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POESÍA
Los poetas
 
CARLOS BARBARITO
 

De su próximo libro "La botella de Leyden"

 

Se alarga la espera…

 

Se alarga la espera bajo el cielo inmutable,

sobre la tierra sin cambios;  qué

custodian los perros, a qué ladran

en la cerrada noche, en el clausurado día

que pueda tener alguna calidad, algún valor,

qué diferencia hay entre el ruego,

la meditación, la alegoría, el lenguaje

y las hierbas que se queman al sol

o son quemados por la escarcha;

alargada espera a que se abra un claro

en la selva de las dificultosas respiraciones,

a la que no visita, ni por curiosidad,  la serpiente.

 

 

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De su libro "Radiación de fondo"

Hoy escribo un poema…

Hoy escribo un poema cansado.
Son muchos los pasos para cruzar el desierto.
Hay un pez aquí cuando ser pez parece imposible.
No hay peces aquí, aunque mi verso anterior lo contradiga.
Lo que propongo se vuelve huida, fantasma.
Lo que propongo no enciende una luz, no cierra los puños.
¿Qué otras cosas devorará el sol antes de que sea de noche?
Debo resistir –me digo-, pero para ello debo tener un cuerpo.
Digo: algo más allá de presunción, una conjetura.
Porque si existo es todavía por una idea difusa,
                                              /una supuesta marca en el éter.

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¿Qué será de nosotros...?

                      (Rómulo Macció, La mueca en el espejo. 1973)

¿Qué será de nosotros dentro de un rato, mañana?
¿Qué será de las horas, de los días con sus noches,
del paso de la luz solar a la luz lunar,
del que ahora mismo se para en mitad de una avenida
para anunciar la inminencia de otro diluvio?
¿Qué será del cabo del pincel una y otra vez mordido,
de la casa cimentada en roca, en niebla,
del amanecer que interrumpe el sueño,
del anochecer que trae el sueño pero, también, el insomnio?
¿Qué será en un instante, cuando esta pintura concluya,
y quedemos solos y desnudos, sin ayuda alguna?

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Sobrevive el pájaro…

Sobrevive el pájaro en la rama
y mi mano no lo alcanza. Después,
la noche con su temor y su abalorio
y algún cuerpo ausente en el mundo
y, dicen, presente, sin abogado, ante el tribunal celeste.
No hay respuesta al llamado de mi boca.
No hay pregunta escondida en la hierba,
sólo un enjambre que vaticina la lluvia;
¿y lo leído como catecismo,
lo escrito en piedra blanda
que el tiempo, supuestamente, endurecería?
Hora tras hora se configura la muerte.
¿A quién besar si la virtud declina,
declina el verbo tras una cortina de nube
y cuanto figura en el agrio evangelio
es apenas notas al pie, aclaraciones?

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Los mundos colisionan. ¡Y…?

Los mundos colisionan. ¿Y
mi memoria que no halla consistencia
y se ahoga aun en el agua clara?
Por debajo, la silábica criatura
y la nervadura marcada, la música
en su precario depósito,
el arte que no se extravía entre tus senos.
Estallan, despiden llamas. ¿Y
la pretendida sobriedad,
el inseguro epitafio antes de que la hierba crezca,
el olor que resulta más sólido que la ley?
Bebo, trozada la desnudez,
caída la sábana lejos del rocío;
bebo y es tal vez la última ocasión,
fijado el horario, cerrada la guía,
clausurada la puerta hacia tu vientre, tu espalda.

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No hay sino esto…

No hay sino esto, concentrado en un punto ciego.
Algo, inefable pero evidente, quedó,
en el barro y no en la alhaja.
Y allí, ninguna curación para el dolor en la espalda,
la peste, que fuera sagrada y ahora
es sólo peste, el agua servida
desde las casas en las que nadie tiene perro
y se teme al silencio, a las tormentas.
Lo que se extraña es aquello que alguna vez
fuera obviado o escarnecido: la saliva
tornando ácido el aire, la continua batalla
entre el salmo y la serpiente,
la voz que pregunta detrás de la voz en trance:
¿dónde la médula, el útero, el ofertorio?

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Hoy, en una hora que sucedió…

Hoy, en una hora que sucedió hace mucho,
en un momento del que nada ni nadie se apiada,
mientras llueve una lluvia sin virtud, sin dominio;
un vaso se vuelca, derrama un líquido invaluable,
se corta justo a la mitad cuanto liga a la vida
con lo que colma el plato, desde ahora para siempre perdido.
Nada basta, en adelante. Nada sacia
el apetito del muslo, los astros.
Y el silencio se curva, el sonido se expande
más allá de lo que alcanza el diapasón,
cuerpo sobre cuerpo en la áspera madrugada:
¿qué se amputa cuando no hay remedio?
¿Qué se hunde cuando las agujas dejan de tejer?
¿Qué se esconde debajo del grito último,
el apresurado remiendo, cuando ya no sirve la palabra?

San Miguel, setiembre 15, 2015.

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¿En qué idioma hablarle…?

¿En qué idioma hablarle a la muerte?
Cuanto rueda, abismo abajo, arrastra
al fondo lo que pude ser y no fui;
surge de la salud una rara dolencia
y trae fiebre como una tormenta trae lluvia.
Final para la eterna disputa,
alejar al roedor de la única nuez
y morder la cáscara con el último diente.

¿En qué idioma hablarle a la vida?

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Mi vida fue un error –dijo…

Mi vida fue un error –dijo. Y se arrojó al vacío.
Ese acto postrero, definitivo, ¿rompió el cerrojo?
¿pasó una esponja húmeda por cada una de las siete heridas?
¿Delineó, con arte angélico, una vía de salida?
¿Dio paso al goce, el fruto rojo bajo una luz blanca?
¿Trajo una espuma duradera, un padre renovado?
¿Detuvo al arpón en pleno vuelo hacia el pez?
¿Repuso la médula, la espalda, la espina?
¿Rehízo el devastado reino del escarabajo y la hormiga?
¿Desafiló el hacha, dio vista al ciego, recuperó salario y jardín?
¿Qué del eterno instante del parto, del unísono coral en viaje?
¿Qué del tributo seminal, del lento masaje en las encías?
¿Qué del vino bebido a pequeños sorbos, junto al fuego?
¿Y el sonido que, desde siempre, engendra?
¿Y el silencio que, desde siempre, acerca el agua a las orillas?

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Porque no hubo aviso…

Porque no hubo aviso, ni sospecha.
Porque la calma entre tormenta y tormenta no alcanzó.
Porque fue mínimo el espacio y el tiempo, breve.
Porque no hubo después para la hoja mustia.
Porque no hubo antes para el pájaro por el cable sostenido.
Porque no hubo a la vista algo al que evocar.
Porque lo evocado se apagó sin dejar rastro.
Porque se presentó como fantasma lo que de carne fuera.
Porque devino indiferente el último viento entre las ramas.
Porque se hizo indescifrable hasta la silla.
Porque todo fue inmediato, limpio y frío.

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¿De qué color…?

¿De qué color es la despedida? La mano
busca en vano una moneda en el bolsillo
y se cortan dos cuerdas, la primera y la última;
en el metal, el óxido trabaja,
y ya nada me recuerda tu mirada
en dirección al aire donde se desbandaban las mariposas.
Adiós. Escribo esta palabra en una mínima madera.
¿De qué color…? ¿Del color de la lluvia,
de la piedra abandonada al costado del camino,
de la hierba dura y seca
que ni muerde el animal más hambriento?


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© Helios Buira

San Cristóbal - Ciudad Autónoma de Buenos Aires 2017

Mi correo: yo@heliosbuira.com

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