En una encuesta de
tres preguntas
1. ¿Cree usted que
un poder político
deba ejercer la
facultad de censurar
obras literarias?
2. Cuáles son los
límites y el
criterio con que esa
facultad debe
ejercerse?
3. ¿Cree usted que
en el caso de
Lolita, de Vladimir
Navokov esa facultad
ha sido ejercida con
acierto?
Victoria Ocampo
responde:
No hago en estas
páginas sobre la
novela de Nabokov
crítica literaria.
Al comenzarlas,
pienso en lo que ha
escrito sobre este
tema Denis de
Rougemont en su
ensayo "Nuevas
metamorfosis de
Tristán (Sur
mayo-junio de 1959.
¿Por qué ha hablado
de amor-pasión a
propósito de Lolita?
¿Por qué llama
amor-pasión lo que
es apetito, o
apetito-pasión? ¿Por
qué no inventar, más
bien, una conjunción
de palabras que
correspondan con más
exactitud a las
sensaciones del
personaje de
Navokob?
Yo digo apetito por
lo siguiente: cuando
alguien tiene ganas
de comer pollo, no
necesita que el
pollo desee ser
comido para
saborearlo. Se trata
de un deseo
unilateral. Otro
tanto le pasa a
Humbert Humbert.
Poco importa que en
la nínfula que
apetece no haya el
más remoto síntoma
de reciprocidad. Esa
bagatela no le
impedirá saciar sus
deseos. Y saciarlos
con "el éxtasis más
prolongado que
hombre o monstruo
haya conocido".
Resulta evidente
hasta decir basta
que Lolita no siente
hacia él un mínimo
de atracción física.
Lolita es para H.H.
un objeto, un
objeto de
concuspicencia, un
plato preferido. Y
desde luego H.H. no
lo inhibe para gozar
del objeto o
paladear el plato,
que el objeto o el
plato permanezca
ajeno al estado de
delirio que provoca.
No cabe duda de que
Lolita no es feliz,
de que H.H. no puede
hacerla feliz;
Lolita sufre y sus
sollozos cotidianos
lo prueban: "Hoy me
sorprendo pensando
que nuestro largo
viaje no había hecho
otra cosa que
ensuciar con un
sinuoso reguero de
fango el encantador,
confiado, soñado,
enorme país que
entonces,
retrospectivamente,
no era para nosotros
sino una colección
de mapas de puntas
dobladas, libros
turísticos
estropeados,
neumáticos gastados
y sus sollozos en
la noche -cada
noche, cada noche-
ni bien yo me fingía
dormido" Si no
hubiera más detalles
reveladores (y los
hay en abundancia),
éste bastaría para
comprobar que no
sólo Lolita no
quiere ni desea a
H.H. sino que H.H.
no la quiere de
veras a Lolita. La
desea, eso sí, de
manera enfermiza y
delirante. Cuando
ese deseo se sacia,
siente arrebatos de
ternura y
arrechuchos de
arrepentimiento
efímeros. No pasa de
ahí.
Que se traiga a
colación, a
propósito de esta
novela, nombres de
amantes ilustres,
como lo hace mi
amigo Denis de
Rougemont, no deja
de sorprenderme.
Nada tienen que ver
con los amores de
Tristán e Isolda (ya
sé, amigo Rougemont,
que usted los cita
refiriéndose al
efecto de los
tabúes
únicamente...pero ni
así) con las
relaciones sexuales
de esta triste y
desgarrada pareja,
caricatura simbólica
(les tenga o no
alergia a los
símbolos su creador)
de nuestro mundo
moderno. Mundo en
que las relaciones
entre hombre y mujer
se jactan de no ser
sino apetitos
transitorios y sin
ninguna importancia
(en el caso de H.H.
la tuvieron, por lo
menos; y por
desgracia para la
nínfula se
prolongaron) ¡Pobre
H.H.! ¡Pobres
tramposos (la
nínfula lo era)! El
primero es un caso
de fijación
patológica; el
segundo, o más bien
dicho el grupo de
los "tramposos" a
que pertenece (el de
los falsos cínicos),
se avergüenza de no
conducirse como si
fuera un caso
patológico también.
¿Cómo no habían de
concluir por
reflejar ciertas
realidades el libro
y la pantalla? ¿Se
las modifica
ocultándolas? ¿No es
el arte un eco?
Lolita,
novela
admirablemente
escrita y
construida, describe
un mundo que no es
el planeta X., donde
futuras generaciones
irán a veranear. Es
éste, el nuestro.
Pero al mismo tiempo
lo describe con
cierta irrealidad.
La de un eco. Que
alguien haya
aconsejado a Navokob
que haga de su
Lolita un Lolito,
para obviar posibles
inconvenientes, da
la pauta de nuestra
"moralidad".
Excéntrica y
paradójica. ¿No es
así? El consejo
equivale a decir que
agregándole al "détoumement
de mineure" una
buena dosis de
homosexualidad, las
cosas iban a tomar
un cariz conformista
"de tout repos".
No comparto el credo
novelístico de
Navokob. Me refiero
al párrafo de sus
paginas finales. "A
propósito de
Lolita". "A mis
ojos, una novela
existe en la medida
en que suscita en mí
lo que llamaría
crudamente una
voluptuosa
estética", etc.,
etc. Cuando leíamos
las primeras y malas
traducciones de las
grandes (y
aquí sería el caso
de agregar como lo
hace H.H. cuando
escribe el nombre de
Lolita: "Señor
impresor, haga usted
el favor de repetir
la palabra hasta el
final de la
página"), grandes
novelas rusas,
Dostoyevski y
Tolstoi,
difícilmente
podíamos haber
asegurado que sólo
nos embargaba "una
voluptuosidad
estética";
voluptuosidad
inseparable del
deleite de un
estilo, de la
palabra escrita
directamente por el
autor. Sin embargo,
el soplo de
Dostoyevski, el de
Tolstoy, pasaban a
través de las torpes
traducciones.
Navokob podrá
sonreírse todo lo
que quiera. No
cambiará los hechos.
Y le aseguro que lo
que el lector tenía
nate los ojos no era
"grandes bloques de
yeso"...esos que se
pueden romper a
martillazos. Era una
materia viva.
Lolita, según
su autor, no
contiene ninguna
lección de moral.
Pero quiéralo o no,
todo libro deja un
sedimento en el
lector...y ese
sedimento se parece
a eso. A una
lección. Las hay de
diferentes especies,
y que surten efecto
de la manera menos
previsible. (Alcohol
sobre una herida, ha
dicho Graham Greene)
En el caso de la
novela en cuestión,
nadie podría
sostener que la
suerte acompaña a
H.H. y que la vida
de su nínfula, o la
de él, resultan
placenteras. Nadie
podría decir
tampoco, que el
maduro H.H. se
glorifica de sus
hazañas, y que
Lolita goza de los
divinos tesoros de
la juventud. Ni el
uno ni la otra
pueden causar sino
repugnancia y
piedad, piedad y
repugnancia como
todo lo monstruoso.
No soy, desde hace
años, asidua lectora
de novelas "à la
page". Las leo más
por obligación que
por gusto. Dentro de
ese género, sólo me
siguen interesando
las obras de
excepción. Y voy
siempre a los
autores a cuyo grupo
sanguíneo
pertenezco. Es decir
que para mí, la
posibilidad de
"transfusiones" es
primordial. Esa
posibilidad, que
siento tan fuerte
con Pasternak
(traducido y todo),
no la siento con
Navokob. Eso no me
impide reconocer el
valor de un objeto
literario fabricado
por un gran joyero
de la literatura
cuando me lo
presentan. Un
objeto-joya. Que las
piedras multicolores
representen una
cabeza de escuerzo o
las alas de una
mariposa...
Lolita es una
de las novelas más
tétricamente
brillantes de estos
últimos tiempos. A
tal punto brillante,
que se suele sentir,
al leer a Navokob,
el placer estético
que sentía H.H. al
ver a Lolita en la
cancha de tenis: "Su
estilo era en
verdad, una
imitación perfecta
del de una
campeona... sin
ningún resultado
utilitario" Además
¿no es exactamente
eso lo que propone
Nabokob? Al ver
jugar a Lolita, una
de sus amigas dice:
"Dolly tiene un imán
en el centro de su
raqueta, pero ¿por
qué diablos hace
tantas monadas? H.H.
piensa entonces:
"...qué importa eso,
con semejante
gracia".
También Nabokov
tiene un imán en las
cuerdas de su
raqueta (bastarían
las páginas sobre
Lolita jugando al
tenis para
probarlo), y como
Lolita en la cancha
de tenis sólo se
preocupa de jugar
por jugar. (una
voluptuosidad
estética) Las otras
maneras de jugar en
serio son
pamplinas... según
él.
Recuerdo el tan
agudo ensayo de
Ortega sobre Proust
(aparecido en NRF),
aquél decía:
encontramos de todo
en el amor a Swann
por Odette, menos
amor. Es lo que
puede decirse del
amor de H.H. Al
final de la novela,
parecería que el
amor va a entrar en
juego (un juego que
no imitará solamente
el juego perfecto)
pero no. Le pide a
Mrs. Schiller
(Lolita) que vuelva
a las andadas; que
vuelva a vivir con
él, algún día, cosa
que no puede darle a
su bienamada sino
infelicidad.
Siendo Lolita la
historia de un caso
más o menos (más que
menos) patológico de
fijación, no es
extraño que contenga
"alusiones" a
ciertos apetitos
fisiológicos del
pervertido y
desdichado H.H. Todo
ello "sans avoir
l'air d'y toucher",
técnica en la que
descuella como nadie
Nabokov. Pero como
bien lo dice en "A
propósito de
Lolita", ya no somos
niños, ni
adolescentes
analfabetos y
extraviados, ni
alumnos de las "public
Schools" inglesas,
que después de una
noche de calaveradas
homosexuales se ven
obligados,
paradójicamente, a
leer a los clásicos
en versiones
expurgadas.
¿O lo somos?
En ese caso, no hay
más que hablar. |