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HENRY MILLER

Hoy, ayer y mañana

La pregunta que mis compatriotas norteamericanos me hacen con mayor frecuencia a mi regreso de Grecia fue la siguiente: ¿los griegos de hoy se parecen en algo a los griegos de la antigüedad? Responder por la afirmativa siempre causa asombro. Por supuesto, a estas buenas almas nunca se les ocurrió preguntarse si los norteamericanos de hoy se parecen en algo a los norteamericanos de la época de Washington y Jefferson.

Para mí siempre ha sido curioso y lamentable que cuando se habla de los griegos, nos refiramos al griego del siglo quinto. Es típico de la mentalidad occidental el querer convertir un apogeo en éxtasis. Contrariamente al ritmo del universo, contrariamente a toda ley orgánica, tal deseo sólo puede interpretarse como expresión de una nostalgia infantil. En la esfera religiosa se manifiesta mediante la creación de un más allá que, aunque representado como bienaventuranza, sólo se lo puede considerar como una exquisita forma de perpetua tortura.

Afortunadamente para el griego actual, al que alegremente pretendemos ignorar, la evidencia de una continua tradición de grandeza conduce profundamente al pasado y trasunta un futuro de idéntica gloria. La idea expresada por Spengler, de que con la muerte de una cultura los pueblos que crearon las grandes civilizaciones del pasado continúan viviendo simplemente como fenómenos biológicos, parece ser refutada por la lógica de los acontecimientos contemporáneos.

Es probable que el más grande ejemplo del renacimiento de una nación nos haya sido dado por los chinos. Al igual que la India, que también está en los umbrales de un renacer, aunque en forma menos espectacular (obstaculizada como está por una madre adoptiva celosa y tiránica), es indudable que después de esta guerra la China surgirá a una posición de suprema eminecia entre las grandes potencias. En efecto, no creo que sea demasiado audaz predecir que el cuadro del mundo del futuro recibirá su forma y contenido de los tres países que hasta ahora, eran como considerados muertos o atrasados: me refiero a China, India y Rusia.

Este despertar totalmente inesperado de los que hasta hace pocos años eran considerados pueblos dormidos, es un fenómeno digno del más profundo estudio. Como todos saben, lo que sucede es que los elementos aglutinados y dispersos que componían estos pueblos se están unificando y adquieren cohesión como totalidades una vez más. Se están nacionalizando. En el momento en que la esperanza del mundo parece radicar en la desnacionalización, esta tendencia parecería marchar en sentido contrario a las agujas del reloj. Sin embargo, tal como sucede con el individuo para participar en las actividades del mundo, primero es menester integrarse, y lo mismo sucede con los pueblos. El movimiento centrífugo, da lugar al centrípeto. Sístole y diástole. Los "elementos" hasta ahora dispersos se están coordinando en totalidades funcionales para que eventualmente, y quizás en un futuro no muy distante, todo el globo funciones como un ser planetario. Es importante que, en el proceso, las infinitas partes que van a componer la entidad total conserven su individualidad. La fraternidad humana, cuando se opere, será una fraternidad de auténticos individuos. Será una aristocracia basada en el reconocimiento de la divinidad común de todos.

El fracaso del principio democrático se debe, en mi opinión, al hecho de que hasta los pueblos más democráticos nunca han llegado al extremo absoluto, o sea, ni suficientemente bajo, ni suficientemente alto. En una democracia como la nuestra, por ejemplo, la mitad del país gobierna y la otra mitad, dependiendo de quién empuñe el látigo. En la Grecia de Pericles, la llamada Edad de Oro, los hombres libres decidieron el destino de un número mucho más grande de ilotas. Un pueblo puede ser exactamente tan tiránico como un dictador o un monarca absolutista. El pueblo es el peor enemigo de sí mismo. Y sin embargo, así como nadie puede recurrir a nadie que no sea él mismo, en último análisis, así tampoco el pueblo en conjunto no puede recurrir a nadie que no sea él mismo. Dirigentes... sí. Pero los verdaderos dirigentes raras veces son los que están en el candelero... y quizás, nunca.

En este sentido es curioso que la misma palabra individualidad haya venido a adquirir un sentido peyorativo. Es una acusación que se hace con frecuencia a los antiguos griegos que eran demasiado individualistas. También se ha dicho lo mismo contra los hombres del Renacimiento, y últimamente contra los norteamericanos democráticos. Leyendo el libro de Edith Hamilton La gran era de la literatura griega, los capítulos que más me impresionaron fueron los dedicados al hombre que escribió "El retrato de los diez mil"  y al hombre que escribió sobre la guerra (Tucidides) como ningún otro historiador lo hiciera jamás. En el espacio de pocas generaciones, según destaca la señorita Hamilton, el griego que fuera tan magnífico en la derrota se convirtió en el griego que era tan feo y despiadado en el triunfo y en el poder. La falla no estuvo en el poder, por supuesto, sino en el amor al poder. Desde ese fatal período de la historia griega, otras naciones han aprendido la misma amarga lección, y algunas lo están aprendiendo incluso ahora.

El psicoanálisis ha revivido un término (individuación) que señala las limitaciones del individualismo y su cura. Un varón rapaz, por ejemplo, tipo que todavía existe entre nosotros, podrá tener gran individualidad, pero no cabe duda de que no ha alcanzado la individuación. Lo que lo diferencia, lo que lo hace un individuo conspicuo, es la parte inferior de él, o sea su naturaleza rapaz. Lincoln, comprendió perfectamente el objetivo que había que alcanzar cuando dijo: "Así como no quería ser esclavo, tampoco querría ser amo" Eugene V. Debs, cuando fue procesado por negarse a portar armas, lo expresó mejor todavía: "Mientras exista una clase inferior, estoy en ella; mientras exista un elemento criminal, soy parte de él; mientras exista un alma encarcelada, no me siento libre". Estas palabras ensanchan y profundizan el significado de la Proclama de la Emancipación; nos llevan al mundo abierto del futuro, constituyen la plataforma de los demócratas de mañana. Nadie es libre, en suma, y nadie puede gozar los poderes que por derecho le corresponden -y que sólo entonces son auténticamente ilimitados- mientras cada hombre no sea libre e igual en forma absoluta. En este sentido el cometido de cada hombre es inacabable y el objetivo inalcanzable, salvo en el plano del entendimiento espiritual. El proceso o el camino es lo que importa. El camino y los medios son el fin.

Nada es más cierto que el hecho de que nos convertimos en lo que somos. Ahora bien, si algún pueblo en la tierra refleja lo que es, y no simplemente lo que ha llegado a ser, ese es el pueblo griego. No rendía falso tributo a los griegos cuando en 1939 emprendí mi "oeregrinación", porque viajé para saber lo que habían llegado a ser. No fue en busca del pasado ni del futuro. Simplemente, quise ver lo que eran. Pero, al mirar de frente lo que Grecia era entonces, vi el pasado y el futuro. Miré el alma del pueblo griego. Y la particularidad del alma griega, me apresuro añadir, es lo fenomenal, que, gracias a Dios, todavía es una palabra griega. Todo acerca de los griegos es fenomenal, empleando la palabra en el sentido de lo extraordinario como hacemos vulgarmente, testificando inconscientemente así que a todo lo que pasa y se extingue lo consideramos milagroso. Únicamente un pueblo superdotado habría podido elegir como lema e inspiración las palabras inscritas en el templo de Apolo en Delfos: "Nada es extremo". El sentido de la medida y la proporción era innato en lo heroico.  Nada tenía que ver con la timidez y la prudencia, según lo que da a entender nuestra palabra "moderación". En París un profesor de música ciego, uno de los más grandes maestros que he conocido jamás, me dijo: "El genio es la norma". Creo en esto totalmente. Creo que ha sido la realización de esta verdad lo que condujo al nacimiento de tan grande profusión de genios como los que Grecia diera y todavía sigue dando al mundo.

Junto al inquisitivo, inquieto y vivaz griego, el inglés, por ejemplo, se siente incómodo. Contempla al griego como un monstruo o un excéntrico. ¡Excéntrico! 'Qué connotaciones han dado a esa palabra los franceses! Tan reveladora del propio, sucio y mezquino egocentrismo de ellos mismos. En efecto, cuando finalmente llegamos a los griegos, cuando los vemos en su propio ambiente, instintivamente sentimos que la vara con que acostumbramos a medir a nuestros vecinos, debe ser alargada. De pronto la palabra "humano" adquiere nueva dignidad. De pronto se comprende que lo que descontábamos como normal es en realidad anormal, o bien, hablando con mayor propiedad, subnormal. El griego es más grande en todos los respectos porque está más cerca de la médula. Porque, entre todos los pueblos, todavía lleva dentro de sí, la noción del cosmos. Es un alma pan humana, por así decirlo. No está encerrado en sí mismo, no es chauvinista, no es limitado por sus temores ni por sus ambiciones. Es tragedia de los griegos, creo sinceramente, que persistan con tanto heroísmo en seguir siendo humanos, el llevar el cosmos de un lado para otro consigo mismo, todos y cada uno, como si fuesen emisarios personales de los dioses. Esto los hace parecer arcaicos ante las almas degeneradas que han cuestionado y descartado la naturaleza misma del universo, y que no buscan otra cosa que poder, poder y poder.

Nada podría ser más típico de esa calidad suprema de los griegos que su reciente resistencia, resistencia que no habían buscado, frente a los invasores italiano y alemán. ¿Qué esperaban lograr cuando se aventuraron a adoptar una posición tan imposible? Tienen que haber sabido desde el principio que estaban condenados a fracasar. ¿No podría ser posible que ellos, los "astutos griegos" habían sido embaucados? La razón, de la cual están dotados en tan grande medida, les habría aconsejado rendirse sin pelear. La sagacidad, la sabiduría práctica por cuyo ejercicio con tanta frecuencia se los reprocha, podría haber dictado otro curso distinto. Pero el instinto heroico exigía acción, no importa cual fuera el resultado... Esto ha sido una lección objetiva para el mundo. A todos los pequeños pueblos de la tierra, Grecia, mediante su inconmensurable autosacrificio, les ha dado una esperanza. Esta fue la hora más oscura de la guerra y, en mi opinión, el verdadero punto crucial de la contienda. Una vez más Grecia había cumplido con su misión de conducir e inspirar al mundo. Contemplando en retrospectiva esta milagrosa hazaña de una nación empobrecida y mal equipada, nos vemos obligados a admitir que fue "fenomenal". No hubo precedentes para esto, salvo en Maratón, las Termópilas o salamina.

En la actualidad Grecia parece correr peligro de ser extinguida. Su recompensa parece adoptar la forma de la inanición total. Aún antes de la guerra su estado era tal, que al norteamericano común le resultaría difícil comprenderlo. ¿Dónde radica entonces la esperanza? ¿Qué podrá salvarla de la aniquilación total?.

Tendré que decir ahora una horrible verdad. Si cuando esta guerra termine, solamente un militar de su antigua población de siete millones de habitantes sobrevive, Grecia no perecerá. Reducidos al núcleo inexpugnable final, hasta es posible que los griegos logren la apoteosis hacia la cual avanzaban en el glorioso período de su florecimiento cultural. Tal como sucede con el ajedrez, a menudo es necesario despejar primero el tablero para que los peones revelen su auténtico poder. La transición de peón a reina, cuando se produce, no es gradual sino súbita, tan rápida y milagros como una conversión. El arte de la guerra, cuya poesía se revela en el ajedrez, tiene por lo menos lo siguiente que enseñamos: los poderosos muchas veces son derribados por los humildes. Por lo tanto, la gran estrategia consiste en aunar las propias fuerzas para que eventualmente los peones se tornen fuertes como reinas. Los grandes actor requieren no tanto tiempo como espacio, libertad de operación. En otra parte he señalado el país que parece Grecia, a pesar de que apenas ocupa la punta de Europa. Esto no es ilusión, sino realidad. Se relaciona con el hecho de que, según dijera previamente, los griegos todavía conservan algo de "cósmico". Entre los griegos no importa la cantidad, sino la calidad; el mundo de la idea, no el mundo de las cosas. Esta es la cualidad fenomenal de los griwgos, hoy como ayer y mañana como hoy: ven el acto que está oculto en el mundo. Los griegos hacen verbos, y los verbos son símbolos. Los símbolos son indestructibles.

Se dice que al llegar a la India, Alejandro el Grande, quedó prendado de la sabiduría de un santo. Hallando imposible inducir al santo a sumarse a su comitiva y regresar a Grecia con él, amenazó con matarlo. A esto el santo lanzó una carcajada.

-¿Matarme? -gritó burlonamente- ¿Cómo podría matarme? ¡Soy indestructible!

Cuando quedan reducidos a la desesperación, los pueblos ya no dependen de los dirigentes. "Cada uno de nosotros es un dirigente" dijo Xenofonte cierta vez a sus hombres. Esta expresión es típicamente griega. Su imposibilidad de negarlo colorea toda la historia griega, aún, hasta nuestros días.

Por terrible que sea, este no es el momento más oscuro de la historia griega. La dominación de las potencias del eje será breve. La invasión del continente es inminente. Grecia será liberada y los Balcanes volverán a arder. Tiemblo al pensar lo que sucederá a los actuales invasores de Grecia cuando llegue ese momento.

"¡Rápido! Traedme un hacha para matar. Sabré ahora si he de ganar o perder. Estoy aquí en la cumbre de la miseria".

Estas palabras que Esquilo pone en boca de Citemnestra rigen ahora con cierta elocuencia. ¡Más ay, traedme un hacha para matar! ¡Y traed tanques y bombarderos y artillería pesada! ¡Traed alimentos! No hace falta traer hombres. Un solo griego vale por un centenar de adiestrados soldados de infantería. Grecia necesita alimentos y armas.

El peligro que amenaza hoy a Grecia es el horrible destino que supo a las Brigadas Internacionales en Le Vernet. "No hicieron otra cosa -dice Arthur Koesler- que poner en práctica lo que habíamos predicado y en lo cual creíamos; habían sido admirados y adorados, y fueron arrojados al montón de basuras como un saco de papas, para que se pudriesen" Leer lo que se hizo de los ciento cincuenta hombres que formaban el Cuartel Leper en Le Vermer es para erizar los cabellos. Pero en Grecia, en este mismo momento, hay varios millones de individuos que están sufriendo esa misma vergonzosa negligencia, humillación y tortura. Les pedimos que yengan paciencia y esperen su liberación, ¿pero acaso mientras tanto nos devanamos los sesos para idear los medios y arbitrios para socorrerlos? Lo dudo.

Tal como sucede con los individuos, lo mismo pasa con las naciones: cada uno parece tener su papel que representar. El papel de los griegos es el más duro de todos: seguir siendo humanos cuando el significado mismo del cosmos se pierde. En medio de tendencias antagónicas -individualismo contra colectivismo- los griegos son los únicos que podeen el auténtico sentido de las proporciones. Siendo un microcósmos entre los pueblos de la tierra, , sin embargo conservan la imagen y la significación del macrocósmos. De ellos es el camino intermedio, entre el cielo y la tierra.

Esto virtualmente significa que los griegos tienen una polaridad distinta con respecto a la de sus vecinos. Adoptan su postura en el corazón mismo del mundo; su eje es vertical; viven y mueren en el centro de un torvellino. Pero ese mismo hecho de estar situados en el núcleo, donde el hálito mismo de la vida es el peligro, les garantiza inmunidad frente a la destrucción. Cuanto más fieramente rujan los cañones, más imbuidos están de coraje y sabiduría. Están siendo puestos a prueba para siempre en el fiero crisol. Este extraordinario destino confiere a los griegos su aspecto o calidad fenomenal. Sufren más y gozan más, ven más allá y actúan con mayor rapidez que otros pueblos. Su metabolismo está, por así decirlo, electrificado. Viven de acuerdo con un ritmo que algún día será la norma. Mientras tanto, simplemente porque están adelantados con respecto al resto del mundo, sufren las torturas de los condenados.

De más de dos milenios viene desarrollándose este drama de Prometeo. La verdadera liberación de Grecia depende de la liberación del mundo. Mientras llegue ese día, Grecia no puede renunciar a su papel, y no lo hará. Es una situación fenomenal, un estancamiento fenomenal. Y solamente un pueblo fenomenal podrá resolverlo.


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© Helios Buira

San Cristóbal - Ciudad Autónoma de Buenos Aires 2017

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