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Rodolfo E. Modern
 

De su libro El expresionismo literario

Editorial Universitaria de Buenos Aires (1958)

 

El "por qué" del expresionismo

 

Es verdad ya consagrada que los períodos de intenso trajín cultural albergan, en su etapa culminante, los elementos explosivos que harían estallar el edificio que es su obra y su orgullo. Las últimas décadas del siglo XIX convalidan plenamente esta aserción y la literatura es un ejemplo cómodo y apto para ponerla en evidencia.

 

El imperio alemán y la monarquía de los Hasburgo habían arribado, al trasmonte del siglo XIX, a una situación de prosperidad y expansión excepcionales. Heredaban un período político respetable, sobre todo la Alemania que Bismarck forjara, la economía era sana; el nivel de vida alto; la cultura del Herr Professor, sólida y convincente; las diversiones, abundantes; la vida fácil y plácida. Esos mismos años habían visto también la aparición del teléfono, el cinematógrafo y el aeroplano. El reino de la técnica en gran escala y el de la ciencia aplicada comenzaban a florecer. La superación de las profecías más optimistas parecían un hecho, y las grandes capitales, Viena, Berlín, las ciudades de rango, Munich, Leipzig, Francfort, mostraban su alegría, su sonrisa y su bienestar superficial, pero concreto.

 

Sin embargo, el reverso de la medalla era también un hecho concreto y nada superficial, por los demás. Años antes, Nietzsche había denunciado los cimientos, podridos ya, de la cultura europea, y sus requerimientos iban asimilándose con lentitud, pero con firmeza. La materia y culto impío minaban las grandes realizaciones del espíritu, y detrás de la fachada centellante los profetas gritaban y advertían de la catástrofe.

 

El rescate del espíritu se hacía indispensable, sobre todo en los pueblos más orgullosos de su pujanza. Como siempre, la tarea estaría a cargo de la juventud, y los jóvenes expresionistas participarían en primera línea en la misma. Para Alemania, las juventudes habían sido siempre un problema y, en el fondo, una solución. El fervor de los jóvenes del Sturm und Drang, el de los románticos, el de la "Joven Alemania" y los naturalistas, eran ejemplos aleccionadores. Estas generaciones modificaron el rumbo por el descubrimiento de nuevos horizontes y laboraban impulsados por el rechazo del pasado y la esperanza de un futuro deseable.

 

Pero estas juventudes no buscaban el mero cambio. El móvil había sido, siempre, una revolución, circunscrita a la literatura o extendida a la totalidad de la vida, según las circunstancias. La auténtica tradición de los poetas alemanes más jóvenes había sido y era, el movimiento revolucionario, en las letras, en las artes, en la actividad humana en general.

 

Los expresionistas no dejaron de ajustarse a esta regla; aún más, concibieron una revolución que trató de hundir sus raíces y extenderse hacia arriba en una proporción de desmesura jamás intentada por las generaciones precedentes.

 

El fenómeno de la aparición del expresionismo es sumamente complejo y se vincula a las causales que provocaron la crisis, de la que la guerra de 1914 sería una de sus manifestaciones más exacerbadas, pero ciertos rasgos pueden indicar el porqué del tiempo y lugar de su surgimiento. Podemos precisar la fecha: 1910. Y el lugar: Alemania, porque este país había llegado, en ese momento, paralelamente a una conciencia de nacionalidad bien definida, a un grado de europeización y asimilación de influencias difícilmente superables, muchas de las cuales señalaban los rasgos catastróficos del porvenir, y porque la misma Alemania era el mejor ejemplo para la demostración del triunfo de los ideales burgueses, que sonaban a los oídos sensibles de esta generación como la exaltación del vacío y la mediocridad. En realidad, estos jóvenes canalizaron el ansia de cambio justamente en el momento de la crisis que marcaría el estado de saturación de las miras del siglo anterior. También contribuye otra entidad política con vastas provincias de habla alemana: el imperio austrohúngaro. Franz Werfel y el otro Franz, Kafka, son oriundos de Praga, mientras que Trakl nació en Salzburgo.

La nacionalidad del expresionismo encierra a su vez otro problema, porque ni la palabra es originaria de Alemania, ni el movimiento es privativo de la literatura, ni a pesar de su firme voluntad de romper con el pasado, con todo el pasado, pudo sustraerse a influencias europeas, y hasta americanas. A ello cabe agregar que, dentro de los mismos historiadores del expresionismo no hay acuerdo al respecto, al punto de que uno de los más destacados, Fritz Martini, lo llama movimiento esencialmente alemán en su obra ¿Qué fue el expresionismo?, mientras que en un estudio publicado en 1953 bajo el título de El expresionismo le atribuye una filiación europea.

 

En el fondo no existe la contradicción, porque la violencia con que se hace sentir en Alemania le irá asignando caracteres específicos susceptibles de llegar a un principio de acuerdo, es decir, a la afirmación de que la sustancialidad de lo que el término implica, amén de la duración del mismo, se dio en la Alemania guillermina y luego en la república de Weimar, como en ningún otro país y por ello, cuando se alude a la lírica expresionista, o al cine, o las artes plásticas, o el drama o la escenografía expresionistas, sobreentendemos que hablamos de creaciones de impronta germánica.

 

La voz expresionismo no apareció en Alemania, sino en la vecina Francia, cuando la utilizó por primera vez el pintor Julien Auguste Hervé en una exposición de sus cuadros celebrada en 1901. La fórmula sirvió para destacar el modo pictórico de Cezanne, Matisse y Van Gogh, y aplicada exclusivamente a la pintura, la difundió su compatriota de Vauxcelles. De allí se extendió por Europa, aunque circunscripta en sus comienzos a la pintura. En Alemania dio carta de ciudadanía al vocablo el eminente Wilhelm Worringer, por el año 1911, en la revista Der Sturm, publicada por Herwarth Walden.

 

En 1906, varios pintores se asocian en Dresde y fundan el grupo "El Puente" (Der Brücke), integrado por Otto Müller (pariente de Gerhart Hauptmann- Pechstein, Schmitdt-Rotluff y Ernst Kirchner, que persigue una pintura de rasfos sintéticos y esenciales, y que adquirió relieve después de las primeras exposiciones de Oskar Kokoschka. Hay en ellos un propósito de enjuiciamiento de la sociedad, y ven en los hombres el rasgo grotesco detrás del cual se esconden, en los planos más hondos, la vida de los instintos y la barbarie humana.

 

Pocos años más tarde, actúa en Munich bajo el rótulo de "El jinete azil" (Der Blaue Reiter), un movimiento cuyos jefes son Franz Marc y Wassily Kandinsky. Entre otras figuras sobresalientes del mismo se cuentan Paul Klee, Kubin y Macke, y en todos ellos el propósito de renovación es palpable. Franz Marc explica los suyos: "Trato de identificar mi sensibilidad para el ritmo orgánico de todas las cosas; trato de proyectar mi sentimiento panteísta en el vibrar y fluir de la sangre en la naturaleza, en los árboles, en el aire, y trato de plasmar todo ello en una imagen, con nuevos ritmos y con colores que se burlen de nuestro antiguo cuadro de caballete" Se renueva el color, el dibujo tiende a la abstracción y la imagen se capta en visiones donde figuran los hombres al lado de los irracionales.

 

Visto de otro modo, la plástica, especialmente la pintura, fecunda en principio a las letras. Luego las influencias se harán recíprocas, con mayor o menor predominio de una sobre la otra. Y, dato ilustrativo, los más revolucionarios entre los pintores, no vacilan en expresar por medio de la palabra su postura estética y vital. Algunos de ellos están particularmente dotados al respecto, como los aportes de Franz Marc y el trabajo de Kandinsky: Lo espiritual en el arte, se hacen conocer y apreciar simultáneamente en el campo de las letras y las artes, en donde exista un instrumento capaz de anunciar la voluntad de cambio y de revuelta. Ernst Barlach escribe piezas teatrales y su colega Oskar Kokoschka estrena en Viena en el año 1907, una obra de escándalo: Asesino, esperanza de las mujeres.

 

El paso que iba de la pintura a la literatura se dio pronto, porque los fines importaban más que los medios, pero los poetas se adueñaron y ahondaron en lo que se les entregaba, en opinión de que el verbo resultaría más apto para la difusión de su credo. Aprovecharon las invenciones de "El puente" y "El jinete azul" y las llevaron adelante.

 

Si bien el expresionismo denunció de entrada al pasado como cosa caduca y sin valor, con lo que no hacía sino seguir la tradición de toda generación rebelde, tenía tras de sí muy ricos legados artísticos e ideológicos, y supo también utilizar con destreza, para sus propios fines, lo que era coetáneo y estaba en el aire antes de su formulación sistemática. Pero es en las preferencias intelectuales de esta generación precozmente madura, donde radicarán las influencias de mención inevitable.

 

Los primeros expresionistas y luego sus sucesores, acentuándola, se colocaron en una actitud de rechazo total frente al pasado inmediato, y más precisamente, frente al mundo de sus padres. Lo transmitido estaba absolutamente viciado y la recuperación del espíritu, que era lo importante, reclamaba el arranque desde el punto cero. Sin embargo este principio a priori no estaba en contradicción con la afinidad guardada hacia épocas cuyos representantes más altos habían gritado apasionadamente y se habían sacrificado por los derechos del espíritu, como también por todos aquellos parientes en la sensibilidad revolucionaria, en el apetito del cambio. Asimismo, mostraron simpatías por los períodos en que el arte se manifestaba de un modo simple, ingenuo y elemental -de ahí la preferencia por el arte infantil y el negro- y por todo tiempo en que el hombre se había visto envuelto en conflictos desgarradores, cuyas cicatrices se mostraban en las expresiones torturadas del barroco y en los símbolos de predominio de lo supraterrenal, como el de la mística y el gótico del medioevo. Rastrearon el pasado alemán y fueron sumamente permeables a la influencia extranjera, al punto de que un blanco de las críticas fáciles hechas al expresionismo residió en su afán cosmopolita, en su pretensión universalista.

 

Del lado alemán fueron inspiración el ímpetu revolucionario de los integrantes del Sturm und Drang, con sus exigencias de genialidad, el rasgo romántico de los jóvenes Goethe y Schiller, la oleada del romanticismo de Jena alrededor de los hermanos Schlegel, la llama nocturna de Novalis, el culto al espíritu puro, que terminaría en la demencia de Hölderlin, la miseria y devoción poética de Kleist, las visiones demoníacas de Hoffmann y el preexpresionismo de  Büchner Woyzcek al desnudar en su esencialidad elemental la tragedia de la pareja protagónica.

 

Ligado además a la europeización de la literatura alemana, que se afirma desde fines del siglo XIX, pasaron desde fuera el enjuiciamiento de la burguesía a través de la novelística de Balzac, la mística social de Tolstoi, el alma atormentada y la constante preocupación ética de Dostoyevski, predicador de la ruina de la cultura europea y maestro de un cristianismo hecho espíritu, los nuevos sondeos y posibilidades poéticas a lo largo de la línea Baudelaire-Verlaine-Rimbaud, el ritmo libre y la actitud anticonvencional de Walt Whitman, y Strindberg, que merece párrafo separado por sus numerosos aportes al movimiento.

 

En Strindberg vieron los expresionistas un ascendiente directo, un precursor de su mismo linaje. Él era, en medio de su vasta obra permanentemente autobiográfica y lírica, a pesar del cultivo de distintas especies literarias, el arquetipo del caos espiritual que les había dado origen y que intentaron superar desesperadamente. En sus terribles luchas, en las contradicciones que abrasaron su alma y que por fin lo arrastrarían a un nihilismo integral, ya está señalada la significación ejemplar que su obra tiene para los expresionistas. Como éstos, tenía necesidad de aferrarse a una creencia, a un orden conceptual y práctico, pero el hervor interior y el gusto escondido por la dialéctica y la controversia en que su poderoso intelecto se complacía, redujeron sus esfuerzos al desorden, al escepticismo y la impotencia. Se agotó en la búsqueda de una respuesta a su exigencia de absoluto, y ello explica sus posturas sucesivas o combinadas de realista y romántico, naturalista y teosófo, anarquista y socialista, místico y ateo, misógino y feminista, como en un grado más elevado, su hambre de Dios y su encuentro con Satán. El resultado de todo este crisol ideológico se concretó en las concepciones del pecado, el remordimiento, y en el pavor ante el vacío de la existencia.

 

También aprovechó el expresionismo las particularidades técnicas de dramas como A Damasco y fantasmagoría. El desarrollo no obedece aquí a leyes de la lógica, la acción carece de importancia, el tiempo y el espacio borran sus contornos, la visión y el ensueño vagan por el escenario, y el hombre deja de serlo para transformarse en una naturaleza mitológica.

 

Otro hombre de teatro contribuyó, casi contemporáneamente, esta vez en Alemania, a la creación de la atmósfera desasosegada que rodeó al movimiento. Es Franz Wedekind, al que le falta para ser un expresionista cabal, el fondo de auténtica seriedad que el expresionismo exigió. Wedekind denunció constantemente al filisteo, al burgués, y el abismo extendido entre padres e hijos. Exaltó al individuo de excepción, ya fuera un artista, un héroe, un bohemio o una expresión incontrolada de los instintos, sobre todo el erótico, al cual le explotó el filón trágico. Para ello se valió de un diálogo satírico de efectos agudos y grotescos, que montada sobre una dialéctica sólida y que no llevaba a ninguna conclusión positiva por la ausencia de humanidad de sus personajes, excepción hecha de la intención moralizante del autor, inserta en tono satírico.

 

Como siempre, la lucha contra el pasado y el desprendimiento de todo lo heredado debían ser más intensos con respecto a las corrientes literarias más próximas: el naturalismo, el neorromanticismo y el impresionismo, todas las cuales habían proporcionado una cosmovisión ya en estado de agotamiento.

 

El naturalismo, que se había propagado rápidamente por Alemania, recomendaba, según los postulados zolianos, la consideración exclusiva de la realidad terrenal, subrayando los aspectos de fealdad y miseria en todo sentido. El predominio de los factores materiales, el reconocimiento de la gravitación ineludible del ambiente, implicaban una actitud negativa frente al ideal, la religión o una metafísica cualquiera, y este empobrecimiento de la existencia humana, únicamente susceptible de ser pesada o medida, no podía dar sino una solución superficial, por tanto, incompleta, a los problemas más graves. Se destacaba entre los naturalistas el dramaturgo Gerhart Hauptmann, detrás de cuyas obras se asomaba un sentimiento compasivo para con el infortunio humano.

 

Para huir de esta realidad dolorosa y estrecha habían levantado su perdón los neorrománticos. Se refugiaron en el pasado, el ensueño, la belleza y la melancolía. Las alas de su espíritu los transportaban a países y épocas remotas donde se embriagaban en la contemplación de la belleza pura y en el triunfo de su sensibilidad delicada. La lírica fue su medio de expresión favorito y en Hugo von Hoffmansthal tenían su representante más ilustre, aunque este poeta y sus grandes contemporáneos, Rilke y George, que también cayeron parcialmente bajo la influencia impresionista, fueron capaces de seguir un camino propio de objetivos universales.

 

A su vez, el impresionismo también rechazaba el mundo concreto, aunque angosto, de los materialistas. Para ellos, lo válido yacía en la aprehensión de lo momentáneo, de lo fugaz. Lo único que tenía autoridad era la experiencia que había hecho impacto en el sujeto. La exactitud objetiva de lo observado o el romántico ensueño cedían paso a la captación relativa del sujeto. Se agudizó la penetración psicológica y cada visión artística, por más momentánea que fuera, poseía un criterio de verdad propia. En otras palabras, la fijación del instante era el fin perseguido por los adeptos a esta tendencia literaria, con afinidad marcada a lo que ocurría en el campo de la pintura.

 

Estas distinciones esquemáticas no coincidían, por supuesto, con la realidad. Los hombres de letras no podían ser absolutamente impresionistas o neorrománticos. Las influencias se entrecruzaban porque estaban en el aire, y los mismos expresionistas, a pesar de su repudio del pretérito, no pudieron sacudírselas, por más firmes que fueran sus propósitos en otros sentidos. Así en Trakl, el más genial de los líricos expresionistas, los comienzos están teñidos de resonancias impresionistas, un ejemplo entre tantos.

 

La mensión de la influencias no sería completa sin la alusión a las experiencias rítmicas, de laboratorio, casi, de Arno Holz y Johannes Schlaf y al círculo de "Charon", fundado por Otto zur Linde alrededor de la revista del mismo nombre en 1904, que exigía un cambio en la forma y contenido poéticos y que, con la lírica de Alfred Mombert, marcan la transición hacia el expresionismo. El repudio a las normas heredadas, la necesidad de la visión, el arrobamiento y el ensueño, el reconocimiento del caos y de un sentimiento religioso, la identificación entre los elementos físicos y psíquicos de la poesía y la actitud ética inseparable de aquella poética, elementos integrantes de los poetas de "Charon", fueron absorbidos y desarrollados por el expresionismo.

 

En el plano ideológico y de la cultura, configuran el telón de fondo de la Weltanschauung expresionista la filosofía fenomenológica de Husserl, el ataque antirracionalista de Bergson y las teorías psicoanalíticas de Freud. Y el año crucial de 1914 ve la aparición simultánea de los principios musicales de Arnold Schöenberg, la experiencia mental decisiva de Martín heidegger, y el Diario de un filósofo, en el que el conde Keyserling indicaba la mística oriental como una vía de salvación para la civilización del Occidente.

 

Hay que señalar además, antes de entrar al campo propio del expresionismo, que con simultaneidad a su reinado -1910 a 1924 aproximadamente- florecen los más ilustres nombres de la literatura alemana de nuestro siglo (Rilke, Kafka, Hesse, George, Hauptmann, Hofmannsthal, Mann), sin que pueda incluírseles dentro del movimiento examinado, a pesar de ciertas concomitancias e influencias periféricas, porque su arte no constituye una negación radical del pasado, y porque el mundo por ellos creado tuvo un sustentáculo de laidez objetiva y una autonomía que desconocióm según veremos oportunamente, el expresionismo. Hasta cierto punto fue previsible que el expresionismo literario se manifestara en idioma alemán, pero su literatura está excenta de ataduras ideológicas nacionales. Pretendió convertirse en la voz de la humanidad, en la universalidad del espíritu y los corazones. Así, la lectura o relectura de François Villon, de Baudelaire, de Rimbaud, Verlaine y Peguy, Claudel y el belga Verharen, la traducción del francés Francis Jammes por el alemán Ernsy Stadler, tuvieron el sentido de una elección que respondía a las propias simpatías o necesidades.


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© Helios Buira

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