Mi Sitio - Inicio - Presentación - Axiomas - Pinturas - Textos - Entrevistas


DIVULGACIÓN CULTURAL

Volver a Cuentos

CUENTOS
 
Mario Capasso

La línea que divide

Publicado con autorización del autor, a quien le agradezco enormemente.
 

El hombre advierte a la distancia la seña del otro, mira el reloj, duda unos instantes y finalmente se dice: está bien, dos minutos, para qué más. Amaga hacerle un gesto de acatamiento pero el otro ya no lo mira; y después de todo, es inútil esbozar algún ademán cuando nadie se detiene, cuando todos van para un lado y para otro, qué locura la de los que corren y corren y no paran. Que se maten, piensa el hombre, no vale la pena mover un dedo y mucho menos un brazo por ellos, si es evidente que los impulsa un afán desmedido, pero afán de qué, se pregunta por enésima vez sin atreverse a cruzar la línea. Porque es indiscutible que hay una línea que separa a los de adentro de los de afuera, y él transita por esa línea, es uno que llegó apenas hasta ahí. Siempre había sido distinto al resto y eso es algo que se paga; ignorado a veces, a menudo insultado, y es en esos momentos cuando se pregunta por qué eligió ser diferente y la respuesta le duele, porque comprende que no tuvo opción, si ya de pibe tuvo que mirar de afuera y soñarse adentro, los amigos nunca le decían vení con nosotros, y lo dejaban a un costado, y él notaba la bronca del padre cuando le repetía que no parecía el hijo, que jamás le iba a dar esa satisfacción, sos un burro, un animal, de madera sos, le decía aunque en el colegio conseguía buenas notas porque se mataba estudiando y era el primero en levantar el brazo para contestar, pero ni así. Y al final se había resignado a permanecer en un lugar que no representaba nada, un lugar sin magia ni color, eso, sin colores; y había hecho de ello casi una profesión y entonces resistía entre los que lo agraviaban cada vez que se veía obligado a intervenir, a participar con su opinión, como si todo lo que él señalara resultara mal interpretado. Y ahora qué pasa, otra vez sucede lo mismo, los de adentro se le vienen encima como fieras y adivina a sus espaldas a los de afuera, pero qué le reclaman todos estos atorrantes, si sólo faltaban dos minutos y él apenas se distrajo un poco pues el partido estaba casi terminado y se hubiera ido tranquilamente a su casa con el banderín de recuerdo por tratarse del último. ¿Orsai de dónde?, ¿orsai de quién?, dice el hombre, antes de caer.


Subir

© Helios Buira

San Cristóbal - Ciudad Autónoma de Buenos Aires 2017

Mi correo: yo@heliosbuira.com

Este Sitio se aloja en REDCOMEL Un Servidor Argentino