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EPISTOLARIO
 
Leon Tolstoi

A A. Tolstaia

 

Moscú, 22 de julio de 1862

Querida amiga, días antes del viaje a Samara recibí vuestra misiva y pensé en contestaros desde Moscú. Quedaos mi gratitud por vuestro cariño; no estoy tan enfermo en absoluto, no estoy enfermo ni siquiera. Pero el ¡pobre Kutler! lo he visto, y parece un muerto. No obstante, dicen que está mejor. ¿Qué temíais vos por mí? Estaba sin cesar intrigado, y solamente ahora, al tener noticias desde Yasnaia Poliana, lo he entendido todo. ¡Buenos amigos tenéis! Pues los Porapov, Dolguruki y Arakchéiev y los revellines, todos ellos son amigos vuestros. Desde Yásnaia me escriben: el 7 de julio llegaron tres troicas con gendarmes y no permitieron que nadie saliese; posiblemente, tampoco a la tiíta y empezaron a registrar. Qué buscaban: por ahora no se sabe. Uno de vuestros amigos, un inmundo coronel, releyó todas mis cartas y diarios, que sólo antes de mi muerte pensaba yo confiar al más entrañable de mis amigos; releyó dos correspondencias por cuyo secreto yo lo hubiera dado todo en el mundo; y se marchó, diciendo que no había encontrado nada sospechoso. Por suerte para mí y para ese amigo vuestro, yo no estaba allí, sino ¡lo hubiese matado! ¡Vaya gentileza! ¡Vaya gloria! De este modo es como el gobierno hace amigos. Si usted se acuerda desde mi matiz político, sabe que siempre -y sobre todo desde que entrego mi cariño a la escuela- he sido del todo indiferente hacia el gobierno y más indiferente aún con los actuales liberales, a los que desprecio con todo mi ser. Hoy por hoy ya no puedo decir eso, siento rencor y aversión, casi odio, por ese gentil gobierno que registra mi casa en busca de las máquinas litográficas y tipográficas con las que se imprimen los pànfletos de Herzen, los cuales desdeño y no tengo paciencia de leer hasta el fin porque me enojan. De hecho tuve en casa todos esos encantos de los panfletos y Kolokol por una semana y así los devolví, sin llegar a leerlos. Me fastidia todo eso y lo desprecio no de palabra, sino con toda el alma.

Y acuden a registrarme por los estudiantes, como si quisieran efectuar pesquisas sobre vos en un niño muerto. Eso no resulta tan insultante. Si ellos saben y se cuidan de mi existencia, deberían de conocerla mejor ¡Gentiles amigos los vuestros! Aún no he visto a la tiíta, pero me la imagino. Cierto día os escribí que no se puede buscar refugio tranquilo en la vida, sino que hace falta bregar, trabajar, sufrir. Es posible todo eso, pero si fuera posible marcharse lejos de esos bandidos de manos y mejillas lavadas con jabón perfumado, y que sonríen de modo afable. De verdad: me iré, aunque aún viva mucho, a un monaterio: no para orar a Dios -según yo, no es necesario eso-, sino para no ver toda la ignominia de la mundana depravación: pedante y jactanciosa con sus charreteras y miriñaques. ¡Uf! ¿Cómo podéis vos, magnifica persona vivir en Petersburgo? No lo entenderé nunca, a no ser que tengáis ya cataratas en los ojos y nada veáis.

L. Tolstoi


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© Helios Buira

San Cristóbal - Ciudad Autónoma de Buenos Aires 2017

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