciudad Autónoma de Buenos Aires 2017

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