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POESÍA
Los poetas de Hoy
 
GUSTAVO TISOCCO
 

Para escribir un poema de diez hectáreas

tendré que convocar a todos los peces,

al mago que deambula en las noches,

al aroma de pan horneado,

a la espuma del mar.

 

Deberé resucitar a los que me dejaron,

retornar barcos encallados en la brisa,

zafiros y esmeraldas,

al niño que soñaba con ser espantapájaros,

al viejo campanario, al andén del pueblo aquel.

 

Pondré el nombre de mi madre,

los fantasmas de mi gente,

una gota de río, la caricia del sauce.

De la más ínfima hierba la fragancia,

del rompecabezas los enigmas

y de los ojos del ausente las plegarias.

 

Un poema de diez hectáreas insume tener frío,

dejarse llevar como una veleta,

despertar en el tango que nos desnuda,

ser cometa, buzón, arquero.

Que nos deslumbren los cuentos de sal,

el vuelo del colibrí,

y las estatuas en su jaula.

 

Que tenemos un país herido no debo olvidar,

que hay abuelas que esperan y

una isla llena de lápidas y voces en la bruma.

Que el Crucificado sigue siendo crucificado,

que se mutilan a diario tantas alas,

que se ríen en el norte de los que pernoctamos aquí en el sur.

 

Y cuando me falten palabras para las diez hectáreas

acudiré a tu nombre, tus pies de duende,

a tu beso, tu sexo enhiesto,

tu mirada verde, a tus dudas y certezas,

a tu valle encantado,

a tu insomnio, a tu alcohol.

 

Sólo ahí nacerá el poema,

                             grito extendido

                                     inmortalidad cierta.

 

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Cuanto más triste

se pone mi madre         

luciérnagas  vuelan de sus ojos

                                     de su vientre.

 

Y  no sé cómo pararlas.

                                              No sé.

 

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Cuando mi Príncipe

me despertó del sueño

más de siete enanos nos juzgaron.

 

Desde ahí, ese beso es mi gloria.

 

Ahora,

todas las manzanas

que nos ofrecen,

saben a veneno.

 

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Como mi madre

yo también nací reina

enjaulado en este cuerpo esclavo y sediento

prisionero de un designio

en el que no me reconozco.

 

Soy reina

porque elijo serlo

y perpetúo así  una especie rara para algunos

no tanto para otros.

 

Si tengo diamantes y rubíes en mi corazón

soy reina

aunque me tilden de perverso

me señalen y se escondan

no naden en mi río.

 

Soy reina

y  me poseyeron hombres oscuros

que con el día se disipaban

dejándome solo y triste

como a Juana, Isabel o Cleopatra.

 

Soy reina y no tengo palacios

ni abanicos en mi rostro

tampoco habito en los cuentos

ni me despertarán con un beso

pero tengo diamantes y rubíes en mi corazón

y me bautizo reina,

me perpetúo así, como mi madre.

 

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Olor a glicina

en el cuerpo inerte del abuelo

                                     olor a glicina.

 

Y ese resplandor violeta en sus ojos muertos

                                                                          ese resplandor.

 

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Y entonces comprendimos

que el agua estaba lejos,

las calles, el pueblo,

el silencio estaba lejos.

 

Que no había en el horizonte

un destello de luz, una campanada.

 

No más truenos,

no más padres,

no más hijos.

 

Entonces comprendimos

que la casa estaba lejos

y perecimos de sed.

 

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La casa es una tumba

donde a diario la abuela

llora al hijo muerto.

 

Ella

despliega estampitas

de venerados santos

e implora.

 

El abuelo

tiembla su rabia

y también sufre

y todo el patio es una fuente

de agua salada.

 

La casa es una tumba

de pálidas flores,

uvas caídas,

sol olvidado.

 

Un Viejo cementerio

de pasillos

pregona tu ausencia

y duelen todos los días.

 

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Primogénito:

 

Tendrás mis ojos de nada

incrustados en tu huérfana presencia,

mis gotas de lluvia flagelando

al esquivo tiempo, mis ahogados silbidos

poblando inútiles vacíos.

 

Tendrás mi mortaja sobre el blanco lienzo,

el ansiar desparejo, este ser nadie

sobre esferas secas.

 

Tendrás un pueblo mudo

señalando celdas y el correr

por hoscos pasillos floreciendo miedos.

 

Tendré de ti

              esa soledad tuya,

                                    esta soledad mía.

 

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Hermano,

la casa sigue buscando rincones de luz.

Maltrechos tejados rasgan el velo lunar

de lejanas añoranzas.

Si vuelves, búscame en la hamaca del patio

donde quedaron ilesas antiguas inocencias.

 

Hermano,

el camino sigue difícil y empinado.

Las viejas carretas circulan con los abatidos obreros.

En el cielo hay barriletes

con recuerdos legendarios.

Si vuelves, te espero en esta hamaca donde quedan aún

nuestras risas inconclusas.

 

Hermano, si vuelves torturado y perdedor

estaré en el portón aguardando los pasos.

Si es que no puedes retornar,

si tus sueños aniquilaron,

si desapareciste tras un manto de ironías,

seguiré esperándote en la vieja hamaca

donde no existen los olvidos.

 

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Me nutro de la caricia

que nace de océanos impetuosos.

Me construyo desde las tonadas

que esbozan mis valles.

Soy mezquita de un tiempo de cadencias,

eterno epitafio que nadie recuerda.

 

Soy mortal,

he visto en mis ojos una lágrima.


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© Helios Buira

San Cristóbal - Ciudad Autónoma de Buenos Aires 2017

Mi correo: buzon@heliosbuira.com

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