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TEXTOS
De mi autoría
 
Cuaderno de anotaciones. El ayer. Y hoy.
Tomé de la biblioteca, si se quiere al azar, uno de mis cuadernos de anotaciones, lo abrí, también de la misma manera y en abril del noventa y cinco, escribía:
 
Hace frío. Es Otoño. Para mí, la estación más hermosa. Me acompaña Eduardo Mallea con su Bahía del Silencio”.
 
Libro maravilloso, que me lleva a recuerdos de mis estudios en la Escuela de Bellas Artes. Con los compañeros frecuentábamos el Bar La Rábida, de Cerrito y Juncal donde nos quedábamos hasta la madrugada hablando, discutiendo y formándonos en el mundo del arte.
Una de esas madrugadas, me tocó estar solo con Inés, compañera a la cual estimaba y estimo; coincidió que los otros compañeros ese día no fueron al bar y entonces, mientras hablábamos, mientras sentíamos afecto mutuo y tomábamos nuestros respectivos cortados, ella leía en voz alta a Mallea.
Eran noches y madrugadas de intensa acción, de intenso estar inmersos en lo que creíamos era nuestro destino. Luego vendrían, como seguramente siempre se da, las deserciones, los cambios, las lejanías y era así como el círculo se achicaba, cómo nos íbamos quedando los pocos que continuaríamos desde aquél inicio.
En el cuaderno, también había anotado ese día de abril:
Anoche fuimos con Lila y Chicha al Teatro Colón, para ver y disfrutar una obra de Albam Berg, Wozzeck y la maravilla de una puesta bellísima. Salimos del teatro y fuimos a cenar para continuar con la emoción de esa obra profunda, a la vez que comentarla, hablarla, como para que no se fuera de nosotros”.
Y leyendo aquello escrito, recuerdo mis días de trabajo en el Taller de Escultura de ese teatro, lugar en el que aprendí técnicas que por aquel entonces desconocía.
Cómo, por ejemplo las inmensas figuras que hicimos para la Ópera Aída, de unos diez metros de alto, o la cabeza del becerro de oro en Moises y Aaron de Schönberg, también escultura monumental de tamaños jamás imaginados por mí, que me permitían incorporar diferentes proporciones para lo que sería mi obra personal, porque las proporciones, el equilibrio de las mismas, nada tiene que ver con los tamaños. Una obra de veinte centímetros, si está bien proporcionada, se la puede llevar a cualquier tamaño, que seguirá manteniendo la relación de esas proporciones.
Mientras seguía leyendo, recibo esto de Ayn Rand:
Ningún hombre tiene derecho de iniciar el uso de la violencia contra otro”
La autora de esta frase, era una defensora tenaz del capitalismo.
Había nacido en Rusia y su familia, huyó en tiempos de la Revolución Soviética, hacia Estados Unidos. Tenía 21 años. Es autora de libros importantes como La rebelión de Atlas, El manantial, Los que vivimos; este último es casi una biografía, que narra lo que ella pudo ver y sentir durante los primeros años de la Revolución, antes de que su familia partiera hacia el exilio.
Pero en verdad, lo que me llama poderosamente la atención, respecto de su frase, es que siendo defensora del capitalismo, a la vez que inteligente, no haya visto o no haya querido ver, los horrores que dicha concepción económica ha desparramado por el planeta todo. El capitalismo, se ha arrogado ese derecho. El de iniciar la violencia sin prejuicio alguno, no sólo contra otro, sino contra miles y miles de seres inocentes.
En otra página del cuaderno, leo:
“Al mediodía estuve en la conferencia de prensa que organizó la Fundación Arte BA, en el Centro Cultural Recoleta, pues el día veinte comienza la feria de galerías de arte. Vi de todo; cómo las relaciones entre estas personas, están plagadas de hipocresía, trepadas, envidias y cuántas cosas más. El arte y algunos artistas muy lejos de ellos. Cuánto macaneo en todos los rincones; ahora vendrá la inauguración y todo será lo mismo, sólo que con palabras hacia la prensa, de la maravilla que significa esa feria, cuyo cometido no es la muestra del arte, sino cerrar la feria en pocos días, con buenas ganancias para los galeristas.
Un artista, de esos trepadores, hablando de miles de dólares, del punto, el metro cuadrado, y cómo está ubicado él en el mercado. Mercedes Sudán, diciéndome que tiene esculturas mías, que las quiere, que le agradan, pero siento que es una mentirosa, puesto que en ningún momento se interesó por lo que estoy haciendo actualmente y si es verdad que tanto le agrada y le interesa mi obra y dice a otro galerista cuando me presenta “Helios es un buen escultor” pregunto, ¿por qué mierda entonces no me incluye en la lista de expositores? Basura. Todo eso es basura.
Claro, tal vez ella intuya que yo jamás participaría de ese supuesto acontecimiento.
Jacobo Fiterman, saludándome con una amplia sonrisa hipócrita, pues sé que no me traga. Julio Shapolnik, con pantalones a la moda, seguramente para que sus críticas del arte tengan solvencia, a la vez que contundencia., claro, debido a sus pantalones de color llamativo.
Luego, todos se abalanzaron velozmente a la mesa donde estaban los quesos, fiambres, vinos y todo lo que se sirve para estas ocasiones.
Diana Saiegh Directora General del Centro Cultural Recoleta me miró, sonrió y dijo: -Qué tremendo ¿verdad Helios?
-Sí, Diana, todo esto da asco.
© Helios Buira

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© Helios Buira

San Cristóbal - Ciudad Autónoma de Buenos Aires 2017

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