Mi Sitio - Presentación - Axiomas - Pinturas - Textos - Entrevistas

◄Volver a Inicio


DIVULGACIÓN CULTURAL

Cuentos - Filosofía - Música - Otros Textos - Museos y Galerías - Enlaces al arte

 
OTROS TEXTOS
Se irán agregando autores de manera permanente
 

Victoria Ocampo

Tomado del libro "Páginas dispersas de Victoria Ocampo" Editorial Sur.

 

Carta a Ernesto Sábato (1952)

 

Estimado Sábato:

Como su ensayo "Sobre la metafísica del sexo" se ha publicado en SUR, creo que debo contradecir algunas afirmaciones que usted hace; tengo el derecho de pensar que son gratuitas. y digo "derecho" porque no se trata simplemente de esos errores que uno cree siempre descubrir en los razonamientos de las personas que se colocan en un punto de vista diferente del nuestro. No. No es que esos errores me parezcan tales por causas más o menos subjetivas (también existen, no se lo oculto), sino lisa y llanamente por razones de una objetividad a toda prueba.

Pasemos por alto su aclaración: "el acto propiamente sexual casi no tiene importancia para la mujer" (pág. 35). Habría mucho para decir sobre ello y de ningún modo abundando en su sentido. Paemos por alto su creencia de que el egoísmo de la hormiga (rara vez, sin embargo, esas hormigas dicen, llegado el momento: "Vous chantiez? j'en suis fort aise Eh bien, dansez maintenant!", como ustedes, las cigarras, lo tienen archimerecido), de que el comadreo, el chismorreo y los celos viscerales son características femeninas, en tanto que el hombre, noble bípedo, cuando se equivoca se equivoca al menos como el rey de la creación, de manera grandiosa, haciendo guerras mundiales (que arrasan con todo) o sistemas filosóficos (en los que frecuentemente se toma el rábano por las hojas). Desde luego, el hombre siempre ha desempeñado el papel lúcido, hasta cuando se equivoca. Adelante. Vayamos a las cosas concretas (lo traigo a mi terreno). Usted habla, me parece, un poco a la ligera (o con ese exceso de fantasía, de imaginación, que caracteriza a la raza de los nobles bípedos a que pertenece) del Coronel Lawrence (¿por qué llamarle cornel? Era éste el menor de sus títulos) y de Malraux (fue también coronel o algo por el estilo).

Ante todo es bastante extraño tomar como ejemplo -en el sentido que usted parece hacerlo- a un hombre (T. E.) que, según propia confesión, nunca ha tocado a una mujer, nunca ha querido conocer el acto "propiamente sexual". No estoy autorizada para citar en apoyo de lo que afirmo el capítulo de El troquel, en que lo declara; espero que mi palabra baste. Por lo demás, el libro se publicará tarde o temprano. Primera objeción. Segunda: permítame asegurarle que ni T.E. Lawrence, ni André Malraux desprecian a las mujeres. T.E. no se acostaba con ellas, lo que es mucho más sorprendente, mucho más raro, pero sin relación (en lo que a él concierne) con el desprecio. No se trata de analizar aquí las razones de esa abstención, de esa castidad laica, en la que no entraba la preocupación del pecado (al menos conscientemente).

En una carta a Ernest Thurtle, T.E. escribe: "¿Las mujeres? Me gustan algunas mujeres (es él quien subraya). No me gusta el monstruoso regimiento de los hombres. Algunos hombres (es él quien continúa subrayando). No puedo sentir ninguna diferencia entre una mujer y un hombre. Parecen diferentes, desde luego, pero si usted trabaja con ellas no hay ninguna diferencia. No puedo comprender todas esas historias acerca del sexo. Es tan evidente como el pelo colorado: y tan poco fundamental".

Sin duda exagera. Pero tales son sus opiniones y cito el pasaje únicamente para señalar su punto de vista. Para él no existen las mujeres como no existen los hombres. Existen algunas mujeres, algunos hombres. Lo comprendo perfectamente y estoy tentada de creer que esta actitud es más bien femenina. Y a mucha honra. Bien conocida es la amistad de Mrs. Shaw con T.E. Se asegura que sus más hemosas cartas (por el momento depositadas en el Museo Británico) están dirigidas a ella. Y ese sentimiento sólo puede nacer y persistir en un hombre no sólo incapaz de despreciar a las mujeres, sino capaz de apreciarlas, de estimarlas en tanto que seres humanos, no en tanto que portadora de óvulos, etc. Por lo demás, T:E. tuvo también gran amistad con lady Astor (le dirigió el último mensaje que escribió desde Clouds Hill, el 8 de mayo). Y tomó muy en cuenta a gertrude Bell, su colega en arqueología. "Había nacido demasiado dotada", escribió. "Una persona admirable". Señalemos que dice "persona".

En lo que concierne a Malraux, sucede que he tenido con él, hace pocos meses, una larga conversación sobre las relaciones entre los dos sexos (iba a decir los tres). Queríamos hacer una lista de escritores que han tratado a la mujer como un ser humano, de igual a igual. Decíamos: "Primeramente, Shakespeare. Y después... hmm... hmm..." Repetíamos "hmm" para ganar tiempo como los niños que han olvidado la lección. Yo decía: "En la actualidad, Malraux (no para halagarlo porque soy totalmente incapaz de ello, y en lo que concierne a ese capítulo no bromeo), Camus...".

No se equivoque usted. Si Malraux pinta a hombres (abundan) que todavía imaginan que la mujer es el solaz del guerrero o una manera menos peligrosa de entregarse a las delicias del combate singular y de saciar su sed de dominación, el autor de La condición humana no se identifica con ese género de trogloditas. Es incluso lo contrario de esos bípedos centrífugos (el adjetivo le pertenece a usted), virtuosos en el arte de escaparse por la tangente... aunque a menudo atribuyan a sus compañeras ese género de ejercicio. Para Malraux La otra cuenta. Pocas veces he encontrado  a un hombre que trata a la mujer o hablara de la mujer dando, como él, la sensación que puede traducirse por "libertad, igualda, fraternidad". Desde luego, la fraternidad no es siempre obligatoria. Pero el sentimiento que la reemplaza existe en Malraux bajo el signo de la igualdad. Pondría mi mano en el fuego. Sí, sí: es muy sorprendente, pero esos milagros ocurren.

Recordará usted la carta de Valérie a Ferral (su amante) en La condición humana: "Yo no soy una mujer a la que se posee, un cuerpo imbécil junto al cual usted encuentra su placer mintiéndole como a los niños o a los enfermos. Usted sabe muchas cosas, querido, pero quizás morirá sin haberse dado cuenta de que una mujer es también un ser humano (aquí soy yo quien subraya). Siempre he frecuentado a hombres que me han encontrado encanto... pero que recurrían a sus amigos en cuanto se trataba de cosas verdaderamente humanas (salvo, desde luego, para ser consolados) ...Conozco bastante a los hombres para saber lo que debe pensarse de las aventuras: nada carece de importancia para un hombre cuando pone en ello su orgullo, y el placer le permite satisfacerlo más rápido y frecuentemente. Me niego a ser un cuerpo de igual modo que usted una libreta de cheques... Yo soy también ese cuerpo que usted quiere que sea solamente..."

Me complazco en transcribir esta carta. Quien la escribía sabía de qué hablaba o había encontrado mujeres que se lo habían enseñado, en el caso hipotético de que alguna vez hubiera tenido necesidad de ello.

Recuerde usted a Kyo en el momento de su muerte. Piensa en May. Piensa en "la punzante fuga en la ternura de los cuerpos". Piensa que desde hace un año May lo había librado de toda soledad. Y para librarse de la soledad se necesita esa ternura que es el espíritu de la carne. Porque la carne es la soledad.

Créame: ni T.E. Lawrence, asceta sin fe, ni Malraux, para quien La otra existe, son lo que usted parece suponer. Para esos dos guerreros la mujer ha sido ante todo un ser humano.

Y para terminar, permítame señalarle una... ¿contradicción, diríamos? En la página 41 ("El dualismo trágico") usted declara que el hombre separa lo físico de lo espiritual y que puede entregarse al acto sexual puro sin contaminación de lo espiritual, dada su naturaleza esencialmente dualista, su capacidad de separar el mundo físico del mundo moral, etc. Bien. Pero en el mismo párrafo usted declara que el hombre busca a la madre, a la esposa, hasta cuando está con una prostituta. Helo pues aquí enredando las cosas, conduciéndose como una mujercita incapaz de esa "tremenda dicotomía". Y si usted acostumbra a ver en una prostituta a la madre, a la esposa o a la hermana (las novelas rusas no se han privado de este recurso) en verdad le digo que el dualismo del hombre destiñe y que "su capacidad para escindir el mundo en lo material y lo espiritual" no valen un comino, a Dios gracias.

Todo esto para probarle que he seguido en su nuevo túnel "Sobre la metafísica del sexo" con atención. "Let`s agree to differ..." si es que no lo convenzo.


Subir

© Helios Buira

San Cristóbal - Ciudad Autónoma de Buenos Aires 2017

Mi correo: yo@heliosbuira.com

Este Sitio se aloja en REDCOMEL Un Servidor Argentino