Inicio - Presentación - Axiomas - Pinturas - Textos - Entrevistas


DIVULGACIÓN CULTURAL

Volver a Música

MÚSICA
 
RUTH PARK
MELBA la voz de un ángel
 

Nellie Melba, caracterizada como Rosina, del Barbero de Sevilla

El simpático italiano, corto de estatura pero de voz sin rival, hacía de las suyas otra vez, y en el escenario. Acercándose a La Melba en el momento de iniciar el aria Che gelida manina, de Puccini, le oprimió la mano y le dejó en ella una salchicha caliente. Cuando esta voló por los aires como lanzada por un malabarista, los asombrados espectadores se incorporaron de sus asientos para ver qué era lo que rodaba por el suelo.

Furiosa, la Melba amenazó al tenor con voz silbante:

-¡Me las pagarás!

Caruso sonreía regocijado.

La Melba, afecta también a gastar bromas pesadas, nunca sabía con qué le saldría aquel bromista de Caruso. Pero, aunque se quejara de sus jugarretas, lo tenía por hombre sencillo, agradable, poseedor de un gran corazón lleno de afecto por la gente humilde (sentimiento que ella compartía), y dueño de la voz de tenor más maravillosa que había escuchado jamás. Lo último constituía un inusitado tributo en labios de una persona que poseía una voz como la de Melba. Shaw Desmond, cronista de la época de Eduardo VII, dijo, cuando oyó aquella voz, sólo comparable a una flauta, que era un ruiseñor el que cantaba y no un ser humano. Aun cantando al lado de Caruso, cuya formidable voz podía desbordar a la orquesta y al público, las límpidas notas de Melba se destacab siempre con serena belleza, semejantes al canto del jilguero en medio de la tempestad.

Aquella voz que suavemente y sin esfuerzo recorría tres octavas de la escala musical, convirtió a Helen Porter Mitchell en la legendaria Melba y la situó en un mundo habitado por monarcas, reinas y millonarios, todos tributarios de homenajes y portadores de presentes. Hizo de ella (la primera cantante australiana de renombre internacional) el ídolo de grandes compositores y la diosa de la ópera durante cerca de cuarenta años.

No fue empresa fácil, pero sí inevitable, pues a aquella voz fenomenal se aunaban vitalidad sobrehumana, enorme gusto por la vida y la inquebrantable determinación de alcanzar la cumbre.

-En mi camino -decía ella- se alzaron grandes obstáculos, pero no creo que nada en este mundo hubiera podido impedir llegar a ser cantante.

Chica retozona. Nellie constituía una preocupación constante para su padre, David Mitchell, sagaz hombre de negocios de Melbourne. Nacida el 19 de mayo de 1861 en Richmond, Victoria, creció como el marimacho de la familia, como una chica retozona de áspera risa y rodillas enlodadas, que lanzaba uno que otro juramento cuando le venía en ganas. En cierta ocasión, viendo desatendido un ómnibus tirado por caballos, saltó a él gozosamente y se lanzó por las calles de Melbourne, sembrando el pánico entre los transeúntes. Con todo, era la fiel compañera de su padre y juntos paseaban a caballo, pescaban y recorrían los bravíos bosques.

Toda la familia Mitchell era aficionada a la música. El mismo David tocaba el violín, y su esposa, Isabella Ann Dow, tocaba el piano, el arpa y el órgano. Asimismo, dos de las hermanas de ésta cantaban singularmente bien; una de ellas, la tía Lizzie, dio a Nellie sus primeras lecciones de canto A los seis años Nellie hizo su primera aparición en público: en pie sobre una silla, en el palacio municipal de Richmond, cantó canciones inglesas muy populares entonces. Años después Melba haría mundialmente famosa una de estas canciones titulada Comín' Thro' the rye.

Su padre estaba orgulloso de ella. Sin embargo, viendo que a medida que Nellie crecía, aumentaba su empeño en dar conciertos caseros (porque "le encantaba el aplauso"), terminó impacientándose con ella y la envió al Colegio Presbiteriano para Señoritas, en el este de Melbourne. Lejos de que el ambiente refinado de aquel centro docente lograse domar a la fierecilla, la influencia de la revoltosa muchacha menoscabó la dignidad del colegio y puso en grave peligro su disciplina. Las consternadas maestras censuraban su hábito de silbar sonoramente; la reprendían por acceder a los ruegos de sus compañeras de que repitiera ese "curioso ruidito que hacía con la garganta" y que tanto las divertía: el trino mismo que, años más tarde, se convertiría en brillante gorjeo característico de la Melba.

¿Pianista o cantante? Sus primeros éxitos en Melbourne derivaron principalmente de sus actuaciones, como pianista aficionada, en fiestas particulares y en funciones musicales. En ocasiones cantaba también, y particularmente recibía lecciones de canto de Pietro Cecchi, tenor italiano retirado.

Nellie tenía cerca de 20 años de edad cuando su mundo familiar se derrumbó: su madre y su hermana Vere, niña aún, murieron ambas en un lapso de cuatro meses. Deseoso de ayudar a la muchacha a rehacerse de la impresión y la pena, su padre la llevó en un viaje de negocios al norte de Queenland.

Allí Nellie conoció a Charles Nesbitt Armstrong, administrador de una plantación de azúcar, quien pronto se enamoró de la belleza trigueña de la joven, de sus vivaces ojos pardos de largas pestañas rizadas, de su esbelta figura y gracioso porte. Con igual facilidad se enamoró a su vez Nellie del irlandés de noble alcurnia, encantador, diferente. Él y Nellie se casaron en Brisbane en el mes de diciembre de 1882, y David Mitchell se frotó las manos con satisfacción, seguro de que el anhelo de su hija, de hacer de la música su profesión, se desvaneciera al fin por sí solo en la gloria de la vida conyugal y la maternidad.

Más el matrimonio resultó un error. La inquieta joven, hija de la urbe, se sentía prisionera en las agrestes y verdes llanuras de Mackay. Soportó su situación hasta que nació su hijo Jorge, en 1883, y cuando el niño tenía dos meses, Nellie abandonó marido y hogar y regresó a la casa paterna en Melbourne. Sin rodeos manifestó a su padre su intención de dedicarse a la música profesionalmente. Su indecisión acerca de si se haría pianista o cantante se desvaneció una nocge en que tocó el piano y cantó en una soirée musicale en el Palacio de Gobierno de Melbourne. Al darle las gracias, la esposa del gobernador le dijo: -Hija mía, toca usted admirablemente; pero canta mejor. Algún día dejará usted el pieno por el canto, y entoces se hará famosa.

Las llaves del cielo. Pietro Cecchi la instó a reanudar sus lecciones con él y la alentó a su aspiración de probar fortuna en Europa. Contra los deseos de su padre, Nellie recorrió Victoria y Nueva Gales del Sur con el fin de obtener dinero para viajar y estudiar, más los conciertos fueron un fracaso económico. Los críticos musicales alababan su voz, pero el público que paga se mostraba indiferente. El empresario teatral George Musgrove le pagaba 20 libras esterlinas por semana (cinco po ciento) cantidad que Nellie consideraba espléndida. (Dieciséis años después, cuando la Melba retornó a Australia convertida en la prima donna assoluta del mundo, Musgrove, nuevamente en el papel de empresario suyo, le pagó 2350 libras esterlinas por una sola presentación en Sidney).

Hacia fines de 1885 Nellie Armstrong fue contratada como soprano principal del coro de la iglesia católica de San Francisco, en Melbourne. Al parecer esto fue el golpe de gracia de la resistencia de su padre, pues cuando, a principios del año siguiente, David Mitchell fue nombrado delegado de Victoria en la Exposición Colonial y de la India que se celebraría en Londres, informó a su hija que podría acompañarlo, y consintió en costearle un año de lecciones con cualquier maestro que ella eligiese. Alborozada, Nellie zarpó para Londres en marzo de 1886. Llevaba consigo a su hijito, y guardado tan celosamente como si se tratase de las llaves del cielo, un manojo de cartas de presentación para personajes de aquel remoto mundo.

Desilución. Pero los londinenses se mostraron tan poco acogedores como las calles mismas de Londres. Los desengaños se sucedían uno a otro. Sir Charles Hubert Parry, el famoso compositor inglés se hallaba demasiado ocupado para recibirla. Sir Arthur Sullivan le dijo que cuando hubiera estudiado un año más, quizás podría dársele la oportunidad de representar un modesto papel en su opereta The Mikado. Albert Randegger, aclamado músico y maestro de canto, le dijo que lo lamentaba, pero que no encontraba justificación para tomarla como alumna. Posteriormente Randegger dirigiría la orquesta en las noches triunfales de Melba en Covent Garden, principal teatro de la ópera de Londres, y él y Sullivan llegaron a encontrarse entre su más fervientes admiradores y amigos. Siempre fue motivo de satisfacción para ella echarles en cara su desacierto al juzgarla.

Las cartas que Nellie llevaba se le terminaban y su desilución iba en aumento. En esto el compositor Wilhelm Ganz quedó en tal forma encantado con la interpetación que dio Nellie a una de sus canciones, que arregló que la joven ofreciera un breve concierto. Extasiada, Nellie se veía ya famosa. Sin embargo, nada resultó de aquella presentación. ganz hizo arreglos para que Carl Rosa, director de la English Opera Company, la escuchara cantar, pero Rosa olvidó la cita y Nellie lo aguardó inútilmente horas enteras en casa de Ganz, en la calle de Hatley.

La última esperanza. Le quedaba a Nellie una carta: la de Elise Weindermann.Pinschoff, esposa del cónsul austro-húngaro en Melbourne, para Madame Mathilde Marchesi, que residía en París. Nellie persuadió a su padre para que le diese suficiente dinero con que trasladarse a París, acompañada de Jorgito, y le prometió que si Madame Marchesi ("La mejor maestra de todas") la rechazaba, regresaría con él a Australia y se olvidaría del canto para siempre.

Mathilde Marchesi, severa dama de cabellos canos vestida de negro, se sentó al piano y se dispuso a iniciar lo que pensaba sería una audición de rutina. Nellie cantó un aria de La Traviata. Todo parecía marchar bien cuando, repentinamente, la Marchesi dejó de tocar y exclamó: -¿Por qué grita usted las notas altas? ¿No puede cantarlas piano?  

Nellie dio una boqueada y se esforzó en vencer su sensación de fracaso. Emitió el si agudo tan quedamente como le fue posible y luego el do.

-Más alto -ordenó la Marchesi. Cantando todavía pianissimo, Nellie alcanzó el mi agudo.

Bruscamente y sin decir una palabra, La Marchesi abandonó la habitación. Corrió escaleras aribba hasta donde se encontraba su marido, maestro también y compositor. -¡Salvatore! -exclamó- ¡Salvatore! ¡Al fin encontré una estrella!

Pero Nellie Armstrong no supo esto en aquel momento. Permaneció de pie, con el corazón angustiado, pensando que todo había terminado. La Marchesi reapareció y le dijo a la temblorosa muchacha: -Si eres formal y estudias conmigo seriamente durante un año, haré de ti algo extraordinario.

Instructora rigurosa. Madame Marchesi encontró en Nellie una discípula no sólo entusiasta, sino también excepcionalmente inteligente y estudiosa. Nellie tuvo que olvidarse de todo lo que se le había enseñado. Estudiaba música ocho horas por día: su técnica, teoría e historia; pero la Marchesi no le permitía hacer mucho uso de su voz.

La utocrática anciana exigió a Nellie renunciar a la equitación, porque lo estimaba perjudicial para las cuerdas vocales. Le ordenó que no se lavase el cabello, pues fácilmente podía pescar un resfriado, sino que se lo aseara con untónico y un peine de dientes finos. Nellie se dejó moldear en todos los sentidos por aquella mujer. La vida resultaba rigurosa para ella y su hijo, sin embargo. Contaba con poco dinero; tenía que hacer sacrificios; y sufría a causa de la pasión por la perfección que animaba a su preceptora, a pesar de ser ella misma una perfeccionista.

Cierto día, durante un ensayo de la escena de la locura de Lucía di Lammermoor, la Marchesi se mostró particularmente severa. Nellie rompió a llorar y abandonó la estancia, declarando que todo había terminado entre ella y su maestra. La Marchesi la siguió y la estrechó entre sus brazos.

-Nellie, Nellie -le dijo con ternura- Tú sabes que te quiero. Si te molesto, es porque sé que un día serás una gran cantante. Regresa y canta como te pido.

Lloriqueando, Nellie regresó a la sala.

Madame Melba. Por el mes de diciembre de 1886 la Marchesi juzgó que su protegida se hallaba lista para empezar. En el comedor de su casa en la calle Jouffroy, la anciana mandó construir un escenario que fue alabado por toda la concurrencia, integrada por la más selecta sociedad de París. Nellie Armstrong se presentaba como Madame Melba por primera vez. La Marchesi había insistido en que se cambiase el apellido, y Nellie había propuesto Melba, derivado de Melbourne, su ciudad natal. A la Marchesi le pareció excelente: breve, dulce y fácil de recordar.

La calurosa acogida que recibió Nellie Melba en aquella ocasión fue solo un anticipo del éxito que alcanzó luego en su estreno operístico en el Théâtre de la monnaie, de bruselas, el jueves 13 de octubre de 1887, interpretando a Gilda, la protagonista de Rigoletto, de Verdi. No teniendo ninguna experiencia como actriz, Nellie se presentó, aturdida por el temor, ante el público más exigente que había conocido hasta entonces.

"Sólo sé", escribiría más tarde, "que a partir de la primera nota que canté, se hizo en la sala un silencio de difícilmente se habría creído humano: un silencio en el que oía yo mi propia voz, que se alejaba flotando, como si fuese a la vez de otra persona".

Éxito y fama. Cuando Nellie Armstrong despertó la mañana siguiente, supo que era ya "famosa en toda Europa". Ambroise Thomas, Gounod, Delibes, se convirtieron en sus amigos. Más adelante trabajaría con ellos, así como con el patriarcal Verdi; con el tímido joven gigante de la ópera: Puccini, y el excéntrico Saint-Saëns; con Massenet y Leoncavallo. Los compositores la solicitaban para que interpretara sus obras y escribían especialmente para ella. Cuando los directores del teatro de Bruselas titubeaban en dejarla cantar Lakmé en su deplorable francés, al que se aunaba su acentro australiano, Delibes, golpeando la mesa, declaró a gritos:

-¡Qué cante en chino si así lo quiere ella, siempre que cante mi ópera!

Nellie, con su acostumbrada diligencia, se buscó el mejor maestro de francés y se dedicó a estudiar durante seis horas diarias.

La Melba conquistó al hastiado público parisiense en la primavera de 1889, y un mes más tarde al del Covent Garden, donde cantó con Jean de Reszke, el gran tenor polaco. Éste le dijo que la Naturaleza la había dotado de una voz de oro, "decididamente, la más bella de nuestro tiempo".

Nellie prosiguió su camino de triunfo en triunfo, atesorando fama, riqueza, joyas. Por mandato real, se presentó en el castillo de Windsor para cantar ante la reina Victoria, en la primera de muchas presentaciones de éste género antes de que cayese el telón sobre el escenario del siglo XIX. Durante ese último decenio del siglo, la Melba conquistó a Nueva York y a Milán. En La Scala se vio ante un público encondamente hostil y se lo ganó; el aplauso que siguió a la escena de la locura de Lucía, se prolongó durante más de quince minutos. también el zar de Rusia la invitó a San Petersburgo, distinción singularísima. La familia imperial rusa la colmó de alhajas que agregaría a su colección.

"Hogar dulce hogar". Cuando regresó a Australia en 1902, fue recibida con sin igual entusiasmo por multitudes que llenaban las calles, en las que ondeaban las banderas y resonaba la música de las bandas. Aun los que no le perdonaban que, siendo pobre, hubiera abandonado la patria dieciséis años antes y que regresaba ahora rica y famosa, se unían a las jubilosas aclamaciones con que la saludaban siempre que aparecía en público o en conciertos.

Nellie les cantaba arias de ópera y viejas canciones, entre ellas Home, Sweet Home ("Hogar dulce hogar"). Melbourne era su hogar; y aquella gente, su gente, lloraba de emoción al escucharla.

Nellie Melba supo mantener a raya triunfos, riquezas y poder, y nunca perdió la cabeza a causa de ellos. Como todas las personas excepcionales y famosas, tenía sus detractores. Se la acusaba de una vanidad incontenible. Lo cierto es que la Melba era sincera: tenía consciencia de su supremacía; valoraba su voz y esperaba recibir lo que le correspondía: ni más ni menos. Al mismo tiempo, desinteresadamente y en aras del arte, y estableciendo un precedente entre las grandes primas donnas, accedía a cantar papeles secundarios al lado de otras sopranos.

Astuta para los negocios, la Melba reunió una fortuna con los productos de su arte y de sus inversiones. Entre 1893 y 1914 ganó una 60.000 libras esterlinas por año; pero gastaba con largueza, ofrecia costosas fiestas y socorría generosamente a personas e instituciones. Durante la primera guerra mundial, trabajando infatigablemente, reunió alrededor de 60.000 libras esterlinas para la Cruz Roja Australiana.

En reconocimiento a sus servicios, en 1918 se le confió el título de Dama de la Orden del Imperio Británico.

Lágrimas y flores. A la Melba le resultaba imposible decir adiós a la vida que tanto amaba. Nadie se retiró de la escena y reapareció en ella con más frecuencia que la notable cantante. En 1924 llevó a Australia una compañía de ópera de la que ella fue soprano principal. Aunque tenía ya 64 años, su extraordinaria voz, esmeradamente cuidada, conservaba su pureza y su frescura. Dos años después, en Londres, ante el rey Jorge V y la reina María, se despidió del Covent Garden por vez postrera. Fue aquella una noche de lágrimas y flores, en la que el público, maravillado, que había concurrido temeroso de presenciar un lastimosos fracaso, fue testigo de un triunfo margífico. Al concluir la ovación de que se le hizo objeto, La Melba no pudo dominar su emoción y se desahogó en lágrimas.

Su última actuación de impoirtancia ocurrió en ocasión de la apertura oficial del Parlamento de Camberra, en 1927, en la que cantó el himno nacional australiano.

Enferma de diabetes y de cierto tipo de septicemia, Nellie Melba expiró en el hospital de San Vicente de Sidney, el 23 de febrero de 1931. Dejó 200.000 libras esterlinas, que abarcan legados para familiares, amigos y personas humildes de todas partes. A su amada nieta, Pamela, le dejó sus fabulosas joyas. El resto de la herencia estaba destinada para su hijo Jorge y para su esposa.

La artista fue sepultada en Lily-dale, teatro donde transcurrió su niñez, cerca de Coombe Cottage, la vieja finca campestre en que pasó muchos de sus últimos días. "Deseo que mi hijo, Jorge Armstrong, conserve Coombe Cotage como si yo estuviese allí, y espero que nuca la venda, porque yo he dejado mi corazón mismo en este amado rinconcito". Era su deseo que esto fuera así, donde quiera que ella muriese.

Muchas personas se preguntaron por qué la Melba no habría elegido para su última morada algún sitio del Viejo Mundo, el mundo que había sido el primero en aclamarla y donde halló la inmortalidad. Como en respuesta a tal pregunta, Nellie Melba había escrito una vez y para siempre: "Téngase presente, que primero y antes que nada, soy australiana"


Subir

© Helios Buira

San Cristóbal - Ciudad Autónoma de Buenos Aires 2017

Mi correo: yo@heliosbuira.com

Este Sitio se aloja en REDCOMEL Un Servidor Argentino